Seis directores en busca de un teatro: 80 años de TUH
Llega la noche y la plaza está llena. Todos, además, ensalzan las dotes del espacio neoclásico, un sex appeal que acude a simetrías perfectas bajo proporciones matemáticas exactas. Nada sobra en esos edificios y, aunque estilo actualizado en el tiempo, aún sus columnas pueden funcionar como el escenario perfecto de Sófocles y su Antígona. Las luces fueron dispuestas para que esos elementos estructurales quedaran realzados, naturalizados como apoyo a la magia que impregna una puesta en escena de aquellos tiempos helenos, de aquellas obras imperecederas.
También será el escenario para puestas en escena como Las coéforas, de Esquilo e Ifigenia en Tauride, de Goethe, por mencionar algunas de las tantas realizadas sobre el teatro clásico heredado por el Dr. Ludwig Schajowicz, quien dirigiera Teatro Universitario desde sus inicios en 1941 hasta 1946, cuando abandona la empresa. Igualmente fue bajo su ingenio que, en la puesta en escena de La dama morena de los sonetos, Ramón Valenzuela tuvo la perspicacia de asumir el pedido por el que aboga Guillermo Shakespeare (su personaje) ante Isabel para la creación de un Teatro Nacional en Inglaterra, esta vez interpretado como “una petición al rector de la Universidad y a los señores que integran el patronato que rige su agrupación dramática, un edificio propio para Teatro Universitario que se ve obligado a funcionar en la Plaza Cadenas, a la clara luz de las estrellas… o bajo la amenaza de la lluvia”, como reseñara Mirta Aguirre. Esta escena pudiera ser el preludio de la situación de vida de Teatro Universitario de La Habana (TUH), tarea que debió mantener cada uno de sus directores en la defensa de su teatro, y la línea existencial que marca la principal de las justificaciones de su actual estado.
Hoy, Teatro Universitario, a 80 años de su fundación, acumula sedes en cuanta escalinata podía servir de podio a su arte. La televisión fue, tal vez, de los primeros espacios cerrados en los que actuó, donde las estrellas del cielo nocturno eran sustituidas por luces especializadas y cámaras. Poco después tuvieron la sala Tespis, en el Hotel Habana Libre; ello hasta ser recibidos por la que muchos llaman la sede perfecta: la sala Talía, descuidada, destruida, perdida en la actualidad. Cada espacio marcó una época y una búsqueda de su director. También fueron pautas para un hábito generado en el público habanero, conocedor de lo que podía encontrar en estos espacios para su disfrute, ya que, como casi categóricamente refiere la prensa, se hablaba de un buen teatro hecho por amateurs. No hay que exagerar ni restar; todos los críticos supieron elegir y poner en orden sus palabras. Eran empresas valoradas en su justa medida —teatro de aficionados—; como resultado, las mejores de su tipo y, observando bien a sus adentros, con las características de su tipo.
“Hoy, Teatro Universitario, a 80 años de su fundación, acumula sedes en cuanta escalinata podía servir de podio a su arte”.
Así, las actuaciones y las puestas en escena se nivelaban entre actores y personal que trascendió en la historia, ya sea de la televisión, la radio o el propio teatro,[1] y otros, quizás la mayoría, con un arma fundamental, que es la pasión impregnada a las ganas de aprender, de divertirse, de ser mejores y más completos profesionales por lo que la apuesta a las artes les puede ofrecer. Y es entonces donde la palabra “arma” queda sustituida por “alma”, lo que no debe ser olvidado nunca. ¿Y por qué? La respuesta reside en la historia de TUH, porque nunca fue la sede la que definió su calidad y sus méritos, sino algo mucho mayor, más complejo y que comienza con los objetivos y metas propios de TUH: los estudiantes, los valores a impregnar y la respuesta de la Universidad a la comunidad que le rodea, visto desde el triunfo de la Revolución como la actividad extensionista. Esto es lo que más le deben Cuba y su cultura a Teatro Universitario.
Entonces, ¿qué condiciones reales tuvieron el Dr. Schajowicz y Luis A. Baralt en la dirección de Teatro Universitario? Si revisamos la historia, las mismas que ahora que no cuenta con una sede: el apoyo de parte de la directiva de la Universidad y de algunas personalidades de la cultura del momento. Lo demás, los méritos, no fueron más que el resultado de sus metodologías, una enorme apuesta y su visión larga como intelectuales que construyen una época. Con esa consciencia, se abrió camino TUH, pero no porque le pusieran el camino fácil. Ellos no esperaron a un mecenas para destacarse; no obstante, exigieron siempre que pudieron, con constancia, con el ejemplo y las expectativas de calidad cumplidas.
