Presencia de Gustavo Aldereguía (I)
11/9/2020
Al Yoyo, que no pudo escribir la biografía de su abuelo.
¡Presencia de los rumbos heridos, aquel día…!
¿Usted no la recuerda Gustavo Aldereguía…?
Manuel Navarro Luna
La calle Fornaris, de pura piedra en la época de mi primera infancia, a la que los taxistas se negaban a entrar por la ausencia de pavimentación, era por lo accidentado de su topografía —incluyendo un pozo ciego en un pequeño monte y un placer devenido improvisado diamante beisbolero—, una invitación al más total esparcimiento. Esta callecita remataba en el muro del sanatorio La Esperanza. Sí, el mismo donde agonizara Rubén Martínez Villena, siempre al cuidado de ese cubano de trayectoria intensa y ejemplar que fue el doctor Gustavo Aldereguía Lima (1895-1970). Drama perpetuado en los versos de Manuel Navarro Luna: ¡Rumbos heridos, aquel día…! / ¿Usted no lo recuerda Gustavo Aldereguía?
Mi madre, enfermera de profesión, en los primeros sesenta trabajó como asistente del doctor Aldereguía, cuando este dirigía el sistema nacional anti-tuberculoso. Él fue sin dudas un personaje inolvidable que tuve la suerte de conocer en mi infancia, figura histórica a la que se le debe todavía un estudio biográfico. Hace más de diez años en un librito[1] donde evocaba mi temprano devenir habanero, especulé que tal vez su nieto Yoyo se decidiría a escribirlo. El pasado 20 de agosto falleció Jorge Aldereguía Henríquez, el Yoyo para familiares y amigos. Una forma de tener presente al adolescente inteligente y apasionado que conocí —compartiendo desde entonces nuestra relación con el fraterno Rafael Acosta de Arriba—, es dar a conocer estos apuntes sobre su abuelo al que tanto recuerdo, en los ciento veinte y cinco de su natalicio y los cincuenta de su muerte.
Aldereguía Lima fallecería en septiembre de 1970 —cumplidos los setenta y cinco años—, y alguien que mucho lo admiró como Carlos Rafael Rodríguez despediría su duelo. En ese panegírico el veterano intelectual comunista sentenció con absoluta convicción, “no ha habido episodio revolucionario en los últimos cincuenta años en que no estuviera presente Gustavo Aldereguía". En realidad, su trayectoria insurrecta rebasaría ampliamente el medio siglo, empezando esta desde su precoz adolescencia como dirigente en el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas, donde llegara a ser presidente de la Asociación de Estudiantes.
figura histórica a la que se le debe todavía un estudio biográfico”. Fotos: Cortesía del autor
El “viejo” Aldereguía —como se le conocería en mi casa— nació en Campechuela el 22 de marzo de 1895, en los días iniciales de la guerra independentista que tuvo en esa cuenca manzanillera del Guacanayabo uno de sus principales escenarios. La tragedia en el entorno familiar ensombreció desde un inicio su vida, pues contaba apenas unos meses cuando su madre falleció víctima de la tuberculosis pulmonar, tal vez la gran motivación para que en el futuro se especializara en el estudio y la cura de esa enfermedad, convirtiéndose como tisiólogo en toda una autoridad en el ámbito nacional y latinoamericano. El otro golpe temprano que le deparó el destino fue presenciar con apenas diez años la muerte de su padre, víctima de un accidente ferroviario, quedando al cuidado amoroso de su tío paterno Alfredo.
