Silvia Pérez Cruz: Cantar juntos le hace bien al mundo
Una cosa es darle play a un tema y escucharla así, y otra (emocionalmente muy diferente) es verla cantar, mientras una pone los pies descalzos sobre la hierba con el amor pleno al lado. “Cantar cura y hacerlo juntos le hace bien al mundo”, asegura ella desde el escenario, y va abriendo zanjas sentimentales de a poco en el interior de los asistentes a su velada, convocada como concierto y devenida encuentro musical en familia.
“Estoy tan emocionada, tanto, que no puedo gestionar todo lo que siento dentro ahora mismo, así que mejor cantamos”.
La cantante catalana Silvia Pérez Cruz, a quien le debemos un enjambre de sensaciones aún a flor de piel, no podía dejar de incluir a La Habana en su gira por Latinoamérica justo el 11 de noviembre, cuando su padre hubiera podido celebrar su cumpleaños si no hubiera fallecido 12 años antes, el 10 de noviembre.
“A Castor Pérez, el hombre que me enseñó a amar la música, y en especial, la que se hacía en Cuba… a ese seductor enamorado de las habaneras y de todas las canciones que, en secreto, andan escondidas por ahí, le agradezco tanto. Estoy tan emocionada, tanto, que no puedo gestionar todo lo que siento dentro ahora mismo, así que mejor cantamos”.
Ella misma declaró una vez que lo mejor de su voz no es su timbre, sino su fragilidad. Y frágiles nos sentimos todos ante su aplastante carisma escénico, ante su apasionante manera de interpretar las canciones y su envidiable manera de ir de la sonrisa a la lágrima contenida, contagiándonos a todos, absortos ante ella, a ratos en silencio, y a ratos acompañándola en coros y fraseos.
Subió al escenario (montado en el patio del Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes) y a capella regaló la primera canción, de Eduardo Morente, “Que me van aniquilando”, declaración de intenciones de la también compositora. Después, guitarra acústica en mano, sentada con el pelo revuelto, cantó “Donde está tu pájaro, plumita”, del uruguayo Mauricio Rosencof, de quien tomó prestada su sentencia para hacerla nuestra: “Mi pájaro es un sueño. Se ha volado/ ¿Volverá? / Nunca se va: Vuela y permanece, / Como vuela y permanece todo lo soñado”.
De “Tonada de Luna Llena”, del venezolano Simón Bolívar, transitó luego hacia su propio repertorio, compartiendo “Verde”, un tema que integra el disco Domus, banda sonora de la película Cerca de tu casa, en la que actúa también, y de la que se ha llevado un Premio Goya a la Mejor Canción Original con “Ai, ai, ai”.
Seducida por las décimas que su amigo, el cantautor uruguayo Jorge Drexler, siempre le ha incitado a componer, fabricó “Mi última canción triste”, y al compartirla en el concierto, declaró que no será la última, porque la tristeza también le provoca componer.
Nos arropó luego con “Cucurrucucú paloma”, del mexicano Tomás Méndez, y fue justo después cuando descansó su guitarra, e invitó a la escena al contrabajista barcelonés Juan Pastor, “enamorado de Cuba desde hace dos meses que reside acá, y con quien me unen muchos lazos”. Con este músico, indisolublemente ligado al jazz, establecía Silvia conexiones extraordinarias una y otra vez, de complicidad extrema, de regodeo virtuoso en tanto el joven es la combinación genuina del talento y la sencillez.
Minutos después, el guitarrista, compositor y productor musical Alfred Artigas tomó la guitarra eléctrica y tejieron, a trío, el poema “Guerra”, de Miguel Hernández, renombrado por Silvia como “Todas las madres del mundo” y “Padre mío” (en catalán), de María Cabrera, luego de dos temas compartidos a dúo con Pastor.
Se descorrió el velo de la nostalgia revivida, del aprendizaje junto a su padre de canciones cubanas trascendentales y entrelazó “En la imaginación” y “Palabras”, de la admirada y querida por ella Marta Valdés, “de quien tomé prestada la primera de estas canciones para titular mi disco”, y regaló seguidamente “Mi mejor canción”, de José Antonio Méndez.
Luego de “El seductor. Esto sí se llama querer”, a dúo con Artigas, Silvia volvió al cancionero cubano con “Ella y yo”, de Oscar Hernández, “canción que la canta bello Omara Portuondo”, y la imprescindible “Veinte años”, de María Teresa Vera, ya incitando al público a acompañarla en la interpretación.
Llegó el turno de la ranchera, retitulada por ella “Mañana”, del poema “Cuando yo muera, amado mío, no cantes para mí canciones tristes”, de Ana María Moix, y fue regocijante sentirnos todos parte de un estribillo que, a todas luces, mostraba un afán por salvar al mundo. “Cuando yo muera, mañana, habrá cesado el miedo de pensar que ya siempre estaré sola, mañana…”
Recordó que su gira continúa en los próximos días por Río de Janeiro y nos llevó hasta “Asa Branca”, un tema que sirvió de antesala a la canción colectiva con el cantautor Roly Berrío, la cantante Marbis Manzanet y la flautista Katherine Herrero, con quienes compartió en descargas habaneras, arreglando juntos la musicalización de Nombrar es imposible, de su amigo, el director de teatro Pedro Macías. Antes, agradeció a Silvio Rodríguez por el préstamo de su estudio para grabarla, y en “recompensa feliz”, a capella, cantó un fragmento de su canción “Rabo de nube”.
“Se fue Silvia de la escena, y la rodearon amigos y admiradores. Se irá de Cuba, convencida del regreso necesario a la tierra que su padre le enseñó a amar con sensibilidad infinita”.
Pensaba despedirse así Silvia Pérez Cruz, después de corear juntos una canción de Berrío y contagiarnos todos con el movimiento corporal al que invita la música que se disfruta, pero todos le pidieron a gritos “Pequeño vals vienés”, y ella volvió a la silla con su guitarra, y la ofreció desde el alma, entrelazada con “No hay tanto pan”.
Sostenidos aplausos no querían dejarla ir, y continuó el pedido. Entonces Silvia se alejó de los micrófonos, se sintió dichosa y sonriente, y sacándole golpes de rumba al contrabajo, y pegada al borde del escenario, recordó la máxima que guía su carrera, del uruguayo Carlos Warren, “Que siga el baile”.
Se fue Silvia de la escena, y la rodearon amigos y admiradores. Se irá de Cuba, convencida del regreso necesario a la tierra que su padre le enseñó a amar con sensibilidad infinita. Nos fuimos todos, repletos de pasión y embeleso. Un aplauso a dos manos con perfecta sincronía resume todo. Silvia Pérez Cruz nos unió más.