Selección de poemas
31/3/2017
Cuando al fin descubro que estoy sola
Nadie pregunta en qué terrible sudor
voy a lavar mis fantasmas.
La ciudad es sabia, la ciudad es todo
y no se sabe.
Yo misma antes lo he escrito:
" Se necesita un violín, un poco de esperanza".
Pero es costumbre no escuchar,
hacerse viejos bajo los trenes.
Brindemos por mi muchacho,
el de los grandes ojos que murió feliz
sobre un pedazo de madera.
Entonces llover será la causa primigenia de la vida.
Escucha…
tengo los pies llenos de animales
y en más de una ocasión he pintado sus noches
a la luna.
La ciudad es siempre lluvia
o Clarita que espera.
Al final
Después de comprender el amor
y desafiar su intento,
ser incapaz de amar sin mutilarme.
No puedo aceptar su breve paraíso,
el frugal esplendor que cataliza
todas las lunas en mis ojos
y hace de los suyos
la brutal transparencia que me exime.
Palabras al oído de un muchacho del siglo XVIII
Mi madre duerme.
Sobre su cabeza
los peces iluminan el camino.
A pesar de la luna y su mirada triste
puedo subir los pies de la noche,
galopar su lomo oscuro
mientras las casas duermen.
Sospecho en tu frente la otra mitad de mis párpados,
el invierno gravitando entre tus manos
como sílaba primitiva.
Qué ventana se abrirá
para saber que estamos solos,
que somos los últimos del viaje.
Los girasoles se despegan de la puerta,
me pintan las ganas de amarillo
y volver a sentir es una frase ambigua
si habitas un libro, una taza de nieve
cuando es temprano para sembrar palomas.
Pero los peces caen, mi madre ya despierta.
Gracias a Dios, he vuelto a creer en la inocencia,
en esa otra galaxia…
donde seremos.
Rapsodia
Hoy mi padre ha llorado
intentando ver en el piso algo más
que la vida… algo más.
Yo he anudado sus cordones
en busca de una hilacha
que nos regrese en el tiempo.
Ah, Padre
cuánto deseo acunarte
y verte correr por los campos.
Bajo mi blusa un gorrioncito
alza vuelo y es triste.
Supongamos hacia dónde empina
su cabeza.
Aún aletea como una luna
de mis ojos a tus ojos.
La guitarra sienta pensativa
un brazo sobre tu hombro.
Yo hago como que no la veo
y ella desparrama sus cuerdas
una a una regreso a la infancia.
Bendita infancia colmada de música
y cuentos como nadie podría escribir.
Bendito por siempre tú,
que has llorado en mí
todas tus lágrimas
sin verlas.
Un vapor muy blanco navegando hacia la tristeza
Soy una extraña que reza entre la multitud.
La patrona morenita mira al frente
como yo ante los riscos
presta a saltar desnuda por donde Concha
tomó su vapor
buscarla entre todos y suplicar no se vaya,
que el tiempo de emigrar no contrasta con la noche,
con la maravilla del agua.
Alzo lenta los párpados frente a las vidrieras
como un muchacho pudoroso rogando al mar
una combinación en el espacio
donde no existan lágrimas.
Es mi penúltima luna en Tenerife.
De algún modo
permaneceré anclada a su esplendor,
Allí el Puerto de la Cruz asoma sus discotecas.
Pero el océano es un rito que no aciertas a esquiar
en la nieve de mis ojos,
pero el espacio se entrega a estaciones audaces
e impredecibles
y sólo tu voz me salva.
Desagradecida asumo una verdad
mayor que tu agonía.
Una anciana con los ojos más tristes del cielo
recogió sus ropas de moza,
caminó por las calles
aguardando por un vapor que nunca vino.
No logro distinguir entre la niebla y lloro
porque esta ciudad se me asemeja a un sudario
y no puedo sobornar al tiempo.
Evito el peligro, el amante que no entiende
mis códigos secretos
donde jóvenes y ambiguas pupilas
se adhieren a los cristales
se alejan
como un vapor
navegando hacia la tristeza.
Al borde presuroso del deseo
Los puertos se abren al escándalo público.
Un hombre triste y luminoso como un elfo
pasa por mi espalda con su circo de fantasmas
y yo voy a hacerle un poema.
Caído de su estrella
ignora que la soledad es un manto enorme
sobre el cráneo,
que pesa tanto como el cielo
y no es el cielo.
Me dice:
"La guitarra tiene alas
ojos de cuerda insensibles
tristezas inconmovibles
flores sobre las escalas".
Pero más allá de lo posible está el silencio,
la tersura del agua que arrasa con su verso.
Él puede no saber
y nadie quiere imaginar
que choca su copa en el espejo
y el doble no es el doble, es la orilla insalvable.
A este hombre que salta mojado de animal y castigo
quiero hacer un poema,
pero al final la palabra jadea
y le pido perdón a Dios y a los poetas
como si nunca el monstruo de la muerte
mitigara su deseo.
Tomado del libro Antología de poemas cósmicos fúnebres y líricos de Clara Lecuona Varela, por Fredo Arias de la Canal. Frente de Afirmación Hispanista, A. C. México 2002.