S.
28/7/2020
Debajo del aguacero florece la interrupción y la voz,
pequeña voz que ya no voy a escuchar más.
Disminuyó.
La última, en el mensaje de fusión y la cortadura.
Como si supiera.
Quienes se encuentran en el borde, encima del mundo
flotan, rodeados de estrellas que orbitan en planetas
ajenos.
(El centro de esa geografía es un árbol musical,
y siempre supe que estabas de paso).
Con lo poco que permanece, regusto de la savia
o el resto: para despedirnos.
El agujero de años o un bolsillo roto por la instantánea
de cuartuchos inmóviles; los sueños, el arte de la fuga
y los espejos (tú ibas hacia el interior). Siempre
escapando y volviendo al lugar inicial.
Allí te esperaban el tocadiscos, la vitrola,
el radio de familia provinciana en la tarde,
para el programa favorito: las mejores canciones
de la semana.
La maleta, única pertenencia, del que echa
un último suspiro antes de partir, y la escritura,
la huella del niño en alguna pared, reverso
o misterio que aún no descubrieron:
estuve aquí.
Debajo de las gotas duras del aguacero,
con el don de aquellos a quienes les es dado
cabalgar, bailar, tejer, jugar. Saltarín, respiración,
moviendo las hojas del árbol mágico
igual a un instrumento secreto, ahora cristalizado,
o la hilacha.
Así, amigo, para despedirnos, y esa frase
garabateada con rapidez.