“No se nace mujer: se llega a serlo”

Simone de Beauvoir

El teatro de este siglo en nuestro país cuenta con el brío femenino desde la inteligencia, las capacidades creativas y de organización, ante la conciencia sobre el carácter patriarcal heredado que ha mantenido a la mujer en una posición de subalternidad. La interconexión a nivel global con el impulso del movimiento feminista ha acelerado el avance en la conquista de derechos femeninos; de ahí que el siglo XXI en el mundo occidental sea considerado “el siglo de las mujeres”.

Mucho deben los postulados feministas a la filósofa francesa Simone de Beauvoir (1908-1986) con el ensayo El segundo sexo (1949),donde defiende la existencia desde el derecho autónomo de las mujeres, transgrediendo el pensamiento androcentrista que la relega a ser “lo otro” y demostrando que el ser mujerse construye a partir de la visión excluyente de los hombres, enraizada en la desigualdad y subordinación del sexo femenino e implantado como orden social respecto a la identidad. Estas ideas, tan emancipadoras para la época, han sustentado muchas teorías del feminismo y de otras filosofías existencialistas contemporáneas relativas a género y sexo.

Como corriente movilizadora, el feminismoha transitado por variadas fases en su evolución. Estudiosos del tema coinciden en ubicar sus rudimentos hacia finales del siglo XVIII con las transformaciones promovidas por la Revolución Francesa. Sin embargo, pese a acciones anteriores de mujeres que se rebelaron contra su condición de inferioridad, se afianza como movimiento autónomo en la década del 60 del siglo XX, sostenido en una fundamentación teórica donde emerge la exclusión de las mujeres como sujetos activos dentro de la sociedad, a partir de las relaciones de poder establecidas entre el sexo femenino y el masculino en espacios públicos y privados (Astelarra, 2005).

“La interconexión a nivel global con el impulso del movimiento feminista ha acelerado el avance en la conquista de derechos femeninos; de ahí que el siglo XXI en el mundo occidental sea considerado ‘el siglo de las mujeres’”.

Durante siglos, el patriarcado como sistema social ha regido las relaciones interpersonales, afianzado y justificado mediante las diferencias biológicas entre hombres y mujeres. No obstante, con la autonomía que adquiere el movimiento feminista, se va articulando un pensamiento mucho más consistente hasta definir conceptos como el de género opuesto al de sexo, donde se incluye el patriarcado como un sistema de género, que permite aislar los atributos biológicos de los sociales y revelar la relación de dominio-sumisión entre varones y hembras, instaurada para perpetuar a los hombres en el poder como grupo social (Astelarra, 2005).

A partir de entonces comienzan a funcionar otros mecanismos donde se distinguen esencias sociales que marcan las diferencias entre los sexos. Los estudios de géneros se amplifican y el movimiento feminista se va fortaleciendo, amparado en el aporte científico de las ciencias sociales sobre la teoría del patriarcado como estudio sistemático de factores que condicionan el espacio social de las mujeres en el devenir histórico. Así, progresivamente, en las décadas de los años ochenta y noventa del pasado siglo surge un concepto más preciso referido al rol de género, relativo a la exposición pública de las identidades, que ha tenido un comportamiento diferente en Europa Occidental y Estados Unidos al de los países latinoamericanos, marcados culturalmente por la colonización española, su conservadurismo y machismo exacerbado (Astelarra, 2005).

A partir del triunfo de Revolución cubana en 1959 el feminismo obtuvo mucho rechazo, a pesar de las propias transformaciones emprendidas que rescatan a la mujer del confinamiento a las labores domésticas para integrarla activamente a la sociedad.  El nuevo orden social está contaminado con el antifeminismo de la izquierda latinoamericana, pues las corrientes radicales, socialista y liberal que animan este movimiento discrepan en presupuestos teóricos y procedimientos políticos, aunque coincidan en reconocer la opresión sobre la mujer como una práctica histórica abominable.

Hilda Oates en María Antonia, de Eugenio Hernández Espinosa. Foto: La Jiribilla

El país realiza acciones trascendentes en torno a la ubicación de la mujer en el espacio público, la igualdad respecto al sexo opuesto y la lucha por su emancipación, impulsadas por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) desde su creación en 1960, que asimila a las asociaciones feministas ya existentes. Sin embargo, los estudios de género como fundamentación teórica que propicie un cambio de paradigma desde la visión de la mujer sobre sus derechos de realización como necesidades y aspiraciones, están aún lejos de establecerse en el ámbito académico, literario y artístico.

