En la filmografía de Patricia Ramos, al parecer, es incondicional darle un tratamiento al sentido de pérdida o al abandono. Su exteriorización puede verse de disímiles formas, generalmente viene tras un desenlace afectivo, sea amoroso o familiar. Incluso, en ocasiones, viene encaminado por la causalidad.
Sucede que, en la obra de esta realizadora, el examen de la vida diaria, de los acontecimientos que suelen darse en una persona, es un tratado al redescubrimiento. Es quebrantar al sujeto con la indagación, enfocado en sus abandonos y anhelos, sus pesares y sueños, su completitud. Es explorar su búsqueda, sus logros y desafíos; así sea, en su expresión, un constructo ficcionado. De esta forma, la rutina se vuelve tela de fantasía.
Patricia Ramos, primera mujer cineasta en contar en su haber con dos largometrajes de ficción estrenados nacionalmente, apela a la naturalidad de los sucesos, a la cotidianidad de la vida como elemento maravilloso y enigmático en el interior de sus obras cinematográficas. Cada relato susurra una complejidad que parte desde un minimalismo que, entre su sencillez, delata la profundidad de sus personajes.
En la narrativa de Ramos, la mujer tiene un protagonismo singular que se hace cómplice de un fenómeno, entramado como un discurso genérico simulado, pero transparente. Algunas suelen ser bilateralmente contrarias: víctimas de sus circunstancias o seres proactivos ante las situaciones que se le anteponen. Aunque, en todo momento estas, unas y otras, acechan su contento y buena ventura.
En la última película de la realizadora, Una noche con los Rolling Stones (2024), Rita (Lola Amores) es una mujer que está en constante persecución de su felicidad en La Habana del 2016, previa al concierto de dicha banda británica.
La historia de Una noche con los Rolling Stones tiene que ver principalmente con el amor, las casualidades y causalidades de la existencia, y las perdidas tal cual proceso ímprobo, pero transformador.
Rita trastabilla de un encuentro amoroso en otro, sea furtivo o confirmado, mientras lidia en su casa con la malcriadez de su hijo que quiere emigrar desesperadamente y su madre que solo cuenta con la seguridad de que va a morir.
Ella vive de ilusiones reservadas que salen a flote en sus momentos de total intimidad, probando su descontento con la vida que lleva. Dichas reservas la han convertido en una mujer desconfiada que siempre quiere ese algo en el amor que le ha sido arrebatado o que nunca se ha dado la oportunidad de tener, lo que hace de su rutina aún más angustiante.
A la vez que en la ciudad se vive un momento de esplendor y felicidad debido a las expectativas del concierto de los Rolling Stones, Rita anda por las calles conociendo personas que, como ella, sufren el peso de la cotidianidad cubana. Esto revela una cara diferente entre los acontecimientos que se respiran en La Habana. Para la protagonista ese contacto termina siendo un proceso terapéutico, otra forma de asimilar una realidad distinta, con matices y texturas complejas de una Cuba llena de ausencias, soledad, desgracias y falta de lazos.
Al igual que en su cortometraje I love Lotus (2021), la directora de El techo (2016) utiliza los encuentros para confeccionar la historia de Una noche con los Rolling Stones (2023), la que tiene que ver principalmente con el amor, las casualidades y causalidades de la existencia, y las pérdidas tal cual proceso ímprobo, pero transformador.
El ojo de Alexander González, director de fotografía del filme, está enfocado a desentrañar la verdad de Rita, pero con cada toma descubre una hermosura insólita. En conspiración con la historia, su fotografía revela una belleza envejecida que está a tono con la diégesis del ejercicio argumental. Cada esquina, pared y recoveco sirve de espacio para las anécdotas, son nichos de reflexiones por los que la protagonista camina y observa. En su mirada, La Habana vuelve a ser un escenario vivo de experiencias con el que los personajes interactúan, y su Malecón un descanso en el que dejar lágrimas y conversaciones.
La cinta prueba que en la pérdida sucede un tipo de cambio, un crecimiento circunstancial que hace de Rita una “mejor” persona. Atestigua que, entre la ilusión de su relato situacional, la convivencia con la dejadez, con hombres mentirosos y otros ensimismados en sus penas y agravios, existe una nueva oportunidad para ser feliz. Rita añora su pequeña felicidad en medio de las apariencias alegres de su ciudad, aquella que ella disfruta en las noches a regañadientes y que luego trasmuta por el día, con el nuevo comienzo.
Una noche con los Rolling Stones fue estrenada en las salas de cine del país recientemente y seguirá en cartelera durante el mes de abril en los cines Yara, Acapulco y La Rampa, junto a diferentes salas en los municipios de la capital.