S.

Víctor Fowler
27/7/2020
Foto: Internet

 

Debajo del aguacero florece la interrupción y la voz,

pequeña voz que ya no voy a escuchar más.

Disminuyó.

 

La última, en el mensaje de fusión y la cortadura.

Como si supiera.

 

Quienes se encuentran en el borde, encima del mundo

flotan, rodeados de estrellas que orbitan en planetas

ajenos.

(El centro de esa geografía es un árbol musical,

y siempre supe que estabas de paso).

 

Con lo poco que permanece, regusto de la savia

o el resto: para despedirnos.

 

El agujero de años o un bolsillo roto por la instantánea

de cuartuchos inmóviles; los sueños, el arte de la fuga

y los espejos (tú ibas hacia el interior). Siempre

escapando y volviendo al lugar inicial.

 

Allí te esperaban el tocadiscos, la vitrola,

el radio de familia provinciana en la tarde,

para el programa favorito: las mejores canciones

de la semana.

 

La maleta, única pertenencia, del que echa

un último suspiro antes de partir, y la escritura,

la huella del niño en alguna pared, reverso

o misterio que aún no descubrieron:

estuve aquí.

 

Debajo de las gotas duras del aguacero,

con el don de aquellos a quienes les es dado

cabalgar, bailar, tejer, jugar. Saltarín, respiración,

moviendo las hojas del árbol mágico

igual a un instrumento secreto, ahora cristalizado,

o la hilacha.

 

Así, amigo, para despedirnos, y esa frase

garabateada con rapidez.