Protección de los bienes mudéjares y neoárabes como expresión componente del patrimonio cultural cubano
En la construcción colectiva de la nación cubana han influido un conjunto de variables determinantes que mezcladas conforman un entramado transculturado capaz de matizar con especial color su historia y cultura con características significativas, portadoras de particularidades que le atribuyen una singularidad diversa. En ese sentido la presencia del mudéjar y el neoárabe ocupa un lugar destacado en el llamado ajiaco cultural. Por supuesto, son muchas las condicionantes: inexistencia de una fuerte cultura capaz de proporcionar resistencia al momento de la colonización, la fundación de villas con una vida estable, el auge rápido de un comercio entre el Nuevo Mundo y la metrópoli mediante un sistema de flotas; estas razones, entre otras, posibilitaron el surgimiento de necesidades constructivas en diferentes códigos (doméstico, militar, religioso y civil).
La infraestructura urbana y productiva que se necesitaba para asumir los retos de ser puente entre el comercio de los llamados “ambos mundos” trajo consigo un acelerado movimiento constructivo y por ende el desarrollo de los recursos humanos capaces de poder enfrentar dicha urgencia. La imposibilidad de contar con personas con un renombre profesional (aunque en el contexto militar sí lo hubo) permitió la utilización de conocedores empíricos que como maestros de obra pusieron el mayor empeño por aplicar sus experiencias en un contexto donde las condiciones geográficas resultaban diferentes al entorno original de procedencia de estos.
Lluvias, huracanes, brillante luminosidad, cambios de temperatura entre el día y la noche, alta humedad, fueron elementos imprescindibles en el trazado urbano y en el diseño de inmuebles. La adaptabilidad a estas nuevas condiciones donde mediaban miles de millas de la cátedra nutricia fue la primera variable a tener en cuenta. La tradición entonces estuvo matizada por un proceso de evaluación de la funcionalidad y a su vez de la conformidad de los clientes que solicitaban esos servicios. Por supuesto, como no existía en esos primeros momentos una población mayoritaria de origen criollo resultó factible entronizar esas formas y soluciones constructivas de referencia peninsular.
A esto se une la existencia de materia prima en el entorno de la isla: madera de calidad, cantería (piedra caliza de relativa facilidad para ser tallada), barro para el desarrollo de una alfarería útil en pisos y la infraestructura de almacenaje de otros servicios. Todos estos aspectos propiciaron un ambiente idóneo capaz de hacer posible el crecimiento constructivo que se verificó en Cuba entre los siglos XVII, XVIII y XIX.
Nuestras ciudades vieron posesionarse en su contexto visual balcones corridos, cuartos esquineros, cierre de vanos con celosías, techos de crujía y martillos, pie derechos como elemento de sostén estructural de galerías superiores, patios interiores, canes simples o dobles, barandajes y rejas de madera torneada, una riqueza decorativa muy sobria en cuanto a limpieza de diseño y el predominio de composiciones geométricas. En ese sentido los techos con sus alfarjes, tirantes pareados, lazos, pares y nudillos les confieren una particularidad especial a esas soluciones arquitectónicas que si bien tienen similitud en sentido general se particularizan en cada construcción.
Muchos factores inciden en ese proceso: la fuente de procedencia de las técnicas constructivas, la trasmisión de esta experiencia por vía empírica, la creciente solvencia económica de los habitantes de la Isla y la formación de una clase social con necesidades de lo aparencial, conllevan a que el modelo se repita y se adapte a requerimientos de la vida sociocultural.
El modelo repetitivo fue favorecido por regulaciones urbanas por parte de la gobernación colonial para propiciar un desarrollo ordenado de las crecientes ciudades en toda la Isla. Este aspecto favoreció que estas influencias mudéjares, en una primera instancia, encontraran un espacio idóneo donde florecer porque estaban dotadas de una flexibilización adaptable a las condiciones que imponía el medio ambiente y la evolución socioeconómica propiciada por el comercio y la industria azucarera, llevando incluso a imponer una tipología constructiva como lo fue la casa almacén.
Resulta innegable que estas influencias fueron primarias en el universo arquitectónico de Cuba cuando se superó la etapa de construcciones emergentes o provisionales. La solidez, la distribución espacial y la infraestructura necesaria para dar soluciones a las exigencias de cada código encontraron en la tradición mudéjar una propuesta factible y estéticamente evaluable.
Un elemento distintivo son los arcos, que ante los techos a dos o más aguas y el tratamiento de los muros de sostén del entramado de las cubiertas permiten aligerar cargas y dar un toque de belleza particular a los inmuebles. Se aprecia una variedad formal significativa que pudo degenerar de los típicos lobulados y de herradura de ascendencia árabe hasta formas más conservadoras como los medio puntos, escarzanos, carpaneles, apuntados y abocinados.
