Memorias de una cubanita que nació con el siglo, de Renée Méndez Capote, publicado por primera vez en 1963, es una fotografía de una parte importante de la historia de Cuba. La etapa republicana, las guerras independentistas, incluso la esclavitud, aparecen descritas en sus páginas. Con audaces saltos temporales, la obra literaria se presenta ante el lector como un fluir de conciencia, una suerte de conversación interior de la autora con su niñez, el pasado, la historia familiar y personal que se conjuga con la historia, la sociedad y la cultura nacional.

Yendo y viniendo del pasado al presente, con una enorme destreza narrativa, en Memorias de una cubanita…, el lector reconoce hechos históricos como la reconcentración de Weyler y su impacto en la población; el Grito de Baire, el Pacto del Zanjón, la Guerra del 95 o la Guerra Grande, así como las epidemias y la situación de insalubridad que padecía la población de la época. En este punto, vale notar que la política y su impacto en la vida de la autora no quedan ajenas a sus recuerdos. Por el contrario, “la política se graba en el recuerdo, revestida con proporciones de catástrofe, misteriosa y mala”.

Del mismo modo ocurre con los orígenes y la identidad: “Cuba campesina con su sabor a guarapo y su olor a mariposa” se convertirán poco a poco en pasajes nostálgicos. El contrapunteo campo-ciudad y de Cuba con el mundo, ponen a prueba cuánto de cubana hay en Renecita. La identidad nacional se expresa hablando alto y desde el lado más sensible. Así queda escrito en su memoria:

Y en otra ocasión, gozando una función de gala en el circo Price de Madrid, una niña maromera que lucía unos senitos erectos y llevaba el largo pelo negro amarrado con una cinta azul un poco desteñida, me llenó los ojos de lágrimas, porque me despertó el recuerdo de mi infancia tan feliz y volví de nuevo a ver en un camino polvoriento de la playa que compendiaba toda aquella felicidad desvanecida a tres maromeritos cubanos raquíticos y hambrientos, luchando por conquistar, además de la comida, un poquitico escaso y ralo de pequeña gloria (…).

El texto es un retrato íntimo de la sociedad cubana en la República donde se conjugan un lenguaje poético sencillo (nunca simplista) y un diálogo entre pasajes de la ciudad y pueblos de provincia como Cárdenas o Varadero. Los sucesivos viajes ponen a prueba no solo la capacidad de adaptación del personaje, sino la de toda la familia. Nostalgia y evocaciones desde Nueva York remiten, una y otra vez, a la identidad de la cubanita. Frases como “El arroz, ¡qué falta nos hacía el arroz blanco” explicita esa añoranza. Además, la referencia a la libertad que experimentaron la protagonista y sus hermanos es una constante durante toda la obra. Así lo demuestra: “Echábamos de menos la libertad que nos parecía lo mejor de la vida”. Lenguaje poético, historia y cubanía (también cubanidad) son tres rasgos indisolubles de Memorias de una cubanita que nació con el siglo.

Memorias de una cubanita que nació con el siglo (…) es una fotografía de una parte importante de la historia de Cuba”.

Otro rasgo interesante del libro es su capacidad para insertar dentro del relato, de manera natural, los procesos de construcción y formación de la ciudad de La Habana (barrios como El Vedado y Cerro), costumbres campesinas como la de llevar la leche a la puerta de la casa, representar cómo se vivía un ciclón o exponer las dinámicas cotidianas de la ciudad en esa época. Son memorias sensoriales donde se hace palpable el olor de la ciudad durante el desarrollo urbanístico, donde caballos y animales convivían con el progreso.

La obra está matizada con un fino humor que se mezcla con la simpatía propia de la niña protagonista. Una vis humorística que la autora supo plasmar, también, en sus trabajos periodísticos como colaboradora de revistas y diarios como Diario de la Marina, Grafos, El País, La Gaceta de Cuba, Social, Bohemia, El Mundo, Actas del folclore, Revolución y Cultura, UNEAC, Cine cubano, Verde Olivo y Mujeres.

La autora, Renée Méndez Capote, fue colaboradora de numerosas revistas y diarios. Imagen: Tomada de Internet

En el plano social, Memorias de una cubanita… es también agudo e ilustrativo de la época. Llama la atención la distinción y descripción detallada que se hace de los payasos, titiriteros y gitanos “¡Los titiriteros tienen que existir todavía!”, en general, de los artistas ambulantes y personajes de la cultura popular como Carvajal o la llegada y despliegue de la comunidad china en La Habana. Asimismo, resaltan las valoraciones que el personaje realiza sobre la estructura de clases en la sociedad cubana de principios del siglo XX y sus condiciones de vida. Desde cómo vivía el presidente o qué comía, hasta vivenciar la fatal historia de la familia de Pepe, pescadores todos que habitaban las orillas del Almendares. Impresiona, igualmente, la minuciosidad con el que Renée Méndez Capote describe el vestuario de la época, tanto de las niñas como de los adultos (mujeres y hombres), así como, la cultura culinaria, la herencia europea en la cocina cubana y el rol de la medicina natural y tradicional en la vida cotidiana del cubano.

“La obra está matizada con un fino humor que se mezcla con la simpatía propia de la niña protagonista”.

En este sentido, resalta la descripción que realiza la autora del botiquín de su madre. Un exhaustivo listado de yerbas, pomadas y remedios que hacen pensar en la milenaria capacidad curativa de la medicina natural tradicional y cómo en Cuba llega hasta hoy esa cultura de cocimientos y remedios de abuelas.

En voz de una niña, que hace cómplice al lector del paso del tiempo, es posible disfrutar de la primera vez de Renecita acercándose a las artes, a la música de la mano de Lecuona, a la literatura con Lola, al cinematógrafo en la propia casa, gracias a su padre, a la llegada de este artefacto a la Habana y cómo la ciudad se fue llenando de cines. Es posible conocer el mundo cinematográfico y lo que representó para la época; desde el cine mudo, el “animador” que ponía voces a los filmes, e incluso el cine al aire libre.

Con curiosidad y desde el registro lingüístico de una niña que se asombra con leones y malabaristas, la autora logra retratar el mundo del circo y la fundación de la Compañía Santos y Artigas, una de las más representativas de la época. Conocer la ópera y el Teatro Tacón, dan cuenta de un personaje al cual el tiempo ha convertido en adolescente. Madurar y salir de noche son oportunidades nuevas que se abren y demuestran la progresión narrativa de las memorias.  

La inconsciencia alegre de la niñez se transforma de manera definitiva en el último capítulo del libro. La llegada de la adolescencia, conocer el amor y experimentar las sensaciones del primer noviazgo, cuartado por el viaje y la muerte de forma repentina del novio son acontecimientos que cierran con maestría una parte del ciclo vital de la autora. Un cierre rotundo y convincente, para una obra de lectura obligada si se quiere entender una época histórica y su contexto social y cultural.