Por La Habana…
8/10/2019
En 1977 me mudé a la Habana. Ya conocía la ciudad, había venido en otras oportunidades. Pero en enero de aquel año me propuse su conquista. Tomaba ómnibus y hacía los recorridos completos. Así caminé…
el Paseo del Prado
Si desde los parques holguineros, todos lejanos al mar, soñé sola o acompañada con el Malecón, siempre me fascinó el Prado habanero con sus leones de escolta a los paseantes.
Supe de él por los estudios de historia, especialmente por la famosa “acera del Louvre” vinculada a mi admirado Antonio Maceo, un oriental bailador de pura cepa, que hizo del Hotel Inglaterra un sitio beligerante en medio del glamur que ostentaba la edificación en sus años mozos. Pero eso fue después. El Paseo del Prado fue construido en 1722 bajo el gobierno colonial del Marqués de la Torre.
Primero se llamó Alameda de Extramuros o de Isabel II: se encontraba fuera y rodeando las murallas que guardaban a la ciudad. Fue un paseo de tierra con árboles sembrados por donde se paseaban en quitrines jóvenes casaderas de la ciudad, galanes y esclavos que cuidaban a sus amos.
De 1834 a 1838, bajo el gobierno de Miguel Tacón, el Paseo llegó hasta El Malecón. En ese lapso se realizaron diversas construcciones, especialmente el Teatro Tacón; luego Gran Teatro de La Habana con su sala principal García Loca y hoy, Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. El majestuoso edificio tuvo sus primeras presentaciones en 1837, aunque la inauguración oficial fue en 1838. Sus paredes son testigo de la danza de la bailarina rusa Anna Pavlova y de nuestra Alicia Alonso, por citar solo dos nombres que ya son leyendas.
Con el derrumbe de las murallas en 1863, se pudo disponer de mayor cantidad de terreno. El arquitecto Juan Bautista Orduña tuvo el mandato de trazar la urbanización a los lados del Paseo. En sus proyectos se concibió una gran plazoleta que devino lo que hoy es el Parque Central de La Habana.
En 1875 nacería el Hotel Inglaterra, actualmente Monumento Nacional. Tiene una fachada neoclásica, parapeto de un interior mudéjar con azulejos verdes, ocres y dorados, trasladados desde Sevilla. La “acera del Louvre” le pertenece. Allí no solo Maceo, sino el jovencito José Martí, y otros patriotas defendieron sus convicciones en contra del colonialismo. Sarah Bernhardt, actriz francesa, y Anna Pavlova fueron dos de sus huéspedes ilustres.
En los linderos del paseo crecieron construcciones de diversos tipos, incluidos hoteles, teatros, casas, cines con una arquitectura ecléctica, con diseños a gusto de los dueños, imitadores de lo que se hacía en Madrid, París o Viena. El Hotel Telégrafo, fue el iniciador de la modernidad en ese tipo de instalaciones en La Habana.
A principios del siglo XX el Prado se modernizó y de hecho tomó la imagen que hoy conserva. Fue la primera vía asfaltada de Cuba. Para ese entonces los automóviles se incorporaron a los paseos.
Para España desde los días de la conquista, La Habana fue el puerto más importante del “nuevo mundo”. Era la llave del Golfo que trataron de proteger de corsarios y piratas. Tal situación llevó a que compraran cientos de cañones para la protección.
Obsoletas esas piezas de artillería terminaron fundidas para dar lugar a los leones. Fueron los escultores Jean Puiforcat Forestier (francés) y Juan Comas (cubano, experto fundidor) los responsables de esa obra gigantesca, con piezas a gran escala, que aún engalanan al Prado y son objetos de fotografía.
Forestier, además de encargarse de los leones también rediseñó la vía con árboles y los bancos fueron de mármol, con un concepto en el que los felinos bronceados parecen custodiar el paseo. Hay otros elementos ornamentales, copas, ménsulas y farolas artísticas de hierro, que en conjunto intentan parecerse al prado español.
Caminando por El Prado se llega al Capitolio. Lugar de obligatoria parada para cualquier guajira como yo, que trate de andar Por La Habana…