Si tuvieras que escoger entre todas las playas del mundo playero, te recomiendo la mía. No por las construcciones, ni por los hoteles ni por las carreteras ni por nada que no sea la playa-playa. A mí no me interesa el cemento sino la arena, no me fijo en las duchas sino en el oleaje, y poco me importan las habitaciones. Lo más lindo que tiene mi playa es que da la impresión de que has llegado a un lugar del que nunca saliste, es una cosa muy rara.

El sol aparece de pronto, cuando menos te lo esperas, y luego, por mucho que esperes, ni te enteras del momento en que se esconde. El agua es transparente y azul a la vez, puedes verte las manos y los pies según vas entrando en ella. Y claro, ves pececitos, aguamalas y navíos portugueses, que son tan hermosos como dañinos. Al principio de entrar al mar se siente un poco de frío, aunque sea mediodía, pero poco a poco notas qué agradable resulta dejarse acariciar por las olas, que son pequeñas, juguetonas. Mientras vas entrando, notas que el fondo es suave, como si estuvieras caminando sobre polvo de azúcar fina. A mí no me gusta que me salpiquen, pero es inevitable porque nunca serás el primero en entrar al agua.

Siempre, por mucho que te esfuerces, habrá niñas y niños más anticipados que tú, que ya están jugando en la playa cuando llegas. Mucha gente no nada, qué tontería estar en el mar y no nadar. Juegan a la pelota, se encaraman encima de amigos y luego se lanzan, o simplemente se quedan como si estuvieran sembrados en la arena del fondo, mirando hacia el horizonte.

“Lo más lindo que tiene mi playa es que da la impresión de que has llegado a un lugar del que nunca saliste”.

El horizonte es algo que nadie sabe dónde queda ni cómo es, pero todos lo miran con atención. De allá lejos vienen las olas, que a veces son grandes. La mayoría de las olas se desintegran cuando llegan a la orilla, de manera que no debes asustarte si las ves llegar desde la lontananza del horizonte. Y la orilla es solo la puerta del mar, no debes detenerte en ella, como hace mucha gente. A veces la orilla parece una terminal de guaguas: no se sabe quién entra ni quién sale. Yo no me detengo nunca. Paso rápido hacia el centro, donde ya es posible nadar. Nadar no significa obligatoriamente dar brazadas de forma correcta, ni demostrar que te sabes los estilos espalda, mariposa, pecho, o libre. Es moverse dentro del agua, ejercitar el esqueleto, no ahogarse y al mismo tiempo, gozar de lo lindo.

Las abuelas siempre creen que el protector solar dura poco tiempo, y que después de almuerzo hay que esperar dos horas antes de volver al mar. Es un fastidio ir a la playa con los abuelos, pero si no fuera por ellos, iríamos pocas veces. Tú déjate untar cremas en la espalda, y después de comer algo, escóndete debajo de los pinos. En cuanto a la abuela le entre sueño y cierre los ojos, regresas al agua. Cerca de las 2 de la tarde la playa se pone deliciosa.

“A veces la orilla parece una terminal de guaguas: no se sabe quién entra ni quién sale”.

Muchas familias se refugian entre las uvas caletas o van a descansar en habitaciones de cemento. El agua está caliente y hay mucho espacio para entrar en ella, nadar, abollarte. Abollarse no es que te salga un chichón sino ponerse bocarriba a flotar, como si nada te importara en este mundo.

Cuando estás abollado, dejas de pensar en las cosas malas del mundo porque en el mar todos parecemos inocentes. Hazte la idea de que vives sin vivir y te mueres sin morirte: eso es abollarse en la superficie del agua de mis playas. Hasta los ruidos desaparecen. Ni motores de carros, ni madres gritando, ni hombres que chiflan, ni botellas que se descorchan. No se escucha nada. Si acaso, un murmullo que viene desde el océano, de allá lejos, más o menos desde el fondo del horizonte.  Que nadie sabe qué es, pero todos respetan. Ese sonido (al que digo “murmullo” para que tengas una idea) parece música de arena, y por eso cuesta tanto describirlo. Porque nadie jamás ha oído nunca a la arena.

¿Cómo suenan las rocas, cómo cantan los peces, qué melodía producen los erizos, cómo es posible que las medusas no hagan ruido cuando se estiran y se encogen?, te vas preguntando cuando te abollas, hasta que empiezas a quedarte dormido. Dormirse en el mar no quiere decir que te dejes llevar por la corriente hacia donde ella quiera, no. Una especie de linterna queda encendida en alguna parte de tu cerebro, mientras las olas te mecen y te llega la música del fondo. Y gracias a esa pequeña luz, llega un momento en el cual te incorporas en el momento preciso.

“Hazte la idea de que vives sin vivir y te mueres sin morirte: eso es abollarse en la superficie del agua de mis playas”.

El momento preciso es cuando ni estás pegado a la orilla, ni has permanecido en la zona del centro, que es la más segura. Todavía no has llegado a la parte peligrosa, pero te acercas. Además de la linterna insomne, tu abuela se encarga de avisarte. Esos gritos espeluznantes que rompen la magia del silencio, salen de ella, que la pobre, está a punto de meterse en el mar con chancletas y todo, para decirte que despiertes de una buena vez y salgas ya.

Salir del agua no significa irte de la playa, sino aposentarte en la arena. La arena de afuera no es tan fina como la de adentro, pero igual parece azúcar. Te sientas sobre ella y si te quedas quieto, observas cangrejitos que se cuelan en sus cuevas. Y uvas caletas desprendidas de las matas, y gajos y ramas de los pinos, para hablar de cosas que pertenecen a la naturaleza de la playa, aunque también verás restos de hojas de tamales, vasos plásticos, y alguna cuchara olvidada por  gente que no cuida el medio ambiente. El medio ambiente es todo aquello donde vivimos, pero que debe ser cuidado de nosotros mismos.

“Por razones desconocidas, en la playa siempre nos gusta más la comida de las otras familias”.

Hay gente que gusta de ser enterrado en la arena, cosa que a mi abuela le parece espantoso. Porque dice que se cuela debajo de la piel un bicho llamado ácaro, que luego produce una enfermedad conocida como sarna. En fin, que no debes enterrarte en la arena, que forma parte del medio ambiente con sus bichos incluidos. Si te encuentras a un ser humano dormido en la arena, ni se te ocurra despertarlo. Una persona dormida en la arena significa que está borracha, y a un borracho no se le despierta así como así. De eso se encargan la policía o los amigos que no estén borrachos, tú le saltas por encima y sigues tu camino. Seguir el camino en la playa quiere decir esquivar las pelotas de quienes juegan en la arena como si estuvieran en el parque, no mirar a los enamorados que se enroscan como si esa fuera una cama, ni babear frente a los calderos de los demás. Por razones desconocidas, en la playa siempre nos gusta más la comida de las otras familias. Y ellas prefieren el bocadito de queso, el huevo hervido y el jugo de toronja que nuestra abuela nos da. Dar algo en la playa es una redundancia, porque en la vida real es ella, la playa, quien brinda. Ya te digo: como ese sol, como ese mar, como esa arena, como la superficie y el fondo, como el horizonte y su misterio, no existe nada parecido en el mundo playero. Si yo fuera tú, no me perdería la oportunidad. No perderse la oportunidad quiere decir venir a una de las playas cubanas para saber lo que es la vida.  

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