Para reencontrar a Catalina Lasa
5/2/2018
Un poco para Xavier, que me contó la leyenda. Y para Coyula, que me dio otros detalles.
Y para Alejandro Garay, que me hizo regresar a esta leyenda habanera.
La primera imagen que me enlaza en la memoria con el nombre de Catalina Lasa viene del cine, y en ella no aparece directamente el nombre de ese mito habanero. En un hermoso plano del filme cubano Un hombre de éxito, Mabel Roch sale de la mansión que Juan Pedro Baró levantó para su infortunada esposa. No sé bien si el recuerdo pesa más por la estilizada figura de la actriz que emerge de la fachada de ese palacete en el que el personaje habita, o por el trazado impresionante de su arquitectura. Govantes y Cabarrocas, los responsables de la edificación, trajeron con ella a La Habana un conjunto deslumbrante que aún mantiene parte de su efecto. Hasta 1962 una sobrina de Baró vivió allí, y el gobierno revolucionario la convirtió luego en la Casa de la Amistad, tras haber sido la embajada de Francia. Arena del Nilo, mármol de Carrara, vitrales emplomados, cristal Lalique. Todo lo que una reina hubiese podido desear. “Una belleza de la época”, dice de esa mujer, como al paso, Dulce María Loynaz en su libro Fe de vida. Catalina Lasa ganó concursos, justamente, por su hermosura, e inspiró la creación de una rosa, que, con su nombre, gozó de fama. En Cuba, lo único que queda de esa flor matizada es el motivo que la repite en la casa de 15 y Paseo. Y en lo que mal perdura de su famoso mausoleo.
La historia del amor entre Catalina y Pedro Baró daría para una película de época. La matancera, también conocida como La Maga Halagadora, se había casado con Luis Estévez, cuya madre era nada más y nada menos que Marta Abreu, la benefactora de mi ciudad natal, Santa Clara. Conocer a Baró y comenzar entre ambos una pasión que no conocía límite fue lo mismo, y Catalina se atrevió a pedir a su esposo la separación. Al negarse este, la situación se hizo tensa en extremo, con demanda judicial de por medio. Ella se fue a vivir con su amante, y al no haberse aprobado en Cuba aún el divorcio, decidieron viajar a Roma en pos de la intervención del Papa. Lo consiguieron, y el Pontífice anuló el matrimonio infeliz. En 1917 volvían a La Habana y al legalizarse el matrimonio en la Isla, se dice que fueron de los primeros en tomar ese recurso para que nada pudiese separarlos jamás. Nada, menos el destino y sus maniobras más inesperadas.
La famosa mansión se abrió en 1926, y la ceremonia social fue comentada sin recato. Acudió el Presidente, y nadie quedó sin pronunciar elogios ante el fasto de aquella edificación. Poco la disfrutarían. Catalina enfermó en París, y poco a poco fue desvaneciéndose su belleza. El mito apunta que su esposo hizo cubrir los espejos para que ella no pudiese ver cómo su rostro y su cuerpo iban decayendo. Murió en 1930, y si en vida Baró quiso regalarle la mansión más bella de la capital, no quiso que en muerte tuviera menos. Su mausoleo, emplazado en la avenida central de la necrópolis de Colón, es un acto de desafío y elegancia, que ningún visitante puede pasar por alto. Un año demoró la construcción: un rectángulo frontal de mármol de Bérgamo con una semicúpula que iluminaban ventanales y una cruz de cristal Lalique, en tonos malvas y áureos. En su interior, mamparas del mismo artesano, que repetían en cristal dorado el motivo de la rosa Catalina Lasa. Dos angelotes tallados en la puerta velaban el sueño de la dama, recreados con líneas sobrias de un Art Déco en pleno apogeo. Ubicado frente al mausoleo de los bomberos fallecidos en trágico incidente, Baró sembró dos palmas a la entrada, para que cuando crecieran superasen la altura de ese otro monumento al que el suyo se enfrentaba. Al morir Juan Pedro Baró, en 1940, se selló la tumba. Los mitos continúan: se dice que fue sepultado de pie, como guardián celoso del descanso de quien tanto amara. Tumba sellada, amor perdido, mármol, hierro y cristal. El silencio, poco a poco, cayó sobre la historia de ese idilio tormentoso, amenazado por conjuras, hechizos, odios y recelos inconfesables.