Las pilastras adosadas en las fachadas a manera de jambas constituyen también componente significativo en el repertorio de la arquitectura que enfocamos como de influencia mudéjar; de forma repetitiva se verifican en todas las ciudades coloniales cubanas, donde sobresalen Camagüey, Trinidad y Santiago de Cuba, esta última con la particularidad de incluir soluciones antisísmicas.
Aun cuando las edificaciones comenzaron a utilizar techos planos ante el empuje de influencias ornamentales barrocas y neoclásicas, la impronta mudéjar siguió ocupando un lugar significativo con el empleo de vigas y viguetas que sostenían los entablados de las cubiertas de loza y terrazo, en el uso de arcos lobulados o de herradura en galerías interiores y el predominio de la madera en los cierres de vanos, barandajes de escaleras y galerías superiores.
La influencia había dejado de ser tal, se aplatanó en el gusto de los habitantes de la Isla como algo socialmente condicionado, era reconocido en el imaginario popular y formaba parte de la construcción colectiva de un sentimiento de identidad imposible de ser suplantado o sustituido. Su presencia en el panorama arquitectónico era esencia, sustrato y no maquillaje temporal.
Los estilos mudéjar y neoárabe son un elemento recurrente en casi todos los centros urbanos importantes del país.
En la década de 1790 en Cuba se empieza a observar un cambio en muchos aspectos de la vida, aires ilustrados que llevaron a modificaciones importantes en el plano cultural, educacional y sobre todo cívico. El Despotismo Ilustrado trajo aparejado un gobierno de mano dura, con intencionalidad de adecentar las ciudades, propiciar un ambiente cultural más acorde al creciente reclamo de virtud ciudadana proclamado por la Ilustración europea.
En estos años entró el movimiento neoclásico, el cual no solo abarcó a la arquitectura en sus diferentes tipologías, sino también a otras manifestaciones artístico-literarias, como la narrativa, la poesía y el teatro. Con la creación de instituciones de corte científico se promovieron estudios sobre demografía y censos que visualizaron aspectos relacionados con la arquitectura y el urbanismo.
Las visitas de extranjeros plasmaron, en lo que conocemos hoy como Colección de Viajeros, sus experiencias en recorridos por la Isla y describieron con especial maestría inmuebles significativos de la colonia donde predominaba el estilo mudéjar. Hacer una lectura de “Viaje a La Habana”, de María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, conocida como Condesa de Merlín, nos adentra en los ambientes interiores de esos palacios y de todo el espíritu de la influencia mudéjar. Tampoco la novela costumbrista del siglo XIX pasó por alto la descripción de edificaciones donde resaltaban los elementos decorativos o estructurales de ese estilo. Autores como Anselmo Suárez y Romero con su Francisco y Cirilo Villaverde con Cecilia Valdés narraron historias enmarcadas en el romanticismo reinante y detallaron con asombrosa exactitud construcciones que servían de contexto a la trama.
Lo mismo sucedía con las expresiones de la plástica; la Academia de Pintura y Dibujo de San Alejandro, creada en 1818, propició que se plasmaran en lienzos y cartulinas muchos de estos inmuebles y ambientes interiores mudéjares. La obra de Patricio Landaluze, pintor, escritor y caricaturista español que vivió en Cuba, nos muestra la realidad de personajes costumbristas de la isla decimonónica; pero lo interesante de su propuesta es facilitarnos reconocer espacios más populares y así valorar cómo se expresaba esta influencia estilística en grupos sociales de menor poder adquisitivo.
En el contexto plástico es imprescindible apuntar los grabados de artistas como Garneray, Laplante y Miahle. Si bien era una visión panorámica extranjera del ambiente insular, en los mismos se observa una atmósfera holística de los espacios coloniales tanto en lo urbano como en lo rural, donde se trasladaron estas influencias, por supuesto, adaptadas a las condiciones propias de la vida campestre.
Los finales del siglo XIX fueron testigos de la entrada del eclecticismo en su versión historicista, ligado a la imperiosa necesidad de la sacarocracia de vestir aires de modernidad. Los inmuebles adquieren una prestancia superior en escala y se insertan a proyectos urbanos de mayor envergadura. Si bien las influencias más marcadas fueron del clasicismo francés y español que se observaban con énfasis en las fachadas, en los interiores se pueden apreciar soluciones de arcos polilobulados, trilobulados, emiral cordobés, califal cordobés, de entibo y decoraciones de zócalos. Sin embargo, entrado el siglo XX y con la presencia de un eclecticismo más fortalecido y una situación económica de bonanza en los años 20, conocida como la Danza de los Millones, se verifica la presencia del estilo neoárabe, que también fue llamado en Cuba neomorisco y neomudéjar.
