Entre los recuerdos de nuestra primera juventud, se encuentra aquel donde lo más común del mundo, era considerar a la música cantada en inglés como “americana”, es decir, norteamericana. El gran público cubano de la Década Prodigiosa, era ajeno a la necesidad de otorgar un certificado de autenticidad a la música creada por los propios Beatles, música que era realmente británica. Sencillamente para el cubano medio, se trataba de “música americana” y nada más. Por supuesto, el rock británico de los años 60 tenía, como base fundamental, el rock and roll norteamericano creado solo años atrás por la fusión de los ritmos propios de los negros de dicha nación con las sonoridades tomadas de la música country de los europeos inmigrantes. Sin embargo, ya es hora de expresarse con la mayor propiedad y otorgarle al rock británico el lugar que le corresponde en el espectro sonoro contemporáneo.
En tal sentido, no vamos a hablar de grupos como Los Beatles y Los Rolling Stones, leyendas que para estos tiempos que corren, es voz populi que son ingleses. No obstante, el universo del rock británico resulta francamente abarcador en cuanto a la calidad e identidad de dicha música.
Si cuando Los Beatles sacaron al mercado en 1967 el famoso disco Sgt. Pepper´s, no pocos músicos norteamericanos se sintieron frustrados porque creían que ya no valía la pena continuar tocando música rock debido a la espectacular renovación al género plasmada en dicho volumen, habría entonces que preguntarse qué decidieron cuando aparecen en la escena del rock anglosajón agrupaciones como Pink Floyd, Yes, Led Zeppelin, Jethro Tull, Deep Purple, Black Sabbath o el trío de Emerson, Lake & Palmer. Evidentemente, estamos hablando de un rock que si bien no extravió sus vínculos con el rock norteamericano, se manifestaba de un modo absolutamente diferente.
Lo más significativo de estos grupos es que estaban entrelazados por una intensa sonoridad expresiva, aunque fuera manifestada con particular sentido de pertenencia estilística por cada uno de ellos. Hablar de Pink Floyd es como hacer alusión a un rock ambiental estructurado por atmósferas diferentes ubicadas en múltiples planos sonoros nunca antes escuchados, mientras que con la arrolladora propuesta de Led Zeppelin, esta era tan extremadamente distinta al universo de Los Beatles, que no tuvieron otra alternativa que abandonar la escena como grupo, una honrosa retirada a tiempo para no quedar tristemente relegados por lo que se avecinaba. Ninguno de Los Beatles podía cantar como Robert Plant, con esa distinción épica que le aporta a su voz, como tampoco ninguno de Los Beatles podía tocar la guitarra eléctrica con el virtuosismo de Jimmy Page, y mucho menos Ringo podía acercarse a la enormidad del sonido de un batería como John Bohnam.
Eran estilos diferentes, claro está, pero Zeppelin luchó sin piedad por el derecho a reclamar la categoría de alta relevancia que le corresponde en la historia del rock británico. Pero es que a la vez, un grupo como Yes también plantó bandera en el llamado rock sinfónico. Un grupo donde exista un extraordinario guitarrista como Steve Howe, un tecladista de tanta inventiva, tan acaparador de sonoridades sinfónicas como Rick Wakeman y un cantante agradablemente diferente como Jon Anderson, no podía ser otra cosa que el resultado de la magia proveniente de los antiguos hechiceros de Gran Bretaña, todo un obsequio especial para los admiradores del género.
Por su parte, Jethro Tull es otro grupo inglés, pero al mismo tiempo es prácticamente un solo hombre, Ian Anderson, dueño de condiciones excepcionales para ser el compositor y director del grupo, a la vez que el vocalista principal y flautista del mismo, el instrumento líder de la banda. Oír la música de Jethro Tull es como trasladarse a la atmósfera bucólica del bosque inglés encantado de las obras de Shakespeare, pero matizado por la intensidad del rock sajón.
Nombres como Ritchie Blackmore y Ian Gillan, integrantes del grupo Deep Purple, han quedado para muchos admiradores cubanos del heavy metal, como los contrincantes históricos de Led Zeppelin, específicamente frente a las figuras del guitarrista Page y del cantante Plant.
Un vocalista como Ozzy Osbourne, es alabado hoy en día como una verdadera leyenda que hizo temblar de emoción a los seguidores del grupo Black Sabbath, por ese aliento de singular ardentía que lo distingue, un canto como surgido de abismos infernales, música realmente inadecuada para quien no gusta nada del rock. Para no extendernos en este recuento de glorias británicas del rock, terminamos con la agrupación de Emerson, Lake and Palmer, el apellido de cada uno de sus integrantes, quienes con su actuar resultaron decisivos en la comprensión de que había un rock sumamente complejo que solo podía ser ejecutado por virtuosos como ellos. Carl Palmer es otro de los baterías imprescindibles del rock inglés; mientras que a Keith Emerson, recientemente fallecido, se debe que bien pudiera haber un grupo de rock sin guitarrista si se contaba con un tecladista de su abolengo.
Si tuviéramos que definir al rock inglés en relación con el realizado en otras naciones del mundo, pudiéramos hacer uso de un símil habitual cuando se quiere comparar la salsa de New York y la timba cubana. A dicha modalidad contemporánea del son, la timba fuerte ejecutada por Los Van Van, NG La Banda o la Charanga Habanera, entre otras agrupaciones, se les considera como cultores de un son macho en contraposición a lo que suena en la salsa de New York, mucho menos fuerte.
Por lo tanto, si comparamos al rock inglés con el de otros países, este es dueño de un sello que se puede clasificar, sin lugar a dudas, como macho por la dureza que caracteriza a la sonoridad de dicha música en su conjunto.
Finalmente, con esta breve relación de agrupaciones británicas de rock, nos hemos acercado a la necesidad de dejar bien claro que el rock de esta nación europea, reúne todas las condiciones como para presentar carta de ciudadanía sin tener que ser confundido con el realizado en EE.UU., puesto que parecen lo mismo, pero no es igual.