Compañeros de la Presidencia.
Queridos instructores de arte:
Siempre significará un reto dirigirme a ustedes, no importan los tiempos, la costumbre o lo familiarizado que esté al conocer a muchos de mis colegas, ya sea en persona o de manera virtual. Es y será siempre una alta responsabilidad conducir los procesos de la Brigada de Instructores de Arte “José Martí”, que en sí misma encierra la altísima responsabilidad de enaltecer, por sobre todo, nuestra profesión. Intentaré entonces que mis palabras no sólo sirvan para homenajear esta simbólica fecha sino que de alguna manera, a través de ellas, nos propongamos nueva metas y que sigamos encontrando en el trabajo colectivo una motivación o punto de convergencia para continuar haciendo mejor nuestra labor.
Con el triunfo revolucionario se suscitaron múltiples transformaciones en el ámbito social. El proceso en sí dio sus primeros pasos desde el pueblo, y fue el pueblo quien protagonizó y protagoniza cada toma de decisión que se lleve a cabo en el país. La Campaña de Alfabetización y la propia creación de los Instructores de Arte fueron encabezadas por el pueblo, teniendo en cuenta sus opiniones y resaltando además la valentía de la juventud cubana.
“Seamos dignos defensores de nuestra cubanía, de lo más autóctono de nuestras tradiciones, de lo que nos identifica”.
El sueño de nuestro Comandante también creció con la llegada de los primeros instructores de arte. Pienso en Olga Alonso, y me remonto a los inicios de esta profesión, ella como muchos otros fueron los que nos mostraron el camino, su ejemplo e incondicionalidad nos hace no sólo sentir regocijo sino también ser consecuentes con nuestro tiempo y con nuestra profesión.
Yo, por supuesto, no conocí a Olguita físicamente. En mis años de formación como instructor de arte se me mostró una pincelada de su biografía y con eso creí que era suficiente. No fue hasta que en un encuentro posterior a mi graduación —en la propia comunidad de Casa Zinc donde trabajó, y a su vez tristemente perdiera su vida—, escuchando anécdotas de pobladores que de jóvenes fueron sus estudiantes, comprendí la grandeza de esta mujer y sentí la necesidad de profundizar en su historia, indagar no sólo en la Olga como profesional, sino preocuparme por entender sus motivaciones, sus preocupaciones, sus intereses, tener la capacidad de ponerme en su lugar.
Entendí que a veces estar muertos nos hace eternos, nos hace fuertes, nos hace amar a nuestros seres queridos con demencia. La muerte sólo es un hecho físico en donde nuestro cuerpo deja de andar, de respirar, deja de estar presente y de él renace entonces lo mejor que cada uno de nosotros lleva dentro. Olga Alonso, nuestra siempre querida Olguita, es y será paradigma para todas las generaciones de instructores de arte.
El 18 de febrero de 1945 nacía en La Habana, en el municipio San Miguel del Padrón, una niña que como muchos de nosotros no soñó jamás que llegaría a ser instructora de arte. Dicen los que la conocieron que llegaba e iluminaba con su alegría a todos. Los habitantes de Fomento vieron en ella no sólo a la joven revolucionaria, la profesora de arte, sino también se adentraron en su sencillez, en sus temores, en su inocencia, y lograron entonces aprender junto a ella y enseñarle también —¿por qué no?—, lo que ellos mejor sabían hacer. Cuando leemos sus testimonios nos damos cuenta de su altruismo y compromiso con la sociedad. Me he preguntado muchas veces, ¿cómo es posible que una joven se enfrentara a sus propios miedos y enrumbara sus horizontes por los más necesitados, los de pueblo, los más humildes?
Al decir de ella misma: “Vuelvo del cansancio para venir al cansancio, salgo de la tristeza para penetrar en ella, entierro el recuerdo y el recuerdo crece en la humedad de los huesos. De las carnes, del tacto, de los olores, acabo de venir de mí misma y voy hacia mí”.
“Intentemos ser mejores profesionales, superémonos, seamos mejores creadores”.
