Redes sociales digitales: problemas y desafíos para la democracia
Las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) juegan un importante papel de agencia de actores interactuantes. Por un lado, existe la promesa de transformar todos los puntos de contacto en puntos activos de comunicación: consumidor en productor y usuario en ciudadano; por el otro, si bien esa transformación parece garantizar un aumento de la participación política y la libertad de expresión, lo que prevalece es la desinformación, la coerción, el control y la fragmentación social.
Con este tema, traemos a la luz algunas reflexiones acerca de un territorio marcado por direcciones, algoritmos y control que priorizan los intereses de los comandantes de las grandes plataformas de almacenamiento y procesamiento de datos, e interfieren directamente en las visiones de democracia, gobernabilidad y pertenencia, y que lo digital podría, teóricamente, ampliar.
Es importante recalcar que veo innumerables posibilidades en la tecnología. Creo que la participación de los ciudadanos de mi país, Brasil, podría dar un gran salto hacia la democracia participativa, pero lamentablemente ese no es el caso hoy. Venimos pasando por momentos absurdos relacionados con la difusión de mentiras, o como les gusta decir, fake news, que en la actualidad y vergonzosamente, rigen nuestro importantísimo momento en las elecciones presidenciales en las que, por supuesto, de verdad espero que Lula sea el ganador de la injusta disputa.
Vivir en el siglo XXI es vivir rodeado de procesos algorítmicos. En algún nivel, todas nuestras acciones en el mundo globalizado pasan por el sistema digital, sea a través de los sistemas bancarios, la infraestructura conectada de las ciudades o incluso las imágenes satelitales constantemente actualizadas: todo se transforma en datos y es procesado por algoritmos.
Esta necesidad de cuantificar el mundo y traducirlo en información no es nueva, en sí misma: es parte del proceso humano de comprensión del mundo. Sin embargo, el sistema capitalista convirtió esa comprensión del mundo en explotación del valor en un proceso reciente de nuestra historia. El sistema pasó de estructura mercantil a industrial y, hoy, se encuentra en una nueva configuración donde la inmaterialidad alcanza un momento destacado. Gran parte de ese impacto, en un entorno técnico-científico-informativo, está mediado por redes digitales construidas en el siglo XX que se extendieron tan rápido e impactaron las estructuras a su alrededor desde la década de 1990 en adelante.
Sería hipócrita decir que no hay beneficios en crear una conexión instantánea a cualquier punto del mundo que tenga un punto de red. O, incluso, decir que no es infinitamente más fácil poder escribir un texto en una computadora de última generación que corrige errores, sugiere oraciones más claras y objetivas a medida que se escriben, permite buscar la mayoría de las referencias que sean necesarias e incluso traducir al instante las que estén en otros idiomas. Sin embargo, el precio de estas tecnologías es alto si se consideran las disrupciones sociopolíticas y económicas que impregnan el capital, especialmente el capital cognitivo.
Pasar de una estructura que prioriza lo material a una que ubica a la información como fuente y producto de la producción de valor promueve la creación de la figura de los cognitarios, aquellos que trabajan generando información de manera opaca. Esto es porque los productos informativos contemporáneos reducen la distancia entre el productor y el consumidor —este último ampliado en una propuesta más amplia e integradora […] consumir contenidos—. Indirectamente, el usuario genera valor para la red, por lo que, aunque no sea una actividad laboral explícita, existe una relación laboral invisible.[1]
La relación trabajo cognitivo puede ser explicada por Moulier-Boutang, y forma parte de lo que aquí llamaremos ciudadano-usuario. Se elige esta terminología específica para resaltar todo el poder político que tiene este actor, pero que muchas veces se oculta o se descuida cuando observamos los procesos digitales. Entra en el proceso de generación de capital cognitivo cada vez que genera alguna acción que se convierte en datos aislados. Esta acción no necesita ser efectivamente activa, ya que la captura de datos de forma sistemática permite generar la máxima cantidad de datos, incluso de forma pasiva. Aquí, el ciudadano-usuario se sitúa como elemento base de un ciclo donde los datos son la materia prima en una condición contradictoria en la que se abstraen digitalmente, pero quedan completamente referidos a su producción.
Cuando miramos los datos, tenemos la impresión de que son pequeñas partículas aisladas que no dicen mucho, solo juntas con el todo. Si bien en esto hay una parte de verdad, ya que los datos necesitan contexto para ser analizados, no podemos ignorar la naturaleza circunstancial de los datos: poseen sentido en sí mismos porque tienen un lastre en el tiempo y el espacio, pues los metadatos de datos, datos sobre otros datos, son muy importantes.
El simple like en una publicación dice mucho y, por ejemplo, ayuda a la construcción de un mapeo psicográfico del usuario en una plataforma digital; sin embargo, es en la capa de metadatos donde encontramos la ubicación, la hora, el dispositivo utilizado y una infinidad de información que permite que el sistema se autoalimente de una forma inimaginable.
