¿Socialdemocracia en Cuba? Crónica de un fracaso anunciado (I, II)
Transcripción de la entrevista-diálogo de La Manigua con Néstor Kohan, 22 de septiembre de 2021. Versión revisada y aumentada por el autor entrevistado.
Antimperialismo en la cultura y las ciencias sociales
Rodrigo Huaimachi: Néstor, en tu reciente libro Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia “soft” (La Habana, Ocean Sur-Ciencias Sociales, 2021), te inspiras en dos revolucionarios argentinos, Daniel Hopen y Haroldo Conti. Ellos son la antesala de este libro. ¿Por qué los has escogido como preámbulo o presentación? También nos gustaría saber tu opinión sobre Fernando Martínez Heredia, quien es más conocido en Cuba que los dos compañeros argentinos Hopen y Conti.
¿Quién es Daniel Hopen? Además de un compañero y amigo de mi padre (quien siempre me habló de él), Daniel Hopen era un muchacho que estudió sociología y fue profesor de la carrera de Sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Además de su actividad académica, fundamentalmente pasó a la historia por ser un militante revolucionario. Daniel formó parte de una de las principales insurgencias revolucionarias de Argentina. Fue un militante práctico y un intelectual revolucionario, al mismo tiempo. Además formó parte de una revista muy célebre en la Argentina que se llamaba Nuevo Hombre (hace pocos años la Biblioteca Nacional de Argentina la reprodujo en edición facsimilar en varios tomos, tamaño tabloide). Él era de los más jóvenes dentro de la revista Nuevo Hombre.
¿Qué escribió Daniel Hopen? Entre varios otros textos, redactó una crítica muy extensa, rigurosa y detallada (desde el punto de vista político y también metodológico) del Proyecto Marginalidad. Un proyecto de investigación que fue tristemente célebre en la década de 1960-1970. Incluso hasta el periódico cubano Granma publicó una nota al respecto. Fue un proyecto muy conocido y resistido en todo el continente, pues el Proyecto Marginalidad estaba financiado por la Fundación Ford (Ford Foundation). Ya en esa época, el imperialismo estaba previendo, con muchos años de anticipación, qué sucedería si se aplicaran los esquemas económicos neoliberales. Esa política “de shock” que comenzó a implementarse, por primera vez a escala mundial, a partir del golpe de Estado del general Pinochet el 11 de septiembre de 1973 (y que sigue aplicándose en diversos países hasta hoy, 2021). El Proyecto Marginalidad buscaba identificar qué sucedería con los sectores de la clase trabajadora que quedarían desempleados y marginalizados. El imperialismo invirtió muchísimo dinero, decenas de miles de dólares (quizás centenas de miles) para averiguar qué pasaría con esas masas trabajadoras que iban a quedar por fuera del sistema productivo capitalista. ¿Irían a engrosar las fuerzas revolucionarias? ¿Se rebelarían? ¿Utilizarían, para resistir, la violencia revolucionaria? Dicho proyecto operó en varios países, fundamentalmente en Argentina y en Chile. El proyecto estuvo financiado a través de la Fundación Ford. Todo el mundo sabía (y sabe) que detrás de la Ford estaba… “la Compañía”, es decir, la principal institución de contrainsurgencia a nivel mundial. Lo llamativo es que, para investigar este tema, la Ford eligió —aquí viene la abrumadora actualidad del problema— a investigadores de origen marxista y a sociólogos que provenían de la izquierda. “La Compañía” no tenía ni tiene ningún problema en emplear gente que proviene de la izquierda, si les son útiles. Algunos integrantes fueron muy famosos, como Ernesto Laclau. El director del Proyecto Marginalidad, analizado y denunciado por Daniel Hopen, fue José Nun. También formó parte Fernando Henrique Cardoso (futuro presidente neoliberal de Brasil, en esa época todavía con posiciones “marxistas”), etc., etc. Entonces ese proyecto generó una serie de polémicas muy agudas y encendidas en todo el continente porque aparentemente utilizaba lenguaje “de izquierda”, e incluso terminología “marxista”, citas extraídas de El Capital y de los Grundrisse (la primera redacción en borrador de El Capital). En la superficie todo era muy prolijo y muy “rojo”, pero… detrás estaba la Fundación Ford, y a través de la Ford el dinero y la orientación política provenían de… la CIA. Lo aparentemente “prolijo” en realidad estaba manchado por el dinero sucio de la contrainsurgencia del imperialismo.
Entonces Daniel Hopen analiza en extenso el Proyecto, sus encuestas, y lo cuestiona duramente a lo largo de 80 páginas. Su escrito crítico del imperialismo no apela a insultos ni a consignas. Daniel Hopen hace un ejercicio muy riguroso, metodológico e ideológico, donde desarma, desmonta y demuestra que es un proyecto de contrainsurgencia que el enemigo va a utilizar contra nuestros pueblos. Hace pocos días [2021] los tribunales de Argentina condenaron a prisión a dos altos funcionarios de la Ford por complicidad con la dictadura genocida de 1976. ¡Daniel Hopen tenía razón!
Esa es la razón por la cual a mí se me ocurrió encabezar este libro sobre los problemas de la hegemonía y de la contrainsurgencia, tratando especialmente la cooptación de algunos segmentos de la intelectualidad de origen cubano, con una cita de aquel trabajo de Daniel Hopen que estuvo inédito hasta el año 2014. Recordemos que a Daniel Hopen y a su compañera de amor y de militancia, Moni Carreira, los secuestran, los torturan y los hacen desaparecer en 1976, con la dictadura cívico-militar del general Videla y el almirante Massera. Terroristas dirigidos por la embajada de Estados Unidos.
En la Universidad de Buenos Aires, muchos “progres” (falsos izquierdistas, asalariados y becados por el imperialismo), defienden a la Ford y atacan con crueldad a Daniel Hopen (¡a pesar de haber sido secuestrado y desaparecido!), pero nadie se animaba a publicar su crítica a la CIA. Nosotros la publicamos completa en 2014, en un libro que se titula Ciencias sociales y marxismo latinoamericano, donde reunimos varios trabajos críticos de la Fundación Ford y la CIA (allí escriben desde el sociólogo de EE. UU. James Petras hasta el investigador brasilero-francés Michael Löwy, una investigadora de Grecia, el antropólogo mexicano Gilberto López y Rivas y varios compañeros de Argentina).
En esta obra, Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia “soft”, utilizamos un fragmento de Daniel Hopen para encabezar el libro, a modo de homenaje a nuestros 30 000 compañeros desaparecidos y desaparecidas en Argentina, pero sobre todo rescatando esa crítica contra el imperialismo en el plano de la cultura, la investigación y las ciencias sociales.