Cómo regresa al presente el nombre de Catalina Lasa es también otro misterio. Fue retornando poco a poco, como quien se une a las leyendas que pueblan la Necrópolis de Colón, y como muchas de ellas, acaba obsesionando a quien repite ciertas preguntas. Un amigo, Xavier de Castromori, me habló de ella y me reveló la historia de su idilio y su mausoleo. Hurgando en la colección de El Fígaro, hallé una portada donde la propia Catalina, según creo recordar, sonríe en el esplendor de su belleza sosteniendo una de sus rosas. Xavier me contó que uno de los cristales que componían la cruz de la tumba se había roto. El cementerio lo había sustituido por una placa de vidrio común, y gracias a su transparencia quien supiese el detalle podía ir por detrás del monumento y alzarse para vislumbrar el interior del recinto fúnebre. Así lo hice, a mitad de los años 90. En la crudeza del Período Especial, el lujo que protegía esas dos lápidas permanecía intacto. La cruz de Lalique se proyectaba sobre los sarcófagos blancos, las rosas de cristal empotradas en el reverso del portón aún se veían allí, y las mamparas, que deslumbraron en su momento y ganaron un premio por su diseño en París, me contaba Xavier, también seguían en pie. Con respeto y curiosidad miré todo aquello, uno de los secretos mejor guardados del famoso cementerio. No estarían así por mucho tiempo.
Fue también por Xavier que descubrí el desastre. Sabiendo que no se hallaba del mejor ánimo, viviendo ya en Europa, decidí regalarle fotos del admirado mausoleo. Acababa de comprar una cámara fotográfica y quise devolverle el gesto con el que me contó la leyenda de Catalina Lasa y Juan Pedro Baró. Me costó trabajo enviarle las imágenes, porque me encontré el mausoleo profanado y arrasado. En un célebre acto de despojo, cometido al parecer por uno de los guardias del cementerio, habían roto más cristales de la semicúpula y habían entrado los ladrones a robarse las mamparas y otros elementos de la tumba. De ello, nada se dijo en su momento. Se cuenta que un tal Andresito, líder de la fechoría, fue apresado tras la investigación oficial y pasó algo más de medio año en prisión, tras haber gastado del peor modo el dinero que consiguió tras la venta de lo que se llevó del mausoleo. Justo a la entrada de la necrópolis, las huellas de ese saqueo dolían de manera doble.
Hacía mucho que no regresaba al cementerio. Los santeros advierten que hay que alejarse de esos sitios, tanto como de hospitales, que no se deben visitar innecesariamente pues son lugares de pena y desgracia. Entre el 2012 y el 2013, cuando atormentaba a los amigos con los que organizaba la Multimedia por el Centenario de Virgilio Piñera, lo atravesaba a manera de atajo, intentando recordar dónde fue enterrado Pepe Rodríguez Feo, Roberto Blanco, la propia Loynaz, repitiéndome que jamás había localizado la tumba de Lezama Lima, o preguntándome si Casal estará o no donde los origenistas insistían a veces en fotografiarse. Un día, no lo hice más. Y dejé de pasar frente al portón blanco y negro de Catalina y su esposo. Volví hace poco, y me topé con una imagen aún peor. Una frágil y destartalada valla trata de impedir el paso hacia la tumba, pero de tan maltratada, no logra siquiera imponer respeto. Los otros cristales han desaparecido, las tumbas están abiertas y rotas las lápidas. No sé dónde descansan los restos de los amantes. Los ángeles del portón, que aún resisten, no revelan un solo detalle al respecto. Las rosas de Catalina perduran solo en los motivos de ese umbral. Celebrado y comentado en tantas guías turísticas como uno de los ejemplos más destacados del Art Déco cubano, debe asombrar y espantar, por su deterioro, a quienes intenten descubrirlo y fotografiarlo tan cerca de la puerta de la necrópolis.
están abiertas y rotas las lápidas. Foto: Cortesía del autor
Quiero creer que ya Catalina no está ahí. Que a fuerza de sufrir y perder tanto, su fantasma o su eco escaparon de ese sitio donde no halló el reposo, y al cual costaría mucho, demasiado quizá, restaurar debidamente. Adónde habrán ido a parar los cristales de las mamparas. Adónde ese imaginario ramo de rosas, hechas con joyería, que la leyenda insiste en ubicar sobre su tumba en la fecha de su entierro. Traté de saber algo de eso cuando escribí a Mario Coyula, uno de los devotos del mito de Catalina, al descubrir el atraco. Me envió fotos del mausoleo, antes y después del saqueo. Me habló de su obsesión por esa dama, a la que dedicó una novela que ha desencadenado opiniones muy diversas, editada en España, y aquí por el sello Unión. De repente, me vi siendo parte de ese mito, indagando sobre esa mujer quizás en demasía. Para librarme de su fantasma, coordiné algunas páginas para recordarla en un número de la revista Extramuros. Allí está un texto de Coyula acerca de La Maga Halagadora, y un fragmento del monólogo que la teatróloga Rosa Ileana Boudet escribió alrededor de tan llamativo personaje. Espero haber cerrado con ello mi cercanía al espectro de Catalina Lasa. Eso creía.
