Al saltar, el poeta suma nuevas capas al misterio. Aleja el arca y los querubines no alzan la mirada sino que apenas insinúan tocarse las alas. Rota la inocencia, habrá de procurar el retorno por angosta vía. Sustancia y accidente se confunden o más bien metamorfosean negando a los no iniciados la visión del tercer ojo. Si a esto se le suma el chisporroteo de las conversaciones, el anecdotario de sobremesa o la manía de colocar monturas a conveniencia, deberían efectuarse complejos rituales de iniciación en espacio sacro, revestidos y enmascarados, aunque, de antemano, se intuya que el final desembocará en desnudez y silencio.
La vida breve de Emilio Ballagas (1908-1954) nos ha dejado más preguntas que sentencias. Esta aparente regalía no negará esfuerzo a la aproximación. Los giros de su obra, la variedad de formas musicales y el juego entre la pureza y el servicio complican las operaciones.
Antes de la muerte ya el poeta era atendido y desatendido con idéntica fruición. Habiendo entrado a los reinos definitivos la cuestión cambia poco. En 1954, Gastón Baquero, José Ma. Chacón y Calvo, Dulce María Loynaz, Mariano Brull y Cintio Vitier —prologuista además— reúnen y publican su obra completa. Vitier, ese mismo año, pronuncia un texto tan enjundioso como parcial [1], cuyos argumentos sostiene en la lección undécima de Lo cubano en la poesía [2] donde estudia a Ballagas, Brull y Florit. Entre 1954 y 1980 no hay nuevas ediciones de su Poesía completa. Lezama se le aproxima en 1959, antes de caer en desgracia con los de Lunes de Revolución, en un ensayo que repite algunos motivos como el de la magia infantil y el balanceo entre la poesía pura afrancesada y el eros cernudiano. Ignora la poesía negra o devocional.

Sin embargo, un fragmento, apenas insinuación, introduce fuego nuevo: “Sencillez de sentencia eficaz, cara a las definiciones tomistas y a las crepitaciones de Manley Hopkins” [3]. Aquí sugiere el resonar en Ballagas del poeta inglés, creador del ritmo cortado, que tanto influiría en Ezra Pound, T.S. Elliot, H.D. y otros poetas, proporcionando, de paso, la clave aristotélica, que a través del aquinatence, nos dará armas para entender el trasfondo teológico y metafísico que se desborda en los libros y poemas más importantes del principeño, aunque el platónico y agustiniano pecado original lo asaetee.
También Virgilio Piñera se le mostrara lector, especialmente en su polémico ensayo “Ballagas en persona” [4]. Con posterioridad llegará la edición de la Órbita de Emilio Ballagas (Unión, 1965), pero es Letras Cubanas quien lo hace regresar en 1980, encargando a Osvaldo Navarro un prólogo que se balancea entre la filosofía de manual y la lógica instrumental que ve al Arte solo como agente de transformación “revolucionaria” de la sociedad [5].
“Mi generación, que nació a la escritura y a la vida pública entre los 80 y los 90 del pasado siglo, fue acercándose a Ballagas a través del anecdotario que intentaba describir algunos textos del poeta a partir de elementos biográficos”.
Navarro dificulta la lectura por la asunción de una hermenéutica disparatada, que no entiende al poeta ni aún en los momentos que encuentra sintonía. Este prologuista llega a hablar hasta de una “exaltación narcótica” en el primer libro publicado por Ballagas y determina ignorarlo, aun cuando en la coda del volumen incluya La poesía en mí, texto en prosa, donde el poeta asegura:
Yo voy a lo mismo que proclaman los hombres del énfasis y la prioridad de lo político, pero por un camino diferente: el camino que me traza mi condición de hombre cristiano y poeta con ansia totalitaria.[6]
En una segunda edición (2007), que no encuentro pero que recuerdo, la editorial encargó un nuevo prólogo a Enrique Saíz donde otro es el cantar. En 2004 aparece un extenso y sustancioso ensayo de Luis Álvarez Álvarez dedicado a desmontar la estructura deforme que implantara Osvaldo Navarro [7]. Habría que sumar a esas aproximaciones las de Pablo Armando Fernández, Roberto Fernández Retamar, Leonardo Sarría, Roberto Méndez, Jesús David Curbelo y otros [8].
Mi generación, que nació a la escritura y a la vida pública entre los 80 y los 90 del pasado siglo, fue acercándose a Ballagas a través del anecdotario que intentaba describir algunos textos del poeta a partir de elementos biográficos. También, hay que confesarlo, le brindé atención porque su amigo Carlos Galán Sariol me lo recomendó, además de que si Navarro lo hacía culpable de pecados capitales debía ser inocente. Es decir, entré a Ballagas por el atajo.