La naturaleza de los datos refleja la naturaleza del sistema. Las características físicas más importantes para entender lo inmaterial son la no divisibilidad, la no exclusividad y la no rivalidad.[2] Juntos, garantizan el no agotamiento de la información en bruto después del procesamiento: todavía se puede copiar, recopiar, recombinar, remezclar, dividir en partes y redistribuir para que tanto los datos iniciales como la información del producto no se agoten o se deterioren,[3] y esto no es una realidad para los objetos materiales.
Aquí tenemos otros dos grandes actores: las empresas y los gobiernos. Ambos, con mucho poder en esta organización, actúan como grandes captadores de datos, pero es crucial que sus acciones estén delimitadas. Al llamar capitalismo cognitivo al sistema socioeconómico-financiero, ya hemos denunciado el carácter que aquí asumen las empresas.
El estado de captura instituido por las empresas garantiza que todas nuestras acciones sean absorbidas y procesadas por el sistema, que se beneficia de la velocidad: cuanto más circula por menor intervalo de tiempo, mayor es la acumulación de valor que existe intrínsecamente y, lo que importa, al final todo se produce y se consume lo más rápido posible. Este fenómeno es fácilmente observable en las redes sociales digitales que posicionan a todos los consumidores como productores y los premian de acuerdo con su desempeño, enfocándose siempre en la máxima ganancia para la plataforma con la menor cantidad de insumos posibles.
La acción de los gobiernos dentro de este sistema no es menos significativa de lo que puede imaginarse. Además de las empresas, la parte gubernamental también posee interés no solo en la captura sino en el procesamiento de datos. Por un lado, es importante que la acción estatal se base en información que pueda conducir a la mejora social; sin embargo, mirar solo esta cara de la moneda es ignorar la militarización de los datos y el uso geopolítico del capital cognitivo.
Aquí los datos también se procesan algorítmicamente en información, pero su efecto externo no es el juego de marketing y la obtención de ganancias financieras, como en el caso de las empresas: la gobernanza y el control indiscriminado de una población están presentes a través de las limitaciones de la acción política, la manipulación masiva y la muy descaracterizada naturaleza de un ciudadano-usuario.
Todo este escenario permite también la existencia de redes que conectan usuarios y median intercambios. Aunque comúnmente se dice que lo digital media relaciones en sus interfaces y crea desconexión física, esta afirmación resulta reduccionista al ignorar la superposición entre esferas y el poder de acción que lo digital puede promover sobre lo físico y viceversa.
La construcción de la red actúa, aquí, como una estructura en la que el objetivo del algoritmo-mediador ya no es conectar personas con personas, sino conectar personas con ideas y artefactos deseables, con infoestímulos.
Teniendo datos como historial de búsqueda, conversaciones, opiniones y gustos, las empresas de tecnología, especialmente aquellas enfocadas en las redes sociales, muestran anuncios dirigidos, publicaciones y sugerencias de perfil para mantener el compromiso y, en consecuencia, reafirmar y moldear los valores de este tema provocando la formación de grupos sociales que se separan unos de otros, a la vez que hacen agrupaciones de aquellos individuos con mayor afinidad entre sí.
“La gobernanza y el control indiscriminado de una población están presentes a través de las limitaciones de la acción política, la manipulación masiva y la muy descaracterizada naturaleza de un ciudadano-usuario”.
Los datos son inmateriales y, por tanto, disruptivos dentro de la cadena de producción industrial. Lo que antes se utilizaba como materia, y todas sus limitaciones materiales, dentro de la escala industrial, ahora es posible utilizarla como fuente de producción de valor en sí misma, ya que los datos generan información que genera más datos.
El éxito del modelo es corroborado por la disminución radical de la experiencia humana y una concepción desintegrada del bien humano.[4] En este contexto, el sujeto se reduce al trabajo, a una “célula de esfuerzo cognitivo integrada en el ciclo ininterrumpido de producción de valor”.[5]
Curiosamente, el dispositivo que hace posible esta celularización es el celular, el smartphone, porque desde él se conectan todos los lugares, es decir, el trabajador siempre lleva consigo la posibilidad de establecer contacto con el empleador o con plataformas de gestión de servicios. Lo que antes era una conexión entre clústeres y unas pocas computadoras fijas, ahora se arraiga simultáneamente desde diferentes lugares, donde haya cobertura de Internet. Asumiendo que todo y todos son fuente de datos en un sistema exploratorio, podemos suponer que la información adquiere una escala de semiocapital. La inserción de la escala semiótica aquí está dada por la visión de semiosfera que adquieren las propias redes: la red no es un instrumento, sino una esfera. Ya todos reconocen que Internet presenta una innovación decisiva en la producción y la comunicación. Pero, en general, se piensa que la red es un instrumento de comunicación que permite la transmisión de las mismas cosas del pasado de forma más funcional. No es así. Internet es, sin duda también, un instrumento de comunicación, pero este es el aspecto menos significativo.
