Por qué Lenin
22/4/2020
Tras la desaparición de la Unión Soviética, se desató un vasto proceso de descalificación del pensamiento marxista, y particularmente en Rusia, de la Revolución de Octubre de 1917. Si las ideas de Marx acerca de la formación social capitalista se han mantenido y hasta se aprecian cada vez más, como consecuencia de la exacerbada crisis civilizatoria a que ese sistema ha conducido a la sociedad contemporánea, la personalidad de Vladimir I. Lenin ha quedado opacada de tal modo que con demasiada frecuencia se desconoce su magno aporte de dar fin a la autocracia zarista.
El observador honesto de la historia del siglo XX y del pensamiento social de entonces, sin embargo, no puede dejar fuera al revolucionario ruso de cualquier examen de esa centuria y de su permanencia en lo que ya tiene corrido la actual.
De modo escueto mencionaré las que me parecen principales.
Lenin fue, en primer término y, sobre todo, un revolucionario empeñado en romper esa cárcel de pueblos que fue el imperio ruso. De hecho, fue un continuador de las revoluciones europeas contra el feudalismo y las monarquías, pero que comprendió muy pronto que se trataba no solo de derrocar un tipo de gobierno y un sistema socio-económico feudal que hacía mucho se hallaba en bancarrota, sino que era necesario aprovechar ese mismo “atraso” ruso para impulsar el ideal socialista y comunista, de larga data en el mundo moderno.
Fue, pues, un partícipe y un estudioso de los movimientos revolucionarios rusos previos y de su tiempo, de sus fracasos y de sus aportes, y se fijó especialmente en cómo adaptar las experiencias de otras revoluciones contra el feudalismo y las críticas de la modernidad capitalista a las realidades de su país. Por ello no vio como imprescindible que la revolución rusa condujera a una sociedad capitalista para, cuando esta se desarrollara a plenitud, plantearse la toma del poder para una revolución socialista en función de las clases trabajadoras, los obreros y los campesinos, estos últimos la gran masa poblacional de su país.
Por eso no se encasquilló en el debate del pensamiento socialista de su época en cuanto a esperar por la revolución mundial ni por el desarrollo pleno del capitalismo. Su talento como político comprendió muy pronto que había que conducir la terrible crisis militar, económica y moral que ocasionó la Primera Guerra Mundial al imperio ruso, a la profunda revolución social en función de las enormes mayorías trabajadoras. Como, de igual modo, su talento como estadista, comprendió que esa revolución tenía que atender a las características particulares de la diversidad de pueblos y naciones reunidos por el este de Europa y el Asia central y oriental bajo el Imperio. Y por ello fue un crítico constante de lo que él llamó el espíritu “gran ruso”, es decir, el sentido de superioridad que había avanzado entre tantos sectores del pueblo ruso.
Aún más, Lenin al frente del estado revolucionario ruso y soviético no dejó de atizar el afán de lucha anticapitalista de otros pueblos europeos, pero a ello unió precozmente el entendimiento de que las peleas anticoloniales contra las potencias imperialistas hegemónicas eran parte significativa de la gran revolución mundial contra el sistema capitalista y merecían el apoyo de los revolucionarios rusos en el poder. Por eso su criterio, que dio nacimiento a la III Internacional, agrupó tanto a los nuevos partidos desprendidos de los aburguesados partidos socialistas europeos que habían llevado a sus pueblos a la guerra mundial, como a los representantes de los movimientos patrióticos y en pro de hondas transformaciones sociales del orbe colonial.
Sin dudas, Lenin amplió el ideal y el proyecto anticapitalista de Marx y Engels a todo el extenso y variado campo del sistema-mundo capitalista. Ello prueba que su práctica revolucionaria le permitió enriquecer y actualizar la teoría marxista, algo que también ocurrió en otros aspectos. Si el político es rasgo esencial de la personalidad leninista, no menos importante resulta su labor como teórico. Con una fuerte formación filosófica, como lo revelan sus apuntes y notas reunidos en sus Cuadernos filosóficos, Lenin fue un expositor inteligente y original que supo adentrarse en la brillante pléyade de teóricos marxistas que ampliaron el campo de estudios abierto por Marx a finales del siglo XIX y principios del XX. Polemista agudo y razonador sagaz, el líder ruso fue además un expositor que supo escribir para la academia y, a la vez, para divulgar los puntos teóricos esenciales entre la militancia revolucionaria sin su misma profunda formación intelectual y pupila de científico social.
Quizás por ello, sobre todo en los últimos decenios, no se le ha concedido en ocasiones la relevancia teórica que merece, aunque probablemente también puede haber influido en semejante desestimación la conversión por la divulgación marxista soviética de su voluminosa escritura en un conjunto de dogmas para, entre otras cosas, justificar aquello del marxismo-leninismo como sistema filosófico cerrado y perfecto, y, sin embargo, totalmente alejado del claro sentido crítico de la pluma de Lenin.
Ruso, muy ruso; surgido de la Europa moderna que puso en solfa; revolucionario raigal que vivió para hacer la revolución en los grandes momentos y las grandes decisiones (como el asalto al Palacio de lnvierno) como en el acontecer cotidiano de edificar una nueva sociedad para la cual no había experiencias previas; hombre universal que supo entender su tiempo para transformarlo y que por eso es hombre de todos los tiempos, Lenin sigue y seguirá fundamentando con su ejemplo y sus ideas, como creador original e innovador, la pelea por ese mundo mejor que hoy intentamos hacer posible contra la implacable barbarie del capitalismo.