Esta joven generación de instructores de arte, los miembros de este movimiento juvenil, debemos seguir profundizando en el pensamiento de Olga Alonso, que su ejemplo sea una constante que nos motive a perfeccionar nuestro accionar. Tenemos el deber de estar a su altura, que es estar a la altura de la Patria. Hablemos de tradiciones, de procesos creativos en nuestras comunidades y barrios, que no sea sólo el 18 de febrero el día que recordemos su figura. Que la sensibilidad marche junto a nosotros. Intentemos ser mejores profesionales, superémonos, seamos mejores creadores. Que nuestro arte sea el de todos, ese que no necesita llegar a ningún lugar pues nosotros mismos vivimos en esos lugares. Seamos dignos defensores de nuestra cubanía, de lo más autóctono de nuestras tradiciones, de lo que nos identifica. Apropiémonos de los valores más profundos y puros, que con nuestro ejemplo podamos transmitirles a las futuras generaciones el camino del bien.
Convivimos en mundo cada vez más banalizado, nuestros niños y jóvenes no escapan a las dinámicas cotidianas de enajenación a las que nos someten incluso a nosotros mismos las nuevas tecnologías; ese es nuestro presente. Desde las mismas comunidades y barrios donde por primera vez iniciaron el camino los miembros de la primera generación de instructores de arte, hoy nosotros tenemos nuevos retos que enfrentar, realidades de un contexto diferente, pero donde la premisa fue y será siempre salvaguardar los valores más genuinos que nos identifican como nación y mantienen viva nuestra memoria histórica, haciendo que las nuevas tecnologías en vez de entorpecer nuestro quehacer sean el arma simbólica para motivar y educar también desde su uso adecuado, colocando sus beneficios a nuestro favor, pero sin perder de vista el daño que nos pueden hacer.
Ya no somos los mismos jóvenes que nos graduamos a los inicios del 2000. Vivimos una juventud más atemperada y madura, pero sin perder el espíritu de participación, sin perder un ápice de nuestra alegría y laboriosidad.
Somos la estirpe que recibió el legado de nuestras generaciones precedentes, pues sabemos que somos fieles continuadores de su obra; por lo tanto, debemos ser celosos veladores de los nuevos retoños que están en las aulas, de inculcar esos valores. Tenemos la responsabilidad de sembrar en ellos, como mismo lo hicieron con nosotros, el amor por nuestra profesión. Que sea siempre el amor quien nos motive a continuar, sin importar lo difícil del camino.
No resaltemos graduaciones o formaciones aisladas, comprendamos que los instructores de arte somos una gran familia que, como todas, van pasando de generación en generación. No olvidemos nuestra historia y hagamos que este aniversario sea el punto de partida para reencontrarnos, que este sea el año de los instructores de arte en nuestra Cuba. Hagamos una vez más que Fidel se sienta orgulloso de nosotros, pues fue él quien más confió en lo que seríamos capaces de hacer.
A usted, querido Fidel, le reitero en voz alta lo que hace sólo unos días le susurré frente a su monolito en la heroica ciudad de Santiago de Cuba, en presencia de la dirección nacional ampliada del Movimiento: Comandante, aquí esta su tropa, los muchachos de su Brigada “José Martí”, que a las puertas de nuestro 20 aniversario le decimos lo orgullosos que estamos de su obra, lo orgullosos que nos sentimos por ser fruto de uno de sus sueños, su ejército de la cultura, los que hemos aprendido a amar infinitamente nuestra profesión. Cuente con esta generación de instructores de arte, digna representante de los que nos han antecedido y con el alto compromiso de continuar desde cada uno de nuestros espacios de actuación enarbolando la bandera de la cultura y el humanismo, como usted nos lo pidió. A usted, nuestro agradecimiento infinito por tanto amor.
*Palabras pronunciadas por Emilio Toledo Mirabal, presidente nacional de la Brigada de Instructores de Arte “José Martí”, en el Acto Central por el Día del Instructor de Arte efectuado en el Proyecto Comunitario Casa Yeti, ubicado en el Municipio Playa, La Habana.