Una nueva mirada a la condición femenina se comienza a abordar con investigadoras que se integran a estas indagaciones en la década de los noventa desde Casa de las Américas, la facultad de Letras de la Universidad de La Habana, la ensayística y la narrativa, donde sobresalen figuras en las que el tema de la mujer marca un terreno fértil y significativo.

Al crearse los centros nacionales de Estudio de la Mujer (1997) y de Educación Sexual (1989) el rol de género, como manifestación pública de las identidades y la individualidad, ha ocupado un sitio de privilegio en investigaciones y acciones en torno a la necesidad de reconocimiento del derecho plural, el respeto por las diferencias, el enfrentamiento a la violencia física y sicológica sobre la mujer y a todo tipo de exclusión social.

Respecto al teatro occidental —que por tradición ha concebido los personajes femeninos desde la óptica masculina— se ha tropezado con la subversión frente a las formulaciones del discurso teatral androcéntrico. Numerosas agrupaciones se empeñan en recuperar la genuina imagen de la mujer en virtud de sus intereses, para devolverles la verdadera voz. En esa dirección, la crítica teatral feminista ha jugado un rol revelador respecto a la elaboración de textos y puestas en escena, aunque no es comparable la abundancia de estas producciones en Europa y Norteamérica con las de Latinoamérica y El Caribe. Específicamente en nuestro país, hacia la década del noventa es casi nula; solo destaca el ensayo “La mujer en el teatro cubano: ¿una ausencia?, de Rosa Ileana Boudet, integrado a la compilación Con lente oblicuo: aproximaciones cubanas a los estudios de género, publicado en 1999 por el Instituto de Literatura y Lingüística y la Editorial de la Mujer. Algunos estudios de vocación feminista iluminan esta zona con textos y personajes femeninos canónicos del teatro cubano, que incluyen la creación dramática de Abelardo Estorino, desde el ámbito académico de la Universidad de las Artes (ISA) y posteriormente sobre María Antonia, de Eugenio Hernández Espinosa, en la mirada de la investigadora Inés María Martiatu.

Las primeras décadas del siglo XXI abren mayores perspectivas para los estudios de género en nuestra nación. Las campañas y acciones emancipadoras que se libran en el mundo contra la violencia y en defensa de los derechos de la mujer, unido a la intensificación en el país de estudios sobre feminismo, la hegemonía de la interdisciplinariedad y la interconexión global, han potenciado el discurso femenino en la creación de textos teatrales y la producción escénica, con su repercusión lógica en la crítica teatral. Ha crecido la presencia de la mujer en la dramaturgia, la dirección escénica, la actuación, la producción, la investigación y la crítica, quienes hacen aflorar la identidad femenina desde su palabra, desarticulando el canon masculino imperante durante largo tiempo en la escena teatral.

“Numerosas agrupaciones se empeñan en recuperar la genuina imagen de la mujer en virtud de sus intereses, para devolverles la verdadera voz. En esa dirección, la crítica teatral feminista ha jugado un rol revelador…”.

En mi caso, no he podido desprenderme de mi esencia en el ejercicio de la profesión como teatrista. Al hacer un balance de razones y acontecimientos que pulsaron mi vida para inducirme a elegir la actuación como eje de mi carrera profesional, descubro el alto nivel transgresivo y desafiante de mi pensamiento y actuar cotidiano, alentado por la vocación que despertara mi madre en mis primeros años a través de la poesía y la manera de de trasmitirla. Inconscientemente esa postura marca el empoderamiento existencial y va direccionando mi profesión.

Elegir ser actriz en 1967 en Santiago de Cuba, con 17 años, sin haber culminado aún el bachillerato, enfrentando la aspiración de mi padre de que realizara estudios de Medicina o Derecho y la mentalidad de la época que catalogaba como prostitutas a las artistas, fue un desafío para una familia tradicional como la mía. En esa contienda resultó esencial haber contado con el apoyo de mi mamá; una mujer desprejuiciada, que llevaba las riendas del hogar con peso en las decisiones principales para el influjo necesario en una descendencia numerosa, encabezada por hombres —machos curtidos en el trabajo del campo— pero a la vez sensibles y libres de estigmatizaciones. Así comienzo una carrera en el Conjunto Dramático de Oriente, defendida con pasión juvenil que, con el decursar del tiempo, me fue involucrando abruptamente en la dirección teatral y, con posterioridad, en la investigación.

