Rafael Acosta de Arriba: siempre he trabajado para los jóvenes

Rubén Padrón Garriga
30/1/2019

Es imposible lograr una buena gestión cultural y un relevo generacional sólido, sin una buena investigación que sustente las políticas públicas, o traiga al ruedo aristas y tópicos necesarios para la vida cultural de un país. Rafael Acosta de Arriba es un intelectual que ha ocupado muchos roles dentro del sistema de la cultura cubana. Pero la investigación cultural lo ha acompañado en todos y cada uno de sus cargos como una necesidad ineludible.

Rafael Acosta de Arriba, Premio Nacional de Investigación Cultural 2018. Fotos: Internet

Entre sus funciones sobresalen las realizadas en la Biblioteca Nacional José Martí (BNJM) como Jefe de su Departamento de Publicaciones y Conservación y jefe de redacción de la revista de la institución. También ocupó el cargo de director del Centro de Información del ICAIC y jefe de prensa en los Festivales Internacionales del Nuevo Cine Latinoamericano. Resulta destacable, además, su labor en el mundo editorial como jefe de redacción de las revistas Cine Cubano y Artecubano.

En cuanto a su labor docente y puramente investigativa, es profesor titular de la Universidad de las Artes (ISA) y de la facultad de Historia del Arte de la Universidad de La Habana (UH). Doctor en Ciencias Históricas (1998) y Doctor en Ciencias (2009). Trabaja desde hace 13 años como Investigador Titular en el Instituto de Investigaciones Culturales (ICIC) Juan Marinello.

Recientemente fue nombrado Premio Nacional de Investigación Cultural 2018, galardón que representa una razón más para acercarse a su trayectoria y sus criterios sobre el papel de la investigación en la cultura cubana.

Su formación primaria está ligada a las ciencias exactas. ¿Cuándo y por qué decide dar el vuelco hacia los temas humanísticos?

Es una historia algo larga, pero te puedo decir, sintéticamente, que los números se me dieron siempre con mucha facilidad, lo que fue determinante a la hora de escoger la especialidad de mi carrera en el Pedagógico Superior (hoy Instituto Central de Ciencias Pedagógicas), entonces subordinado a la Universidad de La Habana. Sin embargo, mi verdadero interés estuvo siempre en las humanidades. La abstracción matemática: el cálculo, el álgebra y la geometría, educaron mi mente, pero los intereses reales apuntaban a las ciencias sociales y la literatura.

El “vuelco”, como tú le dices, se produjo una vez concluidos mis estudios universitarios. La vida, con sus accidentes inevitables, sus vericuetos imprevisibles, y la posibilidad de la elección, me permitieron regresar a mi vocación natural. Ahí reside el porqué: en el albedrío de escoger, después de terminados los estudios superiores, y opté entonces por las humanidades. De ahí que mi primer doctorado fue en Ciencias Históricas y el posdoctorado en una disciplina vinculada a las artes visuales y a su crítica. Para mí fue muy enigmático y sorprendente que Moreno Fraginals me dijera, en los 80 del pasado siglo, cuando comenzaba mis indagaciones cespedianas, que el hecho de que yo proviniese de la abstracción de los números y del cálculo matemático, lejos de ser un problema, era una ventaja. Creo que el gran historiador sabía muy bien lo que decía.

En su vida laboral vinculada a la cultura cubana, usted ha desempeñado varios roles, entre ellos profesor, gestor cultural, dirigente… ¿Qué trabajos y obras pudieran ejemplificarse como la marca del inicio de su carrera como investigador?

Ese inicio está en la enseñanza primaria con la influencia determinante y benéfica de un gran profesor, Humberto Liantaud, quien supo inculcarme la semilla de la curiosidad intelectual y su correspondiente hacer investigativo. En aquellos grados iniciales de mi formación gané un concurso de ensayo (investigativo) y con ello se sembró en mí la ansiedad por indagar en los temas de interés. De manera que ese origen está situado mucho antes de mi actividad laboral y de promoción cultural. Inclusive antes de los estudios superiores.

