A Pipo

Cuentan que, al morir, Gepetto es recibido en el cielo por el mismísimo Cristo en persona. Amablemente Jesús le pregunta cuál es su nombre, pero el pobre anciano ha perdido la memoria:

—Sólo recuerdo que yo era un carpintero muy humilde que tuvo un hijo muy famoso, que nació milagrosamente, revivió tras la muerte y es conocido en todo el mundo.  

Entonces Jesús lo abraza con lágrimas en los ojos y le dice emocionado:

—¡Papá!
Y Gepetto le responde:
—¡Pinocho!

El chiste dibuja dos verdades: cuán célebre es este muñeco de madera y cuánto hemos olvidado a su modesto creador. Pero si pocos recuerdan que fue Carlo Collodi[1] el autor de Las aventuras de Pinocho (1881), menos conocen que, seis años más tarde, como parte de sus Historias alegres, publicó un cuento titulado Pipeto, el monito rosado (1887), que es un libro mucho más humilde. Sin embargo, el lector percibe que existen invisibles vasos comunicantes entre ambos textos. ¿Continúa de algún modo el personaje del monito la saga que inició el burattino?[2] Ítalo Calvino, aquel escritor italiano que nació en Cuba, dijo que Pipeto era “…una especie de Pinocho al revés, que rechaza la metamorfosis en hombre…”.[3]
Sin dudas, Calvino fue un escritor de sensibilidad extraordinaria y un conocedor profundo del alma humana, que convirtió en metáfora exquisita la realidad del hombre alienado, demediado, invisibilizado. Pero, ¿es realmente Pipeto la antítesis de Pinocho? ¿O es algo más?

“Ítalo Calvino fue un escritor de sensibilidad extraordinaria y un conocedor profundo del alma humana”. Imágenes tomadas de Internet 

Del nombre

Lo primero que hay que aclarar es que Collodi no le puso Pipeto a su personaje sino Pipi. El título original del libro en italiano es Pipi, lo scimmiottino color di rosa. Curioso: ese es el mismo nombre del personaje femenino de Astrid Lindgren que los hispanohablantes conocemos como Pippa Mediaslargas. Es decir, que “alguien” tradujo al castellano “Pipi” como “Pippa” y como “Pipeto”.  Yo me pregunto: ¿por qué? ¿Exceso de pudor? ¿Miedo al sexo? ¿Censura eclesiástica? Quizás de todo un poco. Mal va una cultura que censura el pipi porque, en cierto modo, de ahí venimos y hacia ahí vamos todos. Lo que mata no es el sexo sino la ignorancia. Una cultura sana empieza por un sexo sano. Pero seguimos siendo tan hipócritas como aquellos que cubrieron las desnudeces de las figuras de la Capilla Sixtina, censuraron durante más de un siglo el cuadro de Courbet El origen del mundo (1866) o han hecho de los personajes de Disney seres asexuados como los ángeles.

Lo segundo interesante no es el sexo sino el nexo, es decir, la continuidad de los nombres. Pipi se llama el monito de Collodi; Pipi se llama la niña de la Lindgren, la cual, en su viaje a los Mares del Sur, conoce a un niño aborigen que se llama Momo, que es el nombre que, años más tarde, Michael Ende daría a la niña de su libro homónimo. Pipi varón—Pipi hembra—Momo varón—Momo hembra. Además, en la versión castellana, el nombre de Pipeto tiene resonancias pinochescas pues empieza como Pinocho y termina como Gepetto. Vale retornar, entonces, a la interrogante inicial y preguntarse si la relación entre ambos libros puede ser más que nominal.

“Mal va una cultura que censura el pipi porque, en cierto modo, de ahí venimos y hacia ahí vamos todos”. 

Del sentido

Pipeto es un monito rosado y sin cola -pues se la comió un cocodrilo- que vive con su papá, su mamá y sus cuatro hermanos. Desde el principio, su papá le recrimina que, a fuerza de imitar a los humanos, va a terminar convirtiéndose en uno de ellos y luego se va a arrepentir. Después de algunas peripecias, Pipeto va a parar a la casa de un niño llamado Alfredo, que es bastante maduro, por cierto. Llega metido en un saco que los pescadores han encontrado en el río y que han tratado de abrir infructuosamente con varias herramientas. Entonces Alfredo les da un menudo alfiler que en una punta trae una perla en la que se ve pintada la cara de una niña de cabellos azules, y con él, así de fácil, abren el saco que contiene al monito. Luego el niño intenta someterlo a los hábitos humanos, pero este se niega rotundamente. ¡Él es un mono a mucha honra! Sólo cuando Alfredo lo tienta con frutas, Pipeto cede y hasta le promete que lo va a acompañar en un largo viaje no se sabe adónde.

Mas, ¿qué sucede? Aprovechando el reencuentro con su padre, Pipeto decide volver a su casa con su madre y sus hermanos. Por el camino, la naturaleza le va arrebatando, prenda por prenda, la humanidad impostada: primero, pierde sus botines en un fanguero; luego, un pajarito le roba la gorra; finalmente, deja enganchados en un ciruelo su chaqueta y sus pantalones. ¡Hasta una serpiente, como aquella que se le aparece a Pinocho, le recuerda su promesa de irse de viaje con Alfredo! Pero Pipeto sigue adelante. Tras la cena, su familia es asaltada por un grupo de bandidos, liderados por Golaseca, un maloso que nos recuerda, por la referencia a la garganta, al titiritero Comefuego de Pinocho. El tal Golaseca rapta a Pipeto y, como tiene el don de hacerse gigante a voluntad (Collodi usa y abusa de la hipérbole), se lo guarda en un bolsillo para llevárselo… ¿a quién?: ¡al Hada de los Cabellos Azules!

