Supongo que antes les llamarían “pesadas”, y quizás ahora compartan características con las denominadas “tóxicas”, pero lo cierto es que existen personas cuyo entusiasmo e insistencia las convierten en indeseables. No porque carezcan de razones, ni tampoco debido a que sean enemigas, sino porque resultan tan cargantes, que el sentido común sugiere mantenerlas a distancia. Son de esa clase de ser humano que no se da por vencido, no se rinde, no claudica y persigue hasta la saciedad no siempre nobles causas ni elevadas entregas espirituales, sino lo que individualmente quiere. Personas que carecen de capacidad para percatarse de que están siendo rechazadas, e insisten, reclaman, repiten su pedido con la misma fuerza del león que se niega a soltar al pobre venado que apresa entre sus fauces.

Es como si una sordera selectiva les impidiera escuchar el NO que le dice quien se resiste a ser víctima de la persona que lo increpa, le pide, le exige y persigue. Ilustraré con un ejemplo esa relación entre victimario y víctima:

Mi amiga María E recibió una llamada telefónica la noche antes de una actividad a la cual debía asistir, en calidad de público. Escuchó decir a Gina “sería bueno que intervinieras en la reunión, para plantear el asunto de las alcantarillas”, a lo que ella respondió: “No es mi área, Gina, mejor sería que yo hable del atraso en las publicaciones periódicas, a ver si logramos empuje en la cuestión del papel, que, como sabemos, está muy caro y muy escaso”. Gina, como si no hubiera escuchado nada, continuó: “María E, sería muy bueno que hablaras de las alcantarillas”, provocando nueva respuesta de mi amiga. “¿No me oíste, Gina? Yo no sé nada de ningún alcantarillado. Yo sé de revistas, y es de lo que pienso hablar si me dan la palabra”. “Es que el sistema de drenaje en Cacarajícara es muy deficiente, María E, es tu deber solicitar soluciones, que pueden ser a corto, mediano o largo plazo, por eso creo que tienes que hablar de las alcantarillas”, insistió Gina. Mi amiga se limitó a decir: “Buenas noches, querida, mañana nos vemos”.

“Son de esa clase de ser humano que no se da por vencido, no se rinde, no claudica y persigue hasta la saciedad no siempre nobles causas ni elevadas entregas espirituales, sino lo que individualmente quiere”.

Al llegar la mañana, María E creyó que quizás, tal vez, Gina había comprendido su negativa, y se dirigió a la reunión. Allí, no faltaba más, la recibió quien pretendía lograr el buen funcionamiento del alcantarillado de Cacarajícara. “Qué bueno verte, querida”, le dijo. “Espero con ansias el planteamiento tuyo, el que acordamos anoche”.

“Hola, Gina. Voy a hablar de las revistas, ¿no te acuerdas?”, respondió mi amiga. “Bueno, no pasa nada, puedes ser breve, porque es muy importante que los drenajes de las calles tengan solución”. “Pero no sé nada de eso, chica, no insistas más, o dilo tú”. En ese momento dio inicio la actividad. Luego de varias intervenciones, se le dio oportunidad al público asistente, y ¿quién fue la primera en hablar?

Gina, oriunda de Cacarajícara. María E suspiró aliviada, con la ilusión de haberse librado de tener que hablar de una problemática que por la gracia de Dios, le había caído encima. Sin embargo, poco le duró el respiro. Escuchó atónita lo siguiente: “Hola. Me llamo Gina, buenos días a todos, y gracias por permitirme hablar, es para mí muy emocionante este momento. El primer punto de mi personal orden del día trata de un asunto que quisiera compartir con una colega que se expresa mucho mejor que yo, una compañera que casi es experta en la materia de las alcantarillas de mi pueblo, de mi querida localidad, por lo cual pido un fuerte aplauso para María E. Por favor, recibámosla con la ovación que merece”.

Cuando mi amiga vio al auditorio aclamando su nombre, pensó morir ahí mismo. Todas las miradas enfocadas en ella, la conminaron a ocupar el sitio donde un micrófono esperaba, donde mismo Gina, con lágrimas en los ojos, palmeaba, desbordada de emoción. No hubo escapatoria posible, me contó. Temblorosa y lamentando no disponer de un hacha corta pescuezo, tomó la palabra, para expresar que si bien no era tan conocedora como creía Gina, era cierto que las alcantarillas debían ser reparadas en todos los barrios, incluso en Cacarajícara, ante lo cual el público aplaudió, y Gina la abrazó con tal frenesí, que ambas rodaron hasta las primeras butacas del teatro donde se desarrollaba la actividad. Al incorporarse María E, además de alisarse el vestido, recuperar su cartera y calzarse con una sandalia que había perdido en la caída, dirigió una mirada de fuego a Gina, al tiempo que le murmuró “Me cago en tu estampa”. Y con la excusa de tener que ir al baño, procedió a largarse tan rápidamente como sus lastimadas piernas permitían. Gina la alcanzó cerca de la puerta del teatro, se interpuso entre la salida y mi amiga, para decirle que no se fuera, que faltaba especificar cuál de los 120 tragantes de Cacarajícara amerita reparación urgente, ya que existen otros 12 que todavía tragan un poco, además de unos 22 que pueden esperar, o sea que…

“Es como si una sordera selectiva les impidiera escuchar el NO que le dice quien se resiste a ser víctima de la persona que lo increpa, le pide, le exige y persigue”.

María E suspiró hondamente, me contó. Recordó las clases de yoga de nuestra amiga Fefa, se imaginó en postura de loto, se creyó monje tibetano, y pronunció QUÍTATE con tal fuerza que Gina retrocedió, dejando la puerta libre. Apenas había llegado a su casa, cuando sonó el teléfono. Ella creyó que la llamaba Fefa o Hilda o yo, y por eso contestó. Error. Escuchó a Gina preguntándole “¿Puedo pasar por tu casa, María E?, tengo los planos del alcantarillado de todos los municipios, y me gustaría que los vieras antes del próximo encuentro, que por cierto, será el jueves”, ante lo cual, mi amiga, más que colgar, lanzó el auricular del teléfono contra el piso, y se tomó el alprazolam que le quedaba. Más tarde, me contó el sufrimiento ya descrito. “No, no está loca ni es mala persona Gina, es solo una persona intensa”, le dije. “¿Intensa?”, preguntó María E. “¿Así se le llama ahora a los inoportunos desquiciantes?”. “Pues sí, amiga”, le respondí, “porque no sé si te habrás fijado, pero ya no existen HP sino tóxicos, no hay salaciones sino situaciones complejas, no quedan manipuladores porque ahora resultan sabichosos, como mismo no hay funcionarios enfermos de desidia sino que están muy ocupados siempre. ¿Comprendes?”

“Deja, deja, no sigas”, pidió María E. “Mejor hablemos de lo importante: ¿Qué se sabe de la viruela del mono, del alza del dengue y del rebrote de la COVID?”.

“No, por favor, piedad”, rogué. “Explícame el alcantarillado de Cacarajícara, por favor…”. Lo último que escuché no puede reproducirse aquí. Solo diré que terminaba en …nes y en …ga. Lejos de molestarme, entendí perfectamente a mi amiga. ¡Es tan insoportable la intensidad del ser!

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