La Habana y la ciudad de Cienfuegos pueden mostrar ejemplos significativos de esas construcciones: el Palacio de las Ursulinas en la primera y el Palacio de Valle en la segunda son joyas que exhibimos en Cuba con orgullo, y constituyen el resultado de la puesta en valor de esa influencia en nuestro país. En el eclecticismo de tradición popular presente en muchas ciudades y pueblos de menor rango también aparece la huella mudéjar y neoárabe a una escala modesta. En la década de los años 40 y 50 del pasado siglo otro estilo con alta incidencia de estas influencias se verifica en el espectro arquitectónico del país: el neocolonial. En realidad, es una versión del neoárabe con los elementos más sintetizados en su expresión formal; el Ayuntamiento de Santiago de Cuba es un ejemplo significativo de esta corriente constructiva.
Se impone preguntarnos: ¿Qué lugar ocupan en la conformación del patrimonio cultural cubano estas citadas influencias?, ¿se mantiene en las comunidades donde aparecen la necesidad de ponerlo en valor?
Este análisis debe partir de importantes acontecimientos verificados en la primera mitad del siglo XX y que estuvieron perfilados a poner en valor un patrimonio especialmente vinculado con el proceso de las guerras de independencia recién concluido en ese entonces y a la preocupación por el rescate y protección de lo considerado valioso de esa contienda. Esto condujo a la fundación de tres importantes museos: Museo Municipal de Santiago de Cuba, Museo Municipal de Cárdenas y Museo Nacional.
El 24 de julio de 1928 se firmó una Ley que daba facultades al Ejecutivo Nacional para declarar Monumento Nacional a sitios o lugares que fueran de carácter histórico, artístico o patriótico. Luego, el Decreto Ley No. 613 del 24 de octubre de 1924 declara como Monumento Nacional a la Catedral de La Habana y los edificios que la bordean; el Decreto Ley No. 483 nombra a la ciudad de Bayamo como Monumento Nacional y el 26 de noviembre de 1940, mediante Decreto No. 116 del Alcalde de La Habana, se constituye la Comisión de Monumentos, Edificios y Lugares Históricos y Artísticos Habaneros adscrita a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, creada en 1938 por el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring para la protección de la Habana Vieja.
Estas leyes y decretos nos muestran la preocupación de hombres, mujeres e instituciones que comprendieron la importancia de la protección del patrimonio de la nación. ¿Y cómo se inserta con el tema que tratamos relacionado con la influencia del mudéjar y el neoárabe en Cuba? La respuesta está avalada por la presencia de estos como componente significativo en esas declaratorias. La existencia de cuatro siglos de reconocimiento de sus valores en el universo visual de muchas ciudades del país son prueba irrefutable.
La Constitución de 1940 fue colofón en este período, en su artículo 58 definía: “El estado regulará por medio de la Ley la conservación del Tesoro Cultural de la nación, su riqueza artística e histórica, así como, también protegerá especialmente los monumentos nacionales y lugares notables por su belleza natural o por su reconocido valor artístico o histórico”. Esta Constitución fue revolucionaria en su época en el contexto latinoamericano por su alcance social y protección patrimonial.
Los estudios sobre el tema, en otro orden, contribuyeron a visualizar el mudéjar y el neoárabe mediante la formación docente de profesionales del arte y la arquitectura. En el inicio de la década de 1930, el Dr. Luis de Soto desde la Academia de Arte e Idiomas impartió cursos de Historia General del Arte, Arte Español, Mobiliario y Decoración, donde esta temática estuvo presente. En 1934 la Dra. Rosario Novoa crea la Cátedra de Historia del Arte dentro de la Facultad de Filosofía y Letras, espacio que permitió conocer de Arte Español y de Arquitectura Colonial Cubana, donde las influencias que analizamos ocupaban un lugar determinante.
El arte mudéjar y las influencias neoárabes fueron estudiadas con más profundidad por prestigiosos investigadores, entre los cuales sobresalió Joaquín Weiss y Sánchez con su estudio “Arquitectura cubana colonial, colección de los principales y más característicos edificios erigidos en Cuba durante la dominación española, precedida de una reseña histórica arquitectónica” de 1936; El Prebarroco en Cuba (1947), de Francisco Prat Puig, y el libro de Alicia García Santana Trinidad de Cuba. Ciudad, plazas, casas y valle, de 2004. Estas obras nos presentan una panorámica de la arquitectura de herencia árabe-española, ubicándola en su contexto histórico y regional, en especial, en su trascendencia a través del tiempo.
Estas influencias transitaron desde un componente tradicional de un grupo de emigrados que las insertaron en la Isla ante urgencias constructivas a la asimilación y adaptación de una nueva realidad mediante el reconocimiento social de usuarios, coterráneos y estudiosos en sentido general.
