Mi querido Langston:
Pues… oooigaaame, Laaangstooon, ¿me da usted un cigarro…?
Tengo mucha pena contigo, porque no pude despedirte, ni me fue fácil ir por el hotel nuevamente. En aquellos días, no estaba yo muy bien de salud, pues permanecí varias horas con fiebre. Además tenía mucho catarro. Y por otra parte, creía que ibas a estar más tiempo en La Habana (…) En esta misma semana entregaré mi libro a la imprenta.[1] Haré una edición muy limitada, que no se pondrá a la venta, pues en Cuba nadie compra libros de poemas… ni de ninguna otra clase. Uno de los primeros que salgan de las máquinas será para ti.[2]
Fechada en La Habana en agosto de 1931, esta misiva es testimonio de la viva y cordial amistad entre Nicolás Guillén y Langston Hughes, relación iniciada en 1928 cuando se conocieron en la capital cubana, y que nutrida por afinidades literarias e ideológicas, propició el epistolario que sostuvieron durante décadas, cartas que Ángel Augier —incansable estudioso de la obra de Nicolás— diera a conocer por primera vez como un todo en los números 24-26 (enero 1995-junio 1996) de la Revista de Literatura Cubana.
En este año significado por un grupo de aniversarios redondos de la vida y obra guilleneana (los 120 de su natalicio, los 80 de su visita a Haití, los 75 de El son entero, y los 50 de la primera edición de La rueda dentada y El diario que a diario), se celebran también los 120 del poeta nacido en Missouri. Como expresión de ese vínculo, ya casi centenario, entre ambos intelectuales, en la sede de la fundación dedicada al gran poeta camagüeyano y coincidiendo con el primer onomástico, se develó una tarja que reza: “Langton Hughes y Nicolás Guillén. Celebración de una amistad. Julio 2022. Testimonio de los pueblos de Estados Unidos y Cuba. Tarja en la Fundación Nicolás Guillén”.
Y para mencionar las acciones más recientes, como parte del amplio programa que la Fundación Nicolás Guillén —asociada a diversas instituciones sociales, culturales y académicas dentro y fuera del país— ha desarrollado durante este año, se encuentra la exposición de carteles, donde fotos y versos del poeta dialogan, Digo que yo no soy un hombre puro, debida al diseñador y profesor Eviel Ramos. Esta muestra se dio a conocer por primera vez el pasado mes de julio en la Galería Fidelio Ponce de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, donde tuvo una excelente acogida, y este mes de agosto se expone en la Sala Rubén Martínez Villena de la Uneac, coincidiendo con un aniversario más de la institución que tuvo en Guillén su presidente-fundador.
Pero de todas estas celebraciones quisiera detenerme en la que para mí es la más importante, pues se trata de un libro esencial de nuestra lengua, clave en la relación de Nicolás con su contexto latinoamericano y caribeño. La gran mayoría de los estudiosos, aun aquellos que han tenido visiones más polémicas o parcialmente desacertadas de su obra, coinciden en que El son entero, publicado en Buenos Aires, en 1947, es el libro “que mejor redondea a Guillén”.[3] Indiscutiblemente, en este, el poeta avanza desde el territorio del idioma, el mestizaje y la confrontación ideológica, hasta la plenitud de la expresión latinoamericana.
La idea de Anderson Imbert se repite en Vitier: “hasta cuajar en los frutos redondos y graves de El son entero”.[4] Habla de madurez espiritual y expresión de “el son humano universal, con esa poesía, esa interrupción para insistir más entrañablemente, de estirpe americana y, a lo lejos, española”. Y africana, agregaríamos nosotros. En carta a Ángel Augier fechada en Santiago de Chile el 8 de diciembre de 1946, Nicolás escribe: “he puesto en un solo tomo,[5] a pedido de Losada, todos mis libros, para publicarlos en esa editorial como obras completas”.[6]
“La gran mayoría de los estudiosos, aun aquellos que han tenido visiones más polémicas o parcialmente desacertadas de su obra, coinciden en que El son entero (…) es el libro “que mejor redondea a Guillén”.