Fue Vitier quien me dio las primeras armas para acceder a esa poética del Silencio, que además era el signo de la poesía principeña, de la que fue heredero y parte sustancial: Silvestre de Balboa y los rústicos tertulianos, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Aurelia Castillo, Mariano Brull, Nicolás Guillén, Rolando Tomás Escardó, Severo Sarduy, Roberto Manzano, Rafael Almanza, Roberto Méndez, entre otros, eran la familia que nos había tocado en suerte. Para poder ser tenía que buscar mi propia venta y velar mis únicas armas. Así hice.
Es hoy Ballagas mejor comprendido a partir de que tuvimos que salir de nosotros, como él, dejar de contemplarnos, sin renunciar a la fuga hasta encontrar al otro o hacia lo Otro y enfocarnos en la aventura de leer la Obra, que es la Poesía, dejando fuera los ecos de la zafia vida literaria.

Encontrar el modo de hacer ese ritual de paso es obra individual. No hay ceremoniales ni liturgias. Castas arenas de la noche (Ediciones La Luz, 2024) es una “máscara” y un “tamborileo” de entre tantos posibles para ser iniciados en el “misterio Ballagas”. Cada cual debe hacer lo suyo, como hace Erian Peña Pupo (Holguín, 1992), el compilador, que, sin prólogo, actúa. Va de Júbilo y fuga (1931), Blancolvido (1932-1935), Sabor eterno (1939) a Cielo en rehenes (1951) para cerrar con Elegía sin nombre y Nocturno y elegía, poemas salidos del primero de los libros publicados por el autor.
¿Serpiente que se muerde la cola o lemniscata? Mejor esta última porque hace recorrido tortuoso, en ocho, de modo que podemos contemplar una cierta eternidad doblada sobre sí misma, como la poesía del camagüeyano: comienza en la inocencia adánica, a la que Vitier llama “niña”, que pronto pierde en los laberintos de la culpa, andando a trancos, sintiendo una pudorosa —y poderosa— relación con el cuerpo, que nunca nos lo revela, aunque podamos intuir a un sujeto poético siempre desnudo.
“Es hoy Ballagas mejor comprendido a partir de que tuvimos que salir de nosotros, como él, dejar de contemplarnos, sin renunciar a la fuga hasta encontrar al otro o hacia lo Otro y enfocarnos en la aventura de leer la Obra, que es la Poesía, dejando fuera los ecos de la zafia vida literaria”.
Deja fuera poemas no reunidos en libros, la poesía social, o los provenientes de Cuaderno de poesía negra (1934), Nuestra Señora del Mar (1943) y Décimas por el jubileo martiano en el Centenario del Apóstol José Martí (1953); pero este libro es el modo en el que Peña Pupo y La Luz decidieron configurar su ritual de paso, aun sabiendo que dejan fuera sonoridades que, si bien, repercuten a fondo y por lo bajo, no dejan de estar presentes en toda la obra ballaguiana, de signo polifónico donde se establece una relación sensual con la Palabra, del mismo modo que en la poesía popular, de raíz oral y musical, en lo que él mismo llama “brasa del canto”.
El brevísimo rito de estas arenas esperamos sirva de conjuro y llave para entrar a los reinos de la poesía de un hombre que no ve en ella oficio ni beneficio sino disciplina. Corte para nosotros el arcángel, con su espada de lirio, la Música:
Caiga el polvo habitual de la mirada,
la sombra veladora de las cosas,
y desvestidas quédense las rosas
y desnuda la voz enamorada.
* Raúl Roa: Retorno a la alborada (Editorial Ciencias Sociales, 1977, p. 529) describe a su amigo de esa manera.
Notas:
[1] Cintio Vitier: Crítica Cubana (Letras Cubanas, 1988), p. 372.
[2] Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía (ICL, 1970), p.375.
[3] José Lezama Lima: Imagen y posibilidad (Letras Cubanas, 1981), p. 36.
[4] Virgilio Piñera: Ballagas en persona, en Matanzas. Revista artística y literaria, año IX /12), mayo-agosto, 2008.
[5] Emilio Ballagas: Obra Poética (Letras Cubanas, 1980), prólogo de Osvaldo Navarro.
[6] Ob.cit., p.234.
[7] Luis Álvarez: Saturno en el espejo (Unión, 2004).
[8] La mayoría de los textos de esos autores puede leerse en La Gaceta de Cuba.