El hecho decisivo consiste en construir un nuevo ámbito de acción social. Los procesos de simulación modelan la esencia misma del intercambio económico, de la decisión política de la vida cotidiana y de la propia corporeidad y afectividad.[6]
Este dominio de la red como esfera crea una superposición entre los procesos del mundo analógico y virtual, que no siempre ocurren con la fluidez que cabría esperar en tal condición tecnológica. Una forma de visualizar este fenómeno es el estado de vida común y cotidiano como punto de partida. Desde reglas desconocidas para el público, en general, que determinan el funcionamiento de las redes, además de una selección arbitraria y previa de bases de datos que sirven para entender este mundo —ambas seleccionadas por las personas que diseñan las plataformas—, los algoritmos se colocan como máquinas semióticas, es decir, actores capaces de intermediar la traducción del mundo virtual al mundo analógico, y viceversa.
Este estado de los algoritmos genera dos grandes puntos: el régimen policial y la brecha de implementación. El primero se refiere a la acción constante de control y vigilancia que las plataformas pueden ejercer de manera sistemática. La brecha de implementación es, precisamente, la incapacidad de los algoritmos para traducir toda la complejidad del mundo analógico y procesarlo como datos virtuales. Las estructuras de poder y las fallas en las relaciones algorítmicas generan conflictos en el tejido social, muchas veces en forma de exclusiones invisibles, voces apagadas en las que los sujetos son incapaces de transmitir sus mensajes y traer lo que Ranciére define como subjetivación política a través del daño infligido.
Mientras, las relaciones semióticas en la frontera analógico-virtual están mediadas por algoritmos que reproducen las voluntades de empresas, gobiernos y otros autores con sus propias voluntades; vemos al usuario-ciudadano solo como un objeto de exploración, principalmente de su información, de formas oscuras y, a menudo, ilegal.
“El solo hecho de saber leer o utilizar mecánicamente un dispositivo digital no habilita a alguien para usar Internet ni ubicarlo como ciudadano en este contexto”.
Un ejemplo de acción permeada por algoritmos en la que se evidencia el sesgo de la base de datos, la coerción política y la traducción entre analógico y digital es a través de los mapas y la delimitación de fronteras en Internet.
Aquí, por ejemplo, en la región periférica y más pobre de Brasilia, el barrio de Santa Luzia, fue reemplazado por Google y sus imágenes satelitales, donde la ocupación irregular, por supuesto, fue reemplazada por árboles, borrando pobreza y gente. ¿Google decidió que habría un bosque allí? No, ciertamente fue nuestro país el que presionó a empresas como Google para acabar con la desigualdad en muy poco tiempo.
Este fenómeno no solo crea una brecha de implementación, donde un mismo territorio se demuestra de diferentes maneras según la coerción existente en la versión a la que se accede, sino que también demuestra la facilidad de crear una narrativa política en un sistema comúnmente (y erróneamente) visto como libre de cualquier ideología en un mapa instantáneo.
Efectivamente, para el resto del mundo, cambiar una pequeña área del mapa parece pequeño; sin embargo, simbólicamente, es muy impactante y nos hace cuestionar hasta qué punto se controlan los espacios digitales y, si es posible, garantizar la democracia, la privacidad y la seguridad en sistemas que afectan nuestras vidas tan ubicuamente. Y por fin, sobre los accesos: más allá de los temas sistémicos en sí, es importante observar los accesos que permiten una verdadera interacción con el universo digital y su uso como herramienta política efectiva. Además de la inclusión y el acceso digital, ya muy debatido al considerar las desigualdades entre los países del norte y del sur global, otro punto definitorio en el uso de las TIC como potencial de agencia es la alfabetización digital.
Hablar de inclusión digital, por cierto, es un problema multidimensional en sí mismo, ya que, primero, es una conceptualización problemática. No es posible precisar los parámetros que separan formalmente a los incluidos digitalmente de los excluidos. Superar la inclusión y asegurar el acceso a las tecnologías no resuelve el problema. El solo hecho de saber leer o utilizar mecánicamente un dispositivo digital no habilita a alguien para usar Internet ni ubicarlo como ciudadano en este contexto.
Saber leer, usar un teléfono celular para enviar mensajes o hacer videollamadas no es suficiente para categorizar a alguien como alfabetizado digitalmente. Solo la habilidad de leer no comprende toda la complejidad que conlleva la red: se necesita comprensión, pensamiento crítico y discernimiento más allá del texto; más allá de la instrumentalización, una capacidad real de realizar semiosis con hipertexto. Aún se necesita regulación, atención y una estructura social muy firme y consolidada, como lamentablemente no ocurre en mi país.
Conferencia virtual presentada en el panel “José Martí en la lucha ideológica actual”, Sala Bolívar del Centro de Estudios Martianos, 18 de octubre de 2022.
Notas:
[1] Tonhá y Garrossini, 2019, p. 2500.
[2] Moulier-Boutang, 2011, p. 106.
[3] Quah, 1999, p. 4.
[4] Kroker y Weinstein, 1994, p. 6.
[5] Berardi, 2019, p. 62.
[6] Berardi, 2005, p. 75.