Rita Longa, la escultora… que me perseguía
11/1/2021
Dicen que era el paseo más largo de Cuba, y yo lo quería comprobar. Caminé de un extremo a otro del Prado de Cienfuegos. Agregaron después que era la bahía más transparente y me fui hasta el final para ver saltar los peces. Sin embargo, fue una figura batida por el viento, fue la delgada mujer clamando al cielo, la que robó mi atención.
― ¿De quién es la escultura?
― De Rita Longa, contestó un lugareño, secamente, extrañado tal vez de mi ignorancia.
Y yo, que venía del otro lado de la Isla, solo comprendí la dimensión de aquella historia cuando me llevaron a la laguna de Guanaroca, cuando la leyenda cobró vida, cuando imaginé las lágrimas de aquella madre india que agitó el güiro con su niño muerto y salieron peces, tortugas, ríos, islotes… Solo entendí cuando probé el agua salobre.
No tendré que decir qué respuesta recibí, qué nombre me dijeron, cuando en Las Tunas ―la capital de las esculturas― pregunté por aquella mujer tendida sobre corales, con una pierna plegada, el brazo arqueado; con una majestuosa desnudez. Estaba ante La Fuente de las Antillas.
Rita Longa Aróstegui (1912-2000)… me perseguía. Allí mismo tuve la certeza de que alguna vez estaría frente a frente con aquella artista que había atrapado el dolor en el metal, que había corporizado a Cuba y a las “islas sonantes” del Caribe.
Frente a frente
El tiempo saltó, surqué la Isla. Empujé un poco el destino ―lo confieso― y ahora estoy en La Habana, en la sede del Consejo Asesor para el Desarrollo de la Escultura Monumental y Ambiental (Codema), que la artista presidió entre 1980 y 1996. La mismísima Rita Longa me recibe. En la mano que me tiende adivino un carácter de basalto. Llegó a la escultura por casualidad, eso me dice. Muevo la cabeza incrédulo. Estas son sus palabras:
“Ingresé en San Alejandro en los años veintiocho o veintinueve con el propósito de estudiar Dibujo Comercial, pues mi familia en aquel momento pensaba que era la mejor manera de ganarse la vida. Al entrar en el examen pasé por el aula de Modelado, y me di cuenta de que la forma era la mejor manera de desarrollarme… Recuerdo, que ya en el aula, tuve que copiar una enorme oreja de yeso, y aunque le tomé antipatía a la oreja, la manera de expresarme me encantó. La escultura fue amor a primera vista”.
La siguiente pregunta podrán suponerla sin esfuerzos: la escultura de Guanaroca, y por supuesto, la Aldea Taína, la pasión por nuestros ancestros aborígenes…
“No podría decirte a ciencia cierta cuál es la causa de eso. Quizás la raíz venga de mi primera creación libre en San Alejandro: Hatuey en la hoguera, un encargo de Juan José Sicre, gran maestro de mi generación… Ah… la figura de la etiqueta de la cerveza Hatuey está inspirada en una cabeza que es obra mía…. También pude abordar la leyenda de Canimao, inspirada en la historia de un indio que se clavó en el pecho su cuchillo de sílice, ofrenda al dios Murciélago por haber salvado de graves fiebres a su novia. De allí salió un conjunto escultórico.
“Algo que jamás he podido olvidar es la Aldea Taína en Guamá, en la Laguna del Tesoro. Al grupo de trabajo nos llevó 20 meses hacer los monumentos escultóricos, pensando en todas las actividades que nuestros aborígenes hacían en su época. Se me propuso traer un indio de la Sierra, pero no acepté, aunque se hicieron varios estudios físicos sobre el cráneo con la asesoría del arqueólogo René Herrera Fritot y del antropólogo Manuel Rivero de la Calle”.
