Considero necesario iniciar esta intervención citando a Jorge Luis Borges: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Hoy puedo confesar que fue eso, precisamente eso, lo que yo sentí cuando conocí la monumental obra de Samuel Feijóo, de cuyo impacto todavía no he logrado recuperarme. Al menos para este servidor, Feijóo es un género literario independiente, como mismo ocurre con José Lezama Lima. ¿Acaso porque ambos fueron creadores de mundos paralelos?, ¿acaso porque ambos fueron brújulas renovadoras?

De ahí la importancia de este encuentro con el poeta de San Juan de los Yeras, a solo horas de cumplirse el 110 aniversario de su natalicio. Pero hablar sobre él, en tan corto tiempo, y muy especialmente por el alcance de su polifonía, puede convertirse en una misión casi imposible. Intentaré entonces, sobre las líneas del siguiente párrafo, resumir mi opinión más sincera. No solo como escritor o director de una oficina de investigación literaria, sino también como cubano.

“Feijóo es uno de los más grandes, prolíferos e inteligentes surtidores de belleza que ha parido la nación cubana”.

La estética creativa de la personalidad que hoy nos convoca (ideas, sentimientos y ejes temáticos) estuvo marcada siempre por dos virtudes esenciales: imaginación y sinceridad, hasta entregarnos de conjunto una amalgama de expresiones cuyo común denominador radicaba en dejar atrás posibles influencias foráneas y conceptualizar, desde otra dimensión de la realidad, todos aquellos rasgos que indicaran la presencia de lo nacional; lo que explica, al mismo tiempo, las rupturas que le imprimió a códigos o moldes academicistas que intentaran desvirtuar los elementos integradores de la nación, primero asimilada y luego expuesta por él en una poética que logró redimensionar la espiritualidad de la Isla. Dicho de otra manera: en Feijóo, de forma permanente, latía el objetivo de interpretar y versionar todos aquellos elementos que llamamos nuestros, todos aquellos elementos que llamamos auténticos, dándole vuelo a un pensamiento que proyectara, en nítidas imágenes, el perfil determinante de la identidad.

Fin del párrafo anunciado. Y aunque no deseo convertir esta intervención, o charla, o conferencia, o ensayo sonoro, o como se le quiera llamar, en un ladrillo impenetrable, tampoco puedo llegar a la Biblioteca Nacional, Alma Máter de la literatura cubana, y leer de golpe una escueta nota informativa. Por ejemplo:

Samuel Feijóo Rodríguez. Villa Clara, Cuba, 31 de marzo de 1914—La Habana, Cuba, 14 de julio de 1992. Poeta, narrador, ensayista, folclorista, periodista, editor, traductor, pintor, dibujante y promotor cultural. De formación autodidacta. Colaborador de Bohemia, Carteles y Orígenes. Fundó y dirigió las revistas Islas (1958-1968) y Signos (1969-1985). Algunos títulos referenciales de su obra: Camarada celeste (1941), Beth-el (1949), Faz (1956), La alcancía del artesano (1958), Temas folclóricos cubanos (1960), Juan Quinquín en Pueblo Mocho (1964), Cuentacuentos (1975) y El negro en la literatura folclórica cubana (1980).

“Fue la poesía, siempre la poesía, su emblema dominante”. Imagen: Tomada de Internet

Por varias razones, no puedo hacerlo así. Feijóo es uno de los más grandes, prolíferos e inteligentes surtidores de belleza que ha parido la nación cubana. Autor de una extensa, orgánica y muy original obra literaria, que lo ubica entre lo mejor de nuestras letras. Claro que brillaba, pero brillaba sin apagar la luz de los demás. Escuchémoslo a él: “…No quiero irme sin haber bebido mansamente la sangre de mis sueños… Desnudo hasta la muerte está mi pensamiento, en su puerta silenciosa… Absorto quedo ante una luminosa ventana de girasoles, sintiendo crecer extrañas melodías”.

En el momento de su partida física, ya con 78 años cumplidos, este maestro, este personaje de leyenda, nos dejó como herencia, sin contar reediciones, más de setenta libros, dígase una sinfonía literaria que rebasa con creces las fronteras del tiempo y se ubica en un altísimo nivel, sin nunca perder su poderío sensitivo, intelectual y verdadero. Ahora mismo lo veo caminando por la Universidad Central de las Villas, lo escucho disertando sobre la importancia de comer vegetales, lo disfruto haciendo anécdotas en la sala de mi casa o lo recuerdo comentando dos libros suyos de extraordinaria valía: La décima culta… y Sonetos en Cuba, ese día bajo el amparo de un sombrerito de color oscuro.  

“Lo recuerdo culto, simpático y cubano de pura cepa”. Imagen: Tomada de Internet

No hay que darle más vueltas al asunto. Estamos frente al imán de un universo inagotable, de donde emerge un corpus discursivo que se va convirtiendo en órbita, en horizonte, en arcoíris, en poética coral, en desfile multicolor y en ínsula distinta. Pero no obstante su genial plurivocalismo, que le otorgaba, sin duda alguna, el título honorífico de Artista Único, fue la poesía, siempre la poesía, su emblema dominante. Y es de tal altura la trascendencia de su obra, que no vale la pena preguntarnos ahora por qué nunca le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura. Todos sabemos que a veces la justicia pueda ser injusta.

