Sobre demonios y “guerra santa” contra el 349

Antonio Rodríguez Salvador
12/3/2019

Hay una frase que se atribuye al monje medieval Bernardo de Fontaine, y que la sabiduría popular ha inmortalizado: “El infierno está empedrado de buenas intenciones”. Cinco siglos más tarde, Shakespeare pone en boca de Banquo, personaje de Macbeth, una variación de lo mismo: “Mira que a veces el demonio nos engaña con la verdad”.

“En los últimos meses se ha orquestado una campaña, desde algunos medios digitales foráneos, cuyo blanco de ataque es el Decreto 349”. Foto: Unesco

Sobre ambas expresiones flota una sutil ironía: tanto lo que llamamos “verdad” como “buenas intenciones”, con frecuencia no dejan de ser puntos de vista; apreciación subjetiva —y muchas veces interesada— de las cosas. No es mi intención adentrarme en los siempre arduos laberintos filosóficos, todo lo contrario, pero antes de caer en materia hago una confesión: suelo emplear un método sencillo para evaluar la pertinencia de ciertas “verdades”: más que mirar lo que ellas atacan, procuro atender lo que defienden.

Veamos el caso. En los últimos meses se ha orquestado una campaña, desde algunos medios digitales foráneos, cuyo blanco de ataque es el Decreto 349, firmado en abril de 2018 por el Presidente del Consejo de Estado y de ministros cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Un repaso de estos, permite apreciar los recursos comunes empleados para impulsar dicha campaña. Por una parte, está montada sobre lo que, en desinformación, se conoce como “palabras-prestigio”. O sea, generalidades dirigidas a provocar intensa emoción en el auditorio, de modo que los sentimientos inducidos prevalezcan por sobre la razón de los hechos. Cuando se les escucha decir frases como: “justicia”, “libertad de expresión”, “libertad de creación artística”, u otras similares, con ellas solo pretenden mostrarse como portadores de las razones divinas.

Además, se acude a la demonización del Decreto, y por extensión, del sistema social que le da origen. Para ello, usan abstracciones generalmente asociadas a lo maligno: dictadura, ley, mordaza, exclusión, control del pensamiento, etcétera; palabras que, por su connotación negativa, persiguen estereotipar y asociar con lo diabólico a quien se adversa. Sucede, sin embargo, que a fuerza de creerse “ángeles”, estos mortales jamás consiguen volar, pero, contradictoriamente, se quedan en las nubes.

Por ejemplo, recientemente ha ocurrido un reflote de esta campaña, y ante la falta de argumentos que justifiquen la censura, sin mayores miramientos, se los inventan. De tal suerte, leo un reporte de la AFP, reproducido en decenas de medios, donde se afirma que en Cuba se ha prohibido el reguetón. Ante tamaña diatriba, cabría oponer una pregunta elemental: ¿Pudieran decir los señores de la AFP en cuál acápite del 349 se define eso? Desde luego, en ninguno, pero hay otra pregunta más poderosa que no solamente los refuta, sino que, además, los ridiculiza: ¿Cómo pudieran explicar que, apenas dos meses después de promulgado el Decreto, su propio firmante, el presidente Díaz-Canel, asistiera a un multitudinario concierto de Gente de Zona en La Habana? ¿Acaso creen que el pueblo cubano es tonto? Obviamente, no escriben para nuestro público; ellos sabrán para quién lo hacen; con qué sórdido objetivo.

“En España, durante las fiestas populares del País Vasco en 2017, no sonaron canciones de una lista de temas considerados machistas, entre ellos el tema del año, ‘Despacito’”. Foto: Internet

Pero les propongo mirar cómo se enfoca en otros países de la región este asunto del lenguaje vulgar y discriminatorio que invade cierta música. De tal modo, quizá pudiéramos averiguar si casualmente es Cuba un caso insólito o extremo en cuanto a esa preocupación. Comparemos.

En agosto de 2018, las autoridades de República Dominicana prohibieron la difusión por radio y televisión de 8 canciones de género urbano, entre ellas de BadBunny y Farruko, debido a su contenido vulgar.

En Estados Unidos, el club juvenil Market, de Atlanta, fue cerrado en el año 2000, y sus directores Cliff Levingston y Taylor Williams fueron condenados a prisión, por organizar actividades en las que menores practicaban booty dancing, un baile similar al “perreo”.

En 2018, en México, se prohibió reproducir canciones de reguetón durante la celebración de fiestas patrias. Según autoridades de Veracruz, las canciones que incitan al “perreo intenso”, no son apropiadas para los jóvenes, debido al lenguaje que se aleja de los valores locales y el heroísmo”.

En España, durante las fiestas populares del País Vasco en 2017, no sonaron canciones de una lista de temas considerados machistas, entre ellos el tema del año, “Despacito”. En Valencia, instituciones del gobierno crearon una app que permite censurar canciones discriminatorias en la web y la radio. El programa Skolae, del gobierno de Navarra, impulsado para facilitar a todo el alumnado la posibilidad de “aprender a vivir en igualdad”, ha enviado una ficha a profesores de los colegios navarros, en la que se recoge un listado de canciones prohibidas por promover el sexismo o la violencia de género. En dicha lista se incluyen temas de Amaral, Shakira, Maluma, Malú, Daddy Yankee o David Bustamante. Entretanto, diversos despachos dan cuenta de que cantantes como Becky G y Maluma, han tenido que modificar letras de canciones para sus apariciones en la televisión nacional abierta.

El tema que nos ocupa, ha llegado a ser discutido, incluso, en parlamentos de países como Honduras, Puerto Rico y Guatemala. Es motivo de preocupación en todas las naciones hispanohablantes, en las cuales se han realizado denuncias, se recogen firmas y se proponen leyes que frenen o regulen tales indeseables fenómenos.

En fin, lo que estos medios atacan está claro: arremeten selectivamente contra Cuba, con mentiras y deshonestos intereses. Y, en consecuencia, ¿qué realmente defienden? Pues, sin duda, están de parte de la vulgaridad, la homofobia, el machismo, la violencia, la banalidad, la discriminación racial, etcétera. Viéndoles en comunión con tal repertorio, de pronto ya no parecen tan angélicos.