El otro compañero, Haroldo Conti, era un poquito más grande de edad que Daniel Hopen pero formaba parte de la misma organización revolucionaria, insurgente, el Ejército Revolucionario del Pueblo (Daniel primero fue del ERP y luego del ERP-22 de agosto, otra insurgencia, también guevarista y defensora de la Revolución cubana). Si Daniel Hopen era de origen judío, Haroldo Conti era cristiano (incluso había estudiado para sacerdote). Pero ambos se vincularon a la insurgencia guevarista. Como Haroldo era un escritor de ficción, le ofrecieron participar de la Beca Guggenheim, otro de los instrumentos de cooptación que utiliza “la gran democracia del norte” (dicho irónicamente y con varios pares de comillas). Haroldo Conti había sido jurado del Premio Casa de las Américas. Más tarde ganó el Premio Casa de las Américas por una novela muy famosa, Mascaró, el cazador americano. Cuando le ofrecen participar de esa beca que otorgaba decenas de miles de dólares… ¿qué hace? ¿Cómo debe comportarse un escritor, un artista revolucionario? Pues Haroldo Conti, sin mucha retórica, y con toda humildad, sencillamente rechazó a los promotores de la Beca Guggenheim. Escribió una carta de rechazo muy respetuosa, sin insultar a nadie, pero clarísima. Allí les dijo:
No soy un hombre de fortuna, como tampoco lo son la mayoría de mis compañeros […] No reniego que en el orden personal, habría significado una gran oportunidad para mí […] Yo entiendo que no puedo hacerlo y que mi gran oportunidad en este momento es América, su pueblo, su lucha, la enseñanza y el camino que nos señalara el Comandante Ernesto Guevara. Por lo demás yo he sido Jurado de la Casa de las Américas en 1971, el mismo año en que usted me escribe, y considero que esa distinción que he recibido del pueblo cubano es absolutamente incompatible con una beca ofrecida por una Fundación creada por un senador de los Estados Unidos, o sea, no un hombre del pueblo norteamericano, sino del sistema que lo oprime y nos oprime.
De esa forma sencilla rechaza la manzana envenenada del dinero “altruista” del imperialismo.
Haroldo Conti y Daniel Hopen no eran dos “superhéroes” de las películas. Eran gente común y normal. Pero tenían las cosas claras y jamás dejaron que se les pierda la brújula de sus vidas. Por algo a Haroldo Conti también lo secuestran, torturan y hacen desaparecer en Argentina.
Esa es la razón por la cual comienzo el libro con dos fragmentos de Daniel Hopen y Haroldo Conti, ya que ambos, por vías diferentes, uno en el plano de las ciencias sociales, el otro en el ámbito de la literatura y de la escritura de ficción, rechazan los proyectos contrainsurgentes del imperialismo. Esos mismos proyectos, aparentemente “prolijos” y “altruistas”, que en 2020 y 2021 se pretenden naturalizar en algunos pequeños pero muy ruidosos segmentos de la intelectualidad cubana.
¿Cuáles son las instituciones contrainsurgentes que operan en la cooptación de intelectuales? Entre las fundaciones y las ONG (vinculadas con la inteligencia estadounidense de la CIA y otras agencias de espionaje menos renombradas del mismo país), que desde hace varias décadas ofrecen becas, viajes de estudio, “pasantías académicas”, abundante financiamiento para blogs, páginas de internet, publicación de libros, folletos y cuadernos de trabajo, proyectos de investigación, “laboratorios de ideas”, exposiciones de arte y otros mecanismos clásicos de cooptación político-ideológica de las juventudes estudiantiles y el campo intelectual, se encuentran las estadounidenses Ford Foundation (Fundación Ford, creada en 1936 por el gran admirador de Hitler, Henry Ford, autor del libro El judío Internacional), perteneciente a la empresa del mismo nombre, directamente caracterizada por Ángel Rama, Roberto Fernández Retamar, Fernando Martínez Heredia, Gregorio Selser y Daniel Hopen como una “tapadera de la CIA”); la Open Society Foundation (Fundación Sociedad Abierta), perteneciente al magnate de las finanzas George Soros, discípulo del marxista converso y cofundador del neoliberalismo Karl Popper); la USAID (United States Agency for International Development [Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional]); la NED (National Endowment for Democracy [Fundación Nacional para la Democracia]); la Carnagie Foundation (Fundación Carnagie); la FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales); la Rockefeller Foundation (Fundación Rockefeller, impulsada desde 1913); así como la John Simon Guggenheim Memorial Foundation (Fundación Memorial John Simon Guggenheim, fundada en 1937, que otorga las becas homónimas) y el Programa Fulbright patrocinado por el Bureau of Educational and Cultural Affairs (Oficina de Asuntos Educativos y Culturales) del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Estas son las más célebres. Hay muchas otras.
¿Por qué utilizo la expresión “naturalizar”? Porque se nos pretende convencer de que sería algo “natural”, absolutamente “normal”, incluso inexorable, recibir el dinero mugriento de la CIA y de todo el abanico de instituciones aparentemente “civiles” que la rodean como fachada, pues, se nos dice, “no habría otro camino”. Trabajar en el ámbito de la música, la literatura o las ciencias sociales financiados y subvencionadas, becados y becadas por esas instituciones del imperialismo…, sería… “¡lo más normal del mundo!”. Mentira absoluta. Falsedad completa.
¡Atención! No estamos pensando en recibir remesas de una tía que vive en otro país y ayuda a la familia, o un primo generoso que no se olvidó de sus orígenes y entonces envía alguna remesa para el cumpleaños de su sobrinito. No, estamos hablando de financimiento regular, sistemático y permanente de instituciones estatales (o paraestatales), contrainsurgentes, de la principal potencia político-militar del planeta, cuyos fines estratégicos abiertamente declarados apuntan a derrocar a la Revolución cubana. Una cosa es que te ayude tu tía o tu primo y algo absolutamente diferente es que seas un empleado de la CIA, la Ford, George Soros (o una becaria de las fundaciones de imperialismos europeos como la Fundación Ebert que se ha cansado de cooptar artistas, periodistas e intelectuales de Nuestra América a lo largo de décadas para domesticar, neutralizar y disolver las posiciones radicales).
Como Daniel Hopen y Haroldo Conti (¡entre muchísima otra gente querible, admirable, que siempre adoptamos como ejemplo!) se jugaron inclusive la vida en la denuncia de esas turbias prácticas de cooptación, y contribuyeron con todos sus saberes en la militancia antimperialista a escala continental, por eso encabezamos nuestro libro con escritos suyos.
A Daniel Hopen y a Haroldo Conti no los conocí personalmente porque a ambos los secuestraron, los torturaron y los hicieron desaparecer cuando yo era un niño, en 1976. Sucede algo distinto con el tercer compañero por el que me preguntas, el cubano Fernando Martínez Heredia. De Fernando fui amigo personal, además de compañero en la misma corriente política internacional, la que se referencia en Fidel y el Che.
A Fernando lo conocí en La Habana en pleno “Período Especial”, en enero de 1993. Mantuvimos una amistad a lo largo de un cuarto de siglo. Fui amigo suyo, hemos escrito juntos (por allí circula un libro con nuestros dos nombres sobre el marxismo y el socialismo). Le hice además varias entrevistas. La primera y más importante fue en 1993. Según me dijo él, era la primera entrevista que Fernando concedía luego de muchos años de silencio. Hablamos largamente de Pensamiento Crítico y el Departamento de Filosofía (sobre los cuales, años después, yo escribí un ensayo, bastante largo, publicado por CLACSO) y sobre todo de la Revolución cubana, su historia, su pluralidad, sus debates internos, sobre la lucha contemporánea desde una mirada antidogmática, abierta, pero profundamente antimperialista y anticapitalista. Fernando me llegó a regalar libros de pensamiento marxista armados por él que nunca circularon en Cuba. También tuve la oportunidad de presentarlo en la Universidad de Buenos Aires ante una izquierda argentina demasiado eurocéntrica que desconoce las complejidades de la Revolución cubana. Le publiqué trabajos suyos en revistas argentinas y organicé conferencias suyas en Buenos Aires. También publicamos folletos casi artesanales como su trabajo “Historia y marxismo”, con el cual presentamos su intervención en la UBA junto al movimiento juvenil argentino. Además, Fernando participó en el Seminario “El Capital”que yo coordinaba en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo.
