Para no olvidar a Pablo Armando Fernández

Heriberto Feraudy Espino
3/3/2021

Vienen su delicioso encanto
y su eterna palabra
cantándole a los héroes
cuya sangre florece
en una lágrima,
entre las venas de Fidel,
los héroes convertidos en hijos de la Historia,
así, con letras grandes.

Nancy Morejón

(Del poema de Nancy Morejón especialmente escrito
para este homenaje al poeta en su cumpleaños, el 2 de marzo, 2021)
 

Dicen las malas lenguas —yo no sé si es verdad—que, cuando en sus memorias Confieso que he vivido, Pablo Neruda escribió algo que a Nicolás Guillén no le agradó, le sugirió al poeta amigo que, por título, debió haberle puesto Confieso que he bebido.

Hoy en Cuba tenemos a otro Pablo gigante, verdadero amigo de Nicolás que, de escribir sus memorias, bien podría, sin titubear, llamarlas Confieso que he resistido. Y es que Pablo Armando Fernández (Delicias, 1930) —el mismo quien, con llave en mano abriera por primera vez el gran portón de la casa que se convertiría en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC— cumple ahora 91 años, tras una angustiosa lucha contra todos los demonios, la soledad y el olvido.

Sabiduría. Retrato de Pablo Armando Fernández. Acrílico sobre lienzo. 130-x-97-cm. de Carmen Mir. Foto: Internet

Hace unos seis o siete años luego de regresar de una de mis caminatas escribí:

Mientras  te veía caminando por la Quinta Avenida imaginaba cómo son los pasos de la vida. Durante los primeros tiempos de nuestras coincidencias en las matutinas prácticas del ejercicio te vi andar, lo que pudiera decirse a buen paso, a buen ritmo.

Había días en que no te veía y no me preocupaba, el caso es que siempre aparecías con tu shortpant y tus medias a medias luciendo aquellas canillas flácidas de tanto andar por la vida.

Te vi caminar de más prisa a más lento, poco a poco, no fue de un tirón. Mientras transcurrían los días los pasos eran más cortos, más despacio y yo me preocupaba. Te veía marchar como marcha la vida.

Un día me detuve para observarte a punto de detenerte, pensé que te ibas a sentar en uno de los bancos de la avenida, pero tu seguías, yo esperaba que te detuvieras, pero tu seguías con la tenacidad de quien lucha contra el tiempo y yo pensando en la puta vida que se te iba, en la puta vida que se nos va mientras los autos van y vienen ajenos, indiferentes a un poeta sabio y viejo que se nos va por la Quinta Avenida mientras los autos y la gente van y vienen.

Pablo Armando Fernández debería estar siempre presente en la memoria de los agradecidos y hasta de aquellos que no lo son. Dice un viejo proverbio africano que “el agradecimiento es la memoria del corazón”.

Pablo Armando es y siempre será Pablo Armando, no importan los olvidadizos. Ahí están sus obras, sus premios, su amistad con Fidel, sus entrañables hijos que lo acompañan y lo cuidan. Y, por encima de todo, su vida; esa que un día nació para jamás morir.