Ya en la universidad investigué tanto sobre temas de las matemáticas como de Pedagogía e Historia. Claro, cuando comencé a dirigir entidades de la cultura volqué esa vocación en tratar de mejorarlas, en buscar antecedentes de su historia como instituciones, en preguntarles a los artistas (a modo de retroalimentación como directivo) qué pensaban del funcionamiento de la institución, a la vez que mantuve mis investigaciones sobre arte e historia convertidas más tarde en libros.

Pude llevar paralelamente ambas tareas, la institucional y promocional, a la vez que la personal como investigador. De esta manera, al término de mis seis años en el ICAIC hice mi primer doctorado y durante los siete años que presidí el Consejo Nacional de las Artes Plásticas (CNAP) logré publicar cinco títulos y decenas de artículos y ensayos en diversas revistas especializadas, nacionales y de otros países.

En su producción intelectual pueden delimitarse dos grandes ejes temáticos, uno relacionado con la Historia de Cuba y otro vinculado hacia las artes. ¿Cómo ha aportado el historiador al crítico de arte y viceversa?

El entrenamiento del historiador favorece fundamentalmente a la crítica de arte en el método y, en sentido recíproco, la apreciación artística hace que la mirada historiográfica sea de un contenido social más abierto, más plural. A veces los historiadores se encierran un poco en sus recintos, y la mirada entrenada en la crítica de arte propicia una perspectiva más porosa de conocimientos sobre la sociedad. Entiendo el arte como crítica social, entre algunas de sus funciones. Al menos lo aprecio así y eso ayuda a la mirada, a veces más estrecha, del historiador. Conjugar ambas perspectivas es muy satisfactorio en todos los sentidos.

Usted posee desde el 2009 la condición de Doctor en Ciencias que otorga el postdoctorado. La “cientificidad” de las disciplinas vinculadas al arte no deja de ser un tema polémico dentro del campo académico de las humanidades, al ser esta forma de producción simbólica —más acentuada aún en la posmodernidad— una unidad de análisis tan subjetiva, cambiante y pudiera decirse que hasta “antiacadémica”. Desde su condición de profesor universitario, crítico e investigador, ¿pudiera comentarnos cuáles son las contribuciones que la academia y la investigación científica pueden hacer a la producción artística? ¿Cuáles son los pilares fundamentales en los que debe sustentarse una buena teoría sobre el arte?

Lo de antiacademia no debe entenderse en su lado negativo, sino más bien lo contrario, en su aporte al pensamiento más ortodoxo o rígido. Hace falta ese antiacademicismo de vez en cuando. En definitiva, la historia del arte no es más que una elucubración, una construcción intelectual de la academia (pienso en Gombrich como paradigma de lo que estoy afirmando). La discusión sobre si la crítica de arte no es (o es) una ciencia social ya es una discusión vencida por el tiempo. Fíjate que los doctorados que otorga la universidad de las artes (el ISA) se titulan “De Ciencias sobre arte”, lo cual es muy significativo.

Recuerdo una vieja polémica entre Alfredo Guevara y Rufo Caballero al respecto, la que me pareció, en su momento, una discusión bizantina. El arte es muy discutido, si ya llegó a su fin (Arthur Danto dixit), si existe o no (diversos autores), y otras consideraciones por el estilo, pero es que también sobre la historia se llegó a decir lo mismo, que había llegado a su fin. No la historiografía, sino la propia historia humana, que es aun más drástica como sentencia.

La pregunta acerca de los pilares sobre los que debe erigirse una teoría del arte excede las posibilidades de esta entrevista, quedaría, quizá, para otra ocasión, solo apunto que la respuesta a tu pregunta está situada en los terrenos de la sociología del arte, colindante con los predios de los estudios culturales.

En los últimos años ha sido meritoria su labor en el Instituto Cubano de Investigación Cultural, la Universidad de La Habana, el Instituto Superior de Arte y la Biblioteca Nacional José Martí. ¿Qué influencia han tenido estas instituciones en su labor intelectual? ¿Qué huella ha dejado en ellas y qué huella han dejado ellas en usted?

Mi estancia en la Biblioteca Nacional fue decisiva para reorientar mi vida en sentido general. Llegué a esa institución después de algunos años de vida militar, y trabajar allí como jefe del Departamento de Conservación y Publicidad de la institución significó un regreso a la lectura intensa, a los debates y eventos que allí se originaban y al ambiente cultural del país. Leí vorazmente, escribí mis primeros libros de poesía y mis primeros ensayos largos sobre el pensamiento de la principal figura del independentismo decimonónico cubano, Carlos Manuel de Céspedes.

