Riquísimo mundo: El juego de la memoria, de Alberto Edel Morales

Virgilio López Lemus
7/3/2019

Cuando se abre un poemario para el esplendor de la lectura, salta la palabra en su inevitable magia, que es impulso comunicativo singular, no dado al simple segundo sistema de señales, sino a la gracia de lo decorativo tropológico, al efecto de la medida versal, al impulso de vibración que adquiere la palabra en el uso de sus connotaciones. El poeta juega, porque la literatura, que implica el hecho de la escritura, es ludus, razón propia, razón poética, pero el poema hace que la palabra adquiera un brillo, una sonoridad que bulle desde el coloquio y se precipita en esa magia que es el poema.

“Como todo buen libro de décimas, este puede leerse en voz alta con placer, con un placer que descubre esos
resortes composicionales con los que trabaja el poeta”. Foto: Cortesía del autor

 

Alberto Edel Morales ya es lo que llamaríamos un “poeta experto”, pues completa con este libro el hexaedro editorial, de modo que El juego de la memoria nos enuncia a un creador que conoce el dominio del verso, pero que asimismo ha incursionado en la prosa, ya sea poética o narrativa. Esa certeza profesional nos hace abrir este nuevo libro suyo con la cautela del que va a leer una poesía bien pensada antes que adquiriese su rango de escritura. Y como es un conocedor radical de la estrofa que llamamos décima, él puede aventurarse en ella en una suerte de rompimiento de la estructura, para generar poemas inspirados en esa estrofa, suerte de dispersión que agranda, que travesea con las formas, en clara atención a lo que dice, o sea, a los contenidos poéticos.

Sumado al experimento formal desde la décima, Edel la avienta y logra que ella parezca poema en prosa o texto visual, o textura más larga que la de diez versos; aplica un mecanismo de disolvencias de la rima, pero que se disuelve solo en la lectura silenciosa, porque ella permanece presente, más como trasfondo que como obligado final de cada verso. No se escapa de entornos agrestes, deja que la décima sea, a veces, una pequeña oda, una remembranza, una evocación, y hasta una sutil elegía. Se aprecia el uso de variados tonos en la extrema variedad formal. De modo que el “juego” que el poeta manifiesta no se halla solo compendiado por las formas, sino también por la razón de comunicar, de decir lo poético del raro instante de la emoción o de la reflexión.

Y esta doble imagen: reflexión y emoción, domina el poemario. Sobre la base del encabalgamiento versal, reestructura el texto, que puede contar con una, dos, tres décimas espinelas a las cuales imprime la diversidad de la reorganización versal, el juego propio con cada uno de los textos que reclama su manera peculiar de decir y de cómo decirlo. Pero el tirón del octosílabo imprime peculiaridad, el lector se enfrenta con un poema que, a ojos vista, no pareciera ni armado por claros versos ni fundado en sus rimas, pero al leerlo en voz alta, la lectura misma deja sentir el ritmo octosilábico; la presión que sobre el lector ejerce el elemento rimado, se aplica sobre la leve oscuridad de lo que se dice, que, de pronto, se diafaniza en esa lectura atenta.

Alberto Edel Morales quiere hacer obra de arte de las palabras y no un decimario más. Por eso la rima ejerce su presión y el verso puede no parecerlo ante la vista, pero sí se deja acariciar en el oído. Como todo buen libro de décimas, este puede leerse en voz alta con placer, con un placer que descubre esos resortes composicionales con los que trabaja el poeta, sin que intente demasiado desviarnos por ello de la gracia del contenido. Entonces es el oído quien arma lo desarmado, o sea, la décima deconstruida se devuelve por la lectura en alta voz. Pero el poeta no pide ese énfasis de lectura, pide más bien que el poema se lea tal y como él lo estructura, porque comunicar en poesía no es ejercer un mero hecho noticioso. El placer estético está en el juego de lo que dice y cómo lo dice. Veámoslo en la lectura en voz alta de este “Cuerpos fugados”, aparentemente en prosa:

Vienen de noche. Sutiles atraviesan la frontera donde nadie los espera. Cuerpos fugados, alfiles que mueven duros buriles en perfecta diagonal. Señuelos de alma jovial gozan vibrar a su antojo cuando distienden el ojo de su apetencia carnal.

La rima queda evidenciada solo al leer el texto en voz alta: sutiles/alfiles/buriles; frontera/espera; diagonal/jovial/carnal; antojo/ojo. Están las cuatro rimas clásicas de la espinela, pero el poeta altera la puntuación del cuarto verso que debería regir en una espinela. He tomado el ejemplo del “juego” más sencillo, pues hay otros poemas que a la vista parecen visuales, estructuras a lo Apollinaire, o juegos formales que se alejan bastante de lo que visualmente entendemos por el obelisco lírico que es una décima.

Por este motivo, más que clasificar este libro como un decimario, hay que decir que es simplemente, o con ardiente complejidad, un libro de poemas. El juego va más allá de los asuntos de los versos, porque a veces logra estructuras que evocan por ejemplo, el libro Big Bang de Severo Sarduy, en el poema que titula “La luna eclipsa”, o también en las maneras finas de las dedicatorias de los poemas, donde hay locación cubana y universalidad mediante los poetas que evoca.

Creo que el El juego de la memoria es un libro exploratorio con vocación de fijeza. Un libro en el que el amor, la razón ontológica, o sea, el ser frente a la vida, presentan a la vida misma confluyendo en su diversidad. En los homenajes a varios poetas, Alberto Edel Morales reafirma su propia razón estética, deja que la ensoñación cree momentos oníricos y que la naturaleza le regale los árboles, las flores. Construye y reconstruye el texto sobre la base del encabalgamiento, y lo devuelve bien trabajado, con sentido de creatividad, de modo que hace pasar la emoción por el intelecto. Eso, por ejemplo, es el fino poema “Sangreal”, una construcción compleja sobre la base del endecasílabo que tiene de fondo a la décima octosilábica y que imprime un mensaje de belleza ante la mujer. Así, la acentuación del eros masculino ante la belleza femenina, culmina el libro.

Y el lector de poesía ha de haber gozado hasta el último verso de una entrega eficaz y rica en matices, novedosa sin romper por completo con la tradición. El juego de la memoria propone recrearnos con el arte lírico, con poemas hermosos, con un libro lleno de fragancia vital.

 
Versión editada de La Jiribilla