Roberto Fabelo o fundar una mirada
28/1/2021
“La maestría técnica de Fabelo es evidente por sí misma, él es el maestro
de todos los medios plásticos que toca y transforma,
como así también lo es su morbo”
Donald Kuspit
Si se afirmara que Roberto Fabelo es el más grande dibujante que ha tenido el arte cubano en toda su historia, no se estaría expresando ninguna exageración. Sin embargo, pienso que ese juicio sería, a pesar del enorme reconocimiento que entraña, un criterio reductor, pues su obra ha sido y es una summa creativa que abarca todas las manifestaciones de las artes visuales y en todas, como bien señala Kuspit, ha ejercido un magisterio.
Ya lo sabemos, pero repitámoslo en el día de su 70 cumpleaños: apreciar una obra de Roberto Fabelo es un genuino acontecimiento estético. Así sea uno de los pequeños dibujos que realiza mientras ve pasar el tiempo en una reunión infructuosa. Su virtuosismo, ya sea en el dibujo, grabado, pintura, escultura o en las instalaciones, ha calado en el gusto de sus admiradores dentro y fuera de la Isla. Y es que el artista ha fundado una mirada sobre la base de combinar la belleza magistral de las formas con lo oscuro y enigmático de su simbología.
Cuando se repasa de conjunto esta obra, como sucede con la de otros artistas eminentes, nos encontramos con varias etapas en su evolución en el tiempo. Incluso, hay críticos que han señalado la presencia de varios Fabelos, lo que podría ser una forma de ver su trabajo. De cualquier manera, prefiero señalar en él a un artista de una unicidad y coherencia obvias, solo modificadas, temporalmente, por su perseverante vocación de experimentador con los signos y los volúmenes, un creador al que no le es posible asociarse a una sola forma de revelar su arte, en fin, un artista poliédrico, diverso, plural.
En su imaginario hay motivos y figuras recurrentes, otras han ocupado un tiempo su atención de manera efímera; pero todas, sin excepción, han sido gestadas con un virtuosismo extraordinario. Las cabezas humanas en su obra, por ejemplo, uno de sus motivos más recurrentes, nos hablan de la soledad interior del hombre, de sus tormentos, del ser extraviado en un presente que puede ser muy adverso e incluso atrozmente angustioso. Son las cabezas de la desolación y el dolor. Mucho de autorreferencial hay en esas testas. El yo que ellas representan, son un grito silencioso, un alarido sin palabras, similar al célebre de Edvard Munch.
Hasta el inicio del presente siglo Fabelo era considerado, básicamente, como dije antes, un excelso dibujante. Sin embargo, en el arco de tiempo marcado por los años 2003 y 2010, ocurrió una transformación fundamental en su itinerario creativo. Vale la pena repasarla a vuelo de pájaro. Entre las muestras Un poco de mí (2003), Mundos (2005) y Sobrevivientes (2008-2009), todas realizadas en los espacios del Museo Nacional de Bellas Artes, se produjo la epifanía, el punto de inflexión. Uno de esos varios Fabelos emergió para sorpresa de los críticos y para disfrute de su legión de fans.
En la primera, coexistieron varias exposiciones, como no fue difícil advertir. El artista sintió la necesidad de mostrar una serie de variantes y recursos que habían formado parte, hasta ese momento, de su ideario creativo y de producir un instante crítico, de transición o incluso de ruptura. La tentativa colateral fue desafiar al espectador por medios más metafóricos o sugerentes, incluso se le reprochó por algunos amigos el abandono del dibujo y de la pintura, y se le criticó, absurdamente, por tratar de ser un “artista conceptual”. Obviamente ya lo era, o mejor, siempre lo había sido desde el dibujo y la acuarela. Desde siempre.
Fabelo pretendió un cambio radical y esa muestra fue el comienzo. Sintió que rompía con algunas ataduras, la de prescindir de la figura humana fue quizá la más importante; la otra, exhibir, sin dependencia absoluta del dibujo, el abordaje de temas sociales de índole local y universal, un comienzo que le reportó la satisfacción adicional de la renovación y la de avanzar entre dudas e incertidumbres con paso seguro. Fue como un salto hacia delante, un desplazamiento que permitió tomarle el pulso a una sustancial mutación. Fabelo se pronunció abiertamente sobre temáticas de índole política y sociológica, con lo que daba formidable respuesta a ciertos juicios críticos sobre su distanciamiento de esos debates. Por otra parte, corrió su atención hacia el status del objeto, una acción típicamente duchampiana en su origen y de naturaleza fenomenológica, pues Un poco de mí constituyó toda una exploración plástica alrededor del concepto Objeto en la historia del arte.