Fernando me enseñó muchas cosas, no siempre “publicables” o de “buen gusto” para el progresismo ilustrado y bienpensante. Recuerdo, por ejemplo, que alguna vez me preguntó por los “escraches” a los torturadores de Argentina. Yo le conté la modalidad empleada por los organismos de derechos humanos argentinos (en particular de la agrupación HIJOS de desaparecidos), que como los tribunales oficiales dejaban a la mayor parte de los torturadores y violadores en libertad, con total impunidad, marchaban y se movilizaban a sus casas particulares y les tiraban pintura en la pared para que todo el barrio se enterara de que allí vivía un antiguo torturador y violador. Entonces Fernando me contó que en Cuba, antes del triunfo de 1959, cuando el movimiento popular y sobre todo juvenil detectaba la presencia de algún torturador militar o policial, iban dos jóvenes en motocicleta y directamente lo ajusticiaban. Ese era Fernando Martínez Heredia. ¡Tan lejos de la leyenda edulcorada y desabrida que algunos quieren ahora inventar… para autolegitimarse! Fernando Martínez Heredia era un revolucionario comunista de tiempo completo, siete días por semana, 365 días al año. No estaba “preocupado” por agradar ni caerle bien a alguna institución del imperio para que lo invitaran a viajar (recuerdo incluso que una vez nos invitaron a los dos a participar en Francia en un encuentro sobre el Che Guevara y Fernando directamente perdió el avión… Estoy seguro de que ni le interesaba. ¡Qué abismo frente a algunos arrastrados y serviles que con tal de que los inviten a un viajecito son capaces de humillarse hasta un límite inimaginable!).
Habría otros compañeros que no puse en el libro, argentinos que también fueron secuestrados y desaparecidos, como el escritor de ficción y periodista Rodolfo Walsh; también el cineasta Raymundo Gleyzer, sobre quien alguna vez le hice una entrevista a Alfredo Guevara, el presidente del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Raymundo Gleyzer también fue secuestrado y desaparecido.
En fin. Para mí Daniel Hopen, Haroldo Conti y Fernando Martínez, así como Raymundo Gleyzer, Rodolfo Walsh o Roque Dalton, entre tanta otra gente que quiero y admiro, son guías de inspiración. Si alguna vez me surge una duda, me pregunto: ¿Qué habrían hecho ellos?
Lo que los unía, con sus historias tan distintas, era el antimperialismo radical, desde una perspectiva revolucionaria. Para decirlo clarito y sin eufemismos: ninguno aceptó el sucio dinero yanqui, ni de la Fundación Ebert alemana. ¡Ninguno! Para todos ellos era impensable aceptar ese dinero.
Por eso, aprendiendo de esos ejemplos prácticos de gente de carne y hueso, entrañable y querida, me parece un disparate inaceptable y una verdadera traición que en el 2021 se pretenda naturalizar eso (como he visto en varios videos que circulan en las redes, ¡filmados por los propios protagonistas!, donde algunos cubanos se filman, “desafiantes” y “orgullosos” ante la camarita de su teléfono, diciendo que recibir dólares de la NED o de la OSF de George Soros —discípulo de Karl Popper— es lo más natural del mundo). Quien acepta ese dinero sucio que se haga cargo. Se llena de materia fecal desde el dedo gordo del pie hasta la cabeza. Lo he repetido muchas veces. No acepto que luego se “victimicen”, asuman la pose de “pobrecitos”, “perseguidos”, “incomprendidos”… si alguien los critica por trabajar a sueldo del imperialismo genocida, cuyo poder solo es comparable con el Tercer Reich.
Humildemente les daría un consejo: si tanto admiran al imperio norteamericano, ¿por qué no se van a vivir allá, limpian los inodoros de sus patrones, les sirven el cafecito y les lustran los zapatos con una sonrisa? La tradición del Tío Tom es muy antigua. Siempre ha habido sirvientes sumisos. No es un invento de Lenin y los bolcheviques. Recuerdo una de las últimas películas de Tarantino donde precisamente retrata a un esclavo negro de Estados Unidos que es el más cruel con sus propios hermanos y hermanas, siempre servil para humillarse ante su amo blanco, personaje detestable si los hay. La historia cuenta con sirvientes sumisos y también con rebeldes indomesticables. Prefiero quedarme con estos últimos, mis maestros.
Néstor, ¿por qué a Daniel Hopen le decían “El Cubano”?
De Daniel quedan pocas fotografías, quizás por haber militado en la clandestinidad una gran parte de su vida y porque los militares genocidas de Argentina, luego de secuestrarlo a él y su compañera, destruyeron su biblioteca. ¡Le tenían pánico a los libros marxistas! Una de las fotos más conocidas que se conservaron es aquella en la cual Daniel estaba en La Habana. Su hermana me dio otras fotos muy jovencito, irreconocible, siendo un adolescente. ¿Por qué le decían “El Cubano”? Creo que hay que plantearlo abiertamente y sin ninguna vergüenza ni complejo de inferioridad. Cuba y la Revolución cubana ayudaron durante décadas a los revolucionarios y a las revolucionarias de todo el mundo, desde las Panteras Negras de Estados Unidos, a todos los movimientos revolucionarios de África y a todas las insurgencias de América Latina, incluidas las de Argentina. ¿Cómo los ayudó? En todos los planos. Lo que más se conoce son los médicos y médicas…, los maestros y maestras…, los libros de Cuba…, pero también los ayudó en la lucha revolucionaria. Entonces Daniel Hopen se fue a entrenar a Cuba en técnicas clandestinas de lucha insurreccional. Él era un gran defensor de la Revolución cubana, al punto que sus compañeros lo llamaban “El Cubano”.
“La historia cuenta con sirvientes sumisos y también con rebeldes indomesticables. Prefiero quedarme con estos últimos, mis maestros”.
Izquierda revolucionaria e “izquierda” de gelatina
Estamos leyendo tu libro. Hubo algo que me llamó mucho la atención. En un momento te refieres a la creación artificial de una “jabonosa y falsa izquierda”. Una izquierda no revolucionaria. Una izquierda que no necesariamente es antimperialista. Todos aquí en Cuba sabemos que los que pretenden minar la hegemonía socialista de la Revolución cubana intentan presentar unas izquierdas lights, unas izquierdas que están dispuestas a negociar, a pactar, a dialogar, con sectores frente a los cuales tradicionalmente la Revolución cubana, los revolucionarios y las revolucionarias cubanos, nunca han pactado o nunca han negociado. ¿Qué opinas sobre esa creación artificial de esta falsa izquierda, de esta izquierda jabonosa, de esta izquierda no revolucionaria que tú estás viendo en Cuba y en América Latina?
Sí, yo hice incluso un video donde utilicé otra expresión: me referí a una “izquierda” gelatinosa. Es una “izquierda” muy suavecita, que no molesta a nadie. En el fondo es una “izquierda” con muchas comillas, con demasiadas comillas.