Vuelvo al cementerio para regalarle a un nuevo amigo fotos de la tumba más esplendente de esa avenida. La encuentro aún más lastimado, más herida. No creo lo que alcanzo a ver. Hago fotos para ese amigo. Cómo podré explicarle, me digo, el esplendor que alguna vez tuviera todo esto, el respeto que nos imponía con sus líneas tan elegantes. Entenderá, me digo, es una persona inteligente. Me hará nuevas preguntas. Querrá saber más, y yo querré tener respuestas, indagar entre los conservadores de la necrópolis qué se hace, qué se puede hacer, para detener al menos la devastación. Es una respuesta que se nos debe, incluso más allá de lo que fue o no Catalina Lasa, en pro de la defensa de un patrimonio que deberíamos cuidar con más celo y orgullo. Eso pienso, revisando las imágenes. Yendo de un nombre a otro, esos que me hacen regresar al mito de una mujer que fue una dama, un desafío y una rosa que es hoy solo de piedra. Dicen que aún se cultiva esa rosa insólita, en tierras europeas, híbrido de una especie cubana y otra húngara. En un jardín botánico de Roma, y en París, aún existe, me dijo Coyula. No debería faltar esa flor entre las que adornan la que fuera su casa, jardines diseñados por Forestier. No debería faltar, junto al nombre de Catalina, la certeza de que su recuerdo siga siendo mucho mejor protegido. Pero ya se sabe que pocas cosas, muy pocas, son tan frágiles como la propia belleza.
Creo que este comentario es muy bueno y debia de publicarse en otros medios. Conozco la historia de Catalina y Juan Pedro desde que mi esposo hubo de hacer un trabajo de la universidad sobre el divorcio en Cuba y le ayude a comenzar desde el principio y es donde aparece el nombre de ellos dos. Ni despues de muertos los dejan tranquilos, estando vivos no los dejaron de criticar y atacar. Las autoridades debian tomar carta en este asunto y comunales debía de atender con esmero su cementerio que es uno de los más famosos.
Espléndida crónica, Norge, algo así como una “rara avis” en el panorama de las crónicas que hoy se escriben en Cuba… Espléndida crónica, insisto: elegancia puntual, emoción contenida, evocación raigal… Sin dudas se despliega también como un prólogo de excelencia para una novela de igual marca… Enhorabuena.
Una crónica muy bonita.
Una buena historia para una novela de época – a los escritores que piensen en este asunto – mis saludos desde Guáimaro
Es un pecado que nuestro patrimonio artistico y cultural se vaya desvaneciendo y no hagamos nada por evitarlo, que dejaremos para nuestros hijos, el caso del cementerio y su patrimonio usurpado no es una historia nueva, me recuerdo que tiempo atrás en la revista “Palabra nueva” salió un artículo en el cual se denuncia esta situación, pensé que después de tantos años, esta situación hubiera sido resuelta, inútil que construyamos hoteles, negocios, etc., si lo que esta construido no lo salvaguardamos, me viene en mente un comentario que en estos días por la redes está, que es la casa que una vez ocupó la famosa “Maison de la moda”, destruida despojada de sus encantos y nadie interviene .
Hace dos años, visité la tumba y también tuve la oportunidad de fotografiar tanto agravio. El jefe de seguridad del cementerio me dijo, no sé si es cierto o no, que los restos de Catalina y su esposo, estaban “bien guardados”, juntos a los restos de los padres del Apóstol. En lo que restauraran el panteón… No puedo asegurarlo. Pero eso me dijeron.
