Para no dejar pasar
6/2/2017
No es frecuente encontrar buenas noticias en la prensa. Esta es una de ellas: la muestra Abstractivos, del pintor, crítico y poeta cubano Pedro de Oraá, que fuera inaugurada en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana el pasado diciembre, mantendrá abierta sus puertas hasta finales de marzo.
La exposición, que forma parte de las celebraciones por el Premio Nacional de Artes Plásticas, concedido a De Oraá en 2015, está conformada por una veintena de obras en diferentes formatos realizadas básicamente con acrílico sobre tela; e incluye algunos dibujos a tinta.
Pedro de Oráa. Foto: Cortesía Estrella Díaz.
Pedro de Oraá (La Habana, 1923) comenzó sus actividades artísticas en la década de los cincuenta del pasado siglo, y desde entonces combina el ejercicio de las artes visuales con el cultivo de la poesía, campo en el que también ha recibido más de un importante reconocimiento.
Como pintor se expresa a través del abstraccionismo concreto o geométrico, línea que inaugurara el holandés Piet Mondrian por los años veinte, y que, contrario al abstraccionismo lírico o informalista, se basa en la búsqueda de “la estructura básica del universo”, la tan citada “retícula cósmica”.
En 1958 se fundó en Cuba el grupo Diez pintores concretos, que tuvo entre sus miembros más notables a Salvador Corratgé, Sandú Darié, Luis Martínez Pedro, Loló Soldevilla, José María Mijares, Rafael Soriano y Pedro de Oraá. Ya en 1959 el colectivo exhibe con su nombre en la galería Color Luz, de La Habana. Y de 1960 es la exposición A, pintura concreta, versiones de la primera letra del abecedario, con la que se pretendió saludar la Campaña de Alfabetización.
En los primeros años de la Revolución el abstraccionismo —en cualquiera de sus vertientes— fue entendido por la crítica oficial como una práctica escapista, decadente, que no reflejaba los profundos cambios que se estaban operando en la sociedad cubana. Y si bien no se puede hablar de una persecución de los pintores abstractos, como sí ocurrió en la URSS, lo cierto es que sus devotos practicantes no contaron con la ayuda necesaria para la divulgación de su trabajo. Incluso algunos de ellos derivaron, con bastante fortuna, hacia la figuración, como son los casos de Raúl Martínez y Servando Cabrera Moreno.
Pedro de Oraá, empecinado como es, se mantuvo haciendo lo que mejor sabe: reflejar las formas geométricas del mundo desde una perspectiva constructivista, de impecable realización, y no exenta de lirismo.
La abstracción, ya sabemos, no es un lenguaje “fácil”, sobre todo si el espectador intenta hallar relaciones entre la obra y la “realidad visible”. Si el jazz ha sido calificado como música para músicos, el abstraccionismo es pintura para pintores. Pero no solo. Quien asista por estos días a la Sala Transitoria del primer piso de Bellas Artes, podrá encontrarse con una obra de arrobadora belleza, fría en apariencia, que sugiere aquellos estadios del sueño donde la lógica formal se quiebra y el ser, libérrimo, se expande, aunque esté contenido en composiciones equilibradas y exactas.