Pienso que es un proceso que no solo se intentó fabricar en Cuba. También se hizo en varios otros países y latitudes. Tanto en el libro como en una entrevista que me hizo el compañero Rodolfo, de la revista Contexto latinoamericano, así como también en un video que armé sobre este tema, traté de recomendar un libro maravilloso que leí hace muchos años. Se titula La CIA y la Guerra Fría cultural ([2001] Madrid, Debate). Su autora es una investigadora de Inglaterra, Frances Stonor Saunders. Creo que proviene del mundo de las letras, de la literatura. ¡Una obra formidable! Hace unos veinte años se publicó en Cuba con el prólogo de Ricardo Alarcón ([2003] La Habana, Ciencias Sociales). Además se consigue en internet. Si uno pone en un buscador “La CIA y la Guerra Fría cultural en pdf”, se puede descargar el libro gratis. Existe además otra compañera, argentina, María Eugenia Mudrovcic, que publicó el libro “Mundo Nuevo”: Cultura y guerra fría en la década del 60 ([1997] Rosario, Beatriz Viterbo Editora). Ambas han hecho investigaciones rigurosas. El más famoso es el libro de Stonor Saunders porque estudia principalmente del caso europeo. Allí aparecen nombres célebres como Sartre, Simone de Beauvoir. Y entonces nos enteramos de que la CIA los tenía como enemigos a muerte porque defendían a Cuba, así como defendían a Argelia y toda la lucha del Tercer Mundo. Stonors Sounders describe los mecanismos que utilizaba la inteligencia norteamericana para contrarrestar todos los proyectos revolucionarios. Uno de esos procedimientos consistía en reclutar gente… ¿Con qué mecanismos? Fundamentalmente con mucho dinero. Por eso el título original en inglés es ¿Quién paga la cuenta? Ella pregunta con mucha ironía: se hacían eventos en hoteles cinco estrellas con una comida formidable, viajes en barcos lujosos, vacaciones en lugares exclusivos, y estos intelectuales nunca preguntaban… ¿quién paga la cuenta?, ¿quién pone el dinero de todo ese lujo? El dinero lo aportaba la CIA. La autora lo demuestra porque entrevistó a una cantidad abrumadora de exagentes ya retirados. Estos antiguos agentes se envalentonaban, se hacían los bravucones, y contaban sus supuestas hazañas de cómo habían creado diversas instituciones culturales aparentemente “progresistas”, supuestamente “de izquierda” (varias comillas, por supuesto), para contrarrestar a la izquierda revolucionaria que lucha por el socialismo. Porque si uno se presenta frente a la izquierda con un discurso de la extrema derecha, como es el de los gusanos de Miami, bueno, creo que en general el común de la población, por lo menos hasta ahora fue así, lo va a mirar con desconfianza. O si aparece un tipo que reivindica abiertamente a Adolfo Hitler o que piensa que a la gente afrodescendiente hay que matarla, como hacen habitualmente en los Estados Unidos (el último caso célebre fue cuando un policía le pone una rodilla en el cuello a un ciudadano común por ser afrodescendiente y lo asesina lentamente, a la vista de todo el mundo, para que la gente “aprenda” y por lo tanto obedezca y no se rebele); cuando uno viene con ese discurso extremista de la ultraderecha… es poco creíble. Ahora bien, si el que se acerca dice que es más o menos “socialista”, que es más o menos “progresista”, que defiende la causa popular, entonces se torna más creíble. En esos casos, los sectores populares y juveniles quizás le presten oídos o lean más atentamente lo que escribe, porque… aparentemente quien formula y emite esos discursos sería un integrante de nuestra familia. Esos mecanismos de crear e incentivar supuestas “izquierdas” anticomunistas los ha empleado el imperialismo desde hace décadas. Los dos libros complementarios, el de Stonors Sounders y el de Mudrovcic (centrado en la CIA y América Latina), así lo demuestran.
El imperialismo, con mucha sutileza y no poca astucia, ha tratado de fabricar “izquierdas” anticomunistas. A mi modesto entender una izquierda anticomunista no es izquierda. Sería como afirmar: “Yo soy cristiano pero… escupo sobre Jesús”. Bueno, entonces… no eres cristiano, ¿no es cierto? O sostener lo siguiente: “Yo defiendo al pueblo negro pero… estoy en contra de Martin Luther King, detesto a Malcolm X, odio a Angela Davis, combato contra Nelson Mandela”. ¡Curiosa defensa del pueblo negro! Y así de seguido…: “Yo defiendo a los pueblos indígenas, a los pueblos originarios, pero… escupo sobre la memoria de Tupac Amaru, y considero que Tupac Katari es simplemente un bribón y un asesino”. Sería una defensa un tanto “rara” y demasiado “exótica”, ¿no es cierto?
En este caso, ¿puede haber una “izquierda” cuyo objetivo prioritario sea la lucha y la confrontación contra la tradición comunista (en cualquiera de sus vertientes)? A mí me parece una contradicción en los términos. Pero la historia nos ha demostrado que es un proyecto vital y estratégico del imperialismo crear corrientes de opinión de este género. Corrientes de opinión aparentemente “progresistas” que defienden un capitalismo verde (es decir, un “ecologismo” pro capitalista); un capitalismo violeta (o sea, un “feminismo” que defiende “el empoderamiento de las mujeres empresarias”); una socialdemocracia que legitime los bombardeos de la OTAN y el Pentágono (pues, como se ha escrito por allí, “los bombardeos de la OTAN salvan vidas”). Los capitalismos verdes, violetas y rosados o amarillos… son capitalismo. El imperialismo “con rostro humano” es un cuento más infantil que el de los reyes magos.
El imperialismo cuenta con toda una serie de instituciones paraestatales (no tienen en la frente el sello de la CIA ni de la Agencia Nacional de Seguridad, pero todo el mundo sabe que son departamentos dependientes de esas instituciones) destinadas a drenar millonarias sumas de dinero en tareas de contrainsurgencia para minar por dentro los proyectos populares y revolucionarios.
En el caso cubano, el Estado norteamericano destina abiertamente parte de su presupuesto estatal (es decir, que no tiene absolutamente nada que ver con la famosa “sociedad civil”) para crear, artificial e industrialmente, “laboratorios de ideas” (el solo nombre genera risa) de donde surjan, por fin, personajes que se vendan en el mercado de las ideologías como una “izquierda no fidelista”, una “izquierda anticomunista”, una “izquierda contra el Che Guevara y Fidel Castro”, etc. ¿Contra Fidel y el Che? Sí, no se animan a formularlo abiertamente, pero subrepticiamente se esfuerzan por asociar a Fidel y al Che con todo lo “maligno” y demoníaco, con algo “totalitario” y monstruoso, con momias de museo que ya quedaron, supuestamente, en el pasado. ¿Cómo podríamos renovarnos? ¡Pues abrazándonos, en nombre del “pluralismo”, con los gusanos de Miami! Si “Cuba es de todo el mundo”, entonces me tengo que revolcar en el barro y en el lodo con los terroristas que pusieron una bomba en un avión civil, con los que hicieron explotar bombas en hoteles donde simples turistas fueron despedazados. ¡Habría, entonces, que dejarles en la televisión, en la radio y en los periódicos un espacio a quienes promueven una invasión y un bombardeo de Cuba por parte de las Fuerzas Armadas norteamericanas!
¿Te imaginas si alguien en Argentina me invitara a ir al cine y tomar un cafecito con quienes torturaban y violaban mujeres embarazadas y les robaban sus bebés, o con quienes aplicaron electricidad en los genitales a Daniel Hopen, a Raymundo Gleyzer, a Haroldo Conti? ¡Por favor! Quien propusiera eso sería, sencillamente, un apologista del terrorismo de Estado. Si en Cuba alguien está proponiendo eso mismo… ¿Cómo llamarlo? ¿Cómo caracterizarlo? Que lo decida el pueblo cubano.
