Raúl Roa: Desordenado, inquieto y brillante (I)
20/4/2020
El 18 de abril de 1907 —hace 113 años— nació Raúl Roa García en la casa marcada con el número 205 de la avenida de Carlos III, en el corazón mismo de la capital caribeña. Roa, de principio a fin, es una de las figuras más singulares de las hornadas revolucionarias antillanas, entre otros motivos, por sus dotes oratorias y literarias, permeadas de genuina cubanía, las cuales combinaba con acendrada cultura universal.
Uno de sus discípulos en la cancillería, donde Roa marcó una impronta que lejos de apagarse se acrecienta entre nuestros diplomáticos, lo recordó así:
Antes de partir para Pakistán, me entrevisté con el canciller Roa, que no perdió la oportunidad para añadir docencia a la conversación […]. Sin dejar de mover los brazos, características de su modo de conversar, me despidió en la puerta del despacho, recordándome: «Cuba no es una potencia económica y mucho menos militar, nuestro motor está en lo político, en nuestros principios, en fin, recuerda que nuestras armas son el tabaco y la simpatía». Tampoco olvidar a José Ingenieros, quien nos dijo: «Nada es y todo deviene». [1]
Roa es autor de una profusa obra en la que figuran, entre otros textos, Revolución vs. Reacción (1933); Bufa subversiva (1935); Pablo de la Torriente Brau y la Revolución Española (1937); José Martí y el destino americano (1939); Programa de Historia de las Doctrinas Sociales (1939); Mis oposiciones (1941) 15 años después (1950); Viento sur (1953); En pie (1959), Retorno a la alborada (1964); Escaramuzas en las vísperas y otros engendros (1966); La revolución del 30 se fue a bolina (1969); Aventuras, venturas y desventuras de un mambí (1970); Evocación de Pablo Lafargue (1973); Tiene la palabra el camarada Roa (entrevista concedida a Ambrosio Fornet) y El fuego de la semilla en el surco (1982).
En las páginas de Mis oposiciones se recogen los ejercicios presentados por Roa, como aspirante a titular de la Cátedra de Historia de las Doctrinas Sociales, de la Universidad de La Habana. Esta propuesta editorial resultó novedosa en su época, debido a la concepción tradicional de considerar esos asuntos exclusivamente en el campo docente.
En una de las partes del compendio 15 años después escribió, en febrero de 1950: “La paz del Caribe quedará restablecida cuando sean derrocados los perturbadores que se han impuesto, a sangre y fuego, en Santo Domingo, Nicaragua, Honduras, Venezuela y Colombia.” [2]
En el caso de la reflexión dedicada al intelectual revolucionario nacido en la región oriental del país, profundiza en aspectos de su vida prácticamente inadvertidos para el gran público de nuestros predios:
Aunque se le considera francés por el apellido y haber vivido desde mozo y casi siempre en Francia, Lafargue era compatriota nuestro: nació en Santiago de Cuba el 15 de enero de 1841 […]. Descendía, por línea paterna, de francés girondino y de mulata dominicana; y, por línea materna, de judío francés y de india taína […]. Y no menos señalada y sorprendente para muchos es la otra circunstancia: el casamiento de Pablo Lafargue con una de las hijas de Carlos Marx, el haber tenido éste un yerno santiaguero. [3]
Vinculada a Bufa […] son estas palabras de Pablo de la Torriente Brau, las cuales captan la dimensión integral de Roa:
He leído tu libro, que me parece estupendo y que es una lástima que no se pueda leer en Cuba. Lo mejor del libro es que se parece a ti, desordenado, brillante, inquieto. Tiene cosas magníficas y cosas maravillosas […]. Las páginas universitarias, un gran recordatorio […]. Me gusta todo. Leonardo (Fernández Sánchez) piensa que eres el primer escritor de Cuba. Yo pienso lo mismo. [4]
Roa confesaba, sin ambages, que sus escritos eran producto de sus actividades y concepciones políticas y que llevaban la impronta de la inmediatez por servir a la lucha. Quizás la única diferencia con el resto de estos grandes pensadores es que no cultivó la poesía, de manera sistemática, como sí lo hicieron Villena, Marinello, Mella y el propio Carlos Rafael.
Su hijo, nacido en La Habana el 9 de julio de 1936, y que continuara los pasos de su progenitor en la defensa revolucionaria en la arena internacional (fue embajador de Cuba en la ONU, la Unesco, el Vaticano, Checoslovaquia, Brasil y Francia, además de secretario permanente para asuntos del Consejo de Ayuda Mutua Económica, CAME, y viceministro de Relaciones Exteriores) se refiere a este tópico:
Raúl Roa incursionó, en sus años mozos —¡cómo no habría de hacerlo!, en el jardín de las ensoñaciones poéticas, sin mayor fortuna al parecer, porque no he hallado un solo poema entre su abundante papelería. Pero durante nuestro exilio en México, cuando, delirante y prolífico, escribía yo más versos que Lope, me confesó su proclividad adolescente a fatigar el género. [5]
Vinculado Roa García desde muy joven a la lucha, fue miembro relevante de la generación que se enfrentó a la tiranía sangrienta de Machado. Años después la oposición vertical a la dictadura de Fulgencio Batista lo envió a la cárcel y el destierro.
Con resultados académicos brillantes se doctoró en Derecho Público y Derecho Civil, en la Universidad de La Habana, centro que más tarde lo acogió como catedrático de Historia de las Doctrinas Sociales y Filosofía Social. En la misma casa de altos estudios fungió como Director de la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público.
