Perfecto Romero: memorias fotográficas en Revolución
29/11/2019
Hay hombres que son testimonios vivos, síntesis de memorias, cazadores de hazañas, perpetuadores de historias, espectadores y, también, protagonistas.
Foto: Ariel Cecilio Lemus/ Granma
Para ello, algunos se valen del verbo, o de otras manifestaciones más objetivas o subjetivas: de la música, del pincel… del lente que inmortaliza, de la fotografía. El lenguaje: la imagen, y una palabra: Revolución. Un epíteto: El fotógrafo de la Revolución.
“¿Todavía conserva su cámara?”, le pregunta un estudiante, de uniforme mostaza, atento, curioso, observador. Allí, sentado frente a él, en la Casa del Alba Cultural, junto a más de una docena de sus compañeros de la Secundaria Básica Bernardo Domínguez, de sus maestros y de quienes se llegaron esa tarde a escuchar a Perfecto Romero, y a contemplar sus instantáneas, a dar fe de su modestia. Ahora octogenario, siempre brioso, aventurero, de campamentos, marchas, tribunas, tiroteos y semblantes a galope y en reposo.
Camilo, el Che, Fidel, Raúl, todos fueron capturados por su cámara. Perfecto Romero es historia viva. De origen campesino, nació en la Sierra del Escambray. Estuvo allí con los grandes, y en muchos otros lugares, pero mantuvo intacta su humildad. Se hizo grande.
Todo empezó con el golpe de Estado de 1952 cuando, ante el suceso, se reunió con un grupo de tabaqueros, con los revolucionarios del Partido Socialista Popular, cuando integró la juventud ortodoxa. Tenía 17 años y, como muchos otros, sus armas también devendrían otras.
Así, se unió al Movimiento 26 de Julio y repartió bonos. Como trabajaba en una distribuidora de pan, relató, la aprovechaba como una suerte de dispensadora de bonos. Mientras, su pasión por la fotografía crecía, adquiría experticia, forma, aprendía la química de los rollos, a revelar.
Estuvo allí en el Escambray con el Che. Fue a reforzar sus tropas, a militar en su campamento. Cuenta que siempre supo cuál sería su destino, su fusil, su labor. “Hubo un bombardeo, me escondí, pero lo capturé todo, todo”.
Dice que nunca olvidará esa frase del Che, cuando ya él tenía 21 años: “¿Y usted no tiene fusil?”. “Solo miró mi cámara. El Che sabía también de fotografía, desde México”, aseveró Romero.
Romero devino entonces corresponsal de guerra de las columnas guerrilleras. Lo mandaron a ver a Olo Pantoja para que le buscara un sitio para revelar sus rollos. Perfecto encontró su lugar, defendió su trinchera.
Acumula muchísimas anécdotas, tantas como su lente: “Un día me estaba muriendo de frío en el campamento, acostado en una camilla, la de los enfermos. No lo estaba, tenía mucho frío. El Che me tapó con una colcha caliente”.
“Fui también para Yaguajay, a reforzar las tropas de Camilo; me tocó inmortalizarlo mientras ideaba sus planes contra el enemigo. Retraté al primer herido que sacaron del cuartel. Tomé, imprimí, revelé fotografías del Ejército de Batista. Seguí para Cabaiguán, por Placetas, llegué al ataque a Santa Clara”.
Sacrificios. Tras su cámara, tras su fusil, hombres grandes, Revolución. Y fue a Ciudad Libertad, y custodió a Fidel, esa y mil veces. “Lo esperé en el Cotorro, lo inmortalicé”.
Ese es Perfecto, un hombre sencillo, un artista del lente, que coleccionó en vivo fotografías de la Revolución y su heroica concreción. Capturó los años de la Reforma Agraria —los vendió en forma de instantáneas a cinco centavos frente al Capitolio para tributar nuevamente a ella—, la Segunda Declaración de La Habana, el secuestro de los pescadores, la explosión del vapor La Coubre, estuvo en Angola con Raúl .
Nunca soltó su cámara, aún la conserva, sus rollos, revelados, en sus memorias.