Resuena nuevamente la voz del poeta: “…ante las montañas del azul… yo no puedo ya, en esta paz de la tarde con lejano ruido de gallos y palmas diminutas, volver, para no ser la poesía trémula de mi memoria, ni el eco suave de mi escondido músico, ni el deslizarse del agua rodeando mi isla de calmoso mirador”.

“Estamos frente al imán de un universo inagotable, de donde emerge un corpus discursivo que se va convirtiendo en órbita, en horizonte, en arcoíris, en poética coral, en desfile multicolor y en ínsula distinta”.

Desde el punto de vista personal, y dada la amistad que Feijóo tenía con mi padre, yo tuve la dicha de conocerlo y compartir con él en múltiples ocasiones. Lo recuerdo libre, tierno y rebelde. Lo recuerdo culto, simpático y cubano de pura cepa. Lo recuerdo valiente, inquieto e impredecible, literalmente impredecible. Ni hablar de sus ocurrencias, ni hablar de las cosas que decía en cualquier sitio. Quiero entonces compartir con ustedes una evocación telefónica feijóoseana:

Suena el teléfono de mi casa y yo contesto: —Dígame—. Del otro lado del hilo una voz me dice: —¿Es la morada del Indio célebre? — (Por supuesto que era Feijóo. Ya lo conocíamos). Y de inmediato le respondo: Sí, Samuel, esta es la morada del Indio célebre. ¿Cómo está usted, todo bien?… Más o menos, mijo, más o menos, dime una cosa, ¿tú padre está por ahí, es que necesito darle una gran noticia?… Pero esa vez el Viejo no estaba en la casa. Y eso fue lo que le dije con total sinceridad. A lo que él respondió: qué lástima, chico, porque hoy me siento el hombre más feliz del mundo. ¿Sabes la razón?… No, no sé nada… Bueno, pues dile a tu padre que me acaban de otorgar la Medalla por el 60 Aniversario de la Liberación de Mongolia… Como era de esperar, mi reacción fue de asombro: ¿De Mongolia?… Sí, sí, de Mongolia, y yo soy la única persona del mundo que llevará en su pecho esa prestigiosa condecoración, ¡viva Mongolia, amigo mío!… Cuando colgué el teléfono, y dado el tono irónico que él había utilizado durante toda la conversación, pensé se trataba de una nueva broma suya. Pero no, lo de Mongolia era cierto.

¿Estamos o no estamos frente al imán de un universo inagotable? Para continuar reencontrándonos con la magia de esa voz diferente, veamos ahora el fragmento de una carta que Feijóo le envía al Indio Naborí el 15 de abril de 1973:

Mi buen amigo:
…Me gusta mucho esa sencillez de decir los versos, de insinuar la historia… El sapo en la ventana sabe que hay humedad en las noches. Si es verde, puede entrar. Entre usted, señor sapo. Cante aquí. Es de noche y no hay luna… Esa poesía de adentro, que se musita, es muy de mi agrado…  

Y he aquí un tercer y último ejemplo de su atipicidad. Feijóo se encontraba viviendo una seria situación familiar, y en medio de su drama, exactamente el 22 de enero de 1980, le envía al Indio Naborí esta décima de agradecimiento:

 “Al buen indio”
Se va arreglando el problema
que tiene mi bella niña,
que saldrá de la campiña
más brillante que una gema.
Yo llevo como un emblema
tu apasionada gestión.
Trémulo mi corazón
—que no me cabe en el pecho—
te agradece cuanto has hecho,
tu poesía es acción. 

Décima de agradecimiento que de inmediato fue respondida por el otro poeta:

No digas eso, Samuel,
acción es tu poesía,
tu palabra, tu alegría,
tu abrazo, fino pincel.
Pasa tu niña en corcel
de luna, ¡cuánta emoción!
Palpita el buen corazón
de un poeta villareño,
al que le digo risueño:
tu poesía es acción.

Aunque he intentado demostrar que Feijóo (el artesano) es una personalidad infinita, ya debo concluir. Sean, pues, estas líneas, un modesto homenaje al poeta de San Juan de los Yeras. Recordarlo a él me lleva directo hasta las puertas de otros nombres imprescindibles: José Zacarías Tallet, Manuel Navarro Luna, Félix Pita Rodríguez, Juan Marinello, José Antonio Portuondo, José Soler Puig, Mirta Aguirre, Dora Alonso, Cleva Solís… ¡Por nada del mundo podemos olvidarlos!   

Doy gracias a la Biblioteca Nacional “José Martí” por invitarme y por traernos de regreso a Samuel Feijóo. Como dije al inicio, autor de una extensa, orgánica y muy original obra literaria (su alcancía), que lo ubica entre lo mejor de nuestras letras. Por tal motivo, considero necesario terminar esta intervención citando a Cintio Vitier: “…Además de extraordinario cuentero, narrador, investigador de nuestro folklore campesino, pintor y dibujante excepcional, es uno de los líricos más altos que hemos tenido desde Heredia a nuestros días… Quién tan incansablemente ha andado y hasta tan lejos, por los senderos del bosque real y espiritual… Es ya un sabio. Un poeta sabio, un niño sabio, un loco sabio”.  

*Texto leído en la Biblioteca Nacional “José Martí”, el sábado 30 de marzo de 2024.

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