Rutas culturales en Cuba: tabaco, azúcar y café
24/3/2021
I
Desde hace un tiempo en Cuba se vienen gestionando a diferentes escalas las rutas culturales vinculadas a diversos escenarios y a temáticas especializadas. Estos itinerarios, concebidos como un elemento unificador entre el valor en sí del bien, el aspecto mercantil de ese patrimonio y el turismo, buscan estimular el conocimiento, la gestión y la interpretación de los sitios patrimoniales, a partir de su puesta en valor en función del desarrollo socio-cultural y económico de cada territorio.
Los paisajes culturales, los centros históricos, los sitios arqueológicos, históricos y naturales, las construcciones industriales, domesticas, civiles, religiosas, militares y conmemorativas, el patrimonio inmaterial son algunos de los elementos que se articulan para dar coherencia a la gran diversidad heredada, cultural y natural, existente en un país. Diversidad protegida por las leyes nacionales, el sistema institucional del Patrimonio Cultural y las cartas y convenciones promulgadas por Unesco. Los sitios temáticos y la combinación de ellos son conjuntos asociativos de bienes culturales y naturales que posean rasgos comunes y, por lo general, constituyen los más atractivos y difundidos en tanto permiten, debido a su reconocimiento y excepcionalidad —identificación, autenticidad e integridad— la creación de rutas culturales.
Para Icomos[1], los itinerarios o rutas culturales surgen como un proyecto trazado a priori por la voluntad humana o bien resultan de un largo proceso evolutivo en el que intervienen distintos factores que coinciden y se encauzan hacia un mismo fin. Sin duda, es la riqueza y la variedad de los bienes directamente asociados, así como sus interrelaciones, lo que permite activar los procesos de gestión y puesta en valor que conducen a la creación de rutas culturales, pero es la posibilidad de que una comunidad pueda ver expresadas en un itinerario sus expectativas de interpretación y comprensión de un contexto, lo que hace posible la construcción de experiencias específicas en relación con ese entorno. Por ello, el estudio y tratamiento de cada ruta requiere una aproximación multidisciplinar que ilustre y renueve las hipótesis científicas existentes y que permita acrecentar los conocimientos históricos, culturales, técnicos, artísticos y naturales, en función de que la propuesta exprese un punto de vista específico en el cual podamos reconocernos.
Son amplios y variados los conceptos de itinerario o de ruta cultural y se emplean indistintamente. La Unesco y otros países usan el de itinerario cultural, muy bien definido en la carta sobre el tema, promulgada en 2008 por Icomos. En Cuba, sin embargo, suele emplearse el término ruta cultural o ruta turística cultural.[2] Ambos, no obstante, aluden, de una manera u otra, a un recorrido “organizado”, aunque no necesariamente a partir de una ruta tradicional específica, en torno a diferentes contextos o temas de interés histórico, arqueológico, urbano, industrial, artístico o social. Lo anterior ha dado lugar a una serie de rutas “temáticas” de interés, las cuales pueden ser realizadas mediante recorridos a pie, en bicicleta, a caballo y/o vehículo.
Las rutas culturales articulan varias dimensiones que trascienden la primitiva función o significación de los contextos, al tiempo que reflejan, inequívocamente, la existencia de influencias recíprocas entre distintos grupos humanos durante extensos períodos de la historia. Además, conectan e interrelacionan geografía, ecología, sociología e historia, para formar un todo unitario interconectado, una narrativa, de la que participa directamente la comunidad.
En la Carta de Itinerarios Culturales de Icomos en 2008 se proponen como elementos definitorios a ser tenidos en cuenta para la creación: el contexto, el contenido, el valor del conjunto compartido, el carácter dinámico y el entorno a la propuesta. Otros indicadores fundamentales son la estructura de la red vial, las construcciones asociadas que permiten su funcionalidad, los elementos de comunicación, la existencia, a lo largo o en puntos dados del recorrido, de manifestaciones culturales, prácticas, tradiciones, usos y costumbres de carácter religioso, ritual, lingüístico, festivo, culinario, etc., música, literatura, arquitectura, artes visuales, artesanía, ciencia, técnica, tecnologías, y demás bienes culturales materiales e inmateriales cuya plena comprensión se relacione con la funcionalidad histórica del propio itinerario.[3]
En el proceso de explotación de estas rutas se produce un efecto multiplicador en otros sectores de la economía que garantizan diferentes productos o servicios vitales para la actividad turística. Ello dinamiza estructuras al tiempo que hace necesaria una narrativa atractiva a partir de propuestas concretas y verificables mediante las cuales las rutas se articulen con eventos permanentes asociados a ciclos socio-culturales que tributen a la gestión, socialización y protección de los recursos patrimoniales, a partir de parámetros de sostenibilidad y desarrollo local. Por ello cada nuevo proyecto es resultado de un proceso complejo que incluye diferentes análisis para valorar cómo se pueden incorporar nuevos usos sin afectar los principales valores de los bienes.