Desde sus estudios como bachiller sobresalió por sus inquietudes sociales. Y consecuente con ese activismo se dió a conocer al comenzar sus estudios de medicina, vinculado a los procesos políticos de la universidad —con el contexto nacional de los gobiernos de García Menocal, y en el plano internacional la llamada Gran Guerra y la Revolución de Octubre—. En 1917 es uno de los fundadores, junto a otros condiscípulos, de la Revista de la Asociación de Estudiantes de Medicina, inicio de sus lides en la escritura. Discípulo del prestigioso profesor y general independentista Eusebio Hernández, mantuvo desde esa época y hasta la muerte del viejo revolucionario una inquebrantable amistad que se estrechó más en la Asociación de Amigos de Rusia, organización solidaria con la revolución bolchevique que fundó Aldereguía en fecha tan temprana como 1920 —hace justo un siglo—, junto a Eusebio Adolfo Hernández, hijo del ilustre patriota. Esa relación se prolongó y coincidió en un pensamiento antimperialista y en nuevos desafíos como el I Congreso Nacional Estudiantil de 1923, convirtiendo ese escenario en tribuna de rebeldía y donde el académico mambí, ya anciano y con serios problemas de salud, se colocó como profesor al lado de los estudiantes más radicales.
Al graduarse en 1918 pasó a trabajar durante cuatro años como médico rural en el central azucarero “Santa Gertrudis”, situado en los alrededores del pequeño poblado mantancero de Banagüises, experiencia que sin dudas contribuyó a su formación profesional y ciudadana, pues no se comprometió con el ejercicio privado de la medicina, que constituía la ambición de cualquier recién egresado en aras de su provecho personal. Allí emprendió “una aleccionadora labor de higienista social.
En ‘Santa Gertrudis’ en marzo de 1921 escribe el primer artículo que le conocemos, ‘La crisis de un sistema político’, en el que se puede apreciar, nítidamente ya, el marco de su pensamiento político definitivo”[2], dando a conocer su vertiente como articulista, tanto de temas científicos como sociales. Durante esa estancia conoce y se casa, en 1920, con quien sería la compañera de toda la vida, Agustina Valdés-Brito Carreras, madre de sus hijos Jorge y Gustavo.
El día 4 de diciembre de 1922, en el legítimo recinto que constituye el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el joven médico enunció en un discurso apasionado el pro de la reforma universitaria, palabras con las que presenta al profesor argentino doctor José Arce, entonces Rector de la Universidad de Buenos Aires, a quien había invitado a ofrecer una reveladora conferencia sobre la reforma universitaria en la Argentina. Tanto la conferencia de Arce como la fogosa introducción de Aldereguía fueron detonantes de lo que sería ese pensamiento reformador en la Isla, contribuyendo a soliviantar los destinos del alto centro de estudios y en general del movimiento juvenil que tomaría cuerpo en el Congreso Estudiantil de 1923, donde asistió como invitado y conoció posteriormente a Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, dos amistades cardinales en su vida. Sobre ellos escribiría, como memoria fiel de esa camaradería, el artículo “Dos vidas paralelas” donde expresa en emotiva síntesis, como se caracterizó su prosa provocadora —que por momentos me recuerda la de otro de sus buenos amigos, Raúl Roa—: “Rubén era todo pensamiento y se hizo acción: Julio Antonio era todo acción y se hizo todo pensamiento”.
de los protagonistas de aquella noble causa que constituyó la Universidad Popular”, entre ellos Gustavo
Aldereguía, Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Juan Marinello y José Zacarías Tallet, entre otros.
Como consecuencia del Congreso se generaron varias acciones, desde la creación del grupo de Renovación Estudiantil, del que fuera uno de sus principales activistas, hasta la Universidad Popular José Martí. Fue uno de los fundadores, junto a Mella y a otros compañeros, de esa transformadora experiencia educacional que implicaba estudiantes, intelectuales y obreros, y donde a tenor de su formación humanística imparte la asignatura de Medicina Social, comprometido como profesor durante su breve existencia hasta 1927, cuando la misma fue clausurada ante la denuncia de su presencia “como peligroso foco de propaganda comunista”.
Hay una foto generacional, tomada en una amplia escalera y donde conforman un abigarrado grupo parte de los protagonistas de aquella noble causa que constituyó la Universidad Popular. En ella se le puede ver en segunda fila rodeado por Mella, Sara Pascual, y justo a su lado con su agreste melena José Zacarías Tallet; entre otros muchos rostros se reconocen igual a Villena, Juan Antiga y al fondo Juan Marinello. Todos miembros de esa avanzada intelectual, representativa de aquel período de nuestra historia republicana que Marinello llamó certeramente como “la década crítica”.