Los ángeles que guardan la entrada de la tumba son querubines. Baró no fue enterrado de pie, sino en la misma posición que cualquier mortal. Esa leyenda del cadáver erecto me parece que se la inventó Enma Álvarez-Tabío. Al menos yo dí con ella por primera vez en su magnífico estudio arquitectónico Vida, mansión y muerte de la burguesía cubana, que lamentablemente nunca fue reeditado. La tercera tumba que hay dentro del mausoleo pertenece a doña Concepción, la madre de Baró. Catalina murió de leucemia, según declaraciones de miembros de su familia a los que entrevisté, y fue rápido. Ella y Pedrito Estévez no protagonizaron el primer divorcio de Cuba. Catalina y Baró nunca huyeron de la Interpol disfrazados. Simplemente viajaron al Vaticano, donde el Papa anuló el magtrimonio de ella, que se casó con Baró en París. La aprobación del divorcio en Cuba por el presidente Menocal les permitió regresar porque ya ella no podía, técnicamente, ser considerada bígama. Baró se había divorciado mucho antes de conocer a Catalina, es decir, su primera esposa Rosa Varona se divorció de él en los Estados Unidos y el acta de divorcio está en nuestro Archivo Nacional. Admiro a Mario Coyula como arquitecto y lo respeto mucho como persona, pero la novela es fatal. Sobre los restos mortales que descansan en el mausoleo…, parece difícil que alguien, incluso una brigada de saqueadores de tumbas, haya podido desenterrar a Catalina, sobre cuyo ataúd Baró ordenó verter cinco metros de concreto. ¡Dar pico y pala, de madrugada por supuesto, para romper esa cobertura sin ser visto ni oído por nadie en el silencio total de la noche! Sí, ese amor es un tema magnífico para una película y quizá también para una obra de teatro, aunque el monólogo de Rosa Ileana Boudet… El tema es muy rico, pero rezo porque el día que haya dineros en Cuba para filmarlo, se dejen de lado las leyendas mentirosas y se intente captar el drama humano en toda su profundidad. Amén.
Otra cosa: Catalina no era ni nunca fue considerada la mujer más hermosa de Cuba, sino una de nuestras principales bellezas. Parece quela más bella entre las bellas era, si no recuerdo mal, Lily Hidalgo de Conill, aunque no estoy muy segura del dato y me disculpo si me equivoco. Catalina tenía perfil griego, era rubia y de ojos verdes y muy pálida, no es que solo fuera muy blanca, sino que era pálida, pero parece que su don mayor era una gracia que nadie igualaba.Alguien cuyo padre asistió a los saraos que la pareja ofrecía en su hotelito de París me dijo que el señor le había comentado que Catalina era capaz de llenar un salón con su presencia. Ya no existen mujeres así.
Buen texto, siempre encomendado en toda su extensión de respetuosas descripciones y sostén de argumentos. Lo que parece ser, es que la Oruga del Invierno es un usuario incuestionablemente informado sobre Catalina, el cual posee informaciones de primera mano y tan sólidas como para ser alguien que desnude algunos de los mitos tan cantados entre las fascinadas sirenas del vox populi. Definitivamente, cuenta como alguien a quien debe tenerse en cuenta cuando vaya a realizarse algún argumento sobre Catalina.
Realmente esa destrucción sucede en el cementerio, es una desolación total la que me va devorando cada vez que voy a visitarlo y descubro otra vejación nueva. Si bien muchas de sus reliquias, no están exentas de historias de pomposidad, vano orgullo y extorsión por medio de un camino del azúcar. Quizá porque muchos de sus dueños fueron al exilio, las masas corruptas e indolentes que prosperaron como el cardo, cada día van vejando las leyendas de este lugar que van pasando al recuerdo y el testimonio. Dado que sus formas son consumidas.
El cementerio es devorado por los vivos de la ciudad a la vez que este nos pasa la cuenta y nos coloca en sus panteones.
Ese sentimiento de respeto que debe nacer en el pueblo y no por restricciones. De acuerdo a la realidad que vivimos, el peso de los fenómenos atmosféricos; existe una realidad concreta, de que menos es lo que se puede hacer por el tercer cementerio grande del mundo. Porque lo que puede hacer la oficina del historiador no es suficiente.
No existe equipo personal dispuesto a custodiar todo el perímetro. Y parece que a veces los que lo hacen, dejan las intenciones humanistas para otro momento. Es que no entiendo como hay personas de gusto tan morboso que sienten placer con cosas de tanta aura fúnebre y desasociego, como las que se cobijan bajo el cielo de los cementerios.
¡Seguramente ninguna persona dentro de esa categoría aleccionaria a su conciencia, ni le pasaría con la mirada a un texto asi!
Es cierto que Catalina no es un prócer de la historia, ni otros mortales que allí descansan. Pero seguro estoy; que hay nombres intocables, menos por mi que soy un profano. Que nada de lo que pasa en Colón les pasará a ellos. Por toda la custodia y vigilancia que reciben.
El Cementerio es mi segundo lugar favorito de Cuba y te digo en lo personal, que ni muerto quisiera tener una tumba allí, ni quisiera que ninguno de mis allegados descansara en muchos de esos panteones en que están a merced del destino, la mala vida y la indolencia de sus semejantes. Cada día resi porque existan cambios definitivos que lo favorezcan.
