Para salvar la cultura
2/7/2018
En los días finales de junio de 2018, tuvo lugar en La Habana la reunión del Consejo Nacional de la UNEAC. En este encuentro tuvo como sede el teatro de la Biblioteca Nacional José Martí y fue precedido por un intercambio entre la presidencia de la organización y los máximos representantes de la institucionalidad cultural cubana. La reunión del sábado 30 de junio sirvió además para evaluar el trabajo realizado por las diferentes comisiones, desde el pasado congreso hasta la fecha, y para conocer, en diálogo franco y responsable, las opiniones de varios escritores y artistas cubanos, incluidas estas que ahora sometemos a su consideración.
1. Analizar verdaderamente qué es lo que debemos salvar para salvar la cultura, la nación, el proyecto humanista que nos define, y fundamentalmente al hombre cubano íntegro, universal de esencias y solidario con los demás.
Foto: Sonia Almaguer
2. Ser veraces y genuinamente críticos en la apreciación de lo que hay dentro y detrás —y no sólo de lo que aparenta— del panorama de reproducción, circulación y mercado de nuestras producciones culturales.
3. Levantar valladares frente a la importación e influencia dominantes de cánones y concepciones seudoestéticas y especulativas que no sólo corresponden a otro contexto social, a la denominada “sociedad de consumo”, al mercado transnacionalizado y al predominio del negocio sobre el valor cultural, sino que poco a poco corroen a la identidad expresiva autóctona y establecen la lógica del egoísmo como mandato del trabajo productor, valorativo y promotor de lo artístico.
4. Volver a pensar la cultura en su extensa e intensa diversidad, es decir, más allá de la producción simbólica y la comunicación de la subjetividad —lo que estuvo muy bien formulado durante el olvidado Congreso Cultural habanero de 1968— ; establecer el juicio colectivo sumamente profesional de consejos asesores y equipos consultivos, en calidad de norma práctica y ética de las instituciones y empresas del sector cultural; partir de la noción martiana de integración de los “pinos nuevos y pinos viejos”, y no de la malsana o ignorante visión que niega consecutivamente a unas generaciones en función de otras; evitar la selección o exclusión arbitraria —por determinados funcionarios y laborantes— de ciertos artistas o escritores y especialistas del sector; luchar honestamente porque en los programas y entidades de la cultura existan caminos de justicia y equilibrio de oportunidades, en correspondencia con el aporte sustancial de cada cual, en vez de copiar “modelos de éxito” y propiciar diferencias económicas inherentes a la realidad capitalista.
5.Diferenciar cuidadosamente el simple espectáculo del hecho de cultura, la mercancía disfrazada de “arte” del arte legítimo, el atraso de la tradición, lo popular de lo marginal, lo modesto de lo vulgar, lo formativo de lo antropológicamente regresivo, la simple elaboración iterada de las propuestas sustanciales, la proyección de nuestros valores creativos de la tendencia neo-colonizada a ser sólo partes de una especie de “gran maquiladora” de sucedáneos “artísticos” con variantes, útil a intereses privados vernáculos —a veces con vestidura estatal— y a las operatorias de capital foráneas.
6.Desechar todo conducto deliberado o inducido hacia una división de los productores culturales del país en adinerados y empobrecidos; en nombres con propósitos estéticos fecundos y hacedores de aquello que solicitan los mercaderes y consumidores que pagan; en gente que sirve a la cultura y la sociedad, y otros preocupados casi únicamente por una existencia en el lucro y por contar con alta capacidad en recursos financieros que les permite, incluso, convertir a las entidades estatales en servidoras suyas. Vale la pena tener presente aquella atinada sentencia de Martí, cuando escribió:” Quien compra, manda; quien vende, sirve”
7.Hacer cuanto podamos para que la espiritualidad, los sentimientos nobles y el sentido de lo justo, la capacidad para amar y soñar, el buen gusto y el pensamiento propio, los comportamientos respetuosos y cuidado del patrimonio público, lo que Lezama Lima llamó “cultura del ojo” y la cultura del oído, la razón renovadora y el sustrato histórico de la personalidad, la conciencia patriótica y la revelación de la verdad crezcan —como aptitudes y actitudes— en la población de Cuba, en el presente y hacia el porvenir, como condición que asegure que lo cultural y lo humano sean —entre nosotros— la misma cosa.