Ser economista a veces es una desgracia. Uno estudia asignaturas que no ayudan a ser “normal”. Por ejemplo, constantemente veo en redes sociales cómo cualquiera opina en nombre de todos: sin consultar a nadie, apenas por lo que está viendo a través de su ventana. Yo, sin embargo, no puedo hacer eso: para opinar sobre temas económicos tengo que buscar fuentes acreditadas, atender diversos matices, conjugar numerosas variables.

La perplejidad es mayor cuando ese comportamiento lo descubro en un medio acreditado. Se supone que en estos no prosperen semejantes especulaciones; que sean profesionales; mas, ahora mismo acabo de leer en el periódico estadounidense On Cuba una de estas generalizaciones daltónicas, ciega para determinados colores, en la que algo tan complejo y diverso como la realidad cubana, se pretende mostrar por la visión empírica de una sola persona.

Pero no solo ser economista es una desgracia, también lo es ser escritor de novelas. Se vuelve uno lector que no acepta con pasividad lo que está leyendo; en paralelo, atiendes a la construcción de los personajes, la verosimilitud de la escena, los contextos que generan el relato. Te sumerges en la narración, la vives como si estuvieses dentro de una película; pero a la vez mantienes un ojo crítico sobre cómo se exponen los hechos.

En fin, imagine que un desconocido llega y, sin apenas presentarse, le suena a usted un discurso de veinte minutos sobre las carencias de la economía cubana. Una cháchara incesante, sin casi tomar aire, en la que le ofrece detalles íntimos, su particular visión social, y hasta se permite filosofar sobre la vida.

“En la elaboración del texto, han de observarse las mismas exigencias del buen periodismo: precisión, verificación, objetividad e investigación”.

Si no le digo dónde ocurre la escena, a lo mejor usted supondría que ambos charlan en un parque; acaso caminando juntos por la acera; pero no. Quien da la perorata es un motorista que va conduciendo por la avenida Carlos III, y quien lo escucha es un pasajero —el periodista— que va sentado a horcajadas detrás.

Imagine esa calle Reina cómo se pone al mediodía, con sus motorinas, almendrones, guaguas que pasan; gente cruzando aprisa la calzada; y ese chofer todo el tiempo conversando con el pasajero. Ni que fuera una moto con piloto automático. Sí, porque no hay modo de que se mantenga semejante charla sin voltear constantemente el rostro. ¡Qué arrollan a alguien, por Dios! ¡Qué se van a matar!, exclamaba yo mientras leía.

El artículo de On Cuba pretende inscribirse en lo que se da en llamar “periodismo narrativo”. Es esta una corriente periodística que para muchos inicia el escritor argentino Rodolfo Walsh con su obra Operación masacre, y en la que se combinan elementos narrativos con otros propios de la crónica, la entrevista y el reportaje periodístico. Así, se suele crear uno o varios personajes para que el texto adquiera la intensidad del relato de ficción.

El artículo de On Cuba pretende inscribirse en lo que se da en llamar “periodismo narrativo”. Imagen: Tomada de On Cuba

Sin embargo, usar personajes de ficción no debe implicar falta de rigor en la información. En la elaboración del texto, han de observarse las mismas exigencias del buen periodismo: precisión, verificación, objetividad e investigación. A su vez, el hecho de priorizar la información periodística, tampoco implica descuido en el empleo de los recursos narratológicos. Ambos elementos deben mantener la misma altura.

Y resulta que el artículo de On Cuba falla en ambos aspectos. El personaje, aparte de mal construido—y además actuar en una escena disparatada—, a todas luces fue creado con un único objetivo: saltarse olímpicamente todo cuanto es patrimonio del buen periodismo.

Hace apenas dos meses regresé de Buenos Aires. Allí vi familias completas durmiendo en la calle bajo un frío de diez grados y una pertinaz llovizna. También decenas, quizá cientos de discapacitados rogando unas moneditas al casual transeúnte; niños de nueve o diez años vendiendo felpitas o mascarillas en el metro. Puede que aquí, en Cuba, usted vea algún caso aislado, pero la ausencia de indigentes también es parte de esa realidad económica cubana que, sin embargo, el “motorista” no ve.

¿Pero cuándo fue que cambiaron el concepto de información?

Por fin, casi al final de su descarga, el personaje menciona el bloqueo; pero no como esa inmoral tenaza en la garganta del pueblo cubano; no como el arma criminal que el gobierno estadounidense emplea en su vano empeño de rendirnos por hambre, sino como “algo que nos dice el noticiero” para justificar las carencias.

Desde luego, y tampoco podía faltar la analogía de la situación actual con los disturbios de hace un año, porque, obviamente, detrás de ello no estuvo la “mano negra” de los Estados Unidos pretendiendo una revolución de colores en nuestro país.

On Cuba se define como un periódico con información diaria sobre Cuba y Estados Unidos. ¿Pero cuándo fue que cambiaron el concepto de información? Al parecer así ahora le llaman a lo que es una vulgar propaganda.

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