¿Entonces puede haber una supuesta “izquierda” que me llame al diálogo y al abrazo con los terroristas de Miami? Disculpas, pero a mí me resulta como mínimo sospechoso. Recuerdo que hace menos de un año (fines de 2020), en Miami propusieron reemplazar el 10 de diciembre como Día Universal de los Derechos Humanos por el “Día Universal de la Lucha contra el Comunismo”. Eso no lo dijo Hitler hace ochenta años, pasó hace menos de un año en Miami. Si alguien que se dice de izquierda me invita a abrazarme con esa gente a mí me resulta bastante “raro”, ¿no es cierto?
Entonces esa supuesta “izquierda” (dejando provisoriamente de lado que trabajan en forma asalariada de Estados Unidos y viven del dinero de la contrainsurgencia), tomando en cuenta exclusivamente su ideología y su concepción del mundo, en el sentido de Gramsci, me parece que es bastante poco izquierda. No solo es parecida a la gelatina por la laxitud (y el oportunismo) de sus orientaciones políticas y la escandalosa flexibilidad de sus principios éticos, no solo es jabonosa porque es resbaladiza. Si además pretende ser de izquierda pero va contra el comunismo y todo lo que esté asociado al socialismo y al comunismo lo visualizan como mala palabra; todo lo que tenga una referencia cercana a Fidel Castro lo califican automáticamente como algo maligno y “totalitario”, y por lo tanto… idealizan la Cuba previa a 1959, bueno, esa supuesta “izquierda” para mí no tiene ni siquiera rastros o sombras de izquierda. Una izquierda genuina no se puede abrazar con la ultraderecha, si no, no es izquierda. No hay que aspirar al Premio Nobel para comprenderlo y darse cuenta.
“El imperialismo, con mucha sutileza y no poca astucia, ha tratado de fabricar ‘izquierdas’ anticomunistas”.
El pluralismo inclusivo de la Revolución cubana
En Cuba hemos debatido mucho sobre todo este espectro grande que tiene la izquierda, y qué significa ser revolucionario, revolucionaria; qué significa en Cuba ser comunista. Obviamente, hay diversidad: la sociedad cubana es heterogénea, y dentro de la izquierda, por supuesto, hay matices.
Pero cuando tú hablabas de esto, de la izquierda gelatinosa, pensamos en Fernando Martínez. Jaime lo escribió en el chat. Allí Fernando Martínez dice: “Yo digo muy claramente, no hay nada intermedio, creer que hay algo intermedio es confusión, se trata de capitalismo o de socialismo”. Creo que ese es un debate muy interesante que se está dando sobre todo entre la juventud en Cuba. Esta izquierda gelatinosa puede ser atractiva…, se vende en las redes sociales…, hay intelectuales cubanos y cubanas que de alguna manera están tratando de venderse como izquierda. Por ejemplo, La Joven Cuba. Quizás tú conozcas esa plataforma digital. Nosotros aquí le decimos La Vieja Cuba. Se disfrazan de izquierda, hablan de socialismo, pero cuando realmente lees entre líneas lo que allí se puede ver es una socialdemocracia, quizás una posición republicana. Para el futuro de Cuba algunos de ellos hablan de un multipartidismo, de crear mecanismos de democracia burguesa. Y con esto quiero pasar al tema de la disidencia.
En el libro haces referencia a una disidencia que posa de socialdemócrata, de republicana, de manera algo tramposa, ¿no es cierto? Quienes quieren destruir el proceso revolucionario en Cuba nos están tendiendo trampas. Sobre todo en algunos líderes recientes, jóvenes… En un momento quiero darle la palabra a Barbarroja, quien ha seguido mucho el caso de Yunior García. Ayer [21/9/2021] justamente Yunior García Aguilera hizo una solicitud para pedir permiso y realizar una marcha no solamente aquí en La Habana, sino creo que en todo el país.
Háblanos de esa parte del libro en que te refieres a la disidencia cubana, y qué trampas nos pueden traer los disfraces de esta disidencia cubana, que no es la disidencia recalcitrante que hemos visto de los terroristas de Miami, sino una disidencia mucho más soft. Cuéntanos un poquito sobre eso.
¿Puede haber matices en la izquierda? ¡Por supuesto que sí! Recuerda que soy argentino… En Argentina circulan frases un tanto irónicas en el campo popular y revolucionario, con las cuales nos reímos de nosotros mismos (algo que jamás puede hacer la derecha a nivel mundial, y en el caso cubano, los gusanos jamás tienen humor con su propio campo). Una de ellas dice: “Todo izquierdista se divide por dos” [risas]. En Argentina hay infinidad de grupos de izquierda…, estamos muy habituados a los matices. No solo “puede”, de hecho hay pluralismo dentro de la izquierda, por supuesto, y está muy bien que lo haya. No es un fenómeno exclusivo de Argentina.
Cuando fui a Cuba por primera vez y conocí a Fernando Martínez Heredia le hice esa entrevista titulada “Cuba y el pensamiento crítico” (se puede conseguir y leer en internet la entrevista). Fernando fue muy claro. Dentro de la historia de la Revolución cubana ha habido matices, han existido corrientes diferentes. Me animaría a decir que desde los inicios de la Revolución cubana, triunfante en 1959, el proceso social y político revolucionario se nutrió de corrientes diferentes.
La Revolución cubana es una Revolución pluralista desde su mismo nacimiento. Desde el mismo hecho que nunca hubo una sola corriente. Existía el Movimiento 26 de Julio, que ya de por sí tenía un montón de matices internos y de polémicas internas, ¿no es cierto? Discutían los de la Sierra y el llano, los urbanos y los rurales. Y al interior de estos campos también existían discusiones, polémicas, cartas que hoy conocemos (recuerdo una discusión interesantísima entre Armando Hart Dávalos y el Che Guevara, por carta, debate que en su momento me mostró Armando Hart, amigo, compañero y admirador del Che y de Fidel). Existía también el Directorio Revolucionario. También participaba el antiguo Partido Socialista Popular, que era muy anterior al liderazgo de Fidel. Algunos tenían origen cristiano, otros tenían orientación marxista, también participaban corrientes vinculadas al nacionalismo popular y revolucionario, otra gente que provenía de religiones afrodescendientes. Todos ellos y ellas convergieron en un proceso de unificación.
Uno de los elementos de discusión fuerte y actual sobre Cuba es: ¿cómo que hay un partido único? ¡Pues entonces habría algo así como “una dictadura totalitaria”! ¿Será cierto? Me parece que los que afirman con mucha liviandad eso desconocen lisa y llanamente el proceso histórico a partir del cual se llega a conformar lo que se conoce posteriormente como Partido Comunista. Esta organización no se conformó desde el inicio. Al comienzo se llamó ORI, Organizaciones Revolucionarias Integradas, con la letra “s”, en plural. ¿Se entiende? Existían varias organizaciones, diferentes, no solo con matices sino incluso con tradiciones distintas. ¿Por qué se llamaron “integradas”? Pues porque lograron articularse, no sin tironeos, polémicas ni problemas. Recuerdo que Fidel criticó mucho el sectarismo de un grupito que le costaba mucho integrarse con otras corrientes. Pero lograron poner en común lo que compartían y dejaron de lado lo que las enfrentaba. Luego ese agrupamiento diverso adoptó otro nombre: el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, es decir, un Partido que trató de poner en común los elementos de unidad siguiendo las enseñanzas de Martí. No el “Martí” caricaturesco y bizarro de la tragicómica “Radio Martí” de La Florida; sino José Martí, la figura histórica real que escribió Nuestra América y organizó el núcleo principal del partido de la independencia de Cuba, frente al colonialismo español y frente al imperialismo yanqui. Entonces el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba agrupó vertientes distintas, corrientes diversas, incluso con periódicos diferentes. Muchas polémicas, discusiones, debates. Quien quiera hablar, escribir u opinar sobre la Revolución cubana se tiene que tomar, sí o sí, el trabajo de conocer ese proceso. Finalmente, si no recuerdo mal, como seis años después de triunfar, recién allí se nombran como comunistas. Tardaron más de un lustro, habiendo ya triunfado, habiendo derrotado a la policía, a los torturadores y al ejército de la dictadura; habiendo derrotado una invasión mercenaria preparada por el imperialismo de Estados Unidos; habiendo superado una crisis nuclear que casi hace volar hacia el universo al planeta entero; recién después de todo ese proceso, adoptan la decisión de conformar una organización unitaria con el nombre “comunista”.
