Mi amiga María E. tiene momentos de lucidez admirable y otros, francamente desconcertantes. Posee mucha gracia para afrontar la corrosiva cotidianidad y en general, es alguien a quien Hilda, Fefa, Víctor, Cándida y yo acudimos cuando se nos traba el paraguas de la existencia. Ayer, sin embargo, nos dejó a todos a medio camino entre el asombro y esa ternura que inspiran los seres a quienes se les ha movido una teja del cráneo. Llegó a mi casa, donde pasábamos el rato, y nos soltó, sin preámbulo, su último descubrimiento. “Soy una persona vintage”, dijo.

“Soy alguien que saluda a los vecinos, que lee libros de papel, que por nada del mundo sale a la calle con rolos, chancletas de baño o en short”.

“Tómate un cafecito”, sugirió Cándida, como quien no ha escuchado nada, y se fue a la cocina. Víctor, que tiende a ponerse profundo ante cualquier nimiedad, frunció el ceño y le pidió a María E. de favor que argumentara su inquietante declaración. Fefa se retiró con la excusa de que pronto se iría la luz en el bloque al cual pertenece su cuadra, dejándonos a Hilda, a Víctor y a mí en el suplicio curioso de escuchar a María E.

“Retro significa algo actual que imita épocas pasadas, pero vintage es algo realmente antiguo, con 20 o más años de vida”.

“Ahora gana el triple que antes vendiendo objetos viejos, no importa si retros o vintage”.

“¿Cuál es la diferencia entre vintage, retro y vejetes?”.

1