El turista nacional o internacional busca en sus visitas y viajes experiencias, vivencias, emociones y percepciones de todo tipo y que se traduzcan en recuerdos inolvidables de lo vivido, estas no pueden concebirse solo como resultado de una recepción pasiva ni reducirse a la contemplación de los paisajes y de las características socioeconómicas de los sitios visitados, sino que deben propiciar la participación activa en la apropiación de la experiencia a partir de la interacción con un conjunto de bienes y servicios que aportan nuevos saberes e involucran lo emocional.
La experiencia de Cuba en la creación y explotación de rutas culturales es amplia, aunque no tan extendida. Las existentes están relacionadas fundamentalmente con los productos conocidos y de probada validez cuya puesta en valor no entraña riesgos. La apuesta por lo probado hace que, continuamente, se desdeñen las potencialidades de los paisajes naturales y culturales, así como el patrimonio diseminado a lo largo del archipiélago. De ahí que sea imprescindible aumentar las propuestas en función de diversificar la oferta turística. Sin duda, corresponde a los gobiernos locales, los cuales conocen mejor que nadie las fortalezas culturales de cada región, concebir propuestas que tengan en cuenta parámetros de sostenibilidad, contribuyan al desarrollo local, la gestión, socialización y protección de los recursos patrimoniales y turísticos. Esta diversificación de la oferta contribuirá a diseminar la capacidad de carga de visitantes a nivel nacional.
II
Fernando Ortiz solía decir que “…en Cuba hay tres señores: el tabaco, que nació en Cuba; el azúcar que vino de Asia y el café que vino de África; entre los tres se reparten el destino de Cuba…”.[4] De esta forma sintética, el erudito presentaba elementos fundamentales del devenir histórico de la nación en un proceso que abarca 500 años y en que se juntan los procesos de poblamiento, las migraciones y la realidad socio-económica. Estos cultivos se convirtieron en el eje no solo de inversiones de gran importancia para la vida nacional, sino también en el centro de dinámicas culturales específicas de indudable calado en el perfil identitario cubano.
Fue justamente a partir de la extensión de estas producciones que se gestaron muchos de los pueblos y ciudades de la Isla, los cuales enlazaron entre sí a través de en vías férreas y caminos que buscaban dar respuesta a las necesidades estructurales de la producción y el comercio tanto a nivel nacional como internacional. La traza dejada por estos ámbitos de la economía nacional y la presencia transformadora en el espacio geográfico y en la historia del país constituye, sin duda, una fuente nada desdeñable para la implementación a nivel nacional de rutas culturales específicas. Imprescindibles a la hora de caracterizar las peculiaridades del etnos cubano, estos renglones son indisociables de nuestra historia económica, psicosocial, ecológica y antropológica y por ello constituyen sellos de identificación.
Sobran los ejemplos de los itinerarios que se vinculan al desarrollo de estos cultivos. Notables son, por ejemplo, las iniciativas implementadas en torno a la promoción de la cultura del tabaco en Pinar del Rio. Desde la Oficina de Monumentos y Sitios Históricos, adscripta al Centro Provincial de Patrimonio Cultural en esa provincia se ofertan a los visitantes varios senderos de turismo de naturaleza y patrimoniales que buscan canalizar el interés en las formas de producción de este cultivo en un contexto privilegiado como el Valle de Viñales que ostenta la condición de Paisaje Cultural.[5]
Representativo del auge histórico de la producción tabacalera en el mundo y testimonio único de una tradición viva, el enclave ha permitido establecer diversas rutas patrimoniales y experiencias, entre ellas las denominadas: “Visita a la casa del campesino”, “Por el corazón del Valle”, “De Valle en Valle”, “De la mano del guajiro”, “Del mirador al Valle, de taller en taller” o “Con Aroma de café”. Cada uno de estos itinerarios, aunque tienen puntos en común, ponen el énfasis en elementos diversos, lo cual permite canalizar los intereses particulares de cada grupo de visitantes.
Los visitantes pueden disfrutar el recorrido por un paisaje único en el mundo, visitar las casas de los campesinos, caminar entre los cultivos e incluso comprender de manera práctica algunos de los procesos productivos. Al tiempo que se recorren sendas vecinales, se aprende del tabaco y sus beneficios, se degusta el aroma, se visitan los hitos de la arquitectura vernácula asociados a este cultivo y se conocen las tradiciones artesanales relacionadas con el mismo. La vivencia directa permite aprender mucho en poco tiempo de modo que las rutas devienen experiencias que los visitantes nunca olvidan.
También existen muchas rutas culturales relacionadas con el azúcar que se vinculan a museos sitio en los que se exhiben las antiguas industrias, sus maquinarias, los caminos y las locomotoras del viejo ferrocarril. Entre ellas, las rutas desarrolladas en la ciudad de Trinidad, en la provincia de Sancti Spíritus, que incluyen el Valle de los Ingenios,[6] son las más importantes. Sin duda, es este otro de los espacios geográficos de nuestro país donde la peculiaridad de su geografía y la arquitectura allí construida lo convierten en un sitio único en el mundo. La ciudad de Trinidad se caracteriza por su urbanismo peculiar, sus construcciones de notable variedad, que incluyen un repertorio que va de lo vernáculo hasta la existencia, tanto en la ciudad como en el valle, de grandes palacetes, testigos del auge azucarero en la región. Allí persisten además edificios vinculados directamente al proceso industrial, algunos como ruinas arqueológicas, otros como sitios vivos, donde perduran las tradiciones diversas.
La Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios desarrolla itinerarios o rutas patrimoniales de larga data, que abarcan varios sitios y que se han ido incrementando a medida que avanza la actividad de restauración e intervención en la salvaguarda de esos valores. Entre ellos se destaca el recorrido por el ingenio San Isidro de los Destiladeros, una las haciendas recuperadas después de que se iniciaran allí, en el año 2000, los talleres nacionales de arqueología industrial, como iniciativa del Museo de Arqueología de Trinidad y de dicha Oficina. Mediante una convocatoria nacional, estos encuentros aglutinaron a un sinnúmero de especialistas nacionales que fueron despejando el laberinto de maleza y ruinas y haciendo lecturas que permitieron crear una ruta patrimonial específica relacionada con la arqueología como ciencia para la interpretación histórica. Esta ruta entrelazó además los restos de las industrias y sus tipologías, con el antiguo pueblo de esclavos de San Pedro, en un ejemplo de las buenas prácticas, que no debería perderse ningún visitante.
El café reina en el oriente cubano. Pionero de su tipo, el cafetal La Isabelica es desde 1961 el primer museo de sitio en la región, dedicado por entero a recrear y divulgar el patrimonio agroindustrial cafetalero del siglo XIX, en la zona también excepcional de la Gran Piedra. Este fue el punto de arranque en la promoción del patrimonio cafetalero y el principal antecedente de un sinnúmero de rutas que relacionan hoy un amplio conjunto de exponentes unidos por caminos que recorren esa tan peculiar zona geográfica, tan diversa en su topografía, perteneciente a las provincias de Santiago de Cuba y Guantánamo.
En diálogo con ese rico patrimonio, la Oficina del Conservador de Santiago gestó el programa de las “Rutas del Café”, que vincula algunos de los exponentes localizados en la región, como el cafetal La Fraternidad, como parte de un interesante recorrido por las plantaciones y sus componentes, los poblados circundantes y la tradición productiva. Estos sitios forman parte del Paisaje Arqueológico de las Primeras Plantaciones Cafetaleras del sudeste de Cuba, inscritas por la Unesco como Patrimonio Mundial.[7]
Existen, claro está, otras muchas rutas nacionales de proporcional importancia como son las ya tradicionales rutas culturales urbanas que responden a socializar los espacios declarados Patrimonio Mundial, Patrimonio Nacional y Local. Esta práctica fue iniciada por la Oficina del Historiador de La Habana en el 2001 y busca conectar a las familias con el patrimonio histórico-cultural atesorado en el centro histórico de la capital. Si bien la propuesta inicial contemplaba el recorrido por museos y monumentos de la Habana Vieja[8], esta se fue enriqueciendo con el tiempo hasta conseguir una amplia participación popular. La idea que motivó a muchos y sirvió de ejemplo se alzó con el Premio Iberoamericano de Educación y Museo en el año 2010. En apenas 20 años, la experiencia se había extendido y es hoy una opción de verano para toda la familia a la que se puede acceder a través de cualquier Oficina del Historiador o Conservador. También desde los Centros Provinciales de Patrimonio Cultural y su red de Museos se han implementado iniciativas interdisciplinarias basadas en esta experiencia.
Los ejemplos son elocuentes, ello habla de una experiencia acumulada en la creación de itinerarios o rutas culturales, pero su modalidad es aún joven. Es necesario tener en cuenta las mejores prácticas e ir más allá. En estos casos lo más importante es la creatividad y lograr descubrir lo novedoso en lo cotidiano. Hay valores que hemos naturalizado porque nos son muy cercanos y sin embargo pueden ser de gran atractivo para los visitantes. Un desarrollo a escala local de proyectos de este tipo puede constituir un vehículo fundamental para reconocer nuestra identidad y auto reconocernos en ella, pero también puede aportar a la economía local e incorporar en su diseño a los diversos actores de la economía, lo cual podría incluso ayudar a gestionar los recursos para el propio mantenimiento de sitios y lugares patrimoniales, que ha de ser un elemento fundamental dentro de las estrategias de desarrollo local.
Notas:
Felicitación al autor.
El Arquitecto Jorge Garcell y muchos otros jóvenes y estudiosos cubanos contribuyen a explicar el patrimonio, y no sólo para mostrar lo ya reconocido, también se motiva el respeto y la valoración cultural de lo existente, enfocando sus investigaciones hacia el aprovechamiento util de saberes y conocimientos acumulados, reconocidos por generaciones y ello se enlaza con los nuevos avances que dan base y prestigio a la historia y cultura de Cuba, y su interacción [transculturación] con todas las islas del Caribe.