Yo no soy cubano. Hablo y escribo humildemente, desde afuera de la pequeña isla. No desde Miami (nave madre de la gusanería y el pulpo de muchos brazos, cabezas y máscaras de la contrainsurgencia, financiada 100 %, en todas sus vertientes, por el complejo militar-industrial del Estado yanqui), ni desde Madrid (donde algunos intelectuales de la socialdemocracia de la OTAN pretenden “dar cátedra” al pueblo de Cuba), ni desde Berlín (desde donde las fundaciones alemanas financian con enorme cantidad de euros las ONG anticomunistas y macartistas); sino desde Argentina, un país latinoamericano y “sudaca”, del Sur global. Lo que afirmo está basado en lo que investigué durante muchos años, en los libros que he leído (y escrito), en infinidad de entrevistas que realicé a mucha gente. Y, además, en el honor que he tenido de haber podido conocer, dialogar y conversar personalmente sobre estos temas con Fidel Castro.
Entonces, según mi modesta opinión, en Cuba no había ni hay un solo Partido autocrático. Una “dictadura totalitaria” de un loquito suelto, un “déspota” caprichoso y delirante, típico de las películas macartistas a las que nos tiene acostumbrados el sistema de propaganda de Hollywood. No, en realidad, la historia cubana es muy diferente a esas caricaturas de la guerra fría y las operaciones de guerra psicológica. El Partido Comunista que nace seis años después de haber triunfado, luego de una guerra revolucionaria de masas y una lucha democrática contra la dictadura militar apoyada por Estados Unidos, es una organización popular y un partido-síntesis. ¿Por qué “síntesis”? Pues porque logra articular corrientes diversas, diferentes, plurales, que no solo tienen matices sino incluso opiniones y creencias muy diferentes en cuanto a la historia nacional, a la historia de América Latina, a la manera de entender la cultura revolucionaria, el modo de interpretar el marxismo, etc. Corrientes, tendencias y vertientes que logran unificarse. Ustedes en Cuba tuvieron “la suerte” (en realidad no es “suerte” sino un logro político y un gesto de lucidez estratégica) que no tuvimos nosotros, en el Sur de Nuestra América. Pues en muchos países y sociedades de Nuestra América no hemos podido articularnos y unir nuestras diferentes rebeldías. Por eso el imperialismo y sus peones locales nos derrotaron y nos “pasaron por arriba”, nos aniquilaron como fuerza política.
En cambio, en Cuba existió un liderazgo encabezado por Fidel, que logró extraer de cada corriente lo mejor…, acercarlas… Convengamos en que Fidel no es Dios y nunca pretendió serlo. Por eso, al partir de la vida terrenal, no dejó monumentos grandilocuentes o edificios, avenidas y ciudades con su nombre, como hicieron otros líderes lejanos.
Fidel tuvo una estatura política impresionante, ¿verdad? No hace falta que yo se los explique a ustedes, que saben mucho más de esto que nosotros. Pero recordemos, para la gente más joven, que Fidel logró influir, convencer y persuadir para dejar a un lado muchas mezquindades (que siempre aparecen en los procesos políticos, porque los seres humanos somos seres imperfectos, si no seríamos “ángeles”). Se puso por encima incluso de quienes lo habían criticado duramente. Algunas de estas corrientes lo habían cuestionado de modo ácido cuando intenta tomar por asalto, con sus compañeros y compañeras, el Cuartel Moncada… Se lo pregunté personalmente a Fidel. No me “guardé” nada. Le hice algunas preguntas incómodas porque quería (y quiero) saber la verdad. Me contestó pausadamente, con mucha altura y enorme sabiduría. Fidel trató de dejar a un costado todo lo que dividía y en lugar de quedarse fijado y obsesionado con las mezquindades (como suele pasar habitualmente), logra rescatar lo mejor y más valioso de cada corriente. De allí que haya podido aglutinar y articular las diversidades, agrupando a todos y todas quienes ayudaron en la lucha popular. Desde los que fueron la vanguardia hasta los que acompañaron sin ser de la vanguardia. Fidel trató de unir a todo el mundo que compartía un cambio de fondo en la Cuba neocolonial sabiendo que en el campo revolucionario existían muchos matices distintos. Y no solo matices. Existía una pluralidad desde su misma gestación en la conformación del proceso revolucionario. Fidel y toda la dirección política que lo acompañó en esa difícil tarea, con mucha paciencia y enfrentando diversos sectarismos (por un lado los estalinistas rabiosos, por el otro lado los anticomunistas fanáticos, etc.) lograron conformar una organización unificada.
“Tenemos que tener una política cultural que aliente e incentive los valores solidarios, la generosidad, la amistad, la lealtad, el altruismo; que combata el egoísmo, el individualismo y el consumismo que nos pretenden vender desde el ‘american way of life’”.
Por eso, ante estos debates (que siguen siendo actuales), en lugar de hacer un fetiche artificial del “Partido único en Cuba”, a mí me gusta mucho más reflexionar y constatar que en Cuba de lo que se trata es de un Partido que se conforma desde la articulación y la unificación como un Partido-síntesis. Porque eso es lo que ha sucedido en la historia terrenal y mundana. La “historia empírica”, como dirían quienes se dedican profesionalmente a la historia y a estudiar los procesos sociales y políticos.
La articulación de corrientes culturales y políticas distintas que logran acercarse y vincularse hasta converger en una organización unificada (para enojo y rabia del imperialismo que siempre, toda la vida, nos quiere dividir, fragmentar y enfrentar a unos con otros… Incluso han creado una ideología llamada posmodernismo —nacida inicialmente en Francia como producto de una derrota popular de la izquierda; adoptada, reciclada y difundida luego desde los núcleos duros y más conservadores de la Academia de Estados Unidos— que hace el culto del fragmento y predica tramposamente la dispersión y fragmentación del campo popular como “el mejor de los mundos posibles”). Al imperialismo le encantaría que en Cuba esa organización popular que encabezó Fidel se dividiera y fragmentara, estallando en 25 guetos disgregados, inconexos y enfrentados entre sí (con los discursos más coloridos y estrafalarios posibles; cuanto más “novedosos” suenen, mejor, pues así lograrían mayor seducción y penetración en las franjas sociales, territoriales y generacionales menos politizadas).
