“El ciberespacio no es otra cosa nueva allá afuera, sino el corazón de un sistema supranacional que se relaciona directamente con el espacio físico, con ‘la tierra que pisan nuestras plantas’, como nos diría José Martí. Primero, sus rutas de comunicación, nodos y servidores (infraestructura física) están ubicados en alguna parte de la geografía. Segundo, los protocolos o reglas de juego que permiten la interconexión de la gente, como los ciberdominios, tienen una identidad nacional e implican zonas de soberanía, control estatal y lenguaje propio. Y tercero, el ciberespacio enfatiza la geografía física de un modo especial: con servicios, aparatos de navegación, artilugios técnicos y dispositivos móviles, que materializan un mapa interactivo de flujos entrecruzados de información, tecnología y personas. Las personas tienen nacionalidad, obedecen a leyes y están, también, físicamente varadas en algún sitio”, apuntó la Dra. Rosa Miriam Elizalde en su ponencia Las campañas exitosas en las redes son ciudadanas o no son.

“El ciberespacio es el corazón de un sistema supranacional”.

El texto de la experta, presentado en el Foro Internacional “Comunicación política en la era digital”, en el Senado de México, sitúa un ejemplo meridiano: “El triunfo de Jair Bolsonaro y la derrota del PT en Brasil ha sido un aldabonazo a las consecuencias del surfeo de los discursos de odio sobre la ola de las redes sociales, con su retórica de mano dura, racismo y prejuicio social, pero no tuvo que ver con un ‘atraso’ instrumental ni es fruto de un proceso de líneas discontinuas frente a experiencias como las elecciones de Barack Obama que, a diferencia del brasileño, hizo una campaña con una narrativa políticamente correcta y elaborados estándares técnicos. Uno y otro le hablaron a esa porción del electorado que haría la diferencia a favor de cada candidato en las urnas, apelando a resortes previamente identificados que generaran un vínculo directo y emocional con el usuario-votante”.

Y argumenta con datos no solo interesantes, sino útiles para quienes nos dedicamos a difundir ideas, sea un político, un periodista o un campesino con acceso a la red de redes:

“La tecnopolítica nos ha liberado de pedir permiso y, por consiguiente, los movimientos populares pueden ser más activos, más protagonistas y más fuertes emocionalmente”.
 

Rosa Miriam propuso en el foro cinco tareas urgentes para América Latina. Quiero detenerme en una aseveración  de la investigadora: “La tecnopolítica nos ha liberado de pedir permiso y, por consiguiente, los movimientos populares pueden ser más activos, más protagonistas y más fuertes emocionalmente”.

Esto es válido para cualquier punto del planeta: da igual que sea un iglú que un rascacielos, nevando o con 40 grados, un semianalfabeto o un Premio Nobel de Literatura, un presidente o un carretonero; en ese ciberespacio invisible en apariencias, todos podemos ¡y debemos participar!

Ahora bien, participar sí, pero con responsabilidad. Un post que se comparta sin conocer qué lleva ese video, por ejemplo, es una irresponsabilidad. O realizar un buen chiste (puede ser excelente) con un episodio televisivo o literario desafortunado sin aclarar causas y posibles consecuencias, es dañino para nosotros mismos.

Internet no es ni tan democrática, ni tan libre; existen grupos, personas, encargadas de hacer caminar en las redes lo que un grupo de poder quiera. En ese sentido el “transparente y divertido” Facebook es un ejemplo ideal: se acuerdan del cumpleaños de cada miembro, puedes hacer tu página, te solicitan amistad desde cualquier lugar y de momento, si se peca de ingenuo, comienzan a llegar mensajes que te molestan o distorsionan la realidad.

No es fácil olvidar cuando pasó el tornado por La Habana, que gracias a Facebook, precisamente, se tuvieron las primeras imágenes, a las 24 horas, cuando los capitalinos se volcaron a ayudar con un poco de arroz o un jabón. En esa propia red empezaron a llover reclamos de ayuda para familias y fake news, que trataban de opacar el gran esfuerzo del Estado y del pueblo habanero para ayudar a los afectados.

No sé la cantidad de mensajes que envié por interno o usando el correo electrónico. Pero si yo mandaba la foto de actores populares, allá me devolvían un post de una figura pública y querida que se quejaba de que no la habían dejado llegar a un lugar determinado. Y aunque hubo un testigo, también de prestigio, que escribió contando otra versión, esa no llegó a amigos que viven en España, Argentina, Alemania o Las Vegas.

En un buen comentario, Facebook, tuyo es el reino, el poder, Mauricio Escuela dice: “Cuando nos abrimos una cuenta de Facebook, muy pocos medios o avisos nos dan una información real de lo que ello implica en términos antropológicos, ya que el significado de que surja un “otro yo” virtual es visto con superficialidad o desdén frente a la aventura de “estar en onda con los otros” y pertenecer a una tribu mundial. Si no vas a las redes sociales, no existes y, si finalmente, te decides a entrar, tampoco existes”.

No hablo de Twitter o Instagram porque con una conexión mediante modem, no se puede acceder a esas redes.

El ciberespacio seguirá creciendo, y también los artilugios en esas pistas de navegación. Entonces ¿les dejamos las discusiones y la difusión a los que están en la acera de enfrente? ¡No!

Si Cuba avanza conscientemente hacia la informatización, no es para que un grupo de personas posteen, sino para que todos lo puedan hacer.

En este país no hay analfabetos desde 1961, incluso, hay especialistas en ramas que solo encuentran interlocutores en el primer mundo. Claro, se necesitaría una alfabetización de las posibilidades reales que tiene la red de redes.

Si Cuba avanza conscientemente hacia la informatización, no es para que un grupo de personas posteen, sino para que todos lo puedan hacer: enviar una flor o comentar un artículo de la constitución.

No hay tema ni asunto que esté vetado en las redes. Y ahora recuerdo lo que Federico Engels decía sobre la libertad, que era el conocimiento de la necesidad. ¿Qué necesitamos? Defender nuestro proyecto de las sartas de mentiras que ahora como nunca se lanzan al mundo, y también, ¿por qué no?, debatir con elegancia y argumentos sobre temas que nos incumben a todos. Esa necesidad de decir nuestra opinión, tiene que ir aparejada con la responsabilidad de hacerlo bien, por lo menos con argumentos.

“El totalitarismo digital, a donde los dueños de nuestra huella en internet pretenden encaminar el mundo con Estados Unidos a la cabeza, requiere de un proceso de embrutecimiento masivo, del cultivo de la insensibilidad y de la despolitización absolutas. Solo desde el fomento de una cultura solidaria, humanista y conocedora de cómo operan esos mecanismos, que nos permita usar estas tecnologías sin ser usados por ellas, podremos sobrevivir los pueblos jóvenes y pequeños a las puertas del nuevo Reich”, concluye Iroel Sánchez en el enjundioso texto Totalitarismo digital.

Con un correo, con el debate cara a cara, en una web, podemos aportar un granito de arena para enfrentar ese proceso que quiere convertirnos en masas amorfas, que reaccionan mecánicamente con una carita sonriente a un mensaje que puede estar pidiendo, indirectamente o no, que dejemos de existir como nación.