Se ha ido un querido amigo, qué tristeza…
Dice un refrán ghanés que “quien parte va para un lugar mejor”. Apoyada en esta idea y desde mi propio duelo personal por la pérdida de mi esposo, quisiera hablarles de Juan Valdés Paz.
Es posible que para quienes no transiten por el mundo de las ciencias sociales este nombre —por cierto, bien frecuente—, no les diga mucho. Pero para quienes lo conocimos —que somos numerosos—, su partida nos deja un vacío inexplicable por muchas razones, no solo por su enorme capacidad para analizar los conflictos sociales, sino también por la gracia de su verbo siempre dispuesto a ese “choteo” cubano tan necesario; junto a lo cual estaban sus reflexiones acerca de la sociedad cubana y sus desafíos. Recuerdo que hace tres o cuatro años me comentó de la gran urgencia de la incorporación inmediata de los jóvenes como protagonistas de los nuevos tiempos. La realidad fue mostrando cuánta verdad había en la promoción de esa presencia de la vida cubana.
“Su partida nos deja un vacío inexplicable por muchas razones, no solo por su enorme capacidad para analizar los conflictos sociales, sino también por la gracia de su verbo siempre dispuesto a ese ‘choteo’ cubano tan necesario”.
Valdés Paz, como muchas personas lo llamábamos, tenía además de lucidez intelectual, una gracia y simpatía que inmediatamente se ganaba el aprecio de quienes estaban a su lado, donde casi siempre encontrábamos esas expresiones del gracejo cubano que tristemente hoy suelen estar ausentes de la cotidianidad. Siempre ocurrente, con una frase a flor de piel para ilustrar cualquier situación. En ocasiones sus comentarios además de hacernos reír, llevaban consigo una reflexión profunda para conducirnos a un pensamiento trascendente. Su manera sencilla de expresarse, ya fuera en un tema de gran complejidad social o en algo de la vida diaria, representaba otro modo de colocarse en el análisis existencial.
Qué puedo decir de sus méritos como intelectual de categoría mundial por sus libros, sus conferencias, sus comentarios y su calidad humana. Era un ser sin arrogancia, sin impostura vanidosa, alejado de quienes cuando obtienen fama, entonces consciente o inconscientemente comienzan a colocarse por encima de sus semejantes. Juan carecía de esas pretensiones superfluas tan comunes en el mundo, que pudiéramos llamar, de los “personajes”. Él estaba siempre desprovisto de esa fantasía que reclama del elogio a toda costa, sus opiniones inteligentes brotaban de modo natural como quien comenta el estado del tiempo, sin ser meteorólogo.
Acudió a un encuentro programado en mi casa —con esa bondad que lo caracterizaba, despojado de cualquier aire de superioridad—, para compartir el resultado de sus estudios, para explicar sus ideas. Tuve el honor inmenso de que en mi propio hogar me ofreciera eso que se llama “conferencia magistral”. Al oír sus conceptos me di cuenta de que no era una simple respuesta a mis preguntas, sino que él había colocado mis temas en una perspectiva mucho más amplia porque señalaba los contextos y los hilvanaba, uno a uno, aclarando sus complejidades, introduciendo nuevos pensamientos que permitían llegar a los orígenes de los conflictos sociales. Me puse tan nerviosa que me costaba trabajo escribir, pensaba que si me concentraba en grabar perdería su tono de voz, su gestualidad, con esa alegría que lo acompañaba, donde no faltaba su emoción de persona feliz, que invita a compartir también esa felicidad.
Aunque todavía hoy se me corta el aliento cuando intento reconstruir el privilegio de ese momento, de lo que creía serían respuestas a una simple entrevista, pero que se convirtió en una disertación académica de gran altura; y pensaba, qué maravilla si otras personas también pudieran escucharlo ahora mismo. Me sentí afortunada en ese instante, por la oportunidad de nutrirme de aquellas teorías que complementan viejas interrogantes en torno a complejidades sociales, muchas de las cuales quedaron en mi mente para siempre…
“Su manera sencilla de expresarse, ya fuera en un tema de gran complejidad social o en algo de la vida diaria, representaba otra modo de colocarse en el análisis existencial”.
Fue un encuentro que había sido programado ya hacía un tiempo, así que cuando tocó a mi puerta me sentí halagada por recibirlo —mi esposo me ayudó para ofrecer un modesto almuerzo—, y agradecí su muy especial visita.
Ahora me gustaría contarles algo de su andar por esta tierra, para quienes no lo conocieron. Este intelectual cubano fue ganador del Premio Nacional de las Ciencias Sociales y Humanísticas por la obra de la vida en el año 2014, entre otros méritos. Recuerdo que, hace más de diez años, en su posición como secretario del Buró del Partido en la Uneac, alejado de cualquier tipo de dogmatismo, me invitó a realizar una presentación acerca de las relaciones raciales en Cuba.
Algunas personas lo conocieron como viceministro de la Agricultura hace mucho más tiempo aún. Si me preguntaran cómo calificarlo diría que fue un combatiente por las ciencias sociales, y por tanto de la cultura en todas sus dimensiones. Sus análisis de la sociedad cubana abarcaron amplios espacios, que lograba sintetizar al mismo tiempo en reflexiones críticas de realidades donde estaban presentes temas a veces considerados escabrosos como las políticas públicas, los desafíos económicos, el futuro de la agricultura o la construcción del socialismo. Lo interesante de su pensamiento crítico fue que también incluía modos de encontrar soluciones donde la participación popular estaba llamada a formar parte de esa búsqueda. Como investigador, fundamentalmente de la sociología y politólogo, estuvo siempre dispuesto a exponer y compartir sus puntos de vista sin buscar atajos encubridores, sino de forma directa y responsable.
“¡Hasta siempre, Juan!”
Entre sus obras aparecen textos como La transición socialista (1993), Los procesos agrarios en Cuba 1959-1995(1997), Los procesos de organización agraria en Cuba 1959-2006 (2009), El espacio y el límite: estudios sobre el sistema político cubano (2009), La evolución del poder en la Revolución Cubana (2018)[1]. Sabía, porque me comentó recientemente en una conversación telefónica, cuando lo llamé para leerle unas páginas que comentó con la agudeza propia de su estilo, que tenía mucho interés en la terminación de un texto que consideraba decisivo.
Como decía al inicio de esta crónica, su personalidad no permitiría una despedida dramática porque sería algo ajeno a su modo de ver el mundo. Entonces nos queda recordarlo con alegría y confianza en el futuro próximo, tratando de superar el dolor inevitable de su ausencia. Como me decía hoy un amigo, reviviendo aquellos chistes suyos siempre tan oportunos. Con la alegría de haber tenido el privilegio de su amistad y la idea de recordarlo frente a la inmensidad de tareas que quedan todavía por encontrarles las soluciones adecuadas para una Cuba mejor, como fue su aspiración.
¡Hasta siempre, Juan!
Nota:
[1] El listado de obras publicadas fue tomada del periódico Granma, edición del miércoles 27 de octubre.