¿Para alimentar “el pluralismo” y “ampliar derechos”? ¡De ninguna manera! ¡Obviamente que no! ¡Todo lo contrario! El objetivo real de esa prédica es absolutamente inverso: la división, la dispersión y la fragmentación del tejido social y político cubano permitiría que ellos entraran a dominar en Cuba como un cuchillo en la mantequilla. Esa fragmentación política y la ruptura de la unificación de las organizaciones sociales cubanas, trituradas y molidas en un centenar de ONG, garantizarían que la burguesía lumpen, mafiosa y gusana de La Florida y sus amos imperiales recuperen con enorme revanchismo sus antiguas empresas y retomen, por fin, el timón del barco, restaurando y reinstalando el capitalismo neocolonial en la Mayor de las Antillas sin nadie enfrente con la suficiente fuerza política ni cohesión social para oponérseles. ¿Se entiende? Por eso invierten tanta plata, tanto dinero, en fabricar artificialmente un archipiélago de infinitos fragmentos dispersos (mediante las ONG cocinadas y producidas en serie como chorizos, blogs de internet “de izquierda” [miles de comillas] variopintas, pero invariablemente anticomunistas, asociaciones aparentemente “civiles” (no financiadas por el Estado cubano, por supuesto, sino por el Estado norteamericano o el Estado alemán, etc.), aprovechando toda ocasión para demonizar y satanizar la unidad del campo popular y revolucionario. Todo lo que suene o huela a socialismo, comunismo y unidad popular, los títeres rentados y las becarias asalariadas del imperialismo lo demonizan y lo pintan automáticamente como un “monstruo” de las películas de terror (un “Leviatán” barroco, absolutista y atemorizante). Todo lo que tenga que ver con el Estado cubano sería, por definición axiomática, “malísimo”… desde ya. Sin embargo, si el dinero y financiamiento de esas instituciones proviene de otro Estado que no sea el cubano, es recibido con los brazos abiertos, las pupilas dilatadas y la mandíbula caída. Dividir entonces y astillar al máximo al campo revolucionario es el gran negocio y la estrategia principal del imperialismo. En Argentina y en muchísimos otros países dependientes, sometidos al “Gran Vigía de Occidente”, hemos padecido esa estrategia contrarrevolucionaria desde hace décadas. Por eso conocemos sus estafas, sus mañas y sus artilugios con lujo de detalles.
Ahora bien. Si en su historia de varias décadas (con el nombre de comunista y bajo el liderazgo político de Fidel) el partido cubano resultó ser un Partido-síntesis, ¿cómo imaginar, pensar y planificar el futuro? No soy quién para enviar recomendaciones, sugerencias y menos que nada, recetas. El viejo historiador marxista argentino, el profesor Rodolfo Puiggrós (exrector de la Universidad de Buenos Aires-UBA y además dirigente de una de las principales insurgencias político-militares de Argentina, a quien le asesinaron un hijo bajo la dictadura genocida del general Videla… un hombre que falleció, dicho sea de paso, en la Habana…) alguna vez escribió algo formidable. Dijo Puiggrós: como los argentinos no hemos podido tomar el poder en nuestro propio país y hacer nuestra propia revolución socialista, vamos por el mundo inspeccionando revoluciones ajenas. Obviamente lo expresó con su típica ironía argentina. Y se refería específicamente a algunas corrientes que viven criticando otras revoluciones pero en Argentina jamás se han lanzado seriamente a la lucha por el poder. Para mí aquella advertencia del profesor Puiggrós me resulta iluminadora. No obstante, como siento a la Revolución cubana desde el corazón y además la considero una columna fundamental de la resistencia de la Patria Grande frente al imperialismo, comparto simplemente algunas opiniones. No escondo ni disfrazo mi punto de partida. Lo hago explícito porque siento orgullo de defender la causa mundial de los humildes y lo que una famosa canción denomina “los condenados de la Tierra”. Hablo, escribo y opino desde la solidaridad internacionalista, desde la Argentina “sudaca”, latinoamericana y tercermundista. Sin visa norteamericana en el bolsillo ni financiamiento de ninguna ONG “altruista y desinteresada”. Como a Daniel Hopen o Haroldo Conti, a mí nadie me escribe “el libreto”.
¿Cómo renovar la hegemonía socialista de la Revolución cubana, ahora que, físicamente, ya no está Fidel entre nosotros y nosotras? Pues recreando su ejemplo y su lucidez política. Es decir, uniendo las diversas expresiones del campo popular cubano, articulando en un mismo haz multicolor todas las expresiones culturales que comparten el antimperialismo, que aunque tengan opiniones diferentes frente a algunos temas, comparten la necesidad de persistir en la autodeterminación nacional y popular de Cuba como país soberano, independiente del imperialismo y como sociedad que intenta resistir con un proyecto de justicia social en medio de una crisis capitalista de dimensiones mundiales (más aguda todavía que las crisis de 1929, 1974 y 2008). La renovación de la hegemonía socialista cubana necesariamente debe integrar, articular e incluir a la inmensa mayoría del pueblo cubano. No solo al núcleo marxista radical, militante, convencido de la lucha por el socialismo y el comunismo hasta las últimas consecuencias. También a vertientes, corrientes y tradiciones que quizás no conozcan El Capital de Marx ni hayan estudiado las Obras Completas de Lenin, pero coinciden y desean la independencia de Cuba y anhelan un futuro más justo y solidario para la humanidad. Hay que esforzarse por seguir uniendo, acercando, tejiendo nuevas redes (una y otra vez, sin cansarse nunca), articulando las diversidades, apuntando siempre a la síntesis integradora e inclusiva.
“¿Cómo renovar la hegemonía socialista de la Revolución cubana, ahora que, físicamente, ya no está Fidel entre nosotros y nosotras? Pues recreando su ejemplo y su lucidez política”.
¿Incluyendo a todo el mundo? En mi modesta opinión, no; definitivamente, no. ¡No a todo el mundo! La pequeña y microscópica minoría que vive del dinero sucio del imperialismo (insisto para que no haya confusiones: no de la ayuda generosa de la tía, de la solidaridad del primo o las remesas de un hermano, sino quienes reproducen su vida a partir del salario que reciben de instituciones contrainsurgentes y contrarrevolucionarias), esa minoría no puede ser incluida. No podemos ser amigos ni amigas de todo el mundo. Ya lo escribió Sigmund Freud: “quien ama a todos, no ama a nadie”. La unidad inclusiva de la Revolución cubana, integradora y articuladora, la nueva síntesis que recree y reconstruya la hegemonía socialista debe ser lo más amplia posible, pero teniendo en claro una línea de demarcación que no se puede violentar ni cruzar. Quien trabaje para el imperialismo (tenga la careta que tenga, abiertamente terrorista o “amable, perfumada y educada”) y elabore “laboratorios de ideas” para derrocar la Revolución cubana… no es un amigo. No es una compañera. No integra nuestra “familia”. Forma parte del enemigo. Si no se tiene en claro esa línea de demarcación, a veces muy delgada y compleja (porque quizás se trate de alguien conocido, un vecino, una antigua amiga, un viejo compañero que cruzó el charco y se pasó al bando contrario), estamos perdidos. La unidad revolucionaria, como nos enseñó Fidel, debe incluir a todos y todas… los que no están contra la revolución. Si alguien no es revolucionario, le importa poca cosa la defensa del mundo indígena en Nuestra América o no siente la mínima sensibilidad frente a la explotación y humillación de los pueblos africanos, pero no trabaja directamente al servicio del imperialismo ni se pone a disposición de la contrainsurgencia, no se convierte automáticamente en un enemigo. Hay gente que quizás hoy no siente simpatías bien definidas ni efusivas por la tradición de lucha revolucionaria mundial, pero tal vez en el futuro pueda cambiar de opinión. No hay que “regalar” ni empujar esa gente a la mafia terrorista de Miami. Una política inteligente y lúcida debe esforzarse por tratar de persuadir, convencer, atraer a quienes no están convencidos 100 %. ¡Recordemos que ni siquiera Marx nació comunista! En su primera juventud sentía distancia y hasta desconfianza frente al comunismo de su joven amigo Engels. Tampoco Ernesto Guevara era un militante revolucionario desde la escuela secundaria. La gente puede cambiar. Y tenemos que tener una política cultural que aliente e incentive los valores solidarios, la generosidad, la amistad, la lealtad, el altruismo; que combata el egoísmo, el individualismo y el consumismo que nos pretenden vender desde el “american way of life”. Ahora bien. Quien se puso al servicio del imperialismo en lo ideológico e incluso reproduce su vida cotidiana con dineros sucios de la contrainsurgencia, necesariamente queda fuera de “la familia” revolucionaria. Quien elija trabajar al servicio de la contrarrevolución, en mi modesta opinión, es parte del enemigo. Como mínimo, hay que cuestionarlo, discutirle, responderle, no dejarle pasar nada. No podemos confiar en el imperialismo… “pero ni un tantico así”, advirtió alguien por allí, ¿no es cierto? Frente al enemigo hay que polemizar, hay que responder, hay que confrontar. ¡Sin ningún complejo de inferioridad! ¡Sin vergüenza alguna! Con el orgullo de nuestra historia, con la memoria de todas las generaciones heroicas que nos antecedieron y que dieron su vida por un mundo mejor.