Max Henríquez Ureña, en su aún imprescindible Panorama histórico de la literatura cubana[7] reconoce entre las claves del triunfo de este libro, el que en su mayor parte hay “intención política, pero en él ha puesto a prueba […] su maestría en hacer poesía comprometida al servicio de una idea ‘sin desvirtuar los valores estéticos’.” Max se acerca a su médula, señala que algunos textos no pueden clasificarse en la poesía social y cita al clásico “iba yo por un camino…” como “misteriosa evocación de la muerte”.[8] Con los antecedentes de sus poemarios anteriores y la relación con los escritores y artistas contemporáneos del hemisferio, el largo periplo de 1940 por el Caribe y Suramérica es el caldo de cultivo de su unción poética: “¡Cante, Juan Bimba, / yo lo acompaño!”. Esta evocación del personaje popular de los llanos, que Andrés Eloy Blanco perpetuara en las letras venezolanas, equivale al Juan Criollo o al Liborio cubanos.
Keith Ellis, que tanto y tan bien ha estudiado la obra de Nicolás, recuerda que “una de las características distintivas de la literatura hispanoamericana, es su alto grado de compromiso con los problemas sociopolíticos”, y en el caso del poeta: “Su obra representa una nueva etapa en la práctica del americanismo literario”. Este ejercicio instrumental es la viga maestra del discurso continental de Guillén: “por lo que nos toca la suerte está echada… América espera ser estudiada, defendida, divulgada en su propio lenguaje espiritual y no en uno de préstamos o alquiler”.[9] En mayo de 1947 circula El son entero. En una plaza como Buenos Aires, la primera de habla española en su época, resulta seleccionado como el libro del mes. Este volumen paradigmático en la historia de la poesía latinoamericana es el punto culminante de esos años 40, donde las vivencias tienen como receptor privilegiado al hombre maduro, al militante político dedicado, al poeta consagrado.
Un mínimo acercamiento, una simple asociación de amistades, países, cartas, crónicas y versos en el contexto de un largo viaje y un libro, resumen muy sucintamente lo que pudiera ser el capítulo fundamental, que desde lo cubano y antillano proclamaría la expresión latinoamericana. Pero nadie mejor que él para dar fe de ese cúmulo de experiencias. A un año de la publicación del volumen que comentamos, en un almuerzo que se le ofreció en el Pen Club de La Habana, en marzo de 1948, a su regreso del recorrido por Nuestra América declara su pertenencia:
Lo nuestro, está más cerca del espíritu latino que nos llegó mediante España, Francia y Portugal, eso sí me es querido de cerca, de apretarlo contra el corazón. Y este andar por la América del Sur del que ahora vengo, significa para cualquiera de nosotros una inolvidable peripecia, una jugosa experiencia que nos enseña cómo son de semejantes y hasta de iguales los grandes problemas en cuya solución estamos empeñados. Nuestra caña se llama petróleo en Venezuela, café en el Brasil, carne en la Argentina, plátanos en Colombia, salitre en Chile y engendran el mismo dolor de pueblo, la misma angustia, idéntica miseria. Por fortuna, suscitan también parejas rebeldías.[10]
Como un mapa imaginario e histórico de Nuestra América, que constituye el caldo de cultivo de su unción poética y del cual es corolario natural El son entero, suscribo lo que muchos críticos reconocen, y es la importancia de este título como el más latinoamericano de los libros de Nicolás Guillén, tanto por sus temas como por su relevancia e influencia en el contexto literario continental.
Notas:
[1] Se refiere a Sóngoro Cosongo, 1931.
[2] Alexander Pérez Heredia. Epistolario de Nicolás Guillén,Editorial Letras Cubanas, 2022, p. 58.
[3] Enrique Anderson Imbert: Historia de la Literatura Hispanoamericana, Ed. Revolucionaria, La Habana, 1966, p.173.
[4] Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1970, p. 47.
[5] El son entero, suma poética 1929-1946, Ed. Pleamar, Buenos Aires, 1947.
[6] Alexander Pérez Heredia, pp. 146.
[7] Max Henríquez Ureña: Panorama histórico de la literatura cubana, Ed. Revolucionaria, La Habana, 1967, p. 381.
[8] Ídem.
[9] Keith Ellis, Roberto Márquez, Alfred Melon: Tres ensayos sobre Nicolás Guillén, Ed. Unión, La Habana, 1980, pp. 79 y 94.
[10] Nicolás Guillén: Prosa de prisa, t. III. p. 367.