De Tropicana y más
De la herencia indígena al Tropicana. Siempre reparé en la escultura que preside este cabaret de fama universal, ¿quién no? Siempre me resultó curiosa que sea justamente una bailarina clásica…
“Muy sencillo. Max Borges (hijo), el arquitecto, está enfrascado en los Arcos de Cristal y en otras ampliaciones en Tropicana y me propone hacer una bailarina clásica. De ahí La Ballerina. La razón es que por esa época se exhibía en La Habana con mucho éxito la película Las zapatillas rojas[1] y esto se quiso aprovechar. Además, me dice que el ballet era perfecto para un lugar donde se bailaba, sin importar que fuera un cabaret. Martín Fox, el dueño, compró luego las fuentes que tienen el resto de las bailarinas conocidas”.
Todavía faltaba. La curiosidad me aguijoneaba. Y allá estoy lanzándome a preguntarle por la inspiración, por la modelo de la bailarina de Tropicana.
“No, no utilizo modelos. Gran cantidad de bailarinas se han autoadjudicado ser la modelo, pero no fue nadie en específico. Me cohíbe mucho tener que depender de modelos”.
La capital cubana, los que allí nacieron, los que la visitan, tienen una relación especial con Rita Longa, con sus “venaditos” del Zoológico de 26 y con La Virgen del Camino. Son historias por contar.
“Los Venaditos, es decir, el Grupo Familiar, que tal es su nombre, data de la época de Pepe San Martín, Ministro de Obras Públicas del gobierno de Grau, a quien apodaron Pepe Plazoleta. Él me encargó la obra, donde se han retratado generación tras generación de niños y eso es una satisfacción muy grande para un creador. Fue emplazado en 1947.
“También fue él quien me encargó La Virgen del Camino. Allí había existido una bodega de un español de la provincia de León y en una pequeña urna estaba su patrona. Al eliminarse el paradero de ómnibus que había y venir la remodelación y la Vía Blanca, todo eso se vino abajo. Muchos pidieron la restitución de su virgen y Pepe me la pidió a mí con una condición: que fuera muy cubana. De ahí que su figura esté sobre una palma, con la rosa de los vientos en la mano”.
Oriente
Era el momento de surcar la Isla, de nuevo, esta vez hacia el Oriente, de donde yo venía. De escultura en escultura, de memoria en memoria.
“Un momento que recuerdo con particular cariño es el de La Fuente de las Antillas en Las Tunas. Nunca olvidaré la prueba de luces para esta obra en 1977. Cuando todo se iluminó y empezó a brotar el agua, fue muy emocionante para mí… Otro tanto fue la llegada del gallo a Morón, en 1982. Nos propusimos restituirlo con justicia a su pueblo, y se había planificado que llegase de madrugada, pero la información se filtró y resultó una increíble fiesta popular; pero uno de los momentos de mayor satisfacción en mi vida, fue en Santiago, relacionado con El Bosque de los Héroes… ¿has ido allí?”.
Y de pronto, el entrevistador se vuelve entrevistado. Le conté mi experiencia de pionero, de cambio de pañoleta frente a su obra, en la pequeña elevación de la Avenida de Las Américas. Algo flota en el aire. Rita se levanta:
“Te cuento que soñé con la ceremonia inaugural de esa obra: la calle toda oscura, y a medida que se iba llamando al héroe en el pase de lista, se encendían los reflectores correspondientes. Se lo conté a Armando Hart, ministro de Cultura entonces, y así se hizo, en octubre de 1973. La obra está hecha en mármol de Bayamo.
“Es un homenaje al Che y a sus compañeros. Trata de captar un momento dado de cada combatiente en la selva, cerca del río, en ese ambiente de naturaleza y de combate. Por eso, la disposición semeja las características de un bosque, un entramado de piezas. La idea central es que cada figura recuerde al guerrillero que represente y también a otro cualquiera; por eso la silueta en el mármol está como velada; por eso el camino es de chinas pelonas, de piedras de río en zigzag, para evocar esa naturaleza”.
¿Cuánto tiempo habré conversado con Rita Longa? ¿Cuánto he perdido de las notas que tomé entonces? ¿Cuándo fue exactamente? Son preguntas que no podré responder letra por letra, número por número; pero ahora mismo siento la brisa del malecón de Cienfuegos, siento la mano tendida de una artista.