Pasando a la otra parte de tu pregunta. Mencionaste ese blog, ese sitio en internet, La Joven Cuba. No lo he leído mucho y te confieso que no me interesa detenerme allí. Porque lo poquito que leí era de bajísima calidad. No me interesa perder el tiempo leyendo pasquines de ese tipo. Pero sí he leído una declaración en el Facebook de la directora o la subdirectora, porque creo que el director de ese blog está en Washington, ¿no?, si no recuerdo mal.
Está becado en Nueva York. Se llama Harold Cárdenas. Tiene una coordinadora editorial que es de Matanzas, Alina Bárbara.
Entonces me funciona la memoria, estaba en lo correcto. Me enteré que el director vivía en Estados Unidos. Me parece demasiado poco serio, ¿no? ¡Una revista digital “cubana” cuyo director opera desde… Estados Unidos! Disculpas. Pero me parece un chiste de mal gusto. Me suena a un programa cómico. En fin. Sin faltar el respeto, leí que esa coordinadora editorial llegó a escribir un texto… con un nivel de arrogancia…, con un grado de petulancia…, que me generó vergüenza ajena. Adoptó un fragmento que tenía no más de tres o cuatro renglones del año setenta y pico, creo que era de 1975 o 1976. Entonces tomó un documento aislado (absolutamente descontextualizado, violentando las reglas elementales de la hermenéutica) del partido cubano y extractó tres o cuatro renglones. Y a partir de allí dedujo (¡vaya a saber uno con qué reglas lógicas!) como conclusión general que este partido… no único, diría yo, sino partido unificado, que se ha nutrido de corrientes muy diferentes (que siguen existiendo y conviviendo hasta el día de hoy con matices distintos… quien conozca Cuba y haya participado de un debate político en Cuba, sabe perfectamente que esas corrientes siguen vivas, están unidas y articuladas, por suerte el imperialismo no logró fragmentarlas, ¡por suerte!, como sí logró en otros países y por eso cayeron derrotados, pero evidentemente siguen vivas esas tradiciones que conviven, ¿verdad?); entonces esta editora de La Joven Cuba afirma que el partido cubano “jamás [sic] ha sido marxista”. ¡Jamás! Cuando leí eso… no sabía si reír o llorar. ¡Pero qué nivel de ignorancia! ¡Qué grado de petulancia! Quiero creer que escribe eso por ignorante, arrogante y soberbia, no porque recibe dinero del imperialismo. ¡Quiero creer eso! Y si en realidad escribe eso para quedar bien con sus “mecenas” y “patrocinadores”, incluyendo a su jefe de redacción que opera desde Estados Unidos…, lo dejo provisoriamente a un costado. Me quedo exclusivamente con el contenido de lo que afirma, para poder analizarlo.
Si fuera cierta su aseveración, entonces Fidel Castro nunca supo nada de marxismo, y Ernesto Che Guevara, que tiene una cantidad enorme de libros escritos y que debatió con Ernest Mandel, con Charles Bettelheim, con gente de primer nivel a escala mundial…, que dialogó con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, con Paul Sweezy, con Paul Baran, con Ch. Wright Mills…, que estudió en Bolivia la obra de György Lukács sobre la dialéctica de Hegel, la obra historiográfica de León Trotsky, incluso las tesis sobre el problema indígena de marxistas bolivianos… Si esta organización política “jamás fue marxista” —según sostiene La Joven Cuba— entonces Fidel y el Che, que conocían, por supuesto, las Obras Completas de Lenin (basta consultar las dos primeras declaraciones de La Habana, leídas por Fidel Castro ante asambleas masivas, para darse cuenta al instante de que detrás de esas declaraciones del gobierno cubano había un conocimiento al detalle de la teoría marxista del imperialismo, al punto que adelantan muchos puntos de la posterior teoría marxista de la dependencia de Ruy Mauro Marini), que estudiaron juntos El Capital coordinados por el profesor Anastasio Mansilla… (se sabe que Fidel compartió con el Che el primer seminario, y el segundo seminario Guevara lo compartió con Orlando Borrego y Enrique Oltuski, entre tantos otros… [He entrevistado por escrito y en forma filmada a Orlando Borrego y la lista de textos marxistas de nivel mundial estudiados en dichos seminarios es inabarcable]).
A pesar de todo eso y muchísimo más que se podría argumentar, uno viene a enterarse nada menos que por este pasquín de ignorantes autobautizado La Joven Cuba, dirigido desde Estados Unidos, que el partido cubano “jamás fue marxista”.
Con todo lo que existe para estudiar, con la cantidad enorme de obras que todavía tenemos que leer, ¿vale la pena perder el tiempo con semejantes chapucerías? Cada persona decidirá. Yo no pierdo el tiempo leyendo charlatanes y ventrílocuos del imperialismo. Porque se puede estar de acuerdo o no con las posiciones del partido cubano, pero luego de sesenta años de proceso revolucionario y con la cantidad enorme de polémicas teóricas y políticas que ha habido, ¿se puede escribir con tanta banalidad semejante disparate? ¿La Joven Cuba tiene “el marxómetro” en el bolsillo? Me genera mucha risa. ¡Por favor! Ni el estalinista más burro de los manuales soviéticos se animaría a escribir semejantes disparates. Por eso te contesto que hay que dar la batalla ideológica y luchar por recrear la hegemonía socialista, pero tampoco perder tiempo con gente tan poco seria. Un estudiante mediocre de la escuela secundaria, de esos que se copian en los exámenes, tendría más nivel.
Sin dudas lo de La Vieja Cuba o lo de La Joven Cuba es un tema que hemos debatido bastante en La Manigua y hemos conversado mucho de eso, porque realmente a nosotros también nos sorprende cómo esta gente se llama de “izquierda”, habla de “socialismo”, y tiene un discurso que es totalmente incoherente con respecto a eso.
La pregunta apuntaba a esa trampa de presentarse como socialdemócratas. Tú hablas en el libro de que se presentan como republicanos. ¿Cuál sería la trampa de esta gente, de estos “disidentes”, que ya no son, digamos, los recalcitrantes, o al menos no se muestran como los más extremistas, sino que son los que hablan de “diálogo”, los que hablan de “democracia”, de “derechos humanos”, incluso hay algunos que están dispuestos a reconocer la Constitución cubana y funcionar dentro de la legalidad revolucionaria? Nuestra pregunta va por ese lado.
Tomada de La pupila insomne