La diferenciación que propone esta comunicación se sustenta en la razón teórica de que la memoria histórica constituye un sistema de imágenes tangibles e intangibles, relacionado con el proceso psíquico, en razón de procesar experiencias apropiadas presencialmente o mediante mecanismos socializadores del conocimiento, que los sujetos asumen en el proceso constructivo de su identidad individual y grupal. Esta acotación permite diferenciar la producción de historiografía que realizan profesionales de la historia de la construcción de un conjunto simbólico que configuran los bienes culturales en los individuos, es decir, una dimensión cultural cual conjunto sociosemiótico de significaciones que los sujetos sociales instalan producto a su quehacer generatriz de sensaciones y valores, explicativo de su identidad cultural.

En las artes escénicas la construcción de ese entramado representa la recuperación de programas de mano, producción escénica, medios comunicacionales empleados en las campañas promocionales, visualizaciones realizadas y memorias que en forma de recuerdos conservan actores, públicos y equipos de realización del espectáculo escénico. 

Memoria histórica y su recuperación en Granma

La perspectiva psicológica y comunicativa de la concepción memorialista se explica como una dualidad de ámbitos científicos donde interesa destacar que los mecanismos socializadores tienen una alta responsabilidad con traer el pasado al presente.

La recuperación es una mediación de los mecanismos políticos con los cuales se activa a los sujetos, quienes deben ser convocados a prácticas constructivas del pensamiento político, entendido en su máxima perspectiva de la identidad de un territorio, construcción que se direcciona desde las ideas políticas pensadas cual aporte al contexto del sujeto.

“La recuperación es una mediación de los mecanismos políticos con los cuales se activa a los sujetos, quienes deben ser convocados a prácticas constructivas del pensamiento político”.

Es importante señalar que ni la memoria histórica ni su recuperación es una labor historiográfica; constituyen, en el caso de la memoria, experiencias con importancia social cuya recuperación opera en la construcción de una identidad política. Su consecución es expresiva y por ello se vale de mecanismos socioculturales para la comunicación y socialización que enriquezca la pervivencia del pasado en los actores sociales como contribución a su armonía con el presente.

A los efectos del auditorio, conviene entonces situar la recuperación como el reto de la institución cultural desde la investigación social para la recuperación de la memoria histórica en la provincia de Granma, conjugación que conduce a la valoración de los bienes escénicos como patrimonio cultural. Este desafío teórico y metodológico se contextualiza en la visión de salvaguarda que sustenta la nueva ley del patrimonio cultural cubano, creada con el declarado propósito de la protección de los bienes culturales que deben integrar el patrimonio de la nación.

“Las artes escénicas poseen un corpus trascendente ya que sus prácticas originales fueron un resultado de la conciencia nacional en el siglo XIX”.

En este ámbito las artes escénicas poseen un corpus trascendente ya que sus prácticas originales fueron un resultado de la conciencia nacional en el siglo XIX. Por tales razones, las expresiones artísticas de la manifestación requieren una mirada para reformular la función social que el patrimonio escénico tiene en el constructo de lo cubano. Ello significa una protección eficaz a los bienes escénicos y los espacios asociados a ellos, los cuales deben comportar una patrimonialización que transite por las siguientes fases:

Este enfoque colocaría el patrimonio cultural escénico del país a tenor de las tendencias internacionales regionales y universales.

El teatro en Granma

El teatro en la región emerge a propósito de la activa vida económica y social de Bayamo en los años 1840 en adelante, tiempo donde la habilitación del puerto de Manzanillo al comercio constituyó una fuente importante de negocios y de entrada de migrantes en una estructura social donde cohabitaban peninsulares, una franja de ilustrados humanistas, hacendados y jornaleros blancos, indígenas y esclavos. En la región Cauto-Guacanayabo, los negros libres representaban el 44 por ciento de la población y el Cabildo defendía los intereses de los criollos.

