En lo que va de año he tenido la posibilidad de apreciar varios shows de diferentes cabarets: el Continental del Hotel Internacional de Varadero, Tropicana, y el Parisién del Hotel Nacional. Puedo contrastar, y hasta valorar, quiénes reciben más apoyo de sus agencias turísticas para desplegar mejor, o peor, su labor creativa. Porque el turismo no puede ser un depredador de la cultura, sino un facilitador, una vía para mostrar lo mejor del arte al visitante, sea extranjero o nacional. Y en estos contrastes aflora la realidad. Una realidad que en ocasiones contradice lo que repetimos y en otras es una muestra fehaciente de nuestro acomodamiento, incluso una muestra de las deficiencias en la formación de los intérpretes para este sector del arte danzario cubano.

¿La Escuela Nacional de Danza Moderna y Folclórica puede asumir la formación de los bailarines de espectáculos musicales? ¿La Escuela Nacional de Ballet? ¿Pueden ofrecer los egresados que el sector demanda? Si queremos valorizar el espectáculo escénico musical en las instituciones turísticas, es imprescindible hacerlo con bailarines formados académicamente. Estoy seguro de que la llamada escuelita de Tropicana ha cumplido su rol, pero es hora de que asuma retos que vayan más allá de la emergencia de su cabaret.

“El turismo no puede ser un depredador de la cultura, sino un facilitador, una vía para mostrar lo mejor del arte al visitante, sea extranjero o nacional”.

El espectáculo escénico musical no puede escudarse en la necesidad de los patrones clásicos de la belleza física, ni en la superficialidad del entretenimiento manido por la tradición. Tampoco el acontecimiento artístico puede salvarse por el significado mnemónico de la institución que lo ofrece. La historia se hace día a día y las personalidades lo son porque demuestran su mérito en el acontecer, en el hoy proyectado hacia el mañana. Una figura que engloba institución, memoria y personalidad es el maestro Santiago Alfonso, Premio Nacional de Danza.

En el año 2008, refiriéndome a Diáspora de la danza en el América, uno de los primeros espectáculos de Santiago Alfonso con su recién creada compañía, publiqué una valoración crítica. Comparto este fragmento:

“(…) Cuando se menciona a Santiago Alfonso, enseguida se asocia su nombre a Tropicana, el más grande cabaret cubano. El maestro logró mantenerlo en las altas cumbres internacionales, posición que ya tenía cuando la revolución triunfa y, además, le impuso una excepcionalidad artística que difícilmente hubiera obtenido sin su afán constante de rigor, experimentación y riesgo. Santiago Alfonso llegó al cabaret después de absorber el inmenso magisterio de Ramiro Guerra cuando estuvo en el entonces Conjunto Nacional de Danza Moderna, hoy Danza Contemporánea de Cuba (…) Giras internacionales, incontables escenarios y, sobre todo, un profundo conocimiento de la cubanidad, vista como una síntesis de su propia experiencia, permiten no asombrarnos de que Diáspora de la danza en el América sea una obra mayor de la danza teatral cubana (…)”.

Una figura que engloba institución, memoria y personalidad es el maestro Santiago Alfonso, Premio Nacional de Danza. Foto: Tomada de Cubadebate

En este 2022, a 16 años de aquel momento y en la sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba, su compañía estrenó el espectáculo Del son al jazz, y nuevamente estamos ante una obra mayor de la danza cubana.

Del son al jazz se presenta en dos partes conceptuales: la primera dedicada al son y la segunda, al jazz. Pero el título nos remite a un tránsito, no a una suma mecánica de géneros; por lo tanto, el espectáculo posibilita asistir a la confluencia, a las múltiples retroalimentaciones entre estos dos caminos de la música popular. Para el logro de este trayecto el maestro se vale de sus obras más conocidas en versiones frescas y, además, de la presencia de músicos en vivo muy prestigiosos. Haila para la primera parte y Bobby Carcassés para la segunda. Apenas dos coreografías fueron creadas para este espectáculo; pero es sabido que versiones a clásicos, ubicados en contextos nuevos, producen y legitiman una obra totalmente nueva. Este es el caso.

