Rolando Estévez, el vigía del Fortín
Rolando Estévez no dio solo un sello inequívoco a Ediciones Vigía, cosa que bastaría para que le rindiésemos siempre un agradecimiento febril. Hizo más que eso: dotó a la Ciudad de los Puentes de una imaginería que enlazó el misterio de esas calles con la poesía desde su trazo, y lo extendió a objetos, proyectos culturales, diseños para la escena y cuanto tocaba. Gracias a ello, en no pocas casas del país y del mundo hay una parte de esa Matanzas que él reinventó, tomando hojas muertas, iluminando capitulares, dibujando otros mundos dentro de esa ciudad a la cual recreaba en esos papeles pobres, como dice algún verso de Alfredo Zaldívar, junto al cual creó en 1985 esas ediciones manufacturadas que iluminan los ojos y los estantes de muchísimos agradecidos.
No porque se supiera del avance indetenible de la enfermedad que acaba de cerrarle los ojos, duele menos la noticia. El diseñador y poeta, animador de las ediciones El Fortín, había nacido en 1953 y fue uno de los espíritus esenciales de esa generación que en los años 80 logró despertar a Matanzas de tantos letargos, inclinándose ante Carilda Oliver Labra o Digdora Alonso, y defendiendo con sus páginas y dibujos a los que se añadían a ese catálogo de presencias insólitas desde la danza, la música o el teatro, porque llegó un momento en el que parecía que su mano lo tocaba casi todo. Ahora que no está, esos libros, bocetos y objetos creados por un artesano de talento inconfundible, lo sobreviven y nos sobreviven. Nos harán atesorarlos más, como talismanes donde él sigue palpitando.
El único diploma de un premio que cuelga en una pared de mi casa lo diseñó él. En La huella de Eva, su última exposición personal, que se abrió en Villa Manuela el pasado año, descubrí que entre aquellas instalaciones inspiradas en textos de poetas había una creada a partir de un poema mío tal y como me lo había prometido una y otra vez. Digo esto para ratificarle mi respeto y agradecimiento, y no por vanidad. Porque sé que muchas otras personas podrían repetir ese gesto hacia él y que nos une la noticia de su fallecimiento.
“Dotó a la Ciudad de los Puentes de una imaginería que enlazó el misterio de esas calles con la poesía”.
Dejó, para los artistas cuyos textos había reinterpretado en esa muestra, catálogos originales y únicos, a sabiendas de que la crisis no permitiría imprimirlos en número mayor. Ahora esa rareza, junto a los ejemplares de La Revista del Vigía y otros libros que traje desde Matanzas en tantos viajes, habla de él y nos lo deja a la mano. Para que lo hojeemos como quien vuelve a decir gracias. Como quien lo sabe dispuesto a seguir iluminando una página solo aparentemente en blanco.