Y ahora hablamos de calidad: ¿se debe culpar a la fundación de la ENA y al ISA por la situación que presenta Teatro Universitario? Nada más incorrecto cuando, de nuevo, las intenciones quedan trastocadas. TUH existe en estos momentos para abrir puertas, tomar experiencias y expandir horizontes, esto en un sentido espiritual, humano y cultural. Se acciona una vez más bajo la categoría idónea, y repito: amateur, aficionado; es en esa donde se debe actuar, y si se logra —porque el arte da sorpresas, porque el arte está lleno de infinitas posibilidades, porque todos llevamos arte dentro, solo que no todos lo potenciamos— un acercamiento a los estándares del mundo profesional, pues vengan los elogios a nuestros muchachos, que trascendieron a base de pasión, de alma, su propia categoría. La Universidad solo puede controlar que esa pasión se potencie y no perezca, y como casa de altos estudios, brindar posibilidades y no límites.
La Universidad solo puede controlar que esa pasión se potencie y no perezca, y como casa de altos estudios, brindar posibilidades y no límites.
En este sentido, Schajowicz y Luis A. Baralt tuvieron el apoyo del Seminario, estrategia para nada compleja en la actualidad ante el poder de convocatoria de la Universidad, la más antigua y prestigiosa del país. Solo que no deben confundirse sus labores con las de formar dramaturgos, actores, especialistas, pero sí supervisar y estimular la creatividad de nuestros aficionados. Debe de existir un mínimo de rigor teórico y especializado en apoyo a las puestas y a la propia motivación del estudiante, conduciéndole de manera idónea toda la pasión hacia mejores resultados. Que sean amateurs no debe distanciarlos de las sutilezas que aporta en cada oficio la enseñanza teórica.
Si se debe retornar a las escalinatas, ese paso existe entre los predecesores de TUH y no debe avergonzar, debe de cuidarse el cómo, entendiendo que hay muchas maneras —muchas veces poco usadas— de estimular al joven universitario, de seducirlo, de hacerlo sentirse orgulloso de un pasado y del propio presente que construye. Las alternativas en este mundo globalizado y mediatizado cada vez parecen más simples, sobre todo cuando aparentan un rechazo a la actualidad, a favor de una nostalgia, de un reciclaje de tiempos anteriores. No obstante, tampoco se les debe confundir con un rechazo, en tanto no se puede vivir otra época que esta que nos toca, sino que hay que valorar lo positivo de lo actual y mezclarlo con lo mejor de nuestro pasado; tampoco exigirlo, solo proponerlo; tampoco implementarlo de modo reduccionista, postizo o simplista, sino flexible, inspirador, inclusivo, abierto.
Ahora, ha triunfado la Revolución y solo parecen haber estímulos a la creatividad en el país, a la masificación de la cultura. Helena de Armas tuvo una sede, Armando del Rosario tuvo una sede, y con toda la responsabilidad asumida como directores supieron hacer de ellas espacios a visitar, generando un hábito en el público. Pero en ocasiones, los propios cambios acontecidos en el decurso de la historia posrevolución —reformas universitarias, la especialización en artes a través de escuelas como la ENA y el ISA, la creación del Festival de Artistas Aficionados y las modificaciones de sus estatutos— fueron asumidos como límites, empeorando la situación a la par del deterioro económico que ha sufrido el propio país, sobre todo con el Período Especial.
Estos cambios que hoy heredan su penúltimo director, Daymel Izquierdo, y el actual, Rolando Boet, construyen un escenario sensible y, sin embargo, no impiden que también obtengan premios, reconocimientos, y que formen (como antaño sus predecesores) figuras que ya son parte indisoluble de la cultura; solo que no se han divulgado, visibilizado. Y esta es la parte en la que sí juega un papel fundamental la Universidad, en tanto se reconoce que las personas pertinentes han hecho, que han tenido un papel protagónico, pero deben esforzarse más. El deterioro y profundo abandono de la propia sala Talía es el mayor ejemplo, que no solo es un espacio con una veintena de historia teatral, sino que resulta necesario para el desarrollo actual de los grupos institucionales, no solo de Teatro Universitario.
Rolando Boet tiene en sus manos la posibilidad de otorgarle al grupo un antes y un después, como lo hizo cada uno de sus predecesores. Hay que observar atentamente el contexto, revisitar el pasado y empaparse de él, y repensar el proyecto y actual accionar de Teatro Universitario de La Habana. Hay que defender un legado, pero no con mediocridad, desidia o justificaciones, sino con estrategias para abrir todas las puertas necesarias. Este replanteo y renovación hacia sus adentros, pudieran no solo ser la posibilidad de salvar esta empresa con tantos años e influencia, sino también de fomentar un proyecto mucho más sólido, que pudiera cumplir unas ocho décadas más de historia.