Santiago y la afirmación antropológica
28/3/2019
A Jennifer y Ana Laura, porque estas líneas son también suyas…
De Santiago Álvarez se ha dicho mucho: del alto valor documental y periodístico de su obra, de la loable tozudez y profesionalidad con que asumía su trabajo, del Noticiero ICAIC Latinoamericano, de su moral y proyección como ser humano, de su anecdotario como cineasta y aventurero, de la explícita vocación de servicio público presente en sus audiovisuales. Mucho se ha escrito también de su importancia e influencia dentro de la cinematografía de su tiempo, de sus modos exclusivos de innovar en la dramaturgia del producto audiovisual, con los recursos sonoros y gráficos al alcance de su imaginación; de los amigos y profesionales que contribuyeron, del impacto y de la calidad estético-periodística de su obra. De su trayectoria y condición de cineasta de la Revolución.
Sobre la esencia documental de su obra existe un número considerable de reflexiones, sobre el tono que él mismo catalogara de panfletario y de la paradójica —aunque quizás no tanto— criticidad de sus noticieros. De la sucesión y continuidad entre emisiones, de su expansión temática allende las fronteras cubanas, del modo sutil de emplear la ironía y el humor en el discurso audiovisual. Sin embargo, dentro de semejante marea de referencias, hay a veces un elemento del cual se ha dicho relativamente menos —que no poco—: el valor específicamente antropológico que caracteriza a una parte de su obra.
No se trata de un asunto novedoso, o ya reconocido pero aún sin explorar, sino de una arista que tal vez requiera otro modo de abordarse, más allá de los vínculos que sostiene con la esencia documental. Un rasgo propio, que el tiempo ha contribuido a destacar en las creaciones de Santiago y de quienes lo acompañaron en las disímiles emisiones del Noticiero ICAIC, por su utilidad no solo para aproximarse al contexto socioeconómico, cultural, político e institucional de la Revolución, sino también —y sobre todo— al papel y a las aspiraciones del ser humano en semejante escenario. Es esto último lo que podría denominarse aquí como la afirmación antropológica.
Derivada del acto de documentar, la afirmación antropológica adquiere tesitura propia: la imagen, además de registro de una realidad, para que esta pueda ser contemplada —y preservada—, puede servir de insumo para una interpretación científica del hecho y de su contexto. Es así como se pasa de la quietud receptiva y la interpretación espontánea a una dinámica de investigación interpretativa, en ocasiones también crítica; de una lógica de testimonio o de consumo, a una de reflexión histórica y sociocultural centrada en la dimensión humana.
Buena parte de las emisiones del Noticiero ICAIC Latinoamericano sirven para ello, para desentrañar, aun en medio de un montaje y una dramaturgia audiovisual por demás intencionada, la esencia del comportamiento y de las preocupaciones de los individuos en una organización social cambiante. El factor clave, amén de elementos restrictivos al propósito de documentar, dados por la utilización de recursos gráficos y sonoros contrarios al canon científico de “lo objetivo”, estriba en el abordaje desprejuiciado de lo cotidiano. De ese modo, solo el momento creativo en el instante de la postproducción puede contaminar el producto, pues antes, la evidencia del suceso ha quedado registrada al margen de altisonancias o comedimientos previos.
En semejantes condiciones, el margen de “contaminación” suele ser menor, porque en buena parte de sus noticieros se aprecia un claro posicionamiento ético desde la óptica periodística y revolucionaria. Dicha centralidad de la ética, viene dada en algunos casos por la prioridad del acto riguroso de investigación periodística, con mayor protagonismo para los actores e instituciones involucradas, que no para la difusión de presuposiciones o insinuaciones por parte de los realizadores. De ahí la vocación pública, como ese afán inclusivo de darle voz a la sociedad toda y responder con consecuencia a los intereses que solo ella conoce y puede expresar.
luego del paso del huracán Flora por la isla.
Cuentan varios de quienes compartieron tiempo y espacio con el apasionado cineasta, la recurrente acción de salir a filmar sin guión o condicionamiento previo, como una de las principales prácticas en la realización de los noticieros. E incluso, figuran en algunas de las emisiones, los cambios repentinos de temas o problemas sociales a abordar, cuando se salía a filmar con otras intenciones y propósitos. Existen también diversas anécdotas sobre el aplomo y la profesionalidad de Santiago a la hora de realizar su labor en medio de la metralla, allá en suelo vietnamita. Y de la “terquedad” con que asumía el momento creativo, buscando siempre la calidad óptima y la intencionalidad deseada, sin importar costo u horario, evidencias que en todo caso apuntan hacia el compromiso primero con los públicos: eje de la ética en la comunicación.
Resultado: una obra cinematográfica y, en particular, una serie de audiovisuales de corte informativo e interpretativo, más próximos a circunstancias reales y a las percepciones sociales que sobre ella existían en las primeras tres décadas de la Revolución. Conjunto de audiovisuales que con el paso del tiempo, han adquirido la cualidad de ser útiles para la comprensión de ciertas actitudes sociales, individuales y colectivas; ancladas, debidas a y condicionantes de un contexto determinado. Sin proponérselo, pero logrado; a la espera de observadores ávidos de darle explicación a una época, desde la rigurosidad y el método científico; desde la investigación y observación reflexiva con viso histórico, sin dudas, y antropológico-cultural también. Porque a fin de cuentas la antropología es, en parte, eso: una expresión de la subjetividad humana y social sobre sí misma, en tanto objeto de estudio, ajustada al molde de la ciencia moderna. Y a ella —aunque de manera inconsciente— para la comprensión de la Revolución, Santiago también contribuyó.