Que la cantante Miriam Ramos haya sido distinguida con el Premio Nacional de Música no es solo un reconocimiento a su carrera profesional y a su pasión, infinita, por cierto, hacia la música cubana, en especial la canción de autor y la trova en toda su extensión.

Si aceptamos como dogma el hecho de que las generaciones se suceden cada cinco años, entonces Miriam Ramos ha estado gravitando con su voz y personalidad en la memoria musical y cultural de al menos once generaciones; con mayor o menor incidencia.

Digo con mayor o menor incidencia a partir de su presencia regular en los medios de difusión tradicionales o; partiendo de la actual realidad sociocultural en las redes sociales; que en alguna medida definen y condicionan los gustos musicales de estos tiempos.

Miriam, para muchos, tuvo un gran momento de esplendor en los años setenta cuando con su voz reimpuso en el gusto de un importante segmento de público las canciones de Marta Valdés —recientemente fallecida y que también recibiera el Premio Nacional de Música— alejándose del estilo de Elena Burke, a quien muchos consideraban entonces una de las más completas intérpretes de las creaciones de esta compositora.

“Miriam (…) tuvo un gran momento de esplendor en los años setenta cuando con su voz reimpuso (…) las canciones de Marta Valdés” [en la imagen].

Elena era desenfadada, “caótica”, fogosa si se quiere. Miriam era, y es, mesurada, algo discreta e íntima para el gusto de muchos; y esa dualidad de ejecuciones no dejaron margen a comparar estilos. Se puede decir que desde los extremos cada una definió un modo de cantar a la Valdés y establecieron las pautas a futuro.

Fue en esos mismos años que asumió como suyas algunos temas de los miembros de la Nueva Trova. En espacial, los temas de Pedro Luis Ferrer y de Noel Nicola. Fue en ese entonces que un tema como Mariposa, de Ferrer; o el son oscuro de Nicola entraron en la dinámica musical contemporánea.

Si no me falla la memoria —es lo único recurso fiable que nos da confianza para defender nuestras vidas pasadas— y la habilidad de contar con los dedos en estos casi cincuenta años, o un poco más, he asistido a unos diez u once conciertos de Miriam Ramos; casi todos en el teatro del Museo de Bellas Artes.

“Miriam era, y es, mesurada, algo discreta e íntima para el gusto de muchos”.

Han sido conciertos a la imagen y semejanza de su carrera profesional y su vida. Íntimos, casi privados, pero con una fuerte carga emotiva que ha sido definida por su repertorio. Y en esos conciertos casi siempre he visto las mismas personas, a las que se pueden definir “como militantes de su estilo”. Y es que los públicos se definen en la medida que entienden y admiten aquellos sucesos artísticos que van con su personalidad.

Algo similar ha ocurrido con su carrera discográfica. Ha sido abundante pero discreta. No así con los momentos en que su voz ha sido asumida por la televisión. La muestra inolvidable de ello fue su vinculo con la obra de Eduardo Moya, la telenovela Pasión y prejuicio; en que volvió a interpretar las canciones de Noel Nicola. Sin embargo; el impacto mediático de su voz y de aquellas canciones no fue tan relevante, ello no fue su culpa. Simplemente, ella no es mediática ni corre tras las emisoras radiales o los directores para que pasen su música.

Error cultural, siempre constante, de muchos que se autoproclaman defensores de la música cubana e ignoran a una de las voces femeninas más completas de la música cubana de los últimos cincuenta años.

“(…) ella no es mediática ni corre tras las emisoras radiales o los directores para que pasen su música”.

Ella, con su actuar ha defendido al complejo mundo de la música cubana; sobre todo el de la canción de autor y la trovadoresca y jamás se ha ufanado de tal modo de actuar. Se ha limitado a vivir cada tema que ha cantado con la misma pasión que una madre despierta cada mañana a sus hijos.

Uno podría preguntarse qué trascendencia, más allá de los simbólico tiene el haberle otorgado este año el Premio Nacional de Música.

La respuesta es sencilla. En ella se reconoce a un grupo de cantantes cubanas que han estado ahí y que de alguna manera representan a una generación que cimentó un momento trascendental de la música cubana en la segunda mitad del siglo. Ella representa a cantantes prácticamente olvidadas como Argelia Fragoso, la gran Sara González fallecida hace unos años; a una María Elena Pena que mutó de la llamada canción ligera a defender a ultranza (sacrificando parte de su público de entonces) la obra de Luis Marquettí; a unas hoy lejana Xiomara Laugart o Gema Corredera, cuya carrera estuvo y está de alguna manera vinculada con esa mirada que de la canción cubana impuso Miriam Ramos: sin estridencias, pero con una fuerte carga de sentido común y buen gusto en el mismo instante de escoger y definir un repertorio; algo de lo que hoy adolecen muchas cantantes cubanas.

Mañana, en ese futuro que muchos no alcanzaremos a ver, Miriam Ramos estará en la lista de esas cantantes clásicas de la música cubana; aunque en este presente nadie se haya detenido a estudiar su impronta en la misma.

El premio es el primer acto de justicia que alentará a pensar en el futuro.