Me sumergí también en las oceánicas obras de dos grandes de la cultura latino e hispanoamericana como Octavio Paz y José Lezama Lima, dirigí la revista de la institución (junto a Julio Le Riverend primero y solo después). Además, me relacioné con figuras cardinales de nuestra intelectualidad, como Cintio Vitier, Araceli García Carranza, Panchito Pérez Guzmán, entre otras, lo que dice del buen aprovechamiento de ese tiempo en la casa del libro, bajo los escrutadores ojos minervinos que observan a todo el que traspone el umbral de la biblioteca. Fueron años decisivos para mí.

Justo antes de comenzar en la BNJM gané el Premio Razón de Ser (que otorgaba el Centro y Fundación Alejo Carpentier) en la primavera de 1990 y fue un reconocimiento muy estimulante y oportuno. En el ICAIC (aunque no lo citas), respiré una atmósfera de diversidad de opiniones, encontré nuevos interlocutores (los cineastas son personas de una gran libertad de ideas) y tuve la singular experiencia de relacionarme con una figura tan peculiar y controvertida como Alfredo Guevara, un jefe que te mantenía en permanente alerta intelectual y del que a veces se aprendía por efecto de riposta.

En el CNAP la influencia mayor estuvo dada por el conocimiento de los artistas visuales, sus formas de pensar y crear; pude en esos largos siete años palpar y estar consciente de su soledad como creadores, una situación que refuerza mucho la individualidad de ellos. Muchos artistas visuales son verdaderos investigadores del arte (el universal y el suyo propio) y tomé nota de ello.

Con respecto a la Facultad de Artes y Letras y, más precisamente en la carrera de Historia del Arte, conocí a profesoras de una entrega total a la enseñanza, como Adelaida de Juan, María de los Ángeles Pereira, Conchita Otero, entre otras, que han sido excelentes aliadas y referentes en la tarea de enseñar. Y en el Instituto Juan Marinello me encontré con Fernando Martínez Heredia, a quien había leído profusamente pero no conocía en lo personal, así como con otras figuras de nuestra intelectualidad (Juan Valdés Paz, Rafael Hernández, Tania García, entre otros) con las que he compartido los últimos 13 años de trabajo. En el Marinello también compartí tiempo con un grupo de jóvenes muy talentosos, algunos de los cuales partieron del país en busca de otros horizontes científicos y laborales. Ahora bien, me preguntas qué he podido aportarles a estas entidades y no sé qué decirte realmente, creo haber trabajado con seriedad, responsabilidad y entrega en cada una de ellas y quizá esa sea mi modesta contribución: trabajar, escribir, publicar. Nada más.

Recientemente ha sido galardonado con el Premio Nacional de Investigación Cultural por la obra de toda una vida. Aunque la mayoría de los eruditos no trabajan para premios, este reconocimiento marca una madurez en su carrera como intelectual. Desde su posición actual, ¿qué pudiera recomendarles a los jóvenes que empiezan a adentrarse en el mundo de la investigación cultural?

Puedo decirte que siempre he trabajado para los jóvenes, escribo para ellos, pensando en ellos. Para mí es muy reconfortante saber que tanto en Historia del Arte como en la facultad de Historia de la UH desde hace años se leen mis textos. A los jóvenes les recomendaría atender a las siguientes cuestiones: uno, que no hay tema inferior ni tabú en las ciencias sociales; dos, que las fuentes son válidas en la misma medida en que son rigurosas y que no existe otro rasero real para valorarlas, el rigor premia; tres, que confrontar lo investigado ayuda mucho a legitimar los hallazgos; cuatro, que aunque se necesita cierta dosis de ambición y tenacidad para buscar el conocimiento, la cualidad cardinal para las ciencias es la humildad. Y quinto, que trabajar arduamente es el único camino para hacerse de un saber, no existe otra variante, lo otro es adquirir conocimientos fijados con alfileres o copiar y plagiar dos vicios que no conducen a ninguna parte.