¿Quién legitima una obra de arte?
13/3/2020
El mercado y el precio
Para muchos sigue siendo el mercado el que da valor a una obra de arte. Por eso dicen: “La pintura de fulano es buena porque se vende cara". Pero sucede que el mercado —que no es una cosa sino una relación social— trata a la obra de arte únicamente como mercancía. No le interesa cuánto vale sino cuánto cuesta o, dicho de un modo más exacto, solo le interesa saber cuánto vale para definir cuánto cuesta.
Pero el valor y el precio no son lo mismo. El valor es la cantidad de trabajo que encierra una mercancía, la cual se mide en unidades de tiempo; mientras que el precio no es más que la expresión monetaria del valor. Por eso no es raro que el comprador le pregunte con frecuencia al artista cuánto tiempo se demoró en hacer una pieza. Tiempo, valor, precio.
El defecto de este criterio estrictamente económico es que ignora que una obra artística es el resultado de la experiencia acumulada a lo largo de la vida. Por eso, cuando me preguntan cuánto tardó un artista en hacer una obra, yo digo su edad aunque invirtiese en ello apenas unas horas. El que piensa trabaja incluso cuando duerme. Cuentan que había un poeta que, cuando se acostaba a dormir, ponía un cartel en la puerta que decía: Poeta trabajando. En ciencia, es célebre el caso de Mendeleiev, quien soñó al revés su Tabla Periódica.
Entre el valor y el precio, es este el que más se aleja de la obra, ya que depende, además, de múltiples circunstancias ajenas a la misma. A veces, con solo mudarla de contexto, el precio cambia sustancialmente. En otros casos ni siquiera es la obra la que determina su precio, sino la firma del artista. Se habla de algunos que firmaron cartulinas en blanco. Por eso lo más caro no es forzosamente lo mejor.
El mercado puede valorar en su justo precio una obra de arte, pero no puede apreciarla en su justo valor. Y esto no solo tiene que ver con la distinción entre valor y precio, que es una distinción puramente económica, sino también con el hecho de que el valor de una obra de arte rebasa la economía.
La crítica y el premio
Otras personas, a la hora de medir los valores que encierra una obra de arte, depositan su fe en la crítica especializada. Se supone que los especialistas en cuestiones de arte se enfoquen más en los valores intrínsecos de la misma. Y realmente existen críticos muy buenos. No obstante, uno se pregunta ¿cómo es posible que alguien que no sea capaz de crear una pieza artística pueda valorarla apropiadamente e incluso juzgar a su creador? En rigor, solo puede traducir un poema quien sea capaz de crearlo. La crítica es el ejercicio del criterio y solo tiene criterio el que conoce. Criticar es crear. Por eso los verdaderos críticos de arte son auténticos artistas de la crítica.
El problema surge cuando, del mismo modo que el mercader expresa el valor económico con el precio, el crítico pretende medir el valor artístico con el premio. En teoría, una obra de arte se premia por ser valiosa; en la práctica, se le considera valiosa porque ha sido premiada. Dialéctica engañosa que sustituye el conocimiento de algo por el reconocimiento de alguien. Además sucede a menudo que los jurados no premian las mejores creaciones de un artista. ¿Qué premios recibieron Las señoritas de Avignon o El Gran Vidrio? Quien tiene cabeza no necesita corona.
A pesar de que el pensamiento distingue al mercado de la crítica, en realidad las personas siguen prefiriendo el premio que viene junto con el precio. ¿A quién no le agrada recibir un diploma acompañado de cierta cantidad de dinero? Al ego lo que es del ego y al bolsillo lo que es del bolsillo.
También el lenguaje tiende a acercar el precio y el premio. En español, son términos que apenas se diferencian por una letra aunque la pronunciación es distinta; en inglés, sucede lo mismo con price y prize pero suenan casi igual; y en francés la fusión es total ya que se escriben y se pronuncian del mismo modo: prix.
Entonces, si ni el precio del mercado ni el premio de la crítica tienen la clave del asunto que abordamos, ¿quién o qué legitima una obra de arte?
El tiempo y el volar
El mercado premia con el precio, lo mismo que la crítica aprecia con el premio. Pero ninguno es criterio suficiente para medir el valor de una obra de arte. El mercado fija el precio mirando al pasado, de acuerdo con el trabajo coagulado de antemano en la mercancía. La crítica otorga el premio mirando al pasado y al presente, según se destaque la obra con respecto a sus predecesoras y a sus contemporáneas. Pero ni el mercado ni la crítica tienen acceso al futuro, por lo que se les escapa una dimensión temporal con la que la obra ha de dialogar cada vez más.
No obstante, existe algo que es capaz de valorar una obra de arte en cuanto al pasado, al presente y al futuro juntos. Ese algo es alguien que se llama tiempo. Él es el crítico más justo y el comprador menos especulativo. Solo el tiempo es capaz de apreciar en su justo valor, y valorar en su justo precio, ya que considera a la obra de arte en su devenir. El mercado y la crítica elevan o hunden; el tiempo inmortaliza o mata.
El tiempo aquilata las cosas mejor que los hombres. Einstein recibió el Premio Nobel de Física por su teoría del efecto fotoeléctrico, sin embargo, la humanidad lo recuerda por su teoría de la relatividad. El tiempo repara las injusticias de los hombres. A Finlay le negaron varias veces el Premio Nobel de Medicina, pero la comunidad científica ha colocado su teoría del vector biológico en el Olimpo de las ciencias.
Cuando una obra de arte es realmente valiosa, agita sus alas, levanta el vuelo y planea poderosa sobre las épocas del hombre. No importa si lo hace con la diminuta vitalidad del zunzún o con la majestuosa envergadura del cóndor. No importa si lo hace durante un siglo o por todos los siglos. La obra de arte, si vale, vuela, y si vuela, vale. Lo que significa que su valor no se mide por el precio del mercado ni por el premio de la crítica, sino por su volar en el tiempo.
El único problema de este criterio es que el veredicto de Cronos suele tardar. Pero incluso esa demora tiene su lado noble, ya que perpetúa al maestro como alumno y obliga siempre a la modestia. No a la modestia ética, que es hipócrita, sino a la gnoseológica, que es sincera. No hay Adanes ni Mesías en el arte. Cualquier creador, no importa cuán brillante sea, es apenas un chispazo entre dos oscuridades.
Ante la majestad del tiempo, ¿qué somos sino súbditos? Él da la vida, la quita e inmortaliza a quien es digno de memoria. Él destrona reyes, derriba imperios, declina dioses, lo mismo que levanta cordilleras, desplaza continentes, preside las eras. Él, en fin, transforma la nada en todo y el todo en nada.
Y que me perdone el sentido común por esto que voy a decir: No es la gota de agua la que perfora la roca, es el tiempo.
Es un artículo es muy interesante, y no solo eso, es además, necesario. Las nuevas generaciones de artistas a mi entender andan descarriados, persiguen los premios como jaurias de perros salvajes. Por otra parte, por desgracia, la gerarquización en el mundo de la cultura, por lo menos en este país, se legitima con los premios. Pero hay una frase de este artículo que resume todo y es como un golpe para obligarnos a despertar: “La obra de arte, si vale, vuela, y si vuela, vale”. Gracias a Noel Alejandro Nápoles por esta crítica. Abrazos.