Al ser la danza el discurso central, obliga a que los intérpretes posean condiciones técnicas, tanto clásicas, como modernas o contemporáneas del más alto grado, solo limitadas por las condiciones físicas individuales que siempre serán distintas en una compañía numerosa. No es lo mismo condiciones físicas que condiciones técnicas. El bailador truquea la técnica, tenga condiciones o no. El bailarín, aunque esté limitado por sus condiciones físicas, se moverá en escena haciendo gala de su limpieza técnica. Eso es lo más importante, la sinceridad técnica, esta es la verdadera altura del bailarín, no la altura que alcancen sus piernas. Cuando se unen condiciones físicas y técnicas, estamos ante un bailarín potencialmente excepcional. Digo potencialmente porque incluso esto tampoco basta, hacen falta organicidad e histrionismo, es decir, hace falta bomba, corazón. Todo eso lo vimos en la Compañía Santiago Alfonso como camino, dirección, proyección hacia el futuro.

Las coreografías son de Rafael Olivera, Rafael Spínola y, obviamente, de Santiago Alfonso, que hizo el montaje de Sentimiento original, donde Haila canta y baila con los demás bailarines. Algo que no resulta inusual porque ella misma es bailarina. No obstante, aquí destaca la dirección artística. Sabemos que Santiago es un maestro en el uso del espacio escénico y en la organicidad de las entradas y salidas de los bailarines. En esta pieza, la relación entre el baile y el canto requería mucha precisión coreográfica. El bailarín toma el micrófono para permitirle a Haila el movimiento corporal sin limitaciones y se lo da justo en el tiempo en que tenía que entrar su voz. Se agradece mucho la presencia de esta gran cantante cubana; los tres temas que interpretó sirvieron para prevenir el camino hacia el jazz de nuestro son partiendo del bolero. Buen cierre para la primera parte.

En Trío de jazz,de Rafael Olivera, no hay representación escénica de un acto carnal entre dos mujeres y un hombre. Puede que eso sea lo que la coreografía sugiere, nosotros le ponemos cada detalle según nuestros referentes. El movimiento en todo momento es sinuoso, haciendo volar nuestra imaginación a partir de la propia belleza del cuerpo humano, sus curvas y ondulaciones. Esto hace que me resulte visualmente incómodo el vestuario: esconde demasiado la magnificencia corporal y no le aporta ningún significante en sí mismo. Esta sugerencia la hice en el año 2008. Es una obra muy difícil, los bailarines deben interiorizar mucho cada gesto, cada relación entre los cuerpos, de modo que no pierda organicidad y armonía en el discurso erótico. Los intérpretes actuales deben ir más a su mundo interior, a su experiencia sensorial.

“El espectáculo escénico musical tiene que ser atractivo, pero no tiene por qué ser superficial. Ese concepto rige la dramaturgia de Del son al jazz”.

Después del Quinteto de jazz, entra Bobby Carcassés con su scat.Simplemente descomunal lo que logra con su voz. Dos temas más, acompañándose del piano y de flautistas amigas, sirvieron para señalar la sonoridad jazzística en nuestra música popular. El estilo de este artista es de mucha comunicación verbal con el público y eso rompe con la manera en que el espectáculo ha transitado hasta ese momento. Es decir, una coreografía a continuación de la otra a modo de vodevil. Pero se disfruta tanto a Bobby Carcassés, que la ruptura se torna aparente y solo nos queda aplaudir, agradecer.

