Debido al largo tiempo que se gasta en las colas, no queda más remedio que escuchar lo que se dice, lo que se comenta, lo que se analiza mientras se espera el turno, que puede ser, entre infinitas posibilidades, para comprar un pomo de aceite, para legalizar una firma, o para que nos actualicen la libreta de abastecimiento de la Oficoda porque seguimos vivos, y no como dice la bodeguera, quien el mes anterior a declararnos fallecidos, informó que ya no vivimos en Cuba. Siempre el error lo comete otra persona, y nosotros pagamos los platos rotos. Cualquier trámite lleva implícita su respectiva cola, ya se sabe, de modo que perdedera de tiempo y enjundiosas habladurías abundan en estas circunstancias. Prefiero escuchar a opinar, y he aquí algunos de los resultados, y sus respectivas motivaciones, que tergiversan olímpicamente nuestro riquísimo y heredado refranero popular:
—Una señora le dijo a su colega que “cuando el mal es de cagar, no valen mangos bajitos”, a lo que su amiga agregó: “Tienes razón, tienes razón, ya lo dice el dicho: camarón que se duerme, no sirven guayabas verdes.”
—Un señor mayor le dijo al joven que lo antecedía en la cola: “Grábate esto, mijito, la novia del estudiante es cuña del mismo palo”, a lo que el muchacho replicó: “Y dése con un palo en el pecho, y ríase de los peces azules”.
—Dos mujeres criticaban el estilo de vida de un nuevo rico recién mudado al vecindario, y sentenciaron que “tú sabes, tú sabes… en casa del carpintero, el que no se cae, resbala, y en casa del jabonero, cuchillo de palo”.
—Varias personas, que chismeaban debido a una discusión acaecida la noche anterior a la cola matinal, opinaban que “ya se conoce que entre marido y mujer, se lo lleva la corriente, porque si está oscuro y huele a queso, hum, ganancia de pescadores”.
—Una muchacha acrilizada aconsejó a su acompañante de pestañas postizas: “Búscate un chino porque perro no come caimán”, ante lo cual la pestifalsa agregó: “No, mi china, tú sabes muy bien que una tiñosa no hace el invierno”.
—Un hombre que parecía borracho profesional quiso saber cuánto más debía esperar su turno, y lo hizo de la forma siguiente: “¿A qué hora matan a Lala aquí, a la hora de los mameyes?”, y una mujer pasada de peso le respondió: “Aquí hay conejo encerrado, así que mejor tranquilito, échele yogur a este dominó”.
—Alguien se quejaba de un agregado (novio de su nieta), que todos los días comía en su casa, diciendo que “debajo de cualquier sapo, sale una piedra”, a lo que una señora muy mayor aconsejó: “cuando el río suena, comen tres o cuatro, no sé bien”.
—Dos señoras, a punto de caramelo en cuanto a desafíos verbales, decían: “Tú no me sospechas”, “eres más vieja que película”; “y tú, de cuando el malecón era una maceta”, “la jugada está de pollo, apretada como pescado”, finalizando la contienda con “colorín colorao detrás del palo sin ser el último”.
“(…) aun en momentos incómodos, echamos mano al gracejo popular”.
—Se encontraron en la misma cola dos conocidos que hacía meses no se veían. Expresaron así su alegría: “Ay, verdad que el mundo es una astilla”, “cada loco con su buena cara” y “el que la hace, es un pañuelo”.
—Un joven le ofreció un cartón a una vieja, para que se sentara en un muro mientras esperaba su turno, pero la señora protestó porque su trasero no cabía, a lo que el muchacho replicó: “Señora, a caballo regalado, no le mire el pecho, porque a lo hecho, mala cara, por favor, que la avaricia rompe el oro”.
En fin, las probabilidades, infinitas ellas, demuestran que aun en momentos incómodos, echamos mano al gracejo popular, porque, hablando en plata: es mejor andar a la “my love” que “con el moño virao”, y ya sabemos que somos pacientes aquí.
Quien dijo que el lagarto es hijo de caimán