Vino a continuación Mundos, temáticamente mucho más ambiciosa, en la que se expresó a través del simbolismo de cinco grandes esferas recubiertas por huesos, casquillos de municiones, cubiertos y utensilios de cocina, insectos y carbón, es decir, las parábolas de realidades terribles y cercanas que aquejan a la humanidad entera: el hambre, la guerra, la muerte y el hombre como depredador del medio ambiente. En fin, cinco orbes que representaban, como él mismo ratificó en algunas entrevistas, el sentido cruel y violento de este planeta que habitamos. Aquí, al igual que sucedía con su dibujo, pero ahora con las instalaciones, la muestra sugestionó a los públicos y el artista venció la prueba.
Con Sobrevivientes ganó el artista, todavía más, una sensible empatía con sus seguidores, los que dieron una entusiasta recepción a los gigantescos insectos con cabezas humanas trepando por la fachada del Museo Nacional de Bellas Artes. Aquello realmente fue una fiesta de la degustación popular. Múltiples han sido las interpretaciones escritas sobre esta instalación, pero lo importante, a mi juicio, era el reforzamiento de la perspectiva kafkiana del artista sobre el mundo que habitamos. Debo precisar algo: lo relativo a Kafka no reside solo en lo alegórico a las cucarachas con rostros humanoides, lo que sería una obviedad; sino en algo más cardinal, la relación perversa entre el hombre común y su subordinación al poder. El rebaño y el poder. En ese punto, advertí cierto matiz anarquizante en la obra fabeliana, un aspecto, por cierto, poco abordado por la crítica hasta la fecha. Como sea, el artista retomó un tema que provenía de sus lecturas de la adolescencia, pues Kafka fue de sus autores de cabecera en la temprana juventud.
En estas tres muestras existió una profunda reflexión sobre problemas a los cuales el arte cubano no había dado, hasta ese instante, la suficiente atención.
Creador de seres contrahechos, faunos, insectos humanoides, cerdos grotescos, un bestiario multiforme y, al mismo tiempo, de delicadas sirenas, dulces y hermosas doncellas de cuerpos voluptuosos, es decir, lo opuesto, el imaginario del artista pretende una representación de totalidad del hombre y sus sueños. Otros grandes creadores poblaron sus lienzos y papeles con monstruos: Bacon, Brueghel (el Viejo), Dubuffet, José Luis Cuevas; pero el bestiario de nuestro artista es diferente, es ingenuo, retozón, burlesco más que cruel, y algo muy importante: no hay violencia en él; es un artista que obedece a los impulsos y sentidos del alma y el corazón, y que, como el flautista de Hamelin, convoca a sus fantásticos seres a seguirlo en su andadura por el arte.
Toda la obra de este extraordinario artista puede ser leída como una vasta metáfora existencial, la relación del hombre con la vida a escala universal. Fabelo parece gritarnos que la humanidad necesita de sueños delirantes que la estremezcan y despierten de la realidad pesadillesca en la que vive aletargada. La humanidad puede seguir habitando un círculo del infierno o, en su defecto, construir una sociedad plural, ecuménica y armónica en la que reine la concordia más utópica posible. Para ello, el creador se vale de los códigos de su arte.
Desde los cardinales Fragmentos vitales (1984), que lo elevaron tempranamente a la categoría de Maestro y los Pequeños teatros, que delinearon su iconografía primera, pasando por sus atormentadas cabezas hasta las imágenes zoomórficas que tuvieron en Anatomía de Fabelo una suerte de clímax, y terminando en la etapa analizada de instalaciones, objetos y esculturas, el itinerario de su obra es una vasta parábola que ocupa desde hace años un lugar prominente en la historia del arte insular y del arte internacional.
Su sensibilidad inteligente y culta, más su ávida imaginación, y el ya mencionado virtuosismo, le han permitido semejante empresa. Inicialmente hechizado por las obras de otros artistas, cuando visitó por primera vez el Museo de Bellas Artes, siendo un niño proveniente del Guáimaro natal, pasó después Fabelo a ser un hechicero consumado (a veces víctima de sus propios encantamientos). Su arte, repasado aceleradamente en este texto de principio a fin, es la audaz materialización de la razón revestida de su opuesto, lo irracional.
Fabelo es, digámoslo rápido y pronto, un humanista, un gestor de signos de dimensión babélica; pues su inframundo o trasmundo, grotesco y avérnico, no es otra cosa que su apuesta por conformar una peculiar utopía, la suya propia, probablemente su mejor legado.
Con Suyu, su esposa y compañera en toda su andadura creativa, y motivo permanente de su inspiración visual, creó Fabelo una familia que ha seguido los derroteros del arte. Es otro logro de su vida que es necesario resaltar un día como hoy. Con una gran cantidad de buenos amigos, cosechada a lo largo de los años, y de admiradores, Roberto Fabelo arriba a las siete décadas de existencia disfrutando de una paz solo afectada por la indetenible fiebre de la creación. Hay Fabelo para rato, para suerte suya, de todos y del arte cubano. Para la cultura cubana es un verdadero privilegio contar con tu presencia.
¡Felicidades, Maestro!