El teatro en la región emerge a propósito de la activa vida económica y social de Bayamo en los años 1840 en adelante. Foto: Tomada de La Demajagua

Al insertarse en tal dinámica social, los sujetos sociales sienten la urgencia de involucrarse cada vez más en los derroteros de la vida cotidiana, y ya en enero de 1843 Francisco Vicente Aguilera, Carlos Manuel de Céspedes, Perucho Figueredo y otras figuras como José Fornaris fundan la Sociedad Filarmónica Isabel Segunda donde desarrollan expresiones dramáticas ya sea como declamadores o realizando y representando adaptaciones de obras de autores importantes. Posteriormente fundan el Teatro Bayamo (Cobas, 2019; Naranjo, 2019). La obra más significativa representada fue Las dos Dianas, de Alejandro Dumas, con adaptación de Carlos Manuel de Céspedes; luego El barbero de París, de Perucho Figueredo y, posteriormente, La hija del pueblo, de José Fornaris y Luque.

Acerca del movimiento escénico nacional en este tiempo, Rine Leal ha dicho que el periodo de 1838 a 1868 constituye el nacimiento del teatro cubano (1975, p. 252). Este autor relaciona ese movimiento con el despertar de la conciencia, el desarrollo de la riqueza y el establecimiento de lo nacional como carácter distintivo (p.252); en el caso de la región, además de esos aspectos, está también el comportamiento irreverente ante el poder colonial.

En la escena se presentan temas relacionados con la situación conflictiva en el país que produce un juicio de gusto hacia lo nacional. La temática predominante fue el hombre en lucha contra los poderes malvados y ocultos (Leal, 1975). Oportunidad que convirtió a las instituciones escénicas en espacios para el desarrollo cultural y de recuperación política.

Los productos artísticos que se crearon entonces constituyen un desafío para la investigación cultural, pues el teatro tuvo un reglamento desconocido y las obras, según se afirma, produjeron un éxito de público, pero constituye una memoria que demanda otras narrativas, que pueden ser desde documentos, obras literarias y relatos orales que expliquen el ambiente social alrededor del teatro tanto en Bayamo como en Manzanillo, donde hubo otra Sociedad Filarmónica y otro teatro.

“El Teatro Manzanillo fue abierto al público el 14 de septiembre de 1856, con la comedia El arte de hacer fortuna, transcripta por Carlos Manuel de Céspedes”.

Ese segundo teatro es un patrimonio edificado restaurado por el Ministerio de Cultura y donde muchos relatos demuestran el empeño de aquellos cubanos por desarrollar la cultura local. Rafael Escala (2007) declara que el Teatro Manzanillo fue abierto al público el 14 de septiembre de 1856, con la comedia El arte de hacer fortuna, transcripta por Carlos Manuel de Céspedes (p. 2), pero ese es un hecho requerido de una validación científica.

Esas huellas tienen una continuidad en la labor del movimiento teatral que instala la Revolución Cubana, un quehacer que se reflejará en periódicos y revistas de las dos ciudades, conservadas en crónicas y expedientes de archivo a la espera de su conformación como patrimonio cultural escénico desarrollado por los artistas contemporáneos.

Urge aprovechar las vivencias que conservan productores, directores y artistas sobre la etapa de la Revolución Cubana donde se produce un desarrollo significativo de la escena, tanto en obras como en instituciones culturales. Ese reto permitirá contribuir a producir una interpretación integral del teatro que gestaron originalmente los patriotas fundadores de la nación.  

Bibliografía

Cobas Sanz, M. (2019). Vanguardia literaria y política en Bayamo 1840-1870. La Habana: Ediciones Boloña.

Escala Fernández, C. R. (2007). El teatro de Manzanillo un drama en tres actos 1856-2007. Manzanillo: Ediciones Orto.

Leal, R. (1975). La selva oscura. La Habana: Editorial Arte y Literatura.

Naranjo Tamayo, A. (2019). El estandarte que hemos levantado. La Habana: Ediciones UNIHC.