Los análisis de Roa en ese período marcaron a toda una generación de estudiantes progresistas. Desde el punto de vista histórico sobresalen, además de sus artículos sobre nuestro país, las evaluaciones acerca del contexto en que tuvo lugar ese acontecimiento mayúsculo que constituye la Revolución Francesa.
Al preguntársele en 1968, entrevistado por el destacado intelectual Ambrosio Fornet, sobre el proceso revolucionario de los años treinta, Roa respondió con la originalidad que nunca lo abandonó. Al demandar el avezado escritor sus valoraciones, con unas pocas frases, sobre los actores más descollantes de aquella etapa, la respuesta no fue menos creativa.
Julio Antonio Mella fue el primer atleta olímpico del movimiento comunista en Cuba. Rubén Martínez Villena era una semilla en un surco de fuego. Pablo de la Torriente Brau murió en España pluma en ristre y rifle al hombro peleando por la revolución […]. Clara inteligencia denotaba la ancha frente de Rafael Trejo […]. Murió en pie con la sonrisa en los labios. Temerario, indoblegable, austero, lúcido, apasionado, generoso, taladrante, Antonio Guiteras nació para morir combatiendo de cara al enemigo. Aureliano Sánchez Arango es el más consumado histrión de la generación del 30. Carlos Prío es un Caco que jamás trascendió la categoría de caca. El «héroe olvidado» de nuestra generación es, sin duda, Gabriel Barceló. [6]
Con posterioridad al triunfo del 1ro de enero de 1959, fue designado Ministro de Relaciones Exteriores. En 1965, en el inolvidable acto donde Fidel dio a conocer la carta de despedida del Che, fue presentado como miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
Su trabajo al frente de la diplomacia antillana no excluyó ningún ámbito de dicha actividad. Desde su indiscutido liderazgo político y cultural sentó las bases de una cancillería moderna, cuyo mayor reto fue llevar adelante, en el frente internacional, los principios que enarbolaba la Revolución.
Era necesario dejar atrás la vetusta entidad diplomática, subordinada al prisma del Departamento de Estado estadounidense, para convertirla en un ente gubernamental comprometido y eficiente capaz de articular, desde una perspectiva integral, las posiciones del proceso revolucionario en los siempre complejos y veleidosos escenarios internacionales. Una tarea en verdad titánica.
Tal como apunta el diplomático e investigador Carlos Alzugaray: “Pero ciertamente, no bastaba con cambiar el nombre. Se trataba de algo mucho más que eso, de una negación dialéctica del pasado.” [7]
En 1976 resultó electo Vicepresidente de la Asamblea Nacional de Poder Popular, en su I Legislatura, y miembro del Consejo de Estado.
Una de las características inherentes a su personalidad fue el sentido del humor que puso de manifiesto en las más inverosímiles situaciones. [8]
Su pasión por la pelota es también antológica. Son innumerables los testimonios que dejan constancia de esa relación particularmente intensa con nuestro pasatiempo nacional.
Desde pequeño escuchó en su hogar las hazañas de las huestes insurrectas, sintiendo veneración por su abuelo Ramón Roa, teniente coronel del Ejército Libertador. Sobre él escribió en Escaramuzas en la víspera […], y en Aventuras, desventura […] —en cuya dedicatoria se lee: «A la memoria combatiente de Ernesto Che Guevara, Comandante del alba», publicado simultáneamente en La Habana y México—, bellas palabras.
En el primero de esos apuntes, fechado el 18 de julio de 1948, trasluce la imagen preservada del abuelo. Un testimonio con esta carga sentimental nos permite, al mismo tiempo, comprender las raíces de las que se nutrió desde la infancia.
Nació rico, peleó por la independencia de Cuba y murió pobre […]. Era un hombre del 68 […]. Era mi abuelo. Y llevar su apellido, honrado a toda hora y haberlo reproducido es mi único patrimonio […]. ¡Bienaventurados los nietos que han podido crecer y espigar junto al tronco añoso de sus mayores, injertándole renuevos de primavera! […] Se desapareció de mi vista, misterioso cometa, cuando yo andaba por los cuatro años del círculo encantado de mi infancia.
Roa abuelo nació en Cifuentes, en la provincia de Las Villas, el 22 de septiembre de 1844 y murió en La Habana el 12 de enero de 1912. Su padre Fernando Roa y Pérez de Medina había nacido en la ciudad de Coro, en Venezuela, aunque de ascendencia castellana. La madre, de pura estirpe criolla, fue Juana Travera. El adolescente Ramón, de solo 16 años, tuvo que salir de Cuba, hacia Nueva York, obligado por las autoridades peninsulares. En 1890 el viejo Roa publicó A pie y descalzo, vívido relato de la corajuda travesía desde Trinidad hasta Holguín, al que alude el título.
Cuando matriculó en la Universidad, hacía rato que Raúl Roa estaba convencido de que su destino era entregarse a la causa iniciada en los campos de batalla. Pablo de la Torriente escribió sobre su presencia en una de las encendidas asambleas estudiantiles en la que participaron: “Es recibido también por una enorme ovación. La masa grita: «¡Se soltó el loco!», nombre con que es conocido generalmente el estudiante izquierdista […]. Al terminar Raúl Roa su sólida estructuración del problema, recibió una gigantesca ovación. [9]