He aquí no sólo un punto de contacto con Pinocho, sino probablemente una clave hermenéutica: si, casi al final del libro, Collodi nos confiesa que el Hada es la mamá de Alfredo, podemos colegir que este pudiera ser Pinocho hecho un niño de verdad. Y, si asumimos la lectura evangélica de Pinocho de la que habla Calvino, la Sagrada Familia está completa: Gepetto (de Giuseppe, José), el carpintero, padre putativo de Pinocho; el Hada de los Cabellos Azules, advocación infantil de la Virgen María, que recuerda a las madonnas florentinas; Pinocho, Alfredo, Jesús. ¿Y Pipeto? ¿Qué simboliza Pipeto en esta lectura? Quizás represente la naturaleza humana, que escapa, pecados mediante, de su supuesto origen divino.

“(…) algunos leen Pinocho como una paráfrasis picaresca de los Evangelios”.

Mas Pipeto, que es tan pícaro como el burattino, no llega a la casa del Hada pues engatusa a un gato, lo encierra en el bolsillo de Golaseca y escapa. Luego, cuando Golaseca abre el bolsillo para agarrar al monito, el gato encerrado sale hecho una pantera, le araña la cara y lo deja ciego. Entretanto Pipeto, que ya no volverá a ver a los suyos, es elegido rey de otros monos, aunque, como el Sancho de la ínsula Barataria, prefiere la vida sencilla a las incómodas ventajas del poder. En eso, un conejo, como aquellos que la traen el ataúd a Pinocho cuando no se quiere tomar la medicina, pero de pelo azul como los cabellos del Hada, lo cuestiona por haber incumplido su promesa a Alfredo. Reaparece Golaseca y vuelve a raptar a Pipeto y lo pone a trabajar para él, haciendo monerías, cerca del puerto. Y cuando todo parece perdido, aparece el niño Alfredo, le compra el monito por mil liras al gigante ciego y se lo lleva de viaje a no se sabe dónde. Fin de la historia.

Del referente

Ya sabemos —porque Ítalo Calvino nos lo contó en 1982— que algunos leen Pinocho como una paráfrasis picaresca de los Evangelios dilatados (que incluyen los apócrifos, donde Jesús aparece como un niño francamente travieso), con salpicaduras del Viejo Testamento (Jonás y la ballena) u otros símbolos de la tradición católica.[4] La verdad es que la pinochología existe. Pero, ¿acaso hay alguna relación más interesante entre Pinocho y Pipeto? ¿Es Pipeto, tal y como sugiere Calvino, tan sólo “un Pinocho al revés”? ¿O puede conjeturarse otra referencia más atrevida y sustanciosa?

“(…) La anécdota de Pipeto, el monito rosado, como sugiere Calvino, prolonga la de Pinocho desde otro ángulo”.

Yo pienso que la anécdota de Pipeto, el monito rosado, como sugiere Calvino, prolonga la de Pinocho desde otro ángulo. Sus personajes son cebollas. Alfredo es el nombre del Pinocho niño, que es, a su vez, la versión profana e infantil de Jesús de Nazaret. Pipeto es un ser errante (no olvidemos que, en griego, errante se dice “planeta”) que Alfredo intenta poner en órbita. En la visión católica, Cristo es el radio que convierte al hombre en una circunferencia que orbita en torno a la divinidad. En pocas palabras, Pinocho es el Hombre; Pipeto, el hombre.

Nos quedaría por descifrar hacia dónde es el viaje, es decir, ¿cuál es el centro de la circunferencia? Pensándolo bien, ¿qué otro puede ser sino el Hada de los Cabellos Azules, mamá de Alfredo, metáfora infantil de la Virgen? Pipeto, circunferencia; Alfredo, radio; Hada, centro. Si la palabra “religión” proviene de “religar”, de “volver a unir”, Alfredo es quien religa a Pipeto con el Hada de los Cabellos Azules. Geométricamente hablando, Pipeto sería igual a Pinocho multiplicado por 3,14. ¿Será por eso que el factor común entre ambos nombres es Pi, constante que es el número irracional que resulta de dividir la circunferencia por el radio? El largo viaje de Pipeto y Alfredo no es por Italia, como bromea Collodi; es, a la vez, un viaje trascendental e inmanente porque es un ir que equivale a venir, un desplazarse hacia un más allá que, en realidad, está más acá.

Vale entonces preguntarse si los cuatro hermanos de Pipeto representan a los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Juan y Lucas, —o si Pipeto simboliza a Saulo, que fe mediante, deviene San Pablo, a pesar de dar coces contra un aguijón (Hch.9.5). Eso que lo averigüe el lector. Yo, por lo pronto, creo que Pipeto es un posPinocho que parece un antiPinocho.

Notas:

[1] Su verdadero nombre era Carlo Lorenzini y vivió en Florencia entre 1826 y 1890.

[2] Burattino es la palabra italiana para muñeco de madera. En ruso, suele identificarse con el personaje homólogo de Pinocho creado por Alexei Tolstoi en La llavecita de oro o Las aventuras de un burattino.

[3] “Pinocho o las andanzas de un pícaro de madera”, El Correo de la Unesco, junio de 1982, p. 14.

[4]  Véase mi texto “Homo Pinocchius” (2015), publicado en la revista digital Librínsula, de la Biblioteca Nacional José Martí.