El pasado jueves 5 de diciembre, en la Galería Villa Manuela, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), se inauguró la exposición Pintura al desnudo, del artista visual Ernesto García Peña.
Perteneciente a la primera promoción de artistas formados en la Escuela Nacional de Arte (ENA), García Peña irrumpió en el ámbito artístico de los 70 como exponente de una figuración adscrita a lo gestual y cromático, para plasmar temáticas tan relacionadas con el carácter épico de la época, como para expresar la límpida sensualidad del desnudo humano, no del todo ajena a la influencia que en su generación ejerció la obra de Servando Cabrera Moreno.
Su obra, desde entonces, nunca se desdijo de la realidad, ni de la intención de recrearla desde una sensibilidad que con auténtica sensualidad la acogió, sin desestimar tonalidades y matices, en particular, aquellos más orientados a variables de codificación visual de evidente filiación abstracta.
De ahí que no me sorprendiera del todo el camino último tomado para “desnudar” su expresión pictórica de un cromatismo expansivo, a veces, calado o penetrado por una gestualidad en apariencia opuesta a la dominante en el sistema cognitivo de la propuesta.
De hecho, en nuestra historia del arte, los que han pintado y pintan con la honestidad que lo hace García Peña, en su intimidad de líneas, sombras y luces, saben que el Universo tiene la extensión de los sueños del hombre.
En el contexto de la 15 Bienal de La Habana, la exposición Pintura al desnudo, nos aligera el placer de una muestra cuyos acrílicos sobre tela conjugan con naturalidad el verbo crear, sin que por ello se abran del todo a la diversidad y excentricidades de ámbitos urbanos más amplios. La intimidad también es un camino para poblar de arte las paredes más necesitadas de vida de una ciudad.
