En los años en que Mikis Theodorakis caminó por el mundo, una cosa quedó grabada en nuestra alma y memoria colectiva, por encima de la pobreza o la miseria: la injusticia. La injusticia social, aquella que, además de tu propio sufrimiento, te envuelve, te incorpora y te ahoga —te ahoga porque no puedes comunicar lo que sientes, porque las palabras no son suficientes para describir el sentimiento de esa injusticia.
El hecho de que los capítulos históricos de la Ocupación Nazi, la Guerra Civil, la junta de los coroneles y los Memorandos del FMI, de la UE y de los bancos fueran cerrados sin satisfacer el sentimiento colectivo de los trabajadores fue para el pueblo un dolor permanente, constante. A veces un duelo silencioso y no reconocido, con muchas tragedias personales.
“(…) Este fue nuestro Mikis, el de la Grecia oprimida y del mundo injusto, que quiso cambiar con sus armas musicales (…)”.
Si esto no existiera, Theodorakis no sería tan genial. Y viceversa: no des por sentado que hay melodías por todas partes que pueden convertir el dolor popular en música, esa parte del discurso que penetra y mueve a la gente horizontalmente en la sociedad, a veces más que la ideología o la religión. Theodorakis lo logró. A través de su música, fue un salvador de las almas oprimidas. Este fue nuestro Mikis, el de la Grecia oprimida y del mundo injusto, que quiso cambiar con sus armas musicales. Comenzó el camino, subió las montañas. Seguiremos, Mikis. Todas y todos.