Peewee
1/6/2020
a hermana
a los gritos gritados […] temí perder la vez de todo hablar
J.G.R
EL PENSAMIENTO trabaja por alusiones. Ganas de mangos reservadas hasta después del aguacero. Mangos. Verano. Sequía. Polvo. Anaqueles. Anaqueles sucios por el polvo. Juguetes en los anaqueles. Muñecas. Tras la lisura del nylon pegado a la caja de cartón, muñeca pensativa que mamá compró y yo antes miré con junedad para percibir su naturaleza. Luego miedo de ella. Ahora pensar que tuve miedo de ella. Estuve fatalmente apegada a esa idea hasta entender su clase de belleza. Con junedad le hacía rondas. Desde el centro del panoptismo velar que no rompiera en un haz la fibra. Era eso o vérselas conmigo. Desde el centro del panoptismo, creerla efectivamente muerta. Una muñeca que no se acostumbre al cambio (miedo), muere. Tan pronto los ojos de ella me circundan —con su propia limitación y su distancia, un cielo de ojos que nunca cierran―, matan mi soberbia. De saberme la celadora. Quien verá su boca abrirse en un grito y escucharla decir qué “piensa en la lucidez”. Tan pronto los ojos de ella me intervienen, me fecundan. Un cuerpo suprimiendo al otro. Yo débil a tan pequeñas turbas. A no ser que caiga en la tiesura del momento, con todo su carácter, un mango madurito.
AL DÍA SIGUIENTE los ojos de sheriff sobre el saúco. Yo tirada a ras de suelo buscando algo que hubiese. Una envoltura de plata. Un lacito de lamé colorado. Bajo la cama, si acaso una nata de polvos. Ante la extraña invasión habíamos fortificado los rodapiés con mata-ratas. Ya no quedaba ni una. Todas caían redondas o ellas mismas eran la redondez. (Por aquello de la muerte bajo cualquier definición). Los noventa entraron a la casa sin regalos. Para los camellos (de los reyes) corté yerba fina. Luego la dispuse caprichosamente en el patio; que (re)prendiese a la sombra si era astuta. Era tiempo de postguerra bajo un régimen de clanes. En un clan se hace nominalmente lo mismo que el jefe. El jefe sustituía una cosa por otra. Encebada la renuncia fue nuestro olvido para las cosas. Cada loza revisé bajo la cama, cada remate, cenefa, juntura. Y nada. Una nada, que era la peor forma de no encontrar y nos arrimaba más a Dios, pidiendo que él “mismo viniese, carnal, en sus excepciones”.
DOS MUJERES enfrentadas alrededor del fuego. Una trenzándose el cabello duro como el argán espinoso. La otra, en una economía de rivalidad de la cabeza a los ojos. Y de estos al argán no florecido, va quizás un poco de odio. Un odio que nunca es tanto. Un odio herpético, llegado, sin que una lo consienta. Pero toda esta belleza es para el hombre de caza. Por los escaques que forman las cestas, salen las puntas de los bronces raros para calentarse. La punta que caza el corazón del buey. El pico próspero de la paloma. (S)ea!!! Estas mujeres agitándose las naguas. Un gesto que vivirá en ellas, mientras el hombre corta el bacalao, lo disecciona, lo tiende. Sobre la piel esplendente del bacalao el sol hace lo que sabe. Por un acuerdo tácito compartir la muerte del pez en dos mitades. Si cada una encuentra un modo de sonreírle, dividir los productos de pesca y pastoreo, entonces la primera se llamará Muñeca de trapo 1, la segunda, Muñeca de trapo 2, como simula, por ejemplo, la palabra peewee el grito de un pájaro así llamado.
ENTRE TODAS LAS MUÑECAS, la de peor destino es la de trapo. Tela de sobreuso, requeteusada, casi en la carne como el estado de la indigencia. Por asociación, cuando algo se antepone a su significado como un pensamiento futuro, es que son tan pobres las muñecas viejas y negras de trapo. Lo que diferencia a esta del resto, son las costuras. A la medida de su cuerpo líneas como se mide el hambre: dos patrones y un hilo a lo ancho de la tela. Si hace un esfuerzo, ella cruzará sobre sí misma. Escupirá todo su plasma. Puede ser que el caballo sármata atiborrado de todo en un berrinche dé un golpe. Una muñeca de trapo busca la dureza de los hierros. En la aguja el futuro más próximo que el instante. Sellar con nuevos pespuntes. Sellar con remiendos. Sellar con telas de organdí la floración del golpe, cosiendo por lo sano. Sepas que esto no le servirá de nada. A ella volverá ese orden de la sangre que gotea. A ella volverá lo que de ella procede.