La preservación del patrimonio cultural cubano después de 1958 ha recibido un impulso desde el Estado. La Constitución de 1976 reafirmó la intencionalidad de proteger el mismo. Al crearse la Asamblea Nacional, se firman en 1977 la Ley No. 1 Protección del Patrimonio Cultural y la Ley No.2 De los Monumentos Nacionales y Locales; ellas dieron un basamento legal para velar por el mejor cuidado de esos valores patrimoniales. Y volviendo a las preguntas que nos hicimos sobre el lugar que ocupan las influencias mudéjar-neoárabe y la puesta en valor de esa herencia, podemos afirmar que estas leyes contemplan un alto porcentaje de bienes inmuebles en los cuales se constata esa huella.
Cuba cuenta con más de 280 Monumentos Nacionales; de ellos, en 36 se corrobora la presencia de la huella mudéjar-neoárabe. En cuatro de las nueve inscripciones en la Lista del Patrimonio Mundial que la Isla tiene, se observa este componente. Como vemos, es apreciable esa impronta. ¿Cuál es entonces el mayor reto que asume la protección de esa innegable huella? Trabajar en un plan de manejo y gestión del proceso de identificación, reconocimiento, catalogación e inventarización desarrollado durante muchos años, desde lo empírico primero y la institucionalidad después. Esta protección responde a la puesta en valor del mismo en acciones de interpretación patrimonial, refuncionalización de espacios y de una estrategia que combina diferentes experiencias de salvaguardia enfocadas en el reconocimiento por parte de los individuos en su relación con el objeto patrimonial.
Cuba cuenta con más de 280 Monumentos Nacionales; de ellos, en 36 se corrobora la presencia de la huella mudéjar-neoárabe.
La Oficina del Historiador de La Habana tiene diferentes programas perfilados hacia el rescate de la huella mudéjar-neoárabe; en ese sentido se destaca el recorrido “Rutas y Andares”, experiencia centrada en ayudar a descubrir los valores del centro histórico de la Habana Vieja desde la perspectiva de la familia. Es sin dudas la actividad insigne de la animación cultural, pues facilita una gestión del patrimonio con alta incidencia de la comunidad, que le otorga un carácter vivo y renovador a la herencia.
Lo significativo para el visitante de estos sitios es sentir ese patrimonio como legado que lo compromete a su protección. Es un proceso de patrimonialización que fortalece la relación territorio-cultura, en ese campo lo mudéjar-neoárabe es un elemento recurrente en casi todos los centros urbanos importantes del país.
La musealización de esas edificaciones y espacios urbanos ha permitido la conservación y promoción de sus valores patrimoniales. En el Sistema Nacional de Museos de Cuba muchos inmuebles son expresión de estos estilos y en los discursos museológicos se otorga lugar especial la narrativa relacionada con los elementos distintivos de la mencionada herencia de ascendencia árabe.
El Estado cubano ha trazado estrategias para la preservación del patrimonio cultural encaminadas a fortalecer desde la municipalidad al mismo. La educación patrimonial es una vía importante en el cumplimiento de este objetivo. Asimismo, incidir mediante los programas de estudio de las diferentes enseñanzas —incluyendo la universitaria—, talleres, cursos, visitas a museos, concursos y recorridos patrimoniales a sitios históricos sobre un público cada vez más exigente, ávido de interactuar activamente dentro de la relación sociedad-patrimonio.
La televisión, con la trasmisión de telenovelas como Sol de batey y Las huérfanas de la Obrapía, por mencionar algunas; películas como El otro Francisco, Cecilia y El ojo del Canario han sido grabadas o filmadas en edificaciones mudéjares-neoárabe y han permitido la promoción de ese importante patrimonio mediante su visualización en esos medios. El cine también, mediante su documentalística, ha aportado mucho para divulgar la presencia de esta huella.
Es imperdonable tratar el tema de la protección del patrimonio mudéjar y neoárabe en Cuba sin mencionar a dos figuras que trabajaron por preservarlo: Marta Arjona Pérez y Eusebio Leal Spengler. Marta, insistiendo en la importancia de la institucionalidad como entidad focalizadora del trabajo comunitario y de la concepción del patrimonio como construcción colectiva. Eusebio, en su convencimiento de que un patrimonio bien gestionado aporta como nada a la virtud ciudadana y a la memoria histórica de un país. Ambos justipreciaron el patrimonio heredado de la influencia árabe-española favoreciendo su promoción, cuidado y perdurabilidad. Pero también Cuba tendrá siempre agradecimiento especial por aquellos que una vez allende los mares nos hicieron conocer la magia del mudéjar y el neoárabe.