Para el autor Arístides y su obra Vega Chapú
Es un honor muy placentero charlar sobre un autor a quien admiro y respeto desde hace muchísimos años. Aunque me corresponde comentar su narrativa, comienzo por señalar que estamos ante un creador excepcionalmente versátil y laborioso. Existe un Arístides poeta, uno que escribe novelas, otro hacedor de cuentos, un comunicador cuyo carisma parece inagotable, un cronista memorioso y crítico, otro Arístides promotor cultural, capaz de conducir espacios de encuentros y de entrevistas ocasionalmente con frecuencia diaria, otro que participa en vivo en la radio, sin desdeñar la variopinta audiencia que es capaz de convocar, ya sea un público adulto, un público infantil, incluso el más difícil de todos los públicos posibles, que es aquel que integra la adolescencia. Su laboriosidad admirable no le permite el lujo del descanso, y ello explica que cuando no está armando uno de sus fabulosos libros, se dedica en las redes sociales a desgajar su prodigiosa memoria a través de las ya habituales “Crónicas de martes”.
Admito que quizás no sea atinado comentar cada uno de los libros de Arístides por separado, ya que conforman en conjunto lo que pudiéramos llamar el universo Vega Chapú, desde la niñez hasta la cruda etapa del adulto. Pero para ser justa, reconozco la versatilidad de este autor, quien utiliza modalidades tan diversas como volúmenes exclusivos para un tipo de público, o prosa ficcional pura, o crónicas de actualidad, o incluso libros colectivos en los cuales él lleva la batuta como un director de orquesta (y aquí me detengo un instante para citar esa joya testimonial llamada No hay que llorar, que desde el mero título invita a la reflexión), con el cual Arístides obtuvo el premio Memoria del Centro Pablo de la Torriente Brau, y a través de cuyas páginas más de veinte colegas tuvimos la oportunidad de describir uno de los peores momentos de nuestra vida en común. Este libro, más allá de su originalidad, se convirtió desde su nacimiento en un referente esencial para entender, dejar constancia, analizar y conocer qué fueron los años noventa en Cuba.
“Arístides posee el don de una narrativa que evita la obviedad del realismo, en aras de ofrecernos una visión tierna de todo este enjambre de situaciones, por muy difíciles que sean”.
Repito, aunque no sea atinado, comentaré someramente algunos de los volúmenes que más me han imantado desde que tuve el placer de leerlos por primera vez. Te regalo el cielo, que ganó el premio Alcorta en el año 2005, noveleta para niños y jóvenes, alcanza alto vuelo poético sin dejar de estar anclada en la realidad de nuestros jóvenes, y sus respectivas y complicadas familias, siendo el protagonista un pichón de poeta que apenas tiene quince años de edad. El lenguaje funciona aquí como un personaje más, y adquiere progresivamente la fuerza de la ambigüedad que corresponde a esa etapa de la vida donde ya se ha dejado de ser niño pero aún no se cruza el umbral de la adultez. La visión del mundo maduro que tiene el quinceañero héroe de la novela es tan crítica que consterna, quedando nosotros, los padres, muy mal parados en el ridículo templo cuya altura contempla con sorna el muchacho irreverente mientras nos conduce de la mano por las más de ciento treinta páginas del libro. Para ser breve, citaré dos frases que pronuncia el protagonista, y que ilustran esa visión burlesca y despiadada: “A la mayoría de los adultos le gusta padecer de alguna enfermedad para tener siempre tema de conversación y poderse quejar constantemente y justificar sus deficiencias e incapacidades”. La sentencia, lapidaria y aguda, es superada por otra, incluso más preocupante: “No hay nada más difícil que la felicidad de un adulto”. Un aspecto que tipifica tanto a la obra como a la persona Arístides, es su peculiar sentido del humor. No siempre abierto ni evidente, sino sutil, bien intencionado, coloca cierta hilaridad dentro del contexto literario que conforma su obra en general. Precisamente en ese cielo que nos regala, aparece una mofa a ciertos didactismos literarios que no resisto la tentación de compartir “a un taller literario no solo asisten los que como yo pretenden comenzar a escribir, sino además los que ya saben hacerlo pero necesitan demostrarle a los demás que lo escrito por ellos es lo de más valor”. Para concluir esta alusión a Te regalo el cielo, señalo que en el penúltimo capítulo de la noveleta aparece un delicioso glosario de vocablos actuales, titulado “Diccionario de nuevos términos”, que contribuye a demostrar los que sabios lingüistas nos dicen desde hace tiempo, despertando una polémica que llega hasta hoy. Celebro (otra vez) esta iniciativa de Vega Chapú en tanto la considero un aporte fundamental para acercarnos a la juventud, porque la vida demuestra que no es eficaz lanzarse contra supuestas deformidades del lenguaje, como sí lo es asumir la vitalidad de la lengua, aprehender e incorporar los nuevos vocablos, entender que cada época, cada edad, cada contexto lleva implícito no solo una diferente forma de vestirse, de peinarse, de bailar, sino también y acaso sobre todo, de hablar. Gracias por esta lección elemental, querido Arístides.
Para no detenerme, como ya expliqué, en cada libro de forma individual (Doce plantas bajo el sol, Lluvia colorada, Tour Cuba por citar ejemplos que merecen análisis propios, como es el caso de Steinway and sons, peculiar volumen que destaca por el profundo conocimiento que tiene Vega Chapú de la música), me remito al volumen que quizás muestra de forma irrefutable la madurez alcanzada por este autor.
“Celebramos que gracias al ingenio de Vega Chapú, ciertos cascos negros de luz nos iluminan con una intensidad que debemos al talento suyo…”
Cascos negros de luz intensa, abanico de doce narraciones (curiosamente doce, como las anteriores plantas bajo el sol), obtuvo el premio literario Fundación de la ciudad de Santa Clara en su XXVII edición, y me atrevo a asegurar que este es un libro imposible de superar. Profundo, bien elaborado, estremecedor, nos deja sin aliento, y por ello, resulta inolvidable. En el cuento que da título al libro, magistralmente se reúnen muchas de las problemáticas que nos rodean: la homofobia, los cortes de luz, la procacidad de un acto que debiera ser íntimo como la relación sexual, la familia monoparental por abandono de la figura paterna, el sacrificio descomunal de la madre cubana, la perenne ansiedad por salir de la isla, el eclecticismo de nuestra fe religiosa. Arístides posee el don de una narrativa que evita la obviedad del realismo, en aras de ofrecernos una visión tierna de todo este enjambre de situaciones, por muy difíciles que sean. La madre en este cuento en particular es, por si faltara algún detalle, devota de Santa Bárbara, como devota es de Alejandro García Caturla la protagonista del cuento “Concertista de restaurante para extranjeros”, una intérprete de piano que se gana la vida tocando música para turistas. Además del humor sutil que ya he señalado si se recorre la obra literaria de quien nos ocupa, de su aguda forma de asumir el costumbrismo, y de su capacidad para contar sucesos, debo añadir el tono melódico, la melancólica cadencia musical que también caracteriza su narrativa, como se aprecia en “Tren S”, en “La despedida”, en “Fotos deshechas”.
En resumen, celebramos que gracias al ingenio de Vega Chapú, ciertos cascos negros de luz nos iluminan con una intensidad que debemos al talento suyo, uno de nuestros más prolíficos creadores, y ojalá sea así por mucho tiempo más.
*Palabras leídas por Laidi Fernández en el espacio “El autor y su obra”, dedicado a Arístides Vega Chapú. Biblioteca Nacional de Cuba “José Martí”, 18 de septiembre de 2024.