En La conga dice, clausura de la segunda parte, Santiago Alfonso nos propone múltiples focos de atención que se manifiestan en la variabilidad espacial y el numeroso grupo de bailarines que entran y salen del escenario a un ritmo vertiginoso. Aquí el maestro hace derroche de su conocimiento de la escena para mover grandes masas sin tener siempre en cuenta las pautas que la simetría impone. Esto es evidente cuando entra el grupo de varones, con movimientos cortados, duros, arrollando… pero después arrollan las hembras y entran otros y vuelven a salir y a entrar; en fin, fuerza máxima y energía total. La multifocalidad dinámica y burlar, en ocasiones, la simetría espacial, son elementos muy arriesgados para el espectáculo musical. No se trata de llenar la escena, se trata de que tenga sentido, por eso fallan algunos directores artísticos y coreógrafos, por eso sale airoso Santiago Alfonso, porque todo tiene dirección, propósito y, además, mucha cubanía.

El espectáculo escénico musical tiene que ser atractivo, pero no tiene por qué ser superficial. Ese concepto rige la dramaturgia de Del son al jazz. Por eso hay una obra como Momentos de fe que aborda la relación homosexual junto a otra con una fuerte dimensión sicalíptica como el Trío erótico. Sobre todo, el viaje al que somos llevados pasa por nuestra cultura artística.

Las demás obras fueron: Popurrí de sones, Adiós felicidad, Son al son, Chan chan, De noche, El cuarto de Tula, Roulette, Summer time, No serás de mí, Blues con montuno y Mambo No. 5 (Lou Bega). La alternancia de obras grupales con dúos, tríos o cuartetos y sus variaciones dinámicas, propiciaron el adecuado equilibrio para que la atención no decayera nunca. No obstante, sugiero que se cuide más el momento en que se insertan algunos videos. Valorar si son estrictamente necesarios para que no entorpezcan la aprehensión general del discurso escénico.

Mambo No. 5, coreografía de Rafael Spínola, es el cierre de todo el espectáculo. Y cierra en todos los sentidos, porque musicalmente aglutina los elementos distintivos del son y del jazz como unidad sonora de lo cubano. Esta obra resume, además, visual y cinéticamente, todo lo acontecido en la escena. Cuando el bailarín Eddy M. Piñeiro entra al escenario convidando a los artistas a continuar bailando, sentí que nos convocaba a seguir construyendo nuestra propia identidad nacional. La alegría propiciada involucró a toda la compañía, a los ilustres invitados y al público presente en la sala.

Si queremos valorizar el espectáculo escénico musical en las instituciones turísticas, es imprescindible hacerlo con bailarines formados académicamente. Foto: Tomada de Toda la danza

El espectáculo escénico musical debe protegerse, hay que despojarlo de la banalidad. Se precisa coherencia institucional. Es tiempo ya de resolver la dicotomía arte-turismo. No pueden verse como contrarios. Encontrar los puntos de convergencia que solucionen los problemas de formación de bailarines y músicos para que se estimule la creación coreográfica. El cabaret Parisién lo está logrando, y la compañía del maestro Santiago Alfonso demuestra con cada espectáculo que ya está consumado.

El 16 de febrero de 2008, Santiago Alfonso me envió un correo electrónico. Comparto este fragmento:

“(…) Soy un exponente del ajiaco socio-étnico-musical que es la cubanía, pasado por Ramiro Guerra, Lorna Burdsall, Alberto Alonso, Tomás Morales, Luis Trápaga, Jerome Robbins y sin dejar detrás mi negritud que va de Sarah Vaughan y Olga Guillot, a Celia Cruz, Omara Portuondo, Miguelito Valdés, Arsenio Rodríguez y Mario Bauzá. En esa mezcla puedes incluir a Billie Holiday, Dinah Washington, Count Basie, Sammy Davis, Elena Burke y la sabrosura de los años 50 en que se gestó mi definición estética. Todas esas influencias fraguaron en mi alma la necesidad de aprender a expresar con el cuerpo (…)”.

¿Cómo no advertir las magnificencias de este espectáculo si la vida y el alma del maestro Santiago Alfonso han transitado del son al jazz?

Tomado de Toda la danza, revista cubana de historia, teoría y crítica de la danza

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