Hablar de un artista sin su obra no podría resultar coherente, porque ambos elementos se complementan de manera inequívoca. En la música una de las mejores plataformas para la circulación de un artista es su discografía, la cual perdurará de disímiles maneras o, al menos, será material tangible e iconográfico para coleccionistas o diletantes.
¿Cómo puede promocionarse aunque quisiéramos, la obra de un artista si no está grabada?
En esa línea recordamos a César Portillo de la Luz en el centenario de su nacimiento, y si nos guiamos por un concepto plenamente temporal, habría que agregar que su obra no está ampliamente recogida en soportes fonográficos en años recientes, lo que entonces nos lleva al subsiguiente y no menos polémico problema: su difusión. ¿Cómo puede promocionarse aunque quisiéramos, la obra de un artista si no está grabada?
Y con Portillo sucede algo similar, donde el sentido patrimonial de su legado, incluso aún en vida, no ha tenido muchos momentos felices. Y pudiera parecer un juego de palabras cuando esbozo conceptos como patrimonio y legado, y los ubico no solo en un después de su muerte terrenal sino también en su vida pródiga, lúcida y consecuente hasta el final. Y sucede que, en él, la leyenda fue perfilándose desde muy temprano, con aprehensiones y aportes visibles hacia —y desde— la canción cubana en un sentido amplio y profundo.
Portillo fue un ejemplo armonioso de lo que, en el universo actual de la industria de la música, hubiera significado un fracaso: poco agraciado visualmente, comunista, nada virtuoso como instrumentista, y voz ronca por momentos cromada. Esas características hoy día serían catastróficas para un aspirante a show televisivo o certamen de luces y “caza talentos” o a cualquier otra plataforma promocional que nos impone como norma el establishment musical. Si tenemos en cuenta someramente esas condicionantes personales y sociales circundantes, entenderíamos cómo fluía la creatividad en Portillo y, lógicamente, el rol protagónico en un entorno adverso hasta 1959. Si bien es cierto que el mayor aporte que algunos biógrafos y expertos le atribuyen a Portillo son sus aportes y definiciones al feeling como nuevo concepto estético y conceptual desde los planteamientos armónicos, yo considero que no solo fueron elementos aportativos y exclusivos de la nueva tendencia sonora de finales de la década del 40, sino que la canción cubana en su gran metamorfosis como género, le debe también a Portillo. Ubicarlo solamente como autor o renovador imprescindible del feeling bien pudiera contemplarse como guiño comercial o titular a la ligera, pues considero que sus atributos como autor los merecen también la canción y el bolero.
“Nuestra discografía está en deuda con Portillo”.
Pero volvamos a nuestras deudas discográficas para con su obra, las cuales no son el resultado de un olvido, sino orígenes de una lamentable miopía musical cual río con afluentes. En ese sentido pueden exponerse factores como son el hecho artístico —lo primordial— , el comercial, lo patrimonial y lo histórico con ribetes turísticos, ¿por qué no? A esto debo decir que aún recuerdo mi visita a la hermosa ciudad colombiana de Valledupar, donde me planteé firmemente visitar el sitio donde veneran a sus grandes juglares vallenateros, como Lorenzo Morales “Moralito”, Emiliano Zulueta o Diomedes Díaz, adornados con tarjas, letras de sus canciones y todo lo que pueda perpetuar a dichos ídolos. Tampoco abogo porque hagamos acá un lupanar barato con la vida y obra de nuestros grandes artistas, pero con buen gusto y mesura pudieran combinarse diferentes enfoques que ayudaran a conservar memorias musicales en un mundo cada día más subyugado por poderosos que, no solo utilizan bombas o misiles sino que invierten mucho dinero por la dominación total de la llamada Media Enterteiment, anglicismo y tecnicismo global para denominar a los medios del entretenimiento.
Nuestra discografía está en deuda con Portillo, y todo lo que por decantación lógica pueda desprenderse de un sistema de radiodifusión coherente. Por ende su figura cultural no subsiste en un sistema que aboga por resaltar lo bello y valioso de nuestra música, lamentable y contradictoriamente. Hoy, una generación como la mía aún puede dar fe del paso de grandes como él por estos lares. Pero mañana, mañana quién sabe…