Algunos personajes femeninos asumidos como actriz se han sustentado en la postura contestataria de la mujer y su liderazgo frente a las injusticias sociales en general. Solo Historia de una mujer y un calzoncillo (1990), escrito específicamente para mí por Oscar Vázquez López, con determinada carga autorreferencial, aborda críticamente el tema femenino y sus contradicciones en la sociedad cubana del momento, a través del conflicto de la mujer que adquiere responsabilidades administrativas, tiene que atender a la familia (hijos pequeños, marido…) y enfrentar las vicisitudes de la vida cotidiana. Un texto que, si bien enjuicia el machismo y la subordinación femenina al hogar en cuerpo, alma y voz de la protagonista, concluye con una “liberación a medias” ante el desconcierto e incertidumbre de la propia mujer que “da el portazo”, pero sigue arrastrada por la atadura al cónyuge y al hogar; una visión algo complaciente desde la óptica del autor, muy a tono con el contexto social cubano de la época, sus precariedades y la falta de garantías para emprender satisfactoriamente una nueva vida en solitario.

En la trayectoria profesional, motivada por el empoderamiento femenino, me involucro en la primera indagación de rigor investigativo con el ensayo “La mujer y su desempeño en el teatro santiaguero”, publicado en una compilación de autores en el libro Alcance social del teatro. A principio de la década de los ochenta, las actrices, sin abandonar su rol principal, comienzan a asumir otros, con altas responsabilidades dentro de la UNEAC y organizaciones diversas, se desempeñan en la escritura teatral y, paulatinamente, se van incorporando a la dirección, como una labor estable que se consolidaba hasta equipararse en liderazgo con los hombres y determina la influencia hasta hoy en discípulas de generaciones subsiguientes, con gran empuje en la escena teatral contemporánea.

Candita Quintana en El premio flaco, de Héctor Quintero. Foto: Página Facebook Teatro Martí

Durante este período, he centrado la atención en tres temas comprendidos en mi praxis: el teatro de expresión popular, la marginalidad y la mujer. Al proponer mi investigación doctoral decido vincular las tres vertientes que —por demás— se interconectan armónicamente en un espacio social de exclusión con notable presencia en textos y códigos representacionales del teatro nacional. Opto por tres autores y obras clásicas de nuestra dramaturgia de los años sesenta cuyos estrenos han marcado un hito en la escena cubana: Santa Camila de La Habana Vieja (1962) de José Ramón Brene, El premio flaco (1962) de Héctor Quintero y María Antonia (1967) de Eugenio Hernández Espinosa. Elijo a sus personajes protagónicos Camila, Iluminada Pacheco y María Antonia, con el propósito de validar en ellas la condición de heroínas clásicas de nuestro teatro, engendradas en un mundo marginal por definición y marginado por relaciones de poder; tres mujeres marcadas por la invisibilidad como hembras bajo el peso de sociedades atávicas y machistas. De este enjundioso estudio con un enfoque plural deriva el libro Heroínas teatrales: poética y marginalidad (2011).

Jamás he podido desvincularme de estas obsesiones, ni en la vida personal ni en el teatro, donde el tema de la mujer aflora en la actualidad desde la dirección escénica, sobre la violencia sicológica y física, el feminicidio y otros matices que acompañan los comportamientos femeninos en nuestro país, sacados a flote a través de una investigación que nos ha permitido reconstruir un tejido textual que lleva por título #Niunamenos. Materiales aportados por el Centro Nacional de estudios sobre la mujer y sobre la sexualidad, que incluyen testimonios anónimos de mujeres abusadas, han sido esenciales para penetrar y ubicar en contexto el conflicto que propone el original.

La interrupción por la pandemia de Covid-19 dilata un proceso que puede ser enriquecido. La espera, unida a los acontecimientos y trances que reclaman y compulsan el progreso de nuestra sociedad, influye en un proyecto de creación para extenderlo a otros montajes con aproximaciones desde posturas diversas, con otros procederes dramatúrgicos, maneras diferentes de asumir la escena y de conectar con el espectador contemporáneo, cuyos empeños solo podrán validarse en la concreción escénica.

El equipo de creación, integrado en su mayoría por mujeres intrépidas y transgresoras, sigue profundizando en esos avatares con la certidumbre de que para nuestro sexo la suerte está echada y los nuevos tiempos auguran la altura en el bienestar que la mujer merece, y el gozo por la autonomía arrebatada durante siglos.


Referentes bibliográficos:

-Astelarra, Judith: ¿Libres e iguales? Sociedad y política desde el feminismo. Ciencias Sociales, La Habana, 2005.

-Boudet, Rosa Ileana: “La mujer en el teatro cubano: ¿una ausencia?” en En tercera persona: crónicas teatrales cubanas 1969-2002 (pp. 160-168). Gestos, California, 2004.

-González Pagés, Julio César: En busca de un espacio: historia de mujeres en Cuba, Ciencias Sociales, La Habana, 2005.

-Hamze Guilart, Norah Lidia: Heroínas teatrales: poética y marginalidad, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2014.