No sabes,..
porque como tú, Xavier o Coyula, … también me dejé inundar la conciencia de Catalina, como una oscilación progresiva. Encarnado como un sabueso detrás del más mínimo polvo de la pisada de sus zapatos. Jamás quise acechar ni con la mirada su capilla. Siendo un poco supersticioso a su mito prefiriendo reservarme esa posibilidad de espiar . Ya al hecho de que la llave de su capilla se hallase perdida por el 2010, cuando esta permanecía como un secreto irrevelable, y una verdad que no quería ser molestada para el porvenir por usuarios curiosos al fin, de todos los misterios de su tumba.
Conservando el secreto de su embalsamada anfitrión y sus propias formas artisticas interiores como un secreto; visto la última vez que se abrió públicamente para enterrar a Baró.
Por aquella fecha del 2010 pisé el cementerio de Colón por vez primera, y no sabía nada aún de la leyenda de Catalina. Vine a saber un poco más de ella en el 2012, tiempo en que de vez en cuando hiba acercándome al cementerio (dado que para leer este hay que ir más de una vez, y nunca te cansas de descubrir motivos nuevos y enigmáticos propios de lo funerario). Su panteón me parecia algo exagerado y egipcio. Sin embargo, de lejos veía la capilla Lasa y del 2010 al 12, vi como varió una parte de los cristales malvas de los lucernarios para luego ser amarillos. Luego no hubo casi ningún amarillo en la parte inferior. Y no fue hasta el 2013 que realizando un trabajo de arquitectura me acerqué tímidamente para ver el ábside y que tenía tallado. Ni siquiera miré hacia la puerta, ni los panteones (porque había escuchado a Ciro Bianchi, en “Como me lo contaron ahí va,” hablar Sobre la flor de Catalina, incluso el cantante Pipey le había cantado una balada a Catalina y todo, con vídeo musical, ese testimonio de Ciro, fue lo que me enganchó)(verdad absoluta)para respetar su memoria.
En la capilla vi las flores violetas en los cristales, algunas ya maltratadas, unas palmas tayadas o grabadas en la pared del ábside. Pero no había nada más en la habitación . “Y yo estaba feliz, porque como la puerta inmensa y pesada no tenía llave. Pensaba que nadie podría profanar jamás el descanso de Catalina.” Resulta que cuando leí el libro de Coyula, (todavía no se había editado acá, lo leí en digital,) y me desconcertó la descripción de los objetos que infería de adentro de la capilla. Me sentí un poco triste al saber que de alguna manera ya habian ultrajado aquel descanso de una manera sobresaliente. Mas seguí visitando el cementerio como de costumbre, sin mirar dentro del panteón otro día, sólo paseando como para apreciarlo y darle un saludito a su memoria.
Un día del 2018 visitándolo con una amiga; a la que contaba de Catalina, le referí lo que sabía del mismo y el ábside con rosas. Le dije que desde atrás podían verse. Cuando se paró a mirar, me dijo, pero esto está roto, yo me dije (Como que me cayó un cubo de agua helada por dentro), no es posible, no se puede!. Allí estaba físicamente reventada la losa de mármol, y uno de los sarcófagos de metal, apilado encima de otro entre las fosas. Me quedé muerto.
Pero regresé semanas más tarde y todavía estaba así, creyendo que a lo mejor lo solucionarían o era mentira lo que había visto. Que de alguna forma lo falsearían para que un familiar indignado no entablara una demanda o un escándalo difamatorio de esa situación .
No recuerdo si lo leí o alguien me dijo, que se debía a que era un registro de la seguridad en busca de drogas en el lugar. Lo que no me cabía en la conciencia, como en la mismísima avenida central del cementerio pudieron ejecutar tal barbarie. No me quedan dudas que debió tratarse de alguna artimaña para robar el famoso tesoro de Catalina. Aún me cuesta creer como sucede un hecho así, y pasa de forma tan inadvertida para nuestros medios televisivos, los que a veces dan tremenda bola de un problema. Más luego llegó la famosa cerca verde que se puso en motivo de aparentar una reparación. Y la gente evite hacer escándalos tan sonados como el repercutido primeramente en Internet y luego en Palabra Nueva.
Bueno, eso es todo. Aún quisiera conocer otros secretos visuales que Xavier guarda sobre Catalina, como la hermosa portada de la edición cubana del libro de Coyula y que aparece cellada por su nombre en Internet. Al igual que me gustaría ver la foto del Fígaro de Catalina donde carga la rosa. Gracias por su texto, tenga buen día .
Triste historia.
Profanar tumbas,panteones…No respetan,,no tienen valores..Hay 7 estudiantes de Medicina fusilados por profanar una tumba y solo fue un raspin en una pared….Cuando habua resoeto en ese pais….Da pena la educacion de ahora.