MIS ENAMORADOS todos fueron guerreros de Umma devorados por los buitres. Tenían la cabeza rapada por las picúas de los mares del norte. No pude ver sus rostros allende mi intención, allende mi mente haciendo un círculo/reloj para darle forma. Y con las manos proyectar: el azar riéndose de mí. Huérfana estoy de lo que se retrasa. Escarbo con el azadón bajo los cielos. Mamá me había dicho “algo nace del asco y algo del deseo”. Y después “el ansia hace parir hijos machos y el asco también”. Me apercibo. En la mente la madera machihembrada, las resinas olorosas. El techo predice que hay sobre las cabezas ―con cierta prosperidad—, otro techo obnubilando. Algo así como un cuerno de anta. Tengo una muñeca Akua respondedora sobre la espalda. Le pido que cuando el anta baje de su techo, pujo mediante, emerja la cabeza rapada por las picúas de los mares del norte. Roja, brillante como un Sol ejemplar. Alrededor suyo un cordón de escudos, un rosario de lanzas para proteger su coronita de espinas.
EN LA FOTO Gertrude Stein y Alice B. Toklas. La primera siempre antes, ya sea en un primer plano o a la izquierda (primer plano de lectura). Están en una fuente. Un aire a la Plaza de San Francisco hace que te recuerde cuando luego de zarpar la lanchita llegamos con restos de maíz en los bolsillos. La cuidadosa intuición de las palomas nos persiguió toda la Plaza. El maíz lo esparcimos como sedimento. Las palomas cabizbajas picoteaban el suelo blanco y amarillo. No sin temor a nuestras manos. Que una de ellas, en posición de su germen hiciera un gesto. Bastaba apenas un cambio de posición para remover sus miedos. Un animal solo ve los efectos. Nos dijimos que contra los pájaros nada, y nos quedamos tiesos, como en la foto.
EL PADRE QUE CARGA EL TRABUCO, porque siempre fue suya la posesión del fuego, se queda dentro del lenguaje. Ríe, como cuando se tiene un rostro para la mentira. Le dan la mano y ríe. Lo felicitan y ríe. La sonrisa se fuga tras la tramoya de la loza. Veo irse las tacitas al centro de la detonación hasta que el líquido se derrame. ¿Te acuerdas? ¿Aquellas tacitas que ganó mamá tras haber heredado? De pronto la cara del padre es un tao, un plano del valle del Indo sobre una hoja de dos colores. ¡Ayy! ¿De dónde le viene a papá esa risa sin divisa/sin recidiva/eco/escape/memoria? ¿Esa “risa alzada/sobre/al borde/ en torno de lo que la desmiente”? Es fácil para papá el parapapá que redobla, trae después la matadura, la mortificación de los finales, en tanto seguimos hermana, más cerca del aullido del perro de metal que de la sangre. De esto, lo importante es que cuando un tiro alcanza su objetivo, o lo toca a ras, así no más con un pellizco (como lo hizo él baleando toda la zona de peligro, destrozando el estado en régimen), no puede ser ignorado. Hablemos de muñecas y de papá. Las hermanas pequeñas hablan de ligaduras. Barbies, Cindys, Kachinas, Matrioshkas.
Hablemos de ligaduras más profundas: si al limitar la extensión de tu nombre al mío, podrías ser yo, y viceversa… si al descabezar una muñeca y unir después sus mitades: cabeza y cuerpo/objeto y vínculo, lo que fundaremos, será lo nuevo que entra al reino de la vida.
A VECES —nos dice Simone Weil― hay que hacer un esfuerzo personal de análisis. Estamos L y yo dispensando la tarde. Tomándonos pequeños privilegios, en torno a la casa, lejos de trabajos domésticos. Viendo, después de tanto posponerlo, Pina, documental de Wim Wenders sobre la destacada bailarina alemana nacida en Solingen. En algún momento del video, L pregunta, si es cierto que la juventud se inhuma cuando baja de la montura del caballo de arreo. Menos ceremonioso, desde luego, L siempre retrasaba la verdadera pregunta y la verdadera respuesta. L, al apoderarse del tono con el “si es cierto”, ejercía sobre la pregunta y sobre la respuesta una fuerza, mismo que una institutriz. Dos tercios de verdad cayendo de bruces. Porque Pina fue vieja y muerta. Otro día, siendo que nuestros privilegios eran frecuentes y estábamos distraídos como dos reyezuelos, le-leo-a-L un poema recién terminado sobre las muñecas. ¿No te das cuenta —me dice— que, al hablar de las muñecas como si fueran ellas